lunes, 17 de noviembre de 2008

Pefecta analogía encuentro en ella con la patria mía.

El influjo por el autoestudio era una tradición centenaria en la ciudad de Salvatierra. Leer resultaba fácil por las librerías de los conventos carmelita y franciscano. Los archivos daban cuenta de la crónica de la ciudad desde su fundación. Así que todo esta dispuesto para la tarea de nuestro grupo de nobles e idealistas jóvenes del Club Zorros.

Indagar todo lo relativo a su tierra, sus veredas ribereñas para saber ¿dónde nace el río Lerma en el Estado de México?. Animar las convivencia familiares para facilitar el trato entre muchachas y pretendientes muy comedidos con los papás. Organizar justas deportivas de carreras pedestres y ciclismo. Publicar revistas que difundan sus investigaciones sobre la historia civil y eclesíastica, y sobre los hombres más destacados en la promoción del desarrollo de Salvatierra.

Caminando en el jardín, el jóven L. se apresuró a informar que ya tenía en renta la casona de fachada porfiriana ubicada en Madero e Hidalgo. Era una casa señorial, amplia en su trazo doméstico, de portales en su patio central y con un local que abría una puerta de madera exactamente en la esquina de la calle, achatando el ángulo de encuentro entre las dos paredes de ambas calles. La recibiría al día siguiente, de manos de su amigo Lisandro Nieto, un poeta que emigraba a la ciudad de México emocionado con su título de abogado, y dejaba en el olvido el oficio de comerciante, que por décadas su familia ejerció en el cajón de ropa ubicado dónde ahora sería la sede del centro social del Club Zorros.

Empezaron las reuniones y a trazar los fines del grupo. Indudablemente, de inmediato, el que después sería un dramaturgo egresado de la UNAM: G., y rancio secretario del ayuntamiento por varias administraciones municipales, se percató que no podían imitar la rutina del Club de Leones, quienes hacían sesión y cena mensual de socios. Así que propuso que la principal tarea del Club Zorros sería el estudio de Salvatierra en todas sus manifestaciones. El que después sería cronista en su jubilación L. dió una ruta más directa de lo que sería el quehacer de los primeros cinco jovenes fundadores: recuperar las obras escritas por los salvaterrenses y promover su lectura.
Empezaron por visitar los archivos parroquiales, el municipal, el de los conventos y haciendas. El futuro cronista L. supo de la existencia de una obra única en la comarca: "El Fénix del Amor" de Agustín Francisco Esquivel y Vargas, sacerdote del siglo XVIII, un hombre del renacimiento inclinado al estudio y al empleo de la razón como vía del conocimiento del campo mexicano. Una tarde lo trajo consigo de manera alborozada C., quien tomaría el oficio de fotógrafo años después. C. Sabía que causaba sorpresa y ansiedad sobre L. y G., querían saber cuál era el tema del libro, y qué logros eran esos de su paisano virreinal. C. era de menuda estatura, más bien pausado en el hablar y de semblante poco expresivo. Fumando un cigarro les pidió que se sentaran en las sillas de madera de la oficina que daba directamente a donde hacían cruce las calles de Hidalgo y Madero.
Y de entre su mochila de manta pintada de gris sacó un envoltorio de papel revolución y cuidadosamente lo puso en la mesa y lo desenvolvió lentamente. G. le dijó ¡Mira que hasta parece una torta! L. permaneció callado sólo esperando ver la portada del libro. G. preguntó ¿lo encontraste en la librería de los carmelitas, compañero?.
Y si, aparecieron las letras goticas de una portada barroca, pues el nombre era muy largo. C. inmediatamente propuso hacer un círculo de lectura para analizar el libro. Para aumentarles su ansiedad C. le adelantó un tema del libro: --Trata de la fundación de Salvatierra y compara al valle de guatzindeo con el paraiso-- Ambos socios del club Zorros sonrieron con una larga exclamación de gozo intelectual.

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