viernes, 8 de agosto de 2008

Pagina selecta de un escritor humanista: Ruperto Mendoza.

Hay que estar siempre alegres.
Ruperto Mendoza.
"Catequesis Familiar".
Ediciones Paulinas, Méx. 1971.

Es propio de la adolescencia el sentir, a veces, profundas depresiones de ánimo, ratos de mal humor.
Si el muchacho no está prevenido para reaccionar, ese mal humor podrá prolongarse y exacerbarse peligrosamente.
Por eso es muy importante que, los padres de familia, sepan intervenir con prudencia en esos casos.
Podrían decirle a su hijo amablemente: aunque sientas enfado y aburrimiento debes mostrarte alegre. Una persona de carácter sabe reaccionar y sobre ponerse al mal humor. El apóstol san Pablo nos lo manda: Alegraos siempre en el señor". Y en la epístola a los Corintios (9,7) nos dice: "Dios ama a quien da con alegría".
La tristeza es el mayor de los males después del pecado. Nos inutiliza para el bien, como la polilla inutiliza la madera, según el Sagrado Libro de los Provebios (25,20).
--Por lo mismo díganle los padres a su hijo, debes estar siempre alegre, aunque sufras, y mostrarte afable con los demás, aunque estés de mal humor.
Sólo el pecado debe causarnos tristeza, pero únicamnete para arrepentirnos y alcanzar el perdón de Dios; e inmediatamente volver a la alegría.

La bondad

Por más pobres, débiles e ignorantes que seamos, podemos aliviar un poco la pesada carga de sufrimiento que oprime a la humanidad, con sólo utilizar un poder maravilloso que tenemos: la bondad.
Nunca faltarán oportunidades para educar al muchacho en la bondad.
Lo primero que habrá que enseñarle es a pensar bien de todos. Los pensamientos benévolos son fuente de donde manan las palabras amables y las buenas acciones en favor del prójimo.
El muchacho se expresa mal de alguien ante sus padres, atribuyéndoles malas intensiones. Esta es la ocasión. Se le dice al muchacho:
--Al hablar así estás atribuyendo a esa persona el mal fondo que descubres en tu propio corazón. Pero debes convencerte de que los hombres son menos malos de lo que parecen y, que, por lo general, cuando juzgamos mal nos equivocamos.
--Además, tú debes saber que con la misma medida con que tú juzgas al prójimo, te juzgará Dios a ti.
Si logramos que el muchacho adquiera el precioso hábito de juzgar bien a todos, habremos hecho brotar en su interior la bondad, esa fuente de dulzura que alegrará su vida y hará felices a cuantos lo rodean.

Palabras afables y buenas acciones

Continuando la educación en la bondad, los padres de familia aprovecharán la oportunidad, que se presenta con frecuencia, en que alguno de sus hijos le diga una palabra dura, hiriente a uno de sus hermanos o a otra persona; para decirle lo que decía san Francisco de Sales:
--"No somos dueños de estar siempre alegres, pero si podemos ser siempre afables, dominando nuestro mal humor".
--¡Cuánto bien harás a incontables personas con sólo acostumbrarte a decir palabras afables!.
--Muchos esperan una palabra afable para dejar de ser malos, y no encuentran quien se las diga. Muchos están próximos a caer en el desaliento, y una palabra afable los sostendrá. Muchos, en fin, se sienten oprimidos por la tristeza, sufriendo la terrible pena del abandono y de la soledad, ¡cuánto bien les hará a éstos una palabra afable y cariñosa!.
--Pero a las palabras tienen que seguir necesariamente las acciones, para que la obra del amor esté completa.
--Por más pobre que seas, llegará un día en que te encuentres con alguien que necesita de tu ayuda. No olvides, entonces, que en aquel hermano tuyo está oculto Cristo.

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