lunes, 26 de julio de 2010

Las tareas diplomáticas del salvaterrense Zozaya durante el I Imperio Mexicano

El diplomático Zozaya percibió oportunamente
los verdaderos sentimientos de Estados Unidos respecto a México

Por J. Jesús García y García
      
    Doy por hecho que todos mis coterráneos medianamente ilustrados saben que el primer enviado extraordinario y ministro plenipotenciario que hubo por parte del México independiente ante el gobierno de los Estados Unidos fue el salvaterrense licenciado don José Manuel Antonio Zozaya Bermúdez, nombrado para ese alto cargo por el emperador don Agustín de Iturbide. Y, por añadidura, creo que todos saben que el mismo Zozaya, entre otras cosas, fue el fundador de la primera fábrica de papel que hubo en nuestro país.
El número de enterados se vuelve mucho menor cuando se abordan algunos detalles de la interesante biografía de este abogado.

    Para el desempeño de su misión, largas listas de instrucciones, unas de carácter general y otras reservadas, fueron entregadas a Zozaya. Entre las primeras destaco las siguientes: que debía gestionar el reconocimiento del Imperio Mexicano; que debía proponer tratados de amistad, comercio y alianza, y negociar otro de límites entre los territorios de las dos naciones; que en caso de una guerra entre México y España, procurase obtener de los Estados Unidos la ayuda financiera, militar y marítima para defender la independencia nacional; se le facultaba para negociar un préstamo de diez millones de pesos y se le autorizaba a empeñar, para el caso, las rentas públicas en general del Imperio Mexicano. En las instrucciones reservadas se le recomendaba averiguar cuál era la verdadera disposición de ánimo de los angloamericanos respecto a la forma imperial del régimen mexicano, la dinastía implantada y las fronteras de Luisiana y Texas; se le autorizaba a ratificar y proponer enmiendas al tratado de límites; debía lograr un convenio en el sentido de que los fugitivos de la justicia de una de las dos naciones fueran aprehendidos en la otra si allí se habían refugiado... en fin, “poca cosa”.

    El 12 de diciembre de 1822 el licenciado Zozaya fue recibido oficial y solemnemente por el Presidente Monroe y su secretario de Estado Adams, quienes le concedieron el tratamiento propio de un ministro plenipotenciario, con los privilegios y las inmunidades respectivos. Esto en sí constituyó el reconocimiento oficial de los Estados Unidos de América al Imperio Mexicano y a Agustín I.

    Pero como nuestro enviado extraordinario ejerció el cargo por un lapso muy breve y en medio de graves problemas económicos, directamente afectado además por la caída de Iturbide, apenas si alcanzó a producir algunos informes, todos muy certeros y muy de tomarse en cuenta. He aquí la parte conducente de uno de ellos:

        “La soberbia de estos republicanos no les permite vernos como iguales sino como inferiores; su envanecimiento se extiende en mi juicio a creer que su capital lo será de todas las Américas; aman entrañablemente a nuestro dinero, no a nosotros, ni son capaces de entrar en convenio de alianza o comercio sino por su propia conveniencia, desconociendo la recíproca. Con el tiempo han de ser nuestros enemigos jurados, y con tal previsión los debemos tratar desde hoy que se nos venden amigos, de cuyo modo debemos conducirnos oficial y privadamente [...] En las sesiones del Congreso General y en las sesiones de los Estados particulares, no se habla de otra cosa que de arreglo de Ejército y Milicias, y esto no tiene sin duda otro objeto que el de miras ambiciosas sobre la provincia de Texas [...]”.
Escrito lo anterior el 26 de diciembre de 1822, fue un anuncio, con un cuarto de siglo de anticipación, del gran despojo de que nos harían víctimas nuestros vecinos del norte.

    La aventura del ilustre salvaterrense es evaluada así por el analista sajón Mac Elhannon: “El embajador mexicano merecía el elogio de su Gobierno por su conducta en las circunstancias más comprometidas. Poseía la habilidad de avalorar los informes y supo emitir conclusiones que la Historia comprobó que eran correctas. Solo, desamparado, sin amigos, eludido por otros funcionarios diplomáticos, recibido con frialdad en los Estados Unidos, atacado por la prensa angloamericana y mortificado por la forma de su Gobierno, Zozaya anduvo por la ‘cuerda tensa de la diplomacia’ con paciencia, destreza y honor, que es un crédito para su nación y para los pueblos hispanoamericanos. Su misión estuvo predestinada al fracaso, porque los angloamericanos nunca podrían ser persuadidos a tolerar una monarquía en su frontera” (Vid. RUBIO MAÑÉ J. Ignacio, “Iturbide y sus relaciones con Estados Unidos de América (Concluye)”, en Boletín del Archivo General de la Nación, segunda serie, tomo VI, núm. 4, México, 1965, pp. 757 a 845).

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