En el viaje a Salvatierra de G, redactor en jefe del periódico El Observador de Querétaro, adormilado escucha la radio de una estación Celayense en el autobús y, sorprendiéndose, oye la grabación de la entrevísta periodística de L., cronista de Salvatierra, diciendo: "Salvatierra hizo sus propios libros de texto con sus humanistas como Escobedo, Guisa y Azevedo y Tirso Rafael y Córdoba". G. despierta completamente de su ensoñación viajera. ¡Y cómo no despertar con el nombre de Tirso Rafael y Córdoba!. Tantas horas de investigación para la Enciclopedia de México, y la consulta exhaustiva de los archivos buscando el periodo de cura de la parroquia de Nuestra Madre Santísima de la Luz en 1885 de don Tirso. Un michoacano culto con una vida de idealista. G. rememora la lectura del acta de fundación de la escuela de estudios superiores de la instrucción primaria del "Sagrado Corazón de Jesús", redactada por el académico de la lengua, para poner en marcha el proyecto educativo que elaboró para el Imperio de Maximiliano. Tirso conserva con afecto los documentos de los planes de estudio primarios del Imperio, al que sirvió con lealtad extremada, como buen partidario de la corriente conservadora en México. Las enormes polémicas defendiendo al Imperio y a la Iglesia le daban un aire de gran carácter.
Salvatierra siempre lo recibió bien, cuando funcionario de educación del Imperio conoció a las familias cultas de la ciudad, los Díaz Barriga, los Guisa, los Coss y los Escobedo. G., trata de acordarse de la lectura del libro de texto de Tirso para la enseñanza del Español: "Lecciones de historia de la literatura hispanoamericana", donde las lecciones comprendían la versificación y lectura de los clásicos castellanos y americanos. ¡Tantas horas de desvelo para llevar a los editores de la Enciclopedia de México los documentos! Con cierto argullo agridulce pensaba en la publicación de la monografía elaborada sobre Salvatierra con gran despliegue de ilustraciones al ser editada, pero un poco dolido por los textos de Tirso, ¡tan difíciles de hallar! y ya no están en sus manos.
Y sí, ocupó parte del espacio de la monografía de Salvatierra para referirse a Tirso, además de la reseña de la propia biografía del academico dedicada en ediciones posteriores, por el autor designado en la Academia Mexicana de la Lengua para dar los perfiles de los individuos de número, incluidos Federico Escobedo y Jesús Guisa.
Ya erá el invierno de Tirso Rafael Córdoba, un hombre con una gran visión de futuro. Creó la escuela sabiendo de lo generoso de las familias salvaterrenses con sus ideas, las cuales erán como un espejo en las creencias de las familias acomodadas económicamente en la ciudad. Pero también, los escribanos y caporales le rendían respeto y admiración desde sus épocas de funcionario del Imperio de Maximiliano. La escuela marchó con gran éxito de aprovechamiento escolar. Brillantes mentes infantiles despuntaron en el primer año de funcionamiento, las de Federico Escobedo, de Ramón Ruiz Argomedo y la del ya juvenil José Dolores Herrera, quien después hizó un retablo en la puerta de sabino de la parroquia de la Virgen de la Luz.
Con muchas recomendaciones de su parte, mando a los niños a continuar los estudios en las mejores escuelas poblanas, donde, después, adoptaron los textos de enseñanza de Tirso Rafael, y para sorpresa de los profesores poblanos de la enseñanza media, los alumnos de Salvatierra, discipulos de Tirso, con gran orgullo resolvían las tareas y ejercicios de manera rápida y sin errores.
Llega a Celaya G., y deja atrás las cavilaciones, y andando despacio compra el boleto a Salvatierra, piensa en felicitar a L. cronista muy inteligente, por su aseveración repetido por todas las radiodifusoras de la región del Bajío. Relee su propia ponencia sobre la biografía de Federico Escobedo a sus cincuenta años de fallecido, dirán después los sorjuanino, de inmortalidad.
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