lunes, 14 de enero de 2013

José Jesús García y García, escritor y político salvaterrense de la década de los setentas.

José Jesús García y García, secretario del ayuntamiento salvaterrense por cuatro periodos