martes, 1 de febrero de 2011

Fray Manuel de San Gerónimo, historiador y Difinidor General de la Orden Reformada de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen en Salvatierra


Mapa de Salvatierra y su entorno geográfico

Los salvaterrenses de 1644 y los carmelitas

Por J. Jesús García y García

    Aparte la fundación en sí de la ciudad de Salvatierra hubo en el año de 1644 otros asuntos dignos de recuerdo. El principal de ellos puede ser la erección del convento de los frailes carmelitas, iniciada entonces. Nos habla en relación con dicho suceso la obra que transcribo en seguida en su parte conducente. En ella el autor se vuelca en elogios a la Nueva España, a la provincia de Michoacán y a nuestra ciudad, entonces novísima. Tales elogios son muy estimulantes.

    Decidí hacer una transcripción de lectura fácil y para ello, cuidando de no traicionar el sentido, modifiqué la escritura de la época sustituyendo por eses normales las eses altas y modernizando otros detalles de ortografía y puntuación. Sirva este pequeño trabajo para conmemorar los 367 años de existencia legal de nuestra ciudad.

    «Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva observancia, hecha por Santa Teresa de Jesús, en la antiquísima Religión fundada por el Gran Profeta Elías. Tomo sexto, dedicado a nuestro extático Padre y Doctor Místico San Juan de la Cruz, primer descalzo y Padre de la Reforma. Por el reverendo padre fray Manuel de San Gerónimo, historiador y Difinidor General de la misma Orden, y al presente Provincial de Andalucía. En Madrid: por Gerónimo Estrada, impresor de Su Majestad.
Capítulo XXXVIII. Funda nuestra Religión en la Ciudad de Salvatierra en Nueva España, y utiliza mucho de aquella gente inculta.

    1. En muchas ocasiones, así en el tomo pasado, que ya corre impreso, como en éste, se ha ofrecido tratar de las Indias Occidentales, a quien, aunque con impropiedad, unos llaman América, otros Nueva España, otros Mexicano Imperio; y por no pararnos en el nombre, son tantas las alabanzas que los escritores deponen de aquel nuevo mundo, que don Juan Solórzano en su docto libro de Iustitia Indiarum, llena de copiosa erudición muchas planas, refiriendo esmeros de la naturaleza en aquel país sobre todos los del orbe. Garci-Laso Inca, el padre Acosta y nuevamente don Antonio Solís Rivadeneira, elogian aquel reino con primores tan altos que excitan el deseo y aun pudieran la envidia a las otras tres partes del mundo; que si disputaban entre sí la utilidad y la hermosura, ya sin duda deben ceder a quien se corona sobre todas con hermosa utilidad. Alguno dijo que si dura el Paraíso en el mundo, está en aquella región. 
    
    Otros lo reputan por el Tempe profano de Pancaya, trasplantado o repetido. Esta tierra, dicen, es la deliciosa Atlántida de Platón, los Elíseos Campos de Homero, y aquellas celebradas Espérides, nombres de algunas islas de este imperio que describe, según la inteligencia de Aldrete, con elegancia Horacio, llamándolas felices tierras, a quienes eligió Júpiter para sus amigos. Véase el poeta donde empieza:

Vos quibus est virtus, mulibrem / tallite luctum. / Hetrusca prater, & volate littora. / Nos manet Oceanus circumvagos: / arva beata. / Petamus, arva divites; & ínsulas: / Reddidit ubi cererem tellus inarata / quotannis. / Et imputata floret usque vinea.

Heme detenido en este breve mapa, aunque discurre más prolijo el poeta; porque verdaderamente es aquel país una primavera continua y goza una fertilidad increíble. Llamáronle algunos Isla de Gigantes, porque ciertamente se han procreado en el terreno, de que se hallan tantas pruebas que hacen evidencia. Finalmente, si no manchara a sus moradores la codicia, fueran en lo humano felices.

    2. Aunque estas y mayores alabanzas se dicen de aquel descubierto occidental clima, más entre todas las provincias y reinos que lo componen es el de Mechoacán el más fecundo, el más hermoso y deleitable. Casi en su centro, siete leguas de la villa de Solaya, yace el valle de Guacindeo, nombre tarasco que corresponde en nuestra lengua a “amenidad del río”, y así lo llamaron los primeros naturales, porque debe su hermosura y fecundidad a un río que llaman por antonomasia el Grande, y no es poca excelencia lograr este timbre en una provincia de quien escriben graves autores que la bañan ríos tan caudalosos y navegables que tienen noventa y cinco leguas de anchura y que exceden al Nilo, que hasta este momento se llama “el Rey de los Ríos”. Nace este río Grande en tierra de Toluca, corre a poniente y utilizando mucho algunas provincias, como son: Islaguaca, Temascalzingo, Pateo, Acámbaro y otras, se eguaza por siete bocas, como el Nilo, al mar de hermosura de este valle de Guazindeo, que tiene tres leguas de llanura de oriente a occidente, y salpicado a los lados de algunos cerros siempre coronados de copados árboles, le ciñen como corona y le defienden como murallas. El agua de este río es muy sana; las flores, frutos y ganados de este valle, los mejores del reino; y los genios de los naturales, aun cuando bárbaros, eran apacibles y hoy son virtuosamente discretos con la Doctrina.

    3. En el mejor sitio de tan vistoso lienzo se hallaron por el año de 1640 unas ruinas de antiguo pueblo donde aún vivían algunos indios, y llamaban a todo el sitio Pueblo de San Andrés, nombre que se cree haberle puesto los cristianos que conquistaron aquel reino; mas desde la Conquista había ido a menos el pueblo y sólo quedaba el nombre sobre los destrozos y ruina. Ofreciéronse los lugares circunvecinos, y aun algunos distantes, halagados de lo fértil y hermoso del terreno, a fabricar en aquel sitio una ciudad y, con ciertos indultos que alcanzaron del virrey, pusieron manos a la obra y en poco tiempo se halló hecha bastante población para recibir la forma y nombre de ciudad, dándole ayuntamiento, gobernador y lo necesario para que lo fuese. Todo lo cual, por real indulto, se lo concedió el virrey de México, que a la sazón lo era don García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra, por cuyo título se le dio a esta nueva ciudad el nombre de Salvatierra que hoy goza. Cuando los pobladores vieron su ciudad en toda forma, agradecidos a Dios y deseosos de que su Santísima Madre tomase el patrocinio de Salvatierra, para que creciese a su sombra mejor que Cartago a la de Dido, ni Babilonia a la de Semiramis, quisieron celebrar una suntuosa fiesta y convidaron para predicador al padre fray Agustín de la Madre de Dios, que a la sazón era lector de Moral en nuestro convento de Salaya y sujeto aventajado en toda erudición y en la prenda de púlpito el que tenía la voz primera en aquel reino.

    4. Así iba Dios disponiendo la ejecución de sus decretos, y aun había muchos años los tenía expresados en esta forma. Tenía la seráfica Religión de San Francisco en un pueblo de este valle, a quien aplican su nombre de Guacindeo, antiguamente un pequeño convento a la otra parte del río y de que no hay ya más que ruinas, porque lo trasladaron. En este convento, por pequeño, retirado y penitente vivió muchos años el venerable padre fray Juan Lozano, cuyas virtudes y maravillas fueron clarísimas luces contra las mayores tinieblas de aquel nuevo mundo, y nos las dio impresas el padre fray Alonso de la Rea en la historia que dio a luz de aquella santa Provincia. Entre otras profecías de este extático varón, se conservaba una en la memoria de los antiguos que le oyeron muchas veces decir, mirando desde su convento al montecito donde hoy está el nuestro:

Vendrá tiempo cuando en aquel lugar se obrarán grandes cosas. Allí habrá unos varones divinos, grandes siervos de Dios, y entre aquellos pedregales deposita Su Majestad un tesoro de soberanos bienes.

    Esta fue la luz que pronosticó este convento, cuyos habitadores deben tener a la vista para corresponder con sus obras y probar la verdad de esta profecía, pues se verificó en la traslación de este convento al sitio que hoy tiene.

    5. Llegado el padre lector a Salvatierra, predicó con tanto acierto que fue para todos de notable gusto, y aficionados por tan buen hijo a su madre la religión, empezaron a desear, para honra de su ciudad, un convento de la Religión que criaba tales hijos. Habláronle en esto los principales expresándole con su deseo su piedad y empeño, con que el lector se volvió a su convento con ánimo de solicitar por su parte esta empresa cuanto le fuera posible. Consultó el punto con su Prelado inmediato, que era el padre fray Francisco de Jesús, el cual le aconsejó escribiese al Provincial proponiéndole las razones de conveniencia, y el padre lector lo ejecutó con acierto. Dijo en su carta la amenidad del sitio, lo fértil del terreno, el vivo deseo de los ciudadanos, la muerta fe de los pueblos circunvecinos que por falta de doctrina vivían como brutos; y facilitando en todo la ejecución, inclinó al Provincial si no a la determinación, al deseo. En este tiempo el Prior de Salaya, acompañado de otro religioso de juicio, pasó a Guazindeo a averiguar por sí mismo las noticias del primer explorador.

    6. Cuando los naturales vieron a nuestros religiosos, juzgaron alegrísimos que ya venían a fundar el convento, y cada cual quería darles su propia casa, tanto era el amor y veneración a nuestro hábito. Entendidos del motivo, esperaron el dictamen, y fue tan conforme el de los dos al primero que, agradados de todo y suponiendo el gusto del Provincial, tomaron posesión, en nombre de la Religión, del sitio que ellos mismos eligieron para convento, que fue en un llano no lejos del río, aunque la experiencia obligó después a mudarse, como ya diré.

    7. Certificado de tantos testigos el Provincial, y habiendo licencia de la Orden en la Provincia para un convento, quiso continuar las diligencias hasta el tiempo del definitorio. Escribió al virrey, que, en nombre de Su Majestad, dio luego su licencia, firmada en 25 de mayo del año de 44, y aunque algunas cédulas reales habían ido a Nueva España para que no se multiplicasen conventos, mas como hablaban de las ciudades fundadas no se entendían de Salvatierra, que empezaba a existir. Asimismo sabía el virrey cómo algunos de sus antecesores habían escrito al rey que si en cada esquina de México y en cada lugar de aquel mundo hubiese un convento de carmelitas descalzos, no eran necesarias más misiones ni doctrinas para su reforma. Solicitóse la licencia del señor obispo de Valladolid, provincia de Mechoacán, a cuyo distrito pertenece Guazindeo, y lo era a la sazón don fray Marcos Ramírez del Prado, y la dio con singular gusto, encargando al padre definidor, fray Pedro de San Juan, que procurase la brevedad en la fundación y que se multiplicasen otras muchas en el reino.

    8. Restaba sólo el consentimiento del Definitorio de la Provincia, donde, propuesto el caso, padeció gravísimas objeciones el intento. Lo nuevo de la ciudad, corta población, ninguna congrua, falta de patrón, sin tener ni aún una casa donde recogerse y con la estrechez de los tiempos, decían era idear en el aire, aguardar milagros, contentarse de palabras y no caminar por la senda de la prudencia. Otros, más animosos, decían que quien busca la comodidad se busca a sí, y que nosotros no íbamos sino a buscar almas para Dios. Hacían memoria de nuestros principios, proponían el deseo y la necesidad de aquellos pueblos, y, animosos a padecer, se ofrecían a ser fundadores, y de hecho uno de los definidores fue el primer Vicario. En esta competencia se comprometieron en el dictamen del Provincial, que lo era el padre fray Mathías de Christo, encargándole que por sí mismo pasase a Guazindeo y, examinadas a vista todas las circunstancias, fundase si le pareciese conveniente, y si no, agradeciese a la ciudad el favor y rescindiese el contrato.

    9. Aunque el Provincial tenía por sí inclinado el dictamen a la fundación, mas como delegado del Definitorio se aplicó al nivel de la justicia, y, escogiendo algunos religiosos que le acompañasen, llegó a Salaya algo indignado con el lector, que había sido el primer origen de aquella que ya parecía inquietud. En aquel convento halló confirmación del dictamen en el padre Prior y su compañero, que, como he dicho, vinieron pagados de la ciudad y agradados del sitio de Guazindeo Acompañaban al Provincial el Definidor fray Pedro de San Juan, que desde luego aprobó la fundación y había obtenido la licencia del obispo. Llevaron, asimismo, al padre fray Juan de San Anastasio, perpetuo que era del Desierto de aquella Provincia, hombre de mucho juicio y que lo podía formar en la disputa de la conveniencia, y asimismo excelente predicador, y que en esto y en el confesonario aprovechó después no poco. Acompañólos el hermano fray Francisco de la Madre de Dios, lego de profesión y con buena habilidad de arquitecto. Y llevaron consigo un hermano donado, llamado Gaspar de Jesús. Todo lo cual dispuso el Provincial no porque fuese determinado a la ejecución del convento, si no es por tener más testigos de su dictamen, y porque, si acaso fuese de fundar, se pudiese ejecutar con prontitud porque a la resolución conveniente le da la presta ejecución la Corona.

    10. Sin saberse quién llevó a la ciudad de Salvatierra la noticia, salieron los clérigos, los regidores y la gente principal más de media legua de su poblado a caballo a recibir al Provincial y a sus compañeros, y cuando entraron en la ciudad los recibieron con músicas, clarines y chirimías y con tanto júbilo de los corazones como quien conocía lo grande del bien y lo quería agradecer. Como todo esto indicaba una suposición y certeza resuelta en los ciudadanos, el Provincial, que aún venía a examinar, entraba en cuidado. Fuéronse a hospedar en casa de Agustín de Carranza Salcedo, Alguacil Mayor de la ciudad y de los principales afectos que solicitaban la fundación, y aquella noche ofreció para ella al padre Provincial sus propias casas para convento, retirándose a vivir en una estancia o quintería cercana a la población. Empezó el Provincial su examen y en cada paso hallaba una conveniencia: hermoso el Cielo, que es lo primero que ha de mirar un religioso; la tierra abundante de frutos y estéril de doctrinas; los corazones bien dispuestos con el deseo y desahogados para la limosna; y aunque había poca población por ser nueva la ciudad, no le pareció embarazo, como quiera que un religioso no ha de buscar gente con quien vivir sino lugar donde vivir sin gente.

    11. Consultó a los compañeros el Provincial y, como hallase a todos de su color, determinó se fundase. El Alguacil Mayor se mudó al instante y de sus casas, que eran nuevas y de no mala capacidad, se dispuso un cuarto para iglesia y en otro se dispusieron los dormitorios y con bastante clausura, aunque con mucha pobreza, se vio en muy pocos días el convento en toda forma. Díjose la primera Misa [el] día de Santa Catalina mártir, a 25 de noviembre de este año de 44 y quedó por primer Vicario el padre Definidor fray Pedro de San Juan y por titular del convento Nuestro Padre San Angelo.

    12. Por estar este sitio en lugar bajo y cenagoso, junto al camino y expuesto a inconvenientes y enfermedades, determinaron mudarse a otro sitio mejor. Pidiéronlo a la ciudad y [al] virrey, que con grande generosidad lo concedieron, dejando al albedrío de los religiosos el tirar las líneas por donde quisiesen, con lo que se eligió no sólo buen sitio sino grande. Tratóse, desde luego, de fabricar iglesia, que en pocos días, con la mucha aplicación, se halló perfecta, y a cuatro de febrero de cuarenta y cinco se dedicó llevando el Santísimo Sacramento desde el convento de los padres de San Francisco, y en la distancia hubo lugar de formar una procesión solemnísima. Vino toda su comunidad, concurrió la ciudad, y en las músicas y las demás expresiones de gozo se conocía el que la devoción les daba. Cantó el padre Guardián la primera Misa y predicó con acierto un religioso nuestro. Como era la devoción la que medía los pasos de esta obra, buscaban más los religiosos el culto de Dios que su propia conveniencia. Y viendo la iglesia acabada, aunque no había otra vivienda en el nuevo sitio, trataron de mudarse a él. Formáronse unos cobertizos de muy poca conveniencia y allí pasaron hasta que se fabricó el primer cuarto. No tenían defensa para las aguas ni resguardo para el aire, y aunque era tiempo de invierno, libraban en el calor de su fervor la resistencia de todo. Como habían entrado sin asegurar renta ni más fin que la providencia de Dios, la experimentaron tan liberal que se solían quejar con filial amor de que no les fiaba Su Majestad el padecer. Nacía esto de la grandísima devoción de los ciudadanos que a porfía se daban por obligados a regalar y asistir a los religiosos, de que dicen las relaciones mucho. Con este fomento en breves días se labró un convento bastante y cada día ha ido en aumento y hoy creo es uno de los buenos de aquella santa Provincia.

    13. Los frutos espirituales que se han seguido de esta fundación acreditan haber sido divino el impulso desde su principio, pues no sólo los de la ciudad acuden al convento a frecuentar los sacramentos, pero también de toda su comarca, que es muy dilatada y que abraza muchas estancias y pueblos pequeños, donde vivía mucha gente inculta y se arriesgaban o perdían muchas almas. Mas, con el ejemplo de los religiosos, buenos consejos y doctrina, se halla hoy todo tan transformado que es de gran gloria de Dios. De todo el país acuden al convento de Salvatierra y les parece no llevan el cumplido consuelo si no han confesado y comulgado en nuestro convento. Conociendo esto los religiosos, y que por las crecientes del río Grande solía a tiempos faltar este concurso, se determinaron a fabricar una puente. Caso imposible pareció el asunto, mas como era tan santo el motivo, le dio Dios el efecto. Empezóla el padre fray Diego de Christo, primer Prior de este nuevo convento, a 23 de julio del año de 49 y en poco más de ochenta días se vio formada una puente tan excelente que tiene de largo doscientas y veinte varas, ocho y media de ancho, catorce ojos y dieciséis estribos. Admiró esta obra no sólo a la ciudad sino a todo el reino, porque era empresa digna de un príncipe; y la efectuaron unos pobres sin más riquezas que la confianza en Dios ni más motivos sino de que fuese servido y agradado.
14. Dirigía esta obra el hermano fray Francisco de la Madre de Dios que, como he dicho, vino a Salvatierra por arquitecto; y envidioso el demonio de ver aquella obra que había de ser tan útil, quiso vengarse en este hermano que era muy siervo de Dios. Al ir a cerrar la clave de un arco se vino abajo la cimbra y tras ella el hermano que rezando su Rosario estaba sobre todo. Mas Dios dispuso que, aunque dio en medio del agua y muchas piedras grandes cerca de él y de los oficiales, que también cayeron, ni uno ni otros recibieron la menor lesión; y sirviéndoles el susto para mayor agradecimiento, se aplicaron con más viveza a la obra y la concluyeron en el breve tiempo que queda insinuado, con que queda paso abierto y cada día es mayor el concurso y el provecho.

    15. El año de 46, siendo Vicario de este convento el padre fray Pedro de San Alberto, fabricó un cuarto excelente donde acomodó las oficinas muy a satisfacción y empezaron los religiosos a vivir con algún alivio. Mas como el demonio obra obstinado, al paso de nuestro consuelo crecía su cuidado y levantó contra esta ciudad y el convento tal tempestad que todo aquel reino de Mechoacán escribió al Consejo de Castilla alegando muchas nulidades e inconvenientes así para la erección en ciudad de aquella población como de la fundación del convento. Mas, como contra Dios no hay industria, resolvió el Consejo en favor de la ciudad; y del convento determinó que, como estuviese ya fabricado, no se destruyese sino le dejasen pasar adelante, con que quedaron corridos los émulos y más el demonio cuyo era el principal impulso.

    16. Con estas pruebas del gusto de Dios se empezaron a desengañar los religiosos que se oponían a esta fundación y Su Majestad más expresamente a favorecerla: y así, este mismo año de 47 se labró iglesia en toda forma, con cinco altares y dos relicarios a los lados del presbiterio y debajo bóveda para el entierro de los religiosos. Tiene la iglesia dos puertas, una al oriente y otra al norte, con portadas de piedra tan ricas que son o parecen de alabastro, y a no dar esta piedra tan fácilmente el terreno, no lo permitiera nuestro instituto. Finalmente, para concluir esta fundación y que se conozcan las providencias de Dios en ella y la piedad de los ciudadanos con los religiosos, referiré unas palabras del padre fray Agustín de la Madre de Dios, que como testigo de vista dice así:

No puede expresar la pluma lo que aquí ven los ojos, pues parece que la naturaleza les fue sirviendo a la mano y dando materiales para obrar aqueste ilustre convento, que así puede llamarse ya este día el que empezó tan pobre: la piedra al pie de la obra, partida y acomodada; la arena a un tiro de piedra en las márgenes del río; la lama para el ladrillo en ese mismo paraje; las maderas de sabino para puertas y ventanas; del río son pabellones los cedros, de que son todas las vigas (se traen de Talpujagua); la cal les da en abundancia con piedra de cantería a media legua de la fundación un apacible cerrillo, y hasta la que se llama tezontela, que sirve para las bóvedas, les descubrió el Señor muy cerca de la otra banda del río, con lo que creció la obra como espuma a poca costa. Pues qué diré de la piedad de los vecinos: en el principio uno enviaba para cada día el pan, otro los huevos, éste la leche, aquél el zeboncillo para sacar la manteca, cuál los adobes para el edificio, y hasta algunas mujercitas pobres, que no tenían ni podían otra cosa, enviaban cada día —¡sin faltar jamás!— el pucherito de atole para la colación de los religiosos. Y antes se quejaban los fundadores de que no les fiaba Dios el padecer.

    Hasta aquí el padre fray Agustín, de que se deben muchas gracias a Dios».

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