PEDRO AGUIRRE
(1927-1997),
SACROS CANTOS DE BARRO Y PLATA
por Tarsicio Herrera Zapién
Te conozco, Señor,
Aunque viajas de incógnito,
Y a tu paso de aromas
Me quedo sordomudo, Paralítico y ciego,
Por gozar tu balsámica presencia.
Señor, mi temerario
Corazón, que buscaba
Arrogantes quimeras,
Se anonada y te grita
Que yo soy tu juguete agradecido...
Ramón López Velarde (En Humildemente).
Estas estrofas de López Velarde forman el epífrage de la antología general de su propia poesía que publicó don Pedro Aguirre Espinosa bajo el título de Cantos de amor y soledad. Don Pedro sabe hacer cantar sugestivamente a las cosas más triviales; supremo don del auténtico poeta. Y sabe decir los grandes mensajes con llaneza; secreto de los poetas mayores.
Y el maestro Aguirre tiene una voz inconfundible. Ha sabido seguir los pasos del más sabio aprendizaje que hace que quien nace ya como poeta en ciernes, se vaya agigantando hasta alcanzar la dimensión mayor de que es capaz.
Observo que, con plena sagacidad, Aguirre sabe asimilar creativamente giros y actitudes de poetas ya consagrados, pero los elige como trampolín para lanzarse a partir de ellos hacia el espacio abierto de la propia creación lírica.
Voy a hacer aquí una gustosa cosecha de espigas de auténtico oro poético a lo largo de este su libro de Cantos de amor y soledad. Se trata de su testamento lírico.
Un sentido recuerdo
Es de saberse que, a raíz de la desaparición del querido padre Guinea en junio de 1997, se deterioró aún más la ya precaria salud de don Pedro Aguirre, amigo y colaborador del citado Padre Guinea desde que comenzó a dirigir la Obra Nacional de la Buena Prensa, hace un tercio de siglo. Hacía apenas un año que editara don Pedro su libro de poesía, cuando falleció el padre Director de esta editorial, y poco después siguió sus pasos el poeta recién editado.
A fines de 1996, ese otro genio de la pluma que es el gran amigo Rafael Moya García, puso en mis manos el citado volumen lírico de don Pedro. Poco después de recibirlo y comenzar a saborearlo, tuve el gusto de organizarle una sesión de homenaje en la Acción Cultural Politécnica del padre Xavier Guzmán. El presente estudio lo escribí para esa ocasión.
Estamos ante un poeta que nació en San Felipe "Torres Mochas", Guanajuato, en 1927. Fue miembro de la orden jesuita desde los 15 años hasta los 43. Se ordenó de sacerdote en 1957.
Los graves problemas que afrotó su salud lo obligaron en 1970 a solicitar de Paulo VI la dispensa papal de sus votos. Su solicitud, como venida de un sabio humanista, llenó más de cien hojas redactadas en un pulcro latín.
Una vez obtenida la dispensa papal, seguió trabajando como asesor literario en Buena Prensa.
Allí lo conocimos, viviendo como un laico soltero que estaba rodeado del inmenso afecto de cuantos lo trataban.
Hoy que lloramos el haberlo visto alzar el vuelo siguiendo al padre Guinea, nos consolamos sabiendo que don Pedro nos dejó lo más elevado de su espìritu, en la antología que ahora estudiaremos.
El poeta ha seleccionado sos mejores poemas para este libro, sacrificando "sus Isaaquitos", sus poemas menos logrados. Procede luego a dividir su volumen en secciones austeramente cortadas como a hachazos.
Pronto comprendemos que esas secciones son el perfecto marco que nos exhibe los jugosos aguafuertes de este enérgico poeta que estamos descubriendo, y que merece el más elevado sitio al lado de los vates mayores de nuestra poesía sagrada del siglo XX.
Sobre amor y sobre personas
Comencemos por la primera sección, denominada AMOR. Todo gran libro de poesía contiene muchos acentos de amor, pero los de don Pedro son muy personales.
El timbre seguro del poeta me salta a la vista desde la estrofa:
Yo soy aquello que escribo
Y escribo aquello que soy.
Claro que soy moderado
Con cierta moderación.
Es de las coplas tituladas Destruye mis poesías (p.3). En versos de apariencia tan sencilla ya encontramos primero un retruécano y luego una pluridesinencia. Quien entiende de figuras literarias, las detecta al punto, pero aun quien no los detecta, disfruta de su efecto lírico.
Luego, un aire de López Velarde asoma por los Ojos ojerosos (p.5), que me recuerdan a La suave Patria, "ojerosa y pintada". Aquí, el maestro Aguirre canta en voz baja:
Mírame con tus ojos ojerosos
Mujer enamorada
No escondas en lo oscuro tus ojeras,
Que son mudas, pero hablan.
