viernes, 25 de octubre de 2013

"Son Cuentos" un libro para unir a las generaciones del colegio que están distanciadas en Salvatierra, Gto.

En una ceremonia formal Tarsicio Salgado Tovar presentó el libro de cuentos "Son Cuentos". Estuvieron en la mesa del presidium, José Herlindo Velázquez, María Guadalupe López López, Agustín Vera España, Rocio de la Luz Gómez, Fidel Sierra, Laura Casillas y el autor del libro. Todos ellos tomaron la palabra para elogiar la obra, a excepción del impresor Fidel Sierra, que fue convivado de piedra pero reconocido públicamente por el cuentista en lo relativo a su invaluable apoyo para el diseño de las páginas.


Al libro de "Son cuentos" tuve la distinción de recibirlo como obsequio de quien fuera el profesor de quinto y sexto de primaria en el colegio Morelos, en los años de 1965 y 66, que cursé en dos salones de clase, para quinto años en la parte alta que hoy es una capilla del convento de Capuchinas y, en sexto grado,  en un salón amplio que está en el patio principal del ex-convento, donde cabíamos aproximadamente cuarenta alumnos en mesa-bancos individuales de madera pintados de verde.
Leí el libro en la casa, algunos cuentos  los disfruté mientras la computadora se actualizaba de un cambio de interfaces, de Google a Facebook.
Un cuento me llamó la atención de manera significativa, pues es una narración con mucho de evocación testimonial. El cuento habla de las cuatro escuelas sobresalientes de la ciudad y de los métodos de enseñanza de la escuela primaria Morelos. El pasaje especial que menciono, es la parte narrativa de un episodio que aún se conserva como un recuerdo vivo en quienes lo presenciamos. En el texto del cuento se niega que halla ocurrido, que eran habladurías de los alumnos de las otras escuelas. Hablamos de un cuento, no lo olvidemos, pero me recuerda algo que sí sucedió. Claro que el profesor que escribe el cuento no fue el sujeto histórico que en mi memoria de esos años sí lo llevó a cabo, y en la memoria fantástica, de creación literaria, el ahora autor narrativo nos dice que en su ficción de ese mundo contado, siempre le creyó la versión a su colega de profesión. Pero el llamado profesor de tercer año, en lo real sí le lanzó, desde su escritorio ubicado en el altillo del frente junto al pizarrón verde, un candado a un alumno "latoso", y no una pelotita, con tan mala puntería que dio en la cabeza de uno de los niños más tranquilos. Y en los recuerdos de esa época infantil, en la que tomábamos clases con métodos de enseñanza que tenían reminiscencias de aquel conocido como "la letra con sangre entra", si había "varita de membrillo" para aplicar con fuerza en las palmas de las manos de quienes no hicieran la tarea. Si se empleaba que un castigo fuera ordenar al alumno que estuviera parado en el centro del patio a pleno sol. Y también, otro recurso de castigo, que se hincaran en la parte trasera del salón, y si la sanción debía ser ejemplar, sosteniendo dos ladrillos en las manos con los brazos extendidos sin dejarlos caer.
Y también se discriminaba el aprovechamiento escolar, y se colocaba a los alumnos en filas reconocidas como la fila de los aplicados, a la derecha, y al otro extremo contrario la de los "burros". En mi trayectoria escolar pasé por todas las filas, dependiendo de qué tan amigo 
de mi familia era el profesor en turno. Aunque en quinto año ya era huérfano y no tenía quien me hiciera la tarea y me acompañara a leer, así que ese año en el salón del primer piso que hoy es capilla interior, estuve en la fila de los reprobados, una hilera de pupitres al lado de las ventanas desde donde, aún hoy, se ven los techos del convento.
Disfrute la buena dicción de Agustín Vera España leyendo el cuento en la presentación del libro. Y comenté que sobre esos recuerdos ya había escrito algunas evocaciones en el muro de Facebook de Luigi Aboytes, arquitecto especialista en la arquitectura conventual de Capuchinas. Dije que interpretaba este cuento como la expresión de la versión del profesorado, a quienes se les hizo increíble que uno de ellos lanzará un candado como proyectil amansador de alumnos latosos. Con este evento el Encuentro de Escritores toca la fibra más sensible del proceso de la formación de la identidad personal, uno de cuyos pilares son los grupos de aprendizaje, pues esos procesos nos internalizan experiencias iguales y enfoques similares para pensar. Tal vez esta dinámica de enseñanza de las primeras letras que nos toco recibir, sea la explicación para comprender por que´los ex-alumnos del Colegio José María Morelos y Pavón nunca hacen reuniones de las pasadas generaciones de estudio. Qué bueno que el maestro Tarsicio si se halla querido acordar de nosotros, sus alumnos, en una obra de literatura, que al final es una carta a sus amigos y ex-discípulos estimados.

