José de la Luz Ojeda López, una antología del agua
por Pascual Zárate Avila
Para José Luz Ojeda el agua es el hombre, la persona, el ser humano. La interioridad del agua es similar a la del ser humano. Y la vida del agua pasa por cambios como la de los humanos. El agua puede ser una sencilla gota, puede ser un constante manantial, un torrente como ejercito. La manera tan fácil de hacer los parecidos entre los cambios del agua con la vida del poeta, es producto de una amplia identificación con ese elemento de la naturaleza.
El amor de sí mismo es el amor por el agua, algo muy intenso, siente el agua como gozo, como criatura de Dios. El agua todo lo puede, llega a todos los lugares y se sabe presentar donde este. El agua es como las monadas de los filósofos, encierra en su interior todo el universo. Oigamos:
¿Una límpida perla luminosa,
prendida en un rosal, como por gala?
¿Un rayito de sol, aprisionado
por invisible gasa?
¿Una estrella caída de los cielos.
o… una lágrima…?
Éralo todo: perla
De luz clara,
Un rayito de sol, una estrellita
Y una lágrima.
Pero era algo más bello todavía:
Era una gota de agua.
La puso en una hoja,
Con sus dedos rosados, la mañana,
Para dar al jardín la maravilla
De un engaste de luz sobre esmeraldas,
Y para hablar sin voces,
A las almas…
Era pequeña y breve
(¿no son así todas las gotas de agua?);
pero en aquella pequeñez magnífica
--urna divina y clara--,
como en lago sereno, que no altera
ni el fugitivo roce de unas alas,
el azul de los cielos
palpitaba.
La inmensidad, envuelta en lo infinito
De pequeñez, radiante,
Porque en su ser la inmensidad estaba.
Y, siendo toda azul,
Era tan blanca
Como un albor de luna: pequeñito
Mundo de claridad inmaculada.
Mas cuando el sol de fuego
Con un beso de gloria la besaba,
No era sólo un fulgor:
Era una llama
Que los ojos, vencidos,
Deslumbraba.
¡Divino privilegio el de las cosas
pequeñitas y blancas:
atraer el azul, y revestirse
de sus galas,
arrebatar al sol sus esplendores,
y envolverse en su clámide dorada!
Así, calladamente,
Mi corazón me hablaba,
Cuando, de pronto, el viento
Estremeció las ramas,
Y la gota tembló, rodó a la tierra, que la lluvia enlodaba;
Rodó a la tierra en sombra,
y…se rompió al tocarla.
Primero, perla transparente y diáfana;
Luego, jirón de azul y llamarada;
Después, rayo de luz que se caía,
Y, al fin, lodo que mancha…
¡Ay! ¿Por qué se desprende de la altura
una gotita de agua…?
Yo la miré caer, con esa angustia
Que me sacude el alma
Cuando veo rodar de unas pupilas
El temblor silenciosos de una lágrima…
Señor: yo quiero ser ese milagro
De una gotita de agua:
La más radiosa de las cosas breves
Y la más breve de las cosas claras.
Así, como esa gota de rocío,
Así quiero mi alma:
Pequeña: que no aliente rebeldías;
Pequeña: que se vea delicada;
Pequeña,
Pero blanca:
Diminuto cristal, urna divina
Para las cosas altas…
Que copie todo el cielo, y que al copiarlo
Sienta su pequeñez tranfigurada
--¡sublime pequeñez, si en ella cabe
todo el azul sin mancha!—
y que envuelta en la lumbre de tus ojos,
hable de Ti, como habla
con su voz de fulgores
la mañana,
¡y que sea como el fuego
que trajiste a la tierra, y quieres que arda!
Pero si, acaso, el viento
Quiere verla por tierra, y enfangarla,
Tómala entonces en tus manos blancas
--¡las manos que no rompen
una gotita de agua!--;
en tus manos seguras, donde el viento
no salude las ramas;
donde sienta que vuelve, tras el viaje,
al hontanar azul de la montaña,
¡y se encienda, temblando, entre sus dedos,
bajo el sol deslumbrante de tu cara…!
Otro concepto importante es la fugacidad de las cosas que pasan sin dejar huella.
Una acción que no va ser recordada, el olvido. El agua, también es la materia sobre la que nada se conserva, todas las formas desaparecen. Y es la afirmación de trabajar sin resultados, como la expresión de predicar en el desierto, en el agua es tanto como escribir en ella.
¿Y por qué has de escribir sobre las aguas,
vientecillo,
si en su inquietud eterna
--movilidad de corazón vacío…--
no se queda ni el trazo vigoroso
que dejan con las quilla los navíos…?
Así le dije al viento,
Y él me dijo:
“Tu incesante escribir sobre las almas
¿no es también sobre el agua, como el mío…?
En el siguiente poema encontramos la gran admiración por la ciudad y sus recursos. Una plena identificación con el destino de sus hijos más notables, la partida, la emigración, que sin embargo era igual que como el río que él veía pasar por Salvatierra, fuerte, animoso y se iba cantando. Igual el poeta, se iba contento porque llevaba la fe, la imagen de la Virgen de la Luz. El Lerma es el más claro símbolo poético de Salvatierra, y sabiendo de su valor y composición con la ciudad, el agua se va cantando al despedirse. Esa imagen es muy fuerte, pues tantos habitantes se van, y la alegría del río la llevan para siempre, son alegres los salvaterrenses y les gusta recorrer el mundo.
Por si fuera esta vez el largo viaje,
quiero vagar a orillas de mi río,
para burlar mi espera, bajo el blando
rumor de sus sabinos,
y aprender el adiós de su corriente,
para decirlo, cuando diga el mío.
Quiero errar por los mágicos hortales
de mi valle nativo,
y llevarme en los ojos el incendio
de un ocaso magnífico.
Quiero sentir, en el hogar, y en torno
de los viejos amigos,
la voz –llena y callada—de todo lo que es mío.
Quiero entrar al santuario de la Madre
con la ternura de cuando era niño;
correr a la mañana de sus ojos
y al cielo azul de su regazo tibio,
y asirme de su mano, por sentirla
después, entre los vuelcos del camino.
Y, en una amanecida,
--alas temblando en oro derretido--,
dejar aquella puerta a donde siempre
llamará, con sus dedos, mi cariño;
lavarme el rostro en la frescura nueva
del primer manantío;
y después por la ruta
--quemada por el sol definitivo—
salir como de fiesta…
¡Porque te juro, Amor,
me iré contigo!
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