Y en la poesía Maquillaje (p.6), hay una sabrosa reelaboración de los viejos dichos acerca de la mujer engañosa y mudable:
Maquillaje engañoso de mujer,
Que es más preciosa, mientras más engaña:
Engañar es su ser.
Luego, compite con la desenfadada altanería de Renato Leduc el Amor apache de nuestro amigo Pedro:
El mar suele amar violento,
A golpes y cachetadas...
¡Qué amor, qué amor tan apache,
con qué caricias me mata!
Tiene, luego, inmensa frescura el Arrullo del pequeño a su mamá (p.16):
Me arrullas cuando te haces la dormida.
Me arrullan tus miradas siempre vivas...
Es certera también la poesía Niño no arrullado (p.17), con su dulce formulación del Nemo dat quod non habet ("Nadie da lo que no tiene")
Pobre de aquel niño
A quien no arrullaron.
¿Cómo va a abrazar,
sin no lo abrazaron?
¿Cómo arrullaré,
si no me arrullaron?
¿Cómo voy a amar,
si nunca me amaron?
Los momentos felices y delicados abundan en estos Cantos de amor y soledad, del maestro Aguirre, que en un principio iban a llamarse, más a la mexicana, Querencia de mis querencias. Es cierto que el título general alude a los Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío. Pero a veces encontramos en él, ecos de García Lorca, de un García Lorca que no fuera andaluz, sino guanajuatense. Ahí va en prenda este Romance de los suspiros (p.19)
La pila grande del patio
-media noche de suspiros-
es un reguero de estrellas,
cuando los novios se han ido...
Pila amarilla de cielos,
De gallos amanecidos,
Hamaca de enamorados,
Hamaca de los suspiros...
Para mi gusto, el más duradero poeta que se encierra en don Pedro es el de la poesía Te voy a amar a ciegas (p.20). Es el Pedro Aguirre de la fina elaboración poética de las vivencias cotidianas.
En la oscuridad, no sé si te quiero.
En la oscuridad, me basta con que me quieras.
En luz y oscuridad voy caminando:
Nunca, plena luz; nunca, total oscuridad.
Me basta con que me quieras en penumbra.
¡Que me falle la memoria, si lo quieres!
¡Que me falle el entendimiento, si es tu voluntad!
Pero -sé muy bien que no lo quieres-
¡que no me falle nunca el fuego de tu amor!
Te voy a amar a ciegas, como ciego.
Te voy a amar a tientas, como ciego en un pozo.
Te voy a amar a oscuras, como ciego de nacimiento.
Te voy a amar a empellones, como ciego en "el metro"
Te voy a amar a tontas y a locas, como ciego loco.
Te voy a amar, Señor, te voy a amar a ciegas...
No cabe duda. Aun los que preferimos los versos disciplinadamente medidos, comprendemos que en estos versos que aman a ciegas, el verso libre es una derivación natural del verso isosilábico. Pasemos a otras coplas memorables, como las de la poesía Mudo:
No sabía que era mudo,
Hasta que aprendí a cantar.
Lo mudo me lo quitaron
El amor y la amistad.
Avanzamos por el libro, y nos resulta realmente inolvidable el romance Huecos de mujer (p.31). El poeta que late aquí, sí que no se parece a nadie. Claro. Es la voz más inconfundible de Pedro Aguirre. Paradojas engastadas en imágenes. Heroísmos del sentimiento engastados en armonías:
No me puedo arrullar en soledad,
Sin ti, que eres mi rima.
No puedo divertirme sin juguetes
Y menos, sin mi niña...
Van luego, de la mano del inspirado Padre Manuel Ponce Zavala, esas coplillas trágicas a Vicente (p.45), en la sección PERSONAS
Se me va Vicente,
Se me va mi hermano.
Es un girasol
Deshojado.
Ausencia - Vicente,
Ausencia de hermano:
Casi medio siglo
De la mano
Los ojos y las cosas
Y ya vamos entrando en la constelación lírica de OJOS, que son una docena de aciertos poéticos de Pedro Aguirre.
¡Qué clásico retrato de la belleza morena es el de esos Ojos mestizos! (p.70):
Mestiza de ojazos tiernos
Escondidos en rebozo,
¡qué de penas negras brotan
en burbujas, de tu pozo!
Luego, hay más de un salto del sentido natural al metafórico en la poesía Eran ojos y eran niñas:
Aquellas niñas de ayer,
Con que mis ojos miraban,
Eran ojos y eran niñas,
Eran mi par de ojos de agua.
Y saltamos luego nosotros también. Vamor ahora a la sección de COSAS vistas líricamente. Nos asomamos primero a la Tinaja de Caná (p.85), que le dice a Jesús:
Vuelve, Señor Jesús, vuelve tus ojos,
Claveles rojos vino.
