martes, 11 de mayo de 2010

La poesía nace en Salvatierra de la paz y la meditación centenaria.

Salvatierra siempre me resultó ser una interrogante histórica. Desde la infancia tuve una pregunta, ¿por qué, en las narraciones orales, la personas de Salvatierra nunca contaban historias de guerra?
Mi abuelo paterno, don Pascual, me contaba, cuando lo visitaba en la Piedad Cabadas, Michoacán, sus acciones en la Revolución. Relataba su participación en la toma de Zacatecas y su pertenencia como coronel de caballeria del Ejercito Constitucionalista de Venustiano Carranza. Y me lo relataba porque le escribía sus memorias en una máquina Remington. Un episodio de su vida lo obsecionaba con particular ardor: la defensa de la Piedad ante el sitio de Inés Chávez García, describía las barricadas en las calles y de los comunicados que cruzaba retando a Chávez García a que se atreviera a entrar a la ciudad, expedición que rehuyó realizar el gavillero.
Y en Salvatierra, las personas mayores a quienes les pregunté sobre la revolución en esa época infantil, fue a un viejito, ya ciego por la diabetes, que vivía en la calle Morelos, entre el canal Gugurrón y el río Lerma, al que visite acompañando a un abuelito de un compañero de la escuela primaria que llegaba de la Ciudad de México, ambos me dijeron que eso había sido una "Bola", un asunto de latrocinios y facinerosos. Pero sobre todo que Salvatierra nunca había estado sitiada como la Piedad. Mi Abuelo cobraba otra dimensión ante el relato de los dos salvaterrenses que se pusieron a recordar su infancia con relatos entusiasta, alegres y abundantes de un inmenso gozo por su infancia y juventud jugando a orillas del río Lerma.
En Acámbaro, cuando asistí a la secundaría "Elías Macotela", mi tía Nata nos contaba, en las tardes, historias de su infancia. Recuerdo uno de sus relatos sobre los cristeros parapetado en los cerros de la sierra de los Agustinos. Mi Tía, con una cierta admiración nos contó que un día, cuando iba al mercado de mandado, vió venir de Tócuaro una caravana del ejercito a caballo, y en carretones llevaban a once soldados muertos. Los cadáveres tenían un orificio de bala en la frente, todos. Y nos platicó que había un cristero que era cazador de venados en la sierra, cuya puntería impedía a los soldados subir a los Agustinos.
De esa guerra, don Jesús Blanco, que era bolero en el portal del Carmen de Zaragoza, me contó que recordaba a los cristeros en Salvatierra porque un sí había entrado un contingente, todos a caballo, y que lo más que hicieron fue disparar algunos rifles al cielo cuando pasaron por el mercado Hidalgo gritando con mucha algarabía "Viva Cristo Rey", y se fueron.
De los once pueblos de Michoacán nos visitaba mi tía abuela Josefita, y en las tardes platicaba de la revolución, con risa nerviosa nos decía que cuando la gente veía, a lo lejos, la próxima llegada de las gavillas de la "Bola" al rancho de Ecuandureo, se trasmitían la información de barda en barda muy rápido y escondían a las muchachas, porque si veían a alguna se la llevaban y le hacían cosas muy feas.
En Salvatierra nadie contaba, en aquellos años de la década de los sesenta, que alguna vez hubiera ocurrido algo parecido en la ciudad.
La paz es la constante en los relatos orales de las generaciones pasadas, ni gavilleros famosos, ni rebeldes revolucionarios, ni cristeros alzados azolaron la ciudad, los violentos son una historia de ranchos y cerros lejanos, como en la zona de las Cruces, donde moraban criminales de la talla del famoso asesino Cornejo.
Los grandes hombres reverenciados en la ciudad no eran generales, ni gobernantes estadistas sino poetas, sacerdotes y latinistas, a quienes la historia oficial en la escuela no mencionaba, pero la gente de Salvatierra los alababa con intensa admiración, eran "grandes hombres", nos decían a los que entonces eramos niños.
¿Por qué en Salvatierra se sentía, y aún hoy se siente, la atmosfera cultural de la paz en la memoria colectiva"?
Tengo una respuesta: la ciudad es un diseño urbano del ideal humanista y místico de la espiritualidad del carmelo teresiano, es la forma material de una utopía cristiana abrigada en el virreinato, única en toda la América española, edificada de manera integral siguiendo las siete moradas iluminadas por santa Teresa de Jesús.
La ciudad esta constituída con las dos divisas principales de las ordenes mendicantes que invadieron al mundo: la Paz franciscana y la Meditación teresiana.
Salvatierra nació con la intencionalidad de ser un espacio citadino de bien, de igualdad, de libertad y de meditación, haciendo de lo espiritual una obra material interpretando lo que escribió la Santa de Ávila en el libro "Castillo Interior", así toma sentido la traza urbana de la ciudad, para darle salud social con los principio carmeltitanos de la comunidad espiritual sus habitanes.

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