jueves, 10 de febrero de 2011

Salvatierra, "Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano" de fray Agustín de la Madre de Dios

HISTORIA SALVATERRENSE: AÑADIDURAS Y RECONSIDERACIONES

Otro halago carmelita a Salvatierra
Por J. Jesús García y García

Convento carmelita de San Ángelo Mártir en Salvatierra, Gto.

    La obra Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva observancia, hecha por Santa Teresa de Jesús, en la antiquísima Religión fundada por el Gran Profeta Elías…, a la que me referí en mi anterior colaboración, apareció en España como una crónica general de la Orden del Carmen, en siete volúmenes, el primero de ellos datado en el año de 1644. En el tomo VI (publicado en1710), capítulo XXXVIII, el autor, fray Manuel de San Gerónimo, se extendió —como ya vimos— en alabanzas a Salvatierra y nos cuenta que, en un festejo que los salvaterrenses organizaron para celebrar la fundación en toda forma de la novísima ciudad, el predicador lo fue fray Agustín de la Madre de Dios, quien «tenía la voz primera en aquel reino» y fue el mismo que llevó a Celaya la iniciativa de que se fundara aquí un convento carmelitano, con el resultado consabido.

    Los carmelitas, una vez que estrenaron su convento de Salvatierra, decidieron que, además de la crónica general arriba mencionada, se escribiera la crónica particular de la Orden en la Nueva España. El citado fray Agustín de la Madre de Dios quedó encargado de ello para relatar desde la llegada de los primeros frailes en 1585 hasta la parte entonces transcurrida del siglo XVII.

    El título que escogió fue el de Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano. Mina rica de exemplos y virtudes en la Historia de los Carmelitas Descalzos de la provincia de la Nueva España. Descubierta cuando escrita por fray Agustín de la Madre de Dios, religioso de la misma Orden.

    Pero la obra permaneció inédita por más de trescientos años, hasta que en 1984 y 1986 tuvo sendas ediciones, la primera de Probursa y el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana, y la segunda del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México; esta última en versión paleográfica de Eduardo Báez Macías, con introducción y notas del mismo. Dicho sea de paso, Salvatierra tiene significativa presencia en diferentes estudios históricos del doctor Báez Macías.

    La obra a que ahora me remito, redactada entre 1646 y 1653, tuvo muy retardada publicación porque, cuando ya iba quedando concluida, fue confiscada por las autoridades de la Orden a causa de la denuncia que el autor hizo, de palabra y por escrito, de la discriminación que su propia congregación religiosa ejercía en perjuicio de los criollos, a cuya ascensión a puestos de autoridad religiosa o civil se oponía injustamente (toda la administración novohispana debía recaer en españoles “originales”).
Fray Agustín fue condenado in perpetuum a no predicar ni a confesar a religiosos o seculares y tuvo que purgar casi cinco años de cárcel y sufrir otras penas, aunque no se fulminó excomunión en contra de él. Finalmente fue absuelto, regresó a España y allá murió.
    
El manuscrito del Tesoro escondido estuvo sepultado en un archivo y pasó a manos particulares después de que, por efectos de la reforma liberal del siglo XIX, algunas propiedades religiosas fueron incautadas por el gobierno.

    Fue vendido en 1934 por Porrúa Hnos. a la universidad de Tulane, Louisiana, donde está guardado con esmero en la Howard Tilton Memorial Library. Allí el doctor Báez Macías obtuvo una copia del documento y la autorización para publicarlo.

El Tesoro escondido contiene esta lisonja para Salvatierra:

«Capítulo [IX]. Fundación del convento de nuestro padre san Ángel en la nueva ciudad de Salvatierra.

    Yace en esta Nueva España un gran pedazo de tierra, dulce abrigo de los hombres y otra segunda vera de Plasencia, que es el fecundo valle de Guautzindeo en el reino y provincia de Michoacán.

    Es todo aqueste valle un nuevo paraíso, porque las calidades que le acreditan parece se traspasaron de aquel pensil amenísimo a este retirado valle y que el cielo y la tierra han apostado sobre su fertilidad.

    Extiéndase todo él por llanura de tres leguas de oriente hacia poniente y recostando su cabeza sobre un monte no muy alto que llaman de Tarimoro, viene a llegar con los pies hasta el valle de Santiago, teniendo a uno y otro lado verdes y apacibles cerros. Entre otros muy vistosos que le sirven de murallas es uno el de Culiacán, que se disimula atlante, pues parece que tiene en peso al cielo por ser columna suya.

    Por el lado que cae al mediodía se baja arrojando al llano por la ladera de un monte el que llaman río Grande, que naciendo en la tierra de Toluca corre de oriente a poniente muchas leguas enriqueciendo a todos, pues es el río de mayor provecho que hay en la Nueva España. Volteando su curso y haciendo mil caracoles se mete con lento paso por las grandes llanuras de Ixtlahuaca, Ixtapa, Temascalcingo, Pateo, Acámbaro y otras, hasta que da consigo en Guautzindeo dando saltos muy grandes por llegar. Son estos saltos arrojarse el río por altísimos peñascos convirtiendo sus aguas con el golpe en copos de blanca nieve con que ella golpeada se aligera y se hace saludable. Esto tanto que sólo con beberla sanan de dolencias grandes y yo hablo de experiencia en este punto, pues estando sin remedio con ella cobré salud.

    A la una y otra banda de este río cubre el ganado los campos y hay tan grandes vacadas y yeguadas que causan admiración. Crían sus aguas bagres excelentes y variedad de pescados que son regalos para la comarca y se suelen hallar aún en los trigos, pues al regarlos van en las acequias y quedan en los surcos. Estas acequias sólo en Guautzindeo son tan copiosas y tantas que se puede decir que riega el Nilo este hermosísimo valle, pues entra en él por otras siete bocas aqueste grande río. Por siete acequias que es cada una un río se riegan muchas haciendas y cual venas…».

    El relato quedó aquí interrumpido [Cfr. Fray Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, versión paleográfica, introducción y notas de Eduardo Báez Macías, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1986, p. 429].

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