El cuento que leyó Laura Casillas de manera impecable, dramatizado como soliloquio, me recordó a un campesino que fue Presidente municipal, no sé si sea el mismo del cuento. Pero este Señor, oriundo de una comunidad sobresaliente por la historia y los inmuebles monumentales, era analfabeta funcional, pero ducho en la organización campesina, pobre como lo puede ser un ejidatario líder en su sector campesino. Era la época de los acarreos y de los operadores para llevar campesinos a los mítines políticos del partido casi único, que se auto llamaba, "La Aplanadora". Los "jefes" le debían muchos trabajos de votos en "carrusel" y "acarreo" de militantes, los cuales los realizaba sin mediar un pago, sino por deber partidista. Así que un día expresó al Presidente del partido, del "invencible", que quería ser el presidente municipal de su pueblo, Slvatierra. Le dijo que sí el entonces líder partidista, oriundo de Acámbaro, estando en las oficinas del comité estatal en la ciudad d Guanajuato. Ya con esa expresión, el Campesino con ambiciones políticas se vino todo el rato que duró el viaje por carretera, entusiasmado, platicando con su Compadre que conducía el automóvil, diciendo que en llegando él llamaría por teléfono a unos amigos de la ciudad para celebrar su próximo cargo. Y efectivamente les llamó, y su amigo de copas le dijo que estaba desvariando sobre su candidatura a presidente municipal, que en el radio ya habían dado el nombre de otra persona. Pues sucedió que en ese periodo de las elecciones ficticias, las candidaturas se vendían, y ya el que resultó con el cargo pagó mientras el campesino viajaba con sus ilusiones de Guanajuato a Salvatierra, la cantidad de cien mil pesos.
Pero en en el siguiente trienio el "partidazo" quiso erradicar esas prácticas que vulneraban la democracia interna, y el líder nacional, un campechano de los tiempos de Madrazo, Sánsores Pérez, creo la "democracia transparente". Era un proceso de elección de un delegado sectorial a la asamblea electiva municipal, por cada cien militantes reunidos para nombrarlo. El Frente Juvenil de esa época alcanzó a nombrar cinco delegados. El sector campesino nombró a 155 delegados, el obrero a 52 y el popular a 24. Se inscribieron 14 pre-candidatos  entre ellos el campesino operador de mítines. Y ganó en la asamblea efectuada en el salón del sindicato textil. Los más de 200 delegados pasarona votar al proscenio del salón, frente a los visores de los candidatos y del comité municipal y estatal. Delante de ellos tachaban y se retiraban, obvio que la inmensa mayoría de delegados había llegado llevado por el Campesino tenaz. Y ocurrió que también debían definir a los regidores de la planilla, y como nadie conocía los nombres de los enlistados, esa tarea se le dio el voto de confianza para que el Campesino armara su planilla.
Y vino la elección constitucional, contra el candidato del partido de la entonces oposición leal, otro campesino ya con residencia citadina, y las votaciones se dieron bajísimas, menos del quince por ciento de los votantes salvaterrense acudieron a las casillas. Así que las urnas las tuvo que "Maquillar", el "alquimista electoral","Chencho", y ese rudimentario y rústico Campesino del que habla el cuento de Tacho, que puede ser el mismo, hizo los desvaríos de los nombres de los héroes de la patria, incluyendo una dosis de equidad de género con los nombres de las damiselas locales en lugar de la "gûera" Rodríguez.
Bien por la excelente lectura en voz alta de Laura Casillas. Y bien por el autor de lo que llamaré las "evocaciones fantásticas", que nos plantean preguntas sobre lo que vivimos en esa época de visiones de progreso de medio siglo XX, donde los campesinos eran una fuerza actuante y determinante para obtener el poder político.
¡Felicidades al Encuentro de Escritores! realmente esta jornada de lecturas ha sido de grandes resultados para forjar la identidad de quienes habitamos a Salvatierra en algún periodo de nuestra vida.
Pascual Zárate A.


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