martes, 10 de agosto de 2010

Ciudad educadora y sociedad del conocimiento en Salvatierra, bases teóricas


SALVATIERRA CIUDAD EDUCADORA


Introducción

La concepción del trabajo intelectual desarrollado en este blog denominado: "Arcadia salvaterrense", tiene como fundamento las nociones teóricas expresadas en el trabajo de exposición pedagógica que a continuación se presenta.

El trabajo desarrollado hasta el día de hoy en el blog es, en principio, una herramienta para convocar a la construcción social de un conocimiento que apunte hacia la sociedad del conocimiento en Salvatierra bajo la premisa actual de "Pensar globalmente para actuar localmente". Indudablemente que una siguiente tarea será construir un aula virtual y una red social digital centrada en la reflexión del lugar posible de la ciudad de Salvatierra, y de nosotros mismos, dentro de una incorporación positiva dentro de la globalización.
Transcribo un ensayo sobre el documento base de la noción de "Ciudad Educadora" de la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras (AICE), a partir del examen de la llamada Carta de Barcelona. El documento esta publicado en la página de la AICE.

La Ciudad Educadora

"Esta es una ciudad de nombre pero no de hecho. Es un puñado de hombres que van en pos del lucro. Funcionarios y ciudadanos van tras la ganancia.
Y en cuanto a los bienes de la comunidad nadie se preocupa."
Vivimos en un momento histórico presidido por una interesante paradoja. Al mismo tiempo que se proclama la pertenencia a la aldea global, conectada por los medios de comunicación y caracterizada por la integración, la universalidad y la globalización, las personas sienten arraigado el sentimiento de la pequeña patria donde se ha nacido o se ha vivido. Universalismo y localismo se dan la mano en una curiosa mezcla de emociones y de comportamientos. Hoy se recorre el mundo, pero se sienten vivas las raíces de la propia tierra. Nos sentimos habitantes del mundo y, al mismo tiempo, de la localidad que habitamos y que amamos.
Las personas construimos los espacios y los espacios nos construyen como personas. En otro lugar he hablado del espacio como factor educativo (Santos Guerra, 1977). Y es que el espacio es el útero en el que nos formamos. Hay espacios de carácter puramente físico (el espacio fetal, el espacio del lactante, el espacio doméstico, el espacio escolar, el espacio rural/urbano...) y espacios psicológicos (el espacio sensorial, el espacio afectivo, el espacio social, el espacio estético, el espacio vital...). Todos ellos tienen incidencia en nuestra configuración psicológica.
El ser humano es un ser estereoscópico. Está atravesado por tres ejes que le dan orientación y le cargan de significados.
a. Plano transversal: El eje que pasa por la cintura nos divide en parte superior y parte inferior. Y carga de connotaciones el espacio: Hablamos de pensamientos elevados, de bajas pasiones, de estar a la cabeza... Nuestra posición cefalocaudal en el espacio nos llena de significados.
b. Plano antero‑posterior: El eje que pasa por nuestra nariz nos divide en derecha e izquierda. Ser de derechas, tener pensamientos siniestros, sentarse a la derecha o la izquierda tienen referentes connotativos.
c. Plano sagital: El eje que nos divide por los hombros nos separa en parte delantera y parte trasera. Decimos, cargando de significado las expresiones: Dar la espalda o dar la cara, afrontar las dificultades, atacar por la espalda, ...
En estos tres planos físicos está situada la conducta humana, que es una conducta espacial y psicológicamente orientada. La persona vive inmersa en lugares físicos, psíquicos y sociales. Todos ellos tienen implicaciones educativas para la persona. Uno de esos espacios que inciden con fuerza sobre la configuración psicológica de los individuos es la ciudad.
"La ciudad no sólo nos enseña y nos educa, sino que también nos define desde el punto de vista del entorno construido; a fin de cuentas, somos individuos con identidades de lugar urbano. El hecho de vivir en las ciudades se convierte no simplemente en una cuestión de saber dónde estamos, sino de quiénes somos" (Proshansky y Gottieb, 1990).
Existe una cierta imprecisión en el concepto ciudad educadora si nos atenemos a la intencionalidad que caracteriza al proceso educativo, en el que un agente interviene explícita y voluntariamente en la tarea del desarrollo integral de la persona. Ahora bien, de forma indirecta, las personas y las cosas contribuyen a que se realice o se entorpezca ese desarrollo. En ese sentido, se puede hablar de agentes que contribuyen a la educación. Uno de esos agentes es la ciudad.