Encuéntrame una vez más en las bodas
Que marcan tu camino (...).
Aquí sigo, Señor, sólo esperando
Que te acerque tantito...
Luego, es un madrigal de llaneza cotidiana el Morral (p.87):
Con morral de peregrino
"ando de mosca" en tu cruz.
Acéptame como soy:
Pordiosero de tu luz...
Otra página en que Pedro es un poeta con una voz absolutamente personal, es su colorido Mecapal (p.90):
Te quiero con cariño exagerado,
Tu carga no me pesa.
Y te llevo cargando como el indio,
Que va cargando y vuela
Amor mecapalero, mecapal
Que clava en la cabeza
Sus cerdas crudas de ixtle yucateco
Y la carga aligera.
En la frente me oprime el pensamiento,
Mis ojos van por tierra.
Pero mi corazón va siempre libre,
la carga no lo aprieta.
Soy mecapal indiano que te carga:
Tu carga no me pesa.
Para este corazón mecapalero
Eres pluma ligera...
Personal y sólido, el maestro Aguirre sabe construir genuino lirismo a partir de algo deleznable. Así sucede en su poesía Morralla (p. 94):
Mis morralleros amores,
Fatigados pordioseros,
Van mendigando "la feria"
De los besos...
Ya encarrerado, nuestro vate proclama, en un sabroso canta a la providencia del Eterno; que él siempre sabe lo que nos conviene. Véase y saboréese su oda Hay cosas que vienen solas (p.95). Un canto así sólo puede nacer en la fantasía de un alto poeta:
Como las nubes y el viento,
Como la brisa y las olas,
Como la luna y el sol,
Hay cosas que vienen solas...
Solos vienen los dolores
Entreverando alegrías.
Hay cosas que solas vienen,
Como el pan de cada día...
Los amores vienen solos,
Combinando decepciones.
Solas vienen las sonrisas,
Pasadas las aflicciones.
Las cosas que vienen solas
No son cosas de la suerte:
No es pura suerte la vida,
Ni tampoco lo es la muerte...
Eso es lo que yo llamo una poesía reveladora de un misterio: el de cómo los hechos providenciales pueden parecer casuales.
(Y un enamorado de la latinidad como el suscrito, dedica sus versos a la bella sencillez de esa poesía;
QUAEDAM RES VENIUNT SOLAR
Tamquam nubes atque ventus,
Sicut nubes, sicut rores,
Tamquam luna et tamquam sol,
Quaedam res veniunt solae.
Soli veniunt dolores
Gaudia texentes nobis.
Quaedam res solae ipsae veniunt
Sicut panis die in omni.
Amores soli ipsi veniunt,
Miescentes deceptiones.
Soli ipsi veniunt risus
Si abeunt afflictiones.
Illae res quae solae veniunt
Non pervenerunt ut sors:
Non sola sors nostra est vita,
Sola sors nec nostra est mors).
Los animales y los lugares
Con su ancho corazón franciscano, don Pedro ha organizado en su libro una formidable procesión de odas a los ANIMALES, otra sección perdurable de su libro. Miles de venados (p.108), Alas de golondrina (p.109), Calandria (p.105), Burro viejo (p.106), Relincho (p.115), !Ah!, y esas Migajas y hormigas, (p.110), página en quie coinciden Pedro Aguirre el guanajuatense, y Alfonso Castro Pallares, el michoacano, vates sagrados y perdurables los dos.
Alfonso Castro canta así en su Letanía de las hormigas, de la citada antología Este barro glorioso:
!Pequeños paquidemos relucientes!
!Santas acémilas de carga!
!Ferrocarril de bienaventuranza!
!Sumisas bestezuelas proletarias!
!Caravana doliente!
Y Pedro Aguirre aborda el mismo tema con similar originalidad y absolutamente personal acento. Así avanza su poesía Migajas y hormigas (p. 110):
De migaja en migaja te desprendes,
Migaja poesía;
De grano en grano te desprendes lenta,
Fina mazorca mía.
Las migajas de pan que sacudimos
Fuera de los manteles,
Las van a recoger las hormiguitas
En forma de banquetes.
Quisiera ser hilera de hormiguitas,
Que en fila llevan pan
A sus ocultos agujeros negros
Y a sus crías les dan,
En vez de desperdicios y migajas,
Fantásticos banquetes,
Con toda la sazón tan caminera
De nuestras pequeñeces...
Y, si pasamos a la sección titulada LUGARES, la poesía Grano a grano (p.127) es un homenaje del maestro Aguirre "a San Felipe, Gto., mi tierra", tan enjundioso como el del "buen Ramón" a la Patrona de Zacatecas. Así le canta Pedro a su tierra:
Tus calles, siempre en la punta
Se van, se van a los ranchos.
Polvorientas van volviendo,
Como rancheros, del campo.
¡Qué perdida tu estación,
borrada en la nueva ruta!
¿Por dónde andarán los trenes,
que de ti ya no disfrutan? (...)
¡Cómo raspan las estrellas
el esmeril de la fragua!
Vienen cargando talegas
Con sus virutas de plata. (...)
¡Qué dolores de mi pueblo!
¡Qué vigor el de mi padre!
¡Que ternuras escondidas
en las penas de mi madre!
San Felipe, eres pequeño,
¡pero grandes tus estrellas!
¡Gota a gota, tus torrentes!
¡Grano a grano, tus cosechas!
Allí vuelve a desplegar nuestro vate su superlativa habilidad -una de sus cualidades mayores- para dar belleza de enfoques y de armonías a las pequeñas realidades.
Las profundidades y las oraciones de un poeta
Hasta en el contenido y en tono de su oda Soltero (p.153), el maestro Aguirre nos evoca los más sentidos autorretratos poemáticos de López Velarde. Dice nuestro amigo:
Con mañas de casado, soy soltero;
Sin ver viudo, lo soy.
Llevo enterradas ya tres golondrinas
-chino que planta arroz...
Y ya hemos entrado en la sección del libro titulada PROFUNDIDADES. Allí destaca también la página llamada Medio triste (p.158)
Estoy medio triste porque llueve...
¿Porque llueve?...
¿Medio triste?...
¿Por qué llueve?...
Llueve porque estoy triste...
Y de sus ORACIONES, cómo nos llega al alma la oda del maestro Aguirre Con música (p.202):
No me dejes vivir sin mis canciones,
No me dejes sim música en la muerte.
No dejes que en mi muerte grite un "solo",
Sin nadie que me orqueste.
Una página virgiliana
Uno de los momentos mayores de Pedro como poeta, es para mí el canto virgiliano que nos evoca aquel melancólico hexámetro:
Maioresque cadunt altis de montibus umbrae
(Y más largas caen de los altos montes las sombras)
Pedro titula su oda, Sombras largas (p.200). Merece ser transcrita completa:
A tu sombra, Señor, vivo alumbrado:
Tu sombra solo encuentro.
Los soles de mi vida ya decrecen Y de sombras me lleno.
Se me alargan las sombras con sus filos...
El sol, paracaídas,
Me lanza entre manojos de naranjas
Su luz de despedida.
Contigo, plenitud, que eres mi sol;
Contigo, que eres luz;
Contigo, resplandor, que me haces largo
Y flexible bambú..
¡Cómo me pesan esas sombras largas,
jinetes de mis hombros!
¡Cómo por dentro se me clavan densas
y me dejan sin ojos!
Estirada, tu sombra va cayendo
Y me envuelve los pies.
Mi sombra con la tuya va pegada
En forma de ciprés...
Pedro Aguirre, cantor de un Dios cotidiano
Si alguien hubiera dudado de las eternas verdades, podrá reconquistarlas leyendo el desfile de vivencias entrañables de la poesía de don Pedro Aguirre en sus Cantos de amor y soledad.
Si retrata las llanezas cotidianas, las baña de colores y armonía. Y si refleja la profundidad de la vida, la muerte y el más allá, las transfigura con la asombrosa antorcha de sus ideales.
El maestro Aguirre sabe convertir la literatura mística en el pan de cada día. Él ejerce como pocos -como López Velarde, como Nervo y como los demás vates que hemos estudiado en este libro- el sacerdocio de la poesía.
Don Pedro Aguirre: el lirismo que hace bello lo trivial, y hace familiar lo eterno. Aquí está, para probarlo, esa rúbrica sublime de su poesía No serías infinito (p.206):
Sin flores y sin azules...
Serías Dios y desierto.
Sin arco iris de lluvia,
Un Señor mojado y muerto (...)
Si sólo existieran hombres,
Serías fuerte y conciso.
Si sólo hubiera mujeres...
¡qué Dios tan bueno y bonito!
Pero sin niños, Señor...
¡No serías infinito!
(Demos aún mayor dimensión a esta joyita lírica, vertiéndola al latín:
Sine flore nec caeruleo
Deus esses, at desertus.
Sine iride pluviali,
Dominus madidus, mortuus.
Si tantum homines essent,
Fortis esses et concisus.
Si tantum essent mulieres,
Deus bonus, exquisitus.
At sine pueris, Domine,
Non esses certe infinitus!
(Ensayo de 1996-1998)
ESTA MUY BIEN PERO NESESITABA ALGO MAS CORTO
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