sábado, 6 de diciembre de 2008

El hombre como centro de la cultura

La casa tiene al fondo el comedor y la cocina, los dos lugares de socialización familiar. El comedor adornado con las pinturas escolares de las hijas del doctor Miguel Zárate es el espacio de conversación en la sobremesa. La penumbra nocturna cubre la risa alegre del doctor Zárate al platicar la reunión en el Club de Leones con el filósofo J. La risa la siente descanzada y las lágrimas brotan por el esfuerzo de las carcajadas. Una risa tal vez contradictoria, una alegria contagiada por la estatura intelectual y moral del filósofo J., al que llaman ahora con mucha reverencia Maestro. Reproduce la conversación en la tertulia de la cueva del Club de Leones, y no deja de reir por la ocurrencia del maestro J. cuando contesta a la pregunta: Maestro ¿Cómo le va en la Academia de la Lengua?. La respuesta es súbita: ¡Los de la Académia Mexicana de la Lengua son peores al designar a sus miembros de manera amafiada, frente a ellos el partido oficial palidece en lo político! Y la risa se desplaza por todo el patio y el portal de la casa. cuando repite sus palabras en la casa.
El filósofo J., renuncia a la academia y le manda una carta al secretario de Educación, Porfiro Muñoz Ledo, su alumno en la UNAM en la cátedra de Filosofía del Dercho, y le da cuenta de la negativa a registrar al candidato propuesto por él para acupar una silla vacante en la academia. El nombre del publicista propuesto simplemente no lo toman en cuenta y estalla el filósofo J., sale mentando madres de la casona de los academicos en Donceles. Años después, el publicista será admitido en la academia y reconocido por fundar el Museo Iconográfico del Quijote en la ciudad de Guanajuato.
Al doctor Zárate le parece muy elocuente el episodio de las prácticas políticas de los mexicanos. Del nombramiento de obispos y curas, ni hablar, son más sigilosas y con más "tapados" por la curia diocesana, también lo menciona el filósofo J.
Acaba de fustigar, en la conferencia sobre el patrimonio cultural edificado de Salvatierra, al comerciante Jesús Villafuerte, quien demuele la primera ermita construida por los Carmelitas Descalzos en la ciudad. Y dice cuál debe ser el castigo: "Pasearlo desnudo por la ciudad y azotarle las nalgas con varas de membrillo mojadas". La risa en la sesión cultural del Club es generalizada, el humor ante las desgracias es un alivio para los asistentes.
Son chispiantes las respuestas del filósofo J., a la siguiente pregunta del doctor Zárate sobre el retrato de Diego Rivera dice: "No lo quería vender, pero me llegaron al precio ahora con la muerte de Diego". Risas de todos. Y cuenta cómo hizo ese cuadro Diego Rivera. "Los comunistas dieron por invitarme a sus tertulias en un bar, en el centro histírico de México. Pasamos largas horas de discusión sobre la concepción del hombre y la vida política de México a lo largo de toda la historia. Diego me llama en esas reuniones, con cierto afecto ´paisano´. Las desveladas son prolongadas. El corrillo lo hacemos muy polémico, realmente ellos son mis enemigos políticos, pero mi más grandes benefactores. Un buen día Diego me invita a su casa y llegando me dice sientate ahí. Era un banquito un poco incomodo. Pone en mis manos un libro forrado con piel de cerdo aún con las marcas de la librería del convento de los Carmelitas Descalzos de Coyoacán, escrito en latín culto y me pide leerlo. Y leo traduciendo, es sobre la Virgen del del Monte Carmelo. Y Diego toma un lienzo y pinta entretenido por espacio de una hora, luego me pide seguir con el trabajo al día siguiente. El boceto lo alcanzo a ver al despedirme del "paisano" Diego. Y así durante una semana y finalmente me regala mi retrato, lo firma al momento de la entrega. Veo la expresión de mi rostro, no parece en ningún momento un rostro apacible de lector, más bien es mi cara cuando polemizo con él en las noches de tertulia con los comunistas. Mi mirada es muy incisiva en el cuadro. La obra es un retrato de estudio psicológico muy halagado por los criticos de Bellas Artes. Lo puse en la sala de la casa y mis visitantes siempre me pedía vendérselos. Pero cuando muere Digo verdaderamente me llegaron al precio".
La noche siguiente el doctor Zárate sige riendo de esa tertulia y la platica en la casa con grandes ademanes, el brazo lo sube y lo baja en el momento de relatar las respuestas inesperadas del filósofo J. y le da por carcajear ruidosamente en ese momento. La risa es la liberaciónde su tensión personal adquirida cuando renuncia la dirección del Hospital Civil de Salvatierra. Redacta una carta muy clara dirigida al jefe de la juridicción sanitario de la zona de Acámbaro, el entonces diputado Flores Malagón, el mismo contra el que contendió el filósofo J., con el Partido Fuerza Popular. Una renuncia muy clara en sus término "por no estar de acuerdo en entregar mobiliario del hospital civil de Salvatierra para otros hospitales de la juridicción, pués sólo busca la presunción política usted diputado Flores Malagón".
Un gesto de dignidad muy encomiado por el filósofo J., en los periódicos donde escribe. Y esa identidad moral le causa una enorme simpatía al doctor Zárate por las evocaciones de sus años de funcionario de las instituciones del gobierno.
Para él queda en su recuerdo como una memorable conversación, distinta a su encalmada y meditabunda actitud acostumbrada por las preocupaciones diarias, y a los desatinos de las pláticas pueblerinas.

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