Aunque existen abundantes referencias a la idea de ciudad que educa en pedagogías muy antiguas (Trilla, 1989; Ortega, 1990), la expresión ciudad educadora se populariza ampliamente a principios de los años setenta a partir, sobre todo, del conocido informe auspiciado por la UNESCO y elaborado por E. Faure y otros autores (I ). Hay que precisar, no obstante, que el término ciudad educadora es utilizado en el informe como un pseudónimo de sociedad educadora.
• No sólo se educan los niños, ya que cualquier persona puede aprender, desarrollar su juicio crítico, cultivar los valores, comprometerse con la sociedad...
• No sólo se educa en la escuela, como institución formalmente constituida para ello y en la que trabajan especialistas de la enseñanza.
• No sólo educan las personas, ya que existe una intencionalidad indirecta que éstas utilizan a través de las narios que configuran, de los objetos que manejan...
• No sólo se educa a través del pensamiento, también es posible cultivar la dimensión estética, la dimensión ética, la dimensión emocional de la persona...
• No sólo se educa en situaciones formales sino que existe un modelado que se realiza en situaciones informales, de un modo difuso y penetrante.
"Muchos de los contenidos que denota y connota el concepto de ciudad resultan muy apropiados para referir, por ejemplo, la complejidad de la educación y su carácter permanente, el hecho de que la formación y el aprendizaje no se agotan con lo que sucede en la institución escolar, la posibilidad de utilizar con fines educativos otros recursos y medios del entorno" (Proshansky y Gottieb, 1990).
La ciudad contiene en su configuración, en su funcionamiento, en su cultura, en sus costumbres, en su historia, en su dinámica interna..., etc. un inagotable caudal de influencias sobre los ciudadanos. No se trata solamente de organizar actividades educativas (aisladas, anecdóticas, ocasionales) sino de constituir un medio ambiente ciudadano educativo. La ciudad educadora contiene e interrelaciona procesos educativos formales, no formales e informales.
Trilla (1989) habla de cuatro órdenes de medios, instituciones o situaciones con proyección formativa en la ciudad: Una estructura pedagógica estable formada por instituciones educativas formales y no formales, una malla de equipamientos, recursos, medios e instituciones ciudadanas también estables que generan intencionadamente educación aunque no sea ésta su función primaria y principal, un conjunto de acontecimientos educativos planeados pero efímeros u ocasionales y, finalmente, una masa difusa pero continua y permanente de espacios, encuentros y vivencias educativas no planeadas pedagógicamente.
Una ciudad populosa tiene componentes positivos (mayores servicios, mejores ofertas educativas y culturales, mayores comodidades, acceso fácil a los centros de salud...). Y tiene también elementos negativos (anonimato de los ciudadanos, mayor inseguridad, desigualdades más patentes, distancias inabarcables...). Cuando hablamos de ciudad educadora, nos referimos a la potenciación de los elementos positivos y ala evitación o disminución de los deseducativos.
"Es importante que los valores que quieren fomentarse y transmitirse se incorporen a la propia estructura municipal... De aquí que los valores abiertos derivados del principio de conciudadanía tengan que impregnar tanto los servicios públicos como la planificación urbanística, tanto la promoción de asociaciones como la atención de personas desvalidas, tanto el mantenimiento de centros de ocio y cultura como la protección de la salud ambiental. La ciudad educadoro sólo podrá ser educadora si es y va convirtiéndose en una ciudad educadora, es decir, cultivado en el espíritu de conciudadanía" (Terricabras,1990).
Si el libro de la calle, si las lecciones de la vida contradicen aquellas que provienen de la educación formal, poco se podrá conseguir en la construcción de un mundo más civilizado y más habitable. Si la jerarquía de valores que se defiende en el ámbito formal de la educación es negada por la práctica cotidiana de la ciudad, poco se avanzará en el cambio y en la transformación hacia un mundo más justo y más libre.
De ahí la necesidad de superar la contradicción de hacer y decir unas cosas en las escuelas y de vivir otras que las contradigan y las nieguen en la vida cotidiana de la ciudad (Santos Guerra, 1993). Esto sucede:
• Si la educación formal insiste en la necesidad de la solidaridad y en la ciudad se manifiestan desigualdades sangrantes.
• Si en la educación formal se pregona el respeto y en la calle se contemplan constantes hechos que lo quebrantan.
• Si en la educación formal se habla de igualdad y en la ciudad se encuentran muestras constantes de discriminación con los débiles.
• Si en la educación formal se insiste en la necesidad de la paz y en ciudad se manifiestan tensiones, agresiones, violencia y competitividad.
• Si en educación formal se combate el sexismo y se encuentran cientos de nombres de calles dedicadas a varones y sólo algunas a mujeres, si la mujer no tiene presencia en la vida ciudadana, si a la hora de mujer impunemente...
Pasear por la ciudad, recorrer sus calles, utilizar sus servicios, observar atentamente lo que sucede, relacionarse con sus habitantes, es un modo de aprender a vivir.
Dentro de la ciudad están los barrios, las comunidades, las urbanizaciones... La identidad ciudadana que se fija a través de la cultura urbana de la ciudad se desarrolla en pequeñas subculturas integradoras.
"De las ciudadades lo que más me gusta son las calles, los plazas, la gente que pasa delante de mí y que seguramente ya no veré más, la aventura breve y maravillosa, como fuegos de artificio, los restaurantes, los cafés y las librerías. En una palabra: todo lo que significa dispersión, juego de intuición, fantasía y realidad". (Pla, 1927).
La ciudad educadora (algunos autores prefieren utilizar la expresión ciudad educativa) encierra potencialidades diversas (Trilla, 1989):
• Afirma a la ciudad como un espacio y un agente de educación.
• Sugiere la necesidad de intervenciones que optimicen la dimensión educativa que de por sí tiene la ciudad.
• Tiene una función sensibilizadora en tanto que directamente quiere colaborar en la concienciación de los ciudadanos respecto a la dimensión educativa de su ciudad y a la responsabilidad compartida que en relación a ella les es imputada.
• Adquiere una connotación de compromiso y un contenido, en cierto modo, imperativo en boca de quienes poseen responsabilidades.
La pedagogía ambiental ha abierto cuatro vertientes relativamente distintas en la consideración de la ciudad:
a. El ambiente como fenómeno educador, la ciudad como agente configurador de la personalidad y del estilo de vida.
b. El ambiente como recurso didáctico, la ciudad como instrumento educativo.
c. El ambiente como objeto educativo, la ciudad como objeto de conocimiento.
d. El ambiente como campo de aplicación, la ciudad como destino del comportamiento educado.
Las multiculturalidad que se encierra en la ciudad ofrece una inmensa gama de posibilidades educativas. Las relaciones entre razas, los recursos multiculturales y el pluralismo democrático desarrollan la actitud tolerante y permiten que se ejercite la convivencia y la solidaridad. (Leicester 1990).
Decálogo de la ciudad educadora.
La ciudad está llena de símbolos. Recorrer la ciudad es acercarse a un libro interminable de códigos y de mensajes cifrados. Los anuncios, las carteleras, los espacios, las señalizaciones de tráfico, los cajeros automáticos, las máquinas expendedoras de billetes... Todo habla en la ciudad. Todo tiene más de un atributo expresivo. Para descifrar el contenido de la ciudad hace falta recorrerla con valentía, con entusiasmo, con inteligencia...: Las luces iluminan, pero también jerarquizan los lugares, los anuncios informan, pero también reclaman, los escaparates muestran, pero también fijan modas...
La ciudad está llena de mensajes, de reclamos, de guiños. Los múltiples lenguajes que se utilizan en la ciudad han de ser dominados para desenvolverse con soltura dentro de ella. Hace falta sumergirse en la ciudad para explorarla, comprenderla, sentirla y vivirla intensamente.
¿Cómo ha de ser la ciudad educadora para que su potencial de influencia sea positivo? Más adelante plantearé cómo han de actuar los habitantes en la ciudad (y cómo han de vivir la ciudad) para convertirla en un ambiente educativo.
1. La ciudad educadora es ecológica
Según Terradas (1990, 1993) la ciudad es un sistema heterótrofo, dependiente, explotador, bajo stress e insolidario. Es también un sistema creativo, comunicativo y dinamizador. Esta ambivalencia hace que la ciudad pueda avanzar hacia la mejoría o hacia la degradación, potenciando unas características u otras.
Las llamadas, a veces apocalípticas, de algunos autores nos ayudan a replantear el diálogo naturaleza/tecnología. Un diálogo no siempre claro, no siempre inteligente. Es la llamada que hace Miguel Delibes (1994) en su hermoso discurso de entrada en la Real Academia y que oportunamente titula "Un mundo que agoniza": "Los hombres de la segunda era industrial no hemos acertado a establecer la relación Técnica‑Naturaleza en términos de concordia y a la atracción inicial de aquella concentrada en las grandes urbes, sucederá un movimiento de repliegue en el que el hombre buscará de nuevo su propia personalidad, cuando ya tal vez sea tarde porque la Naturaleza como tal habrá dejado de existir"
El problema de los residuos constituye una amenaza para el medio ambiente: "Gran parte de la energía disipada y de los residuos materiales que circulan por el sistema económico del mundo acaban regresando al ecosistema, donde plantean una grave amenaza para el medio ambiente y la salud pública" (Rifkin, 1990).
El cuidado de los árboles y plantas, la existencia de zonas verdes, la eliminación conveniente de residuos, la evitación de las fuentes de contaminacióna atmosférica hacen de la ciudad un lugar sano y confortable. Los intereses de unos pocos no pueden prevalecer sobre los intereses generales:
El río que atraviesa la ciudad podría ser una extraordinario recurso ecológico, deportivo y didáctico (Olvera, 1993). Las posibilidades de aprovechamiento para practicar deportes, para el estudio de su papel en la vida urbana, para servir de habitat de diversas especies, para la estética de la ciudad..., son ilimitadas.
Las ciudades sanas necesitan la participación de los ciudadanos (acción personal, compromiso social, exigencia cívica...) y unos mecanismos de gestión eficaces que, entre otras medidas, mantengan abiertos procesos de investigación sobre las prácticas sociales.
2. La ciudad educadora es silenciosa.
La banda sonora de las películas está compuesta de ruidos, música y diálogos. La ciudad también tiene en su cotidianeidad un sinfín de efectos sonoros, de músicas ambientales y de diálogos simultáneos. Alguna vez he invitado a mis alumnos a recorrer con los ojos vendados y la ayuda de un lazarillo diversas calles de la ciudad. Una de las finalidades de la experiencia era propiciar la percepción de los sonidos diversos que continuamente fluyen de la vida ciudadana.
La agudización de la percepción auditiva provocaba un cúmulo de sorpresas y de hallazgos, porque la ciudad está llena de un sinfín de ruidos. Sería interesante elaborar un diccionario de ruidos de la ciudad, un catálogo que tendría inagotables variantes
Cada uno podría reconocer su ciudad (los diversos espacios de la ciudad) a través de los ruidos que le son peculiares, si ha sido capaz de observar atentamente, de agudizar los sentidos, de asimilar los recuerdos, de avivar la sensibilidad... La noche da un peculiar relieve a unos sonidos, mitiga otros y hace que algunos desaparezcan.
El oído se va habituando a ese sordo (a veces estridente) caudal de ruido que produce la ciudad. Hay que educar el oído para percibir la gama diversa de los sonidos, para identificar sus fuentes, para disfrutar del silencio...
El respeto a los ciudadanos exige un volumen de voz bajo, ausencia de gritos, pitidos y estridencias, frecuentemente percibidas en una ciudad que no educa. Un baremo de la cultura de un pueblo es el bajo nivel de decibelios que alcanzan los ruidos y las conversaciones.
Es contagioso el volumen de la comunicación estridente, tanto en la calle como en los autobuses, en las cafeterías, en las salas de espera, en los cines, etc.
Las exigencias sociales (no permitir el uso de radiocasettes en los parques, como sucede en todos los de Londres, sancionar el ruido estridente de las motos, velar por el silencio nocturno...) han de combinarse con el cuidado de todos los habitantes de la ciudad que no han de confundir lo campechano con lo irrespetuoso, lo simpático con lo impertinente, la espontaneidad con el descuido.
2.3. La ciudad educadora es segura.
La seguridad ciudadana es un elemento esencial de la vida moderna. Hay un tipo de inseguridad que procede del progreso (de la circulación, por ejemplo) o de la configuración misma de la ciudad (de las distancias, de las máquinas). Hay otra inseguridad, más dañina psicológicamente, que es la que procede de comportamientos delictivos.
La seguridad de la ciudad no se alcanza con extrema vigilancia policial, con sistemas de detección de los delincuentes, con la delimitación de zonas de riesgo, sino con la educación de los ciudadanos que conlleva actitudes de respeto y de solidaridad, niveles de compromiso y de exigencia, asunción de responsabilidades de transformación...
Generar el pánico tratando de forma sensacionalista los problemas, agudizar la crispación ante los sucesos dramáticos (violaciones, asesinatos, robos, suicidios...), difundir rumores que potencian el miedo... son modos de provocar la inseguridad y de crear un clima de desconfianza. Una cosa es la prudencia y otra considerar a cualquier desconocido un criminal o un violador en potencia. No hay que ocultar la realidad, pero tampoco hay que hipertrofiar el riesgo.
Una buena parte de los hechos delictivos desaparecerían en una sociedad más justa, en la que la igualdad de oportunidades fuese un hecho y no una mera declaración de intenciones, en la que las personas tuviesen delante de sí caminos de fácil recorrido hacia la honradez. No es fácil ser bueno en un mundo donde todo está tan difícil y tan caro.
Hay que arriesgarse en la ciudad, hay que recorrerla y explorarla para hacerla propia, para poder amarla. No se conoce la ciudad desde recorridos siempre seguros, siempre iguales.
"La ciudad sólo es plenamente educadora si se puede vivir como una aventura, como una iniciación. La persona libre es aquella que siente que, a su manera, ha conquistado la ciudad. Entonces puede ejercer las libertades urbanas" (Borja, 1990).
4. La ciudad educadora es cómoda
La circulación de vehículos por las calles de la ciudad hace complicada la vida en la misma a muchos ciudadanos, conductores y transeúntes.
Cuando hablo de comodidad no me refiero solamente a los problemas del tráfico. Pienso también en las comodidades que ofrece la ciudad para los niños, por ejemplo. Creo que uno de los índices de valoración de la calidad de la vida ciudadana es la atención que presta a los niños, a los desvalidos y a los ancianos. No sólo para evitar los problemas de seguridad que estos grupos puedan encontrar sino a través de la discriminación positiva que ha de prestárseles: Los parques, los jardines, los espectáculos, los lugares de ocio, la especial atención a sus necesidades, son prestaciones que nacen de la sensibilidad y del sentido de la justicia (o, mejor dicho, de la equidad).
La ciudad educadora no es una selva en la que sobrevive y sale triunfante el más fuerte, el más duro, el más cruel, sino un habitat justo y racional en el que todos, incluidos los más débiles, tienen un perfecto acomodo y un tránsito seguro y apacible.
En otro lugar he dicho (Santos Guerra, 1982) que una de las formas de violencia contra el niño se manifiesta de forma clara en la calle:
• La urbanización del habitat. Las ciudades han sido fábricas, luego almacenes y ahora corren el peligro de ser cárceles. Existe el riesgo de que la ciudad se vaya construyendo sobre la especulación, el lucro, la torpeza urbanística, la arrogancia política y la falta de sensibilidad e imaginación y no sobre la sensibilidad, la ética, la solidaridad, la estética, la generosidad ...
·Los fenómenos migratorios y sus consiguientes inadaptaciones. Los problemas migratorios afectan especialmente a los niños. Los intereses de los adultos (profesionales, económicos, turísticos, políticos...) obligan a que los niños tengan que realizar constantes y difíciles adaptaciones.
La carencia de lugares apropiados para el ocio. La ciudad comercializa el ocio de los jóvenes. Instala locales y monta actividades que sustituyen su iniciativa, que consumen sus ahorros, que gregarizan su diversión... En algunos de estos lugares, se abren caminos a la circulación del alcohol, del tabaco y de las drogas.
La marginación de la naturaleza. La gran ciudad es un laboratorio alejado de la naturaleza. Las personas viven encarceladas, en cautiverio. El niño, que ha de estudiar en la escuela la fauna de Africa, no ha visto en vivo una vaca. A lo sumo la ha contemplado en la televisión.
La carencia de espacios específicos. Por ejemplo, de lugares para pasear a los bebés, en los que haya tranquilidad, ausencia de ruidos, facilidad de acceso con los carritos, posibilidad de jugar con los animales y de escuchar música ambiental.
Conciencia de invalidez. La gran selva de edificios, la circulación caótica, las grandes distancias, los precios elevados..., hacen que el niño sienta que en ese mundo inabarcable es una insignificancia.
5. La ciudad educadora es solidaria.
El consumo de los bienes que ofrece una ciudad está, a veces, tan mal repartido que bien se podría decir que unos pocos se benefician injustamente de casi todo. Valorar la calidad educativa de la ciudad a través de la capa social que se constituye en principal (y casi única) beneficiaria de los recursos de la ciudad, es un nuevo modo de injusticia.
Otro de los indicadores de la justicia de la ciudad es el trato que dispensa a los inválidos. ¿Pueden los ciegos cruzar solos los semáforos? ¿Pueden los inválidos acceder a las salas de espectáculos? ¿Pueden los niños pasearse por zonas protegidas?
El espíritu de justicia (entiendo la solidaridad como un concepto próximo a la justicia, no a la caridad) se manifiesta en el tratamiento a las minorías, a los grupos marginales. Porque no es educadora una ciudad que solamente se piensa para la mayoría de personas llamadas normales y honradas. Si no integra a las minorías marginales no es una ciudad educadora.
"La ciudad más positivamente educadora será aquella que multiplique las posibilidades de integración y de socialización y que reduzca al mínimo los procesos marginadores" (Borja, 1990).
Una forma patente de marginación en la ciudad es la de la mujer. No hay marginación legal, pero sí real.
6. La ciudad educadora es abierta
La más auténtica razón de ser de la ciudad es crear y recrear el diálogo público, dice Puig Roviera citando a Berman (1990). Porque la ciudad es intercambio, conflicto y, quizás, acuerdo cooperativo.
"Una ciudad que toma como bandera el pluralismo ha de cultivar la tolerancia como uno de los más grandes valores. Y la tolerancia que protege la libertad de todos es tan importante que también ella ha de ser protegida contra los intolerantesEs precisamente la ciudad un lugar privilegiado para realizar contactos plurales y multifacéticos entre las personas. Basta salir a la calle para encontrarse con muchas personas desconocidas. En los cines, en las cafeterías, en los paseos..., el ciudadano se encuentra con personas de las más variadas ideas y de las más diferentes indumentarias.
La convivencia con otras personas nos ayuda a compartir y a respetar. El comprobar que quienes visten de otra manera, piensan de forma diferente y actúan de forma distinta están cerca de nosotros y son personas respetables, nos ayuda a practicar la tolerancia. El roce diario es un magnífico medio de educación.
7. La ciudad educadora es ética.
El orden no es el equivalente de la justicia y de la ética. Garantizar la tranquilidad y el statu quo no es lo mismo que haber alcanzado la solidaridad.
La ética exige que se trate a las personas en la ciudad no tanto como a súbditos o como a clientes sino como a ciudadanos (Angulo Rasco, 1993). El súbdito obedece, el cliente consume, el ciudadano dialoga y participa. Dice este autor: "Ser ciudadano supone al menos el reconocimiento de la capacidad de autogobierno de los individuos informados inteligentemente; la importancia de la mayor participación ciudadana en los asuntos públicos y comunitarios; el énfasis en la igualdad y la solidaridad, es decir, igualdad de oportunidades para su autodesarrollo y autodeterminación; y el reconocimiento de que los seres humanos son esencialmente seres políticos y sociales que pueden compartir una vida común"
La ética no es tampoco la apariencia de moralidad. Hay comportamientos superficialmente honorables que esconden unas actitudes profundamente injustas. Una ciudad educadora no se rige por las apariencias, no se asienta sobre la hipocresía, no se queda embobada con el boato, no genera una doble moral para los ricos y los pobres, los hombres y las mujeres, los cultos y los legos...
Una concepción ética de la ciudad exige al ciudadano la eliminación de la picaresca (cómo eludir el pago de tributos, cómo engañar al ingenuo, cómo evitar una cola, cómo explotar al débil ....), del enchufismo, del favoritismo... Hay quien se cree más listo que los demás porque se salta todas las exigencias que la mayoría respeta: sobrepasa los plazos, avanza por el arcén en los atascos, entra directamente a la oficina evitando la cola...
La sensibilidad ética incluye en su consideración a los animales
8. La ciudad educadora es culta
Las formas en que la cultura se manifiesta son múltiples. Hoy se insiste mucho en la importancia de la multiculturalidad (Leicester, 1989; Haydon, G., 1987). No sólo entre los diversos pueblos sino entre las subculturas de una misma ciudad. Todas esas formas de cultura han de ser atendidas, cultivadas y respetadas.
La música de diversas tendencias y tipos, el teatro de concepciones diversas, la pintura de escuelas variadas, los espectáculos populares nuevos y recuperados... La cultura está siempre viva. Por eso, cuando hablo de cultura no sólo me refiero a los habitantes de la ciudad como consumidores sino como creadores.
Existen formas muy diversas de cuidar la cultura en el marco de la ciudad:
a. Escribir correctamente los carteles.
b. Facilitar el acceso a los espectáculos
c. Democratizar los procesos de creación
d. Proporcionar medios a los que desean formarse
e. Crear lugares ambulantes o fijos de lectura
f. Favorecer la creación artesanal
g. Estimular los intercambios, etc.
La imaginación creadora ha de ponerse al servicio de la democratización de los bienes culturales. No de forma anecdótica y pasajera sino de manera estable y estructural.
La cultura de los ciudadanos procede de la educación. Por eso es importante llegar a la conciencia crítica de los habitantes de modo que sepan discernir, tanto en la prensa, como en la radio y en la televisión qué artículos o programas tienen calidad y cuáles son pura bazofia servida al por mayor. Los ciudadanos con espíritu crítico: no se dejan manipular, saben distinguir una obra de arte y saben incluso expresarse y crear.
Los ciudadanos con sentido crítico no aceptan una cultura oficial, única, impuesta, manipulada y vendida a cambio de un halago servil y acrítico o de un voto vergonzante.
Los ciudadanos no se deben conformar con una cultura elitista que patrimonializan las autoridades políticas, la aristocracia social o los que tienen dinero abundante. La democratización de la cultura no supone su trivialización o su vulgarización sino que se ha conseguido que no sea el privilegio de unos pocos.
9. La ciudad educadora es lúdica.
La fiesta es una expresión de cultura. La fiesta permite encontrarse con los demás en una situación lúdica y abierta, sin otros intereses que el de la comunicación y el disfrute. La fiesta tiene alma democrática ya que une a todos los ciudadanos en un mismo curso de emociones.
"La fiesta urbana es, probablemente, creadora de recuerdos, de emociones y de percepciones que acompañan toda la vida". (Borja, I 990).
Favorecer la creatividad y la participación en la organización de las fiestas, no sólo en su disfrute y en su valoración hace que las personas se sientan protagonistas de su ocio.
La fiesta favorece la comunicación entre las personas en un ambiente distendido. Las relaciones sociales constituyen estímulos enriquecedores del desarrollo personal:
"Se acepta que los procesos psíquicos superiores de los individuos tienen su origen en el contexto social y que su desarrollo se relaciona con la internalización de lo que otros han adquirido y que llega a compartirse a través de las relaciones sociales" (Lacase, 1994).
Pienso que las fiestas han de despertar la creatividad y no constituir una fuente desmesurada de gastos
10. La ciudad educativa es estética
La obsesión por la funcionalidad y por la eficacia de las actividades (Gutiérrez Pérez, 1992) hace que los aspectos estéticos pasen inadvertidos o sean rechazados como inútiles o innecesarios.
La capacidad formativa que tiene la estética de la ciudad es grande. La belleza de sus edificios, la armonía de sus parques, la limpieza de sus calles, van calando en el interior de los ciudadanos.
"El espectáculo urbano es formador del gusto, la ciudad transmite estéticas, no solamente mediante los productos culturales y los signos (información, escaparate, publicidad, exposición...) sino también por el espectáculo que es, en sí mismo, su movimiento y diversidad" (Borja, 1990).
La estética no es solamente un ofrecimiento pasivo de contemplación. Encierra un compromiso de actividad y de creación. Debemos ser capaces de apreciar la estética, pero también debemos contribuir a mantenerla y a crearla.
"Una ciudad como escuela de vida significa, desde la arquitectura, que nuestros espacios deben observarse, usarse, criticarse y mantenerse con la misma finura que se han sabido diseñar, proyectar, construir y promocionar económicamente. De lo contrario, de poco serviría el esfuerzo. Los educadores tienen aquí un insustituible papel social" (Muntañola, 1990).
Es necesario aprender a observar. (Observar no es sólo mirar, es buscar). Es imprescindible educar los ojos para que descubran la belleza. Aprender a ver y a admirar una balconada, un capitel, una calle, una plaza, una farola, una puesta de sol... Es preciso también educar la capacidad de goce estético para disfrutar de la hermosura de la ciudad.
Los educadores (Adams, 1982) tienen un compromiso formativo que pondrá a los alumnos en condiciones de saber y de saborear (una cosa es el conocimiento y otra la sabiduría) la arquitectura de la ciudad.
La ciudad es una aventura para quienes tienen imaginación, inquietud y creatividad.
Los caminos hacia la ciudad educadora.
La ciudad educadora no se construye de una vez para siempre. Está en constante avance. Es a la vez realidad presente y utopía futura (Guhl, 1993; Hancock, 1993): "El concepto de ciudad sana supone un reto para las ciudades con dos cuestiones simples: qué es una ciudad sana y cómo podemos conseguirla. El intento de responder a la primera nos lleva al reino de las utopías; la respuesta a la segunda nos enfrenta de cara con la realidad" (Hancock, 1993)..
Vivir la ciudad desde su dimensión educativa, construir y desarrollar la ciudad educadora tiene ventajas, compromisos y exigencias. Las personas se forman en la ciudad y, a su vez, forman la ciudad. Lo que es preciso hacer respecto a la ciudad como fuente de formación y de información se basa en tres grandes pilares:
a. Aprender de la ciudad
Concebir la ciudad como un elemento de información o como un medio didáctico o instrumental. La ciudad ofrece múltiples contenidos de carácter cultural, histórico, artístico, estético, etc. (Carreras, 1983).
b. Aprender la ciudad
Aquí se concibe a la ciudad no como medio de aprendizaje sino como objeto del mismo. Importa conocer qué es la ciudad, qué significa, que contenidos encierra, qué mensajes transmite...
"La educación ambiental en la ciudad debe incluir no sólo el conocimiento intrínseco de la misma, de un barrio, sus calles, sus plazas o sus costumbres. Entre los materiales de trabajo hay que incluir los flujos de dependencia de la ciudad, sus derroches energéticos, la percepción que de la naturaleza tienen los ciudadanos, el conocimiento de la riqueza natural que la ciudad dilapida o la cantidad de basura que genera..." (Hernández, 1994).
El conocimiento de la ciudad no sólo se refiere a los hechos como si éstos fuesen observables desde una dimensión aséptica, científicamente desapasionada. Los hechos están entremezclados con los valores, de modo que es preciso descifrar el componente político e ideológico que los determina. Desenmascarar la lógica neutralista o fatilista que hace ver que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera, es una tarea de la educación ciudadana.
c. Aprender para la ciudad
El carácter finalista de los aprendizajes permite al ciudadano desenvolverse con soltura y buen hacer en la ciudad. Para ello necesita educación ciudadana, educación vial, educación del consumidor, educación para el ocio, educación para la imagen...
Para que mejore la ciudad es preciso que cambien tres aspectos de la vida de sus habitantes, tanto de los que gobiernan la ciudad como de los que viven en ella.
a. Cambio de actitudes. Mantener una actitud de solidaridad, de compromiso, de colaboración, de tolerancia, de apertura... Las actitudes contrarias impiden un desarrollo armonioso y una convivencia pacífica
b. Cambio de discurso. Para que cambie la actitud es necesario que se modifique la forma de comprender y de hablar de la ciudad, la forma de pensarse uno a sí mismo y de sentirse ciudadano dentro de ella. Entender la ciudad como un ámbito que genera no sólo derechos sino deberes, como una aventura común y no como un territorio de nadie ...Este discurso choca con la concepción imperante del cada uno a lo suyo, del sálvese quien pueda, del ande yo caliente y ríase la gente...
c. Cambio de práctica. Todo lo expuesto exige una modificación en los comportamientos, en las costumbres, en los modos de comportarse. Sin esperar a que todos los demás hagan bien las cosas para empezar a hacerlas bien uno mismo. La línea ascendente del discurso configurador pasa por el compromiso personal con la mejora, por la valentía cívica en el ejercicio de la crítica y por la coherencia de la práctica con los principios que se defienden.
b. La escuela. Los educadores pueden explorar la ciudad con sus alumnos. Recorrer las calles, visitar los museos, explicar la arquitectura, analizar la historia... Existen múltiples programas, en nuestro país, para la exploración de la ciudad (Ayuntamiento de Barcelona, 1989; Ayuntamiento de Gijón, 1983; Ayuntamiento de Madrid, 1987; Ayuntamiento de Palma, 1989).

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