lunes, 17 de noviembre de 2008

El hado adverso me parece el mismo.

Estaba por terminar su vida enmedio de una apasionada celebración que abría sus recuerdos infantiles, de cuando estudiaba la primaria en el convento de San Buenaventura de la Orden de los Hermanos Menores. El cronista L. estaba en el sanatorio cuidado por su Esposa, su caida complicó todas sus afecciones cardiacas y de locomoción. Había tropezado cerca del archivo municipal, al que había impulsado que se creara de manera independiente en un edificio propio y así lo había relatado en el periodico mensual hacía cinco años.
Sin embargo tenía una paciencia y una resignación al dolor como la de San Juan de la Cruz, quien en sus últimos días de vida, pidió que le leyeran un salmo del Cantar de los Cantares: "Por eso las muchachas se enamoran de ti..."; a su semejanza, el cronista L. pidio que le contaran de las ponencias que sobre Federico Escobedo, estaban expresando los académicos de la lengua esa noche de memoria luctuosa en la biblioteca muncipal, a donde había pedido que no fallara el Presidente Muncipal, que obsequioso lo había ayudado a llegar al santorio ese día que también era el último del Homenaje a Federico Escobedo.
Recostado en la cama del hospital, lo cómodo del colchón le hizo recordar las noches infantiles en la casa paterna, donde vivió con su Abuelo. Ubicada en la calle antiguamente llamada de las Arrecogidas, con sólo recorrer lo largo de una cuadra del callejón, llegaba rápido a la escuela primaria de los franciscanos, donde estudiaba con empeño y extasiado por todas las historias que le contaban de la ciudad. Especialmente su Abuelo le narraba el nombre de las calles en el siglo XIX, las obras de los vecinos y, -fue en esos paseos que aprendío a medir la altura de las obras de los hombre y a respetar y reconocer los méritos ajenos,- alabando con especial cariño los que beneficiaban a su querida ciudad de San Andrés de Salvatierra.
El cronista L. se sentía contento, estaba preparado para bien morir, las primeras acciones culturales en su juventud estaban ligadas a la admiración y sorpresa que le causó escuchar a Federico Escobedo, y días antes, el miércoles 8 de noviembre, había referido su ponencia en el templo del Carmen donde relató sus experiencias con él durante la coronación pontificia de la imagen de pulpa de maíz de la Virgen de la Luz, y su lucha porque el nombre de la biblioteca pública llevara el de quien fue llamado Tamiro Miceneo entre los árcades romanos, para su perpetua memoria y ejemplo de la juventud estudiosa.
Y le daba mucho gusto estar en el equipo de maduros salvaterrenses y autoridades muncipales, homenajeando al traductor de la "Rusticatio Mexicana" de Rafael Landívar. Dentro de su silencio de enfermo, sintió en su cuerpo un recorrido de emociones positivas al escuchar decir a su esposa que estuviera tranquilo, que recordara lo contento que estuvo cuando muy jóven colocó, junto al puñado de jóvenes del Club Zorros, la placa alusiva al nacimiento de Federico Escobedo en la calle Real N 14.
Lleno de recuerdos y de sondas en su cuerpo, el cronista L. estaba convencido que no moriría, que pasaba a otra vida, a una completamente espiritual, a la tierra prometida que la ciudad le había enseñado religiosamente.
Sentía la fortaleza que aprendió de la prédica de los padres carmelitas en el templo de San Ángelo Mártir sobre San Juan de la Cruz, cuando recordó que luego de esta vida Dios lo juzgaría por el bien que hubiera hecho, y sonriente pensó que era un bien su apego a la identidad de la ciudad que lo unió siempre a todos los vecinos y a la Virgen de la Luz.
Siempre escribió para educarlos y a ellos les gustaba mucho leer sus comunicados que iniciaban con el lema virreinal que anteponía al nombre de la ciudad. Era un privilegiado lema que le autorizaron las autoridades novohispanas al Cabildo en 1734, como reconocimiento de la Corona a los vecinos notables y con titulos nobiliarios, por sus servicios al Rey de España: el enunciado dice "La noble y leal ciudad de San Andrés de Salvatierra".
Sentía un aire espiritual de confortamiento, días antes caminando con su amigo G. quien fue secretario del ayuntamiento en varias ocasiones, y que también intervino en el homenaje a Escobedo, ambos, al repasar que su juventud la dedicaron a investigar todo lo concerniente a San Andrés de Salvatierra, habían caido en la cuenta de que su formación humanista la fincaban en las tantas lecturas de todos aquellos libros escritos por los salvaterrenses: de Agustín Francisco Esquivel y Vargas, José Ignacio Basurto, el propio Escobedo, las de Jesús Guisa y Azevedo y los poemas de José Luz Ojeda y Ana María de López Tena.
Emocioando con el tema del homenaje a Federico Escobedo en sus 50 aniversario, abordó la celebración con una reflexión en una entrevista de prensa y lo justificó diciendo que "Salvatierra tiene libros propios para la educación de la juventud, escritos por sus humanistas", frase con la que los medios de comunicación de la región abrumaron de tanto que la repetían. Y la vida del cronista L. era un fiel reflejo de la forma de vida enseñada por Agustín Francisco Esquivel y Vargas en su obra "El Fénix del Amor", publicada en 1764.
Sentía un extremecimiento de confortamiento, yacía sedado pero un poco con imagenes de alucinación, veía a los jóvenes y niños leyendo a los poetas de Salvatierra. Estaba convencido que las obras seguirían leyendose para formar buenas personas de sus paisanos inculcándoles el amor por su noble y leal ciudad de San Andrés de Salvatierra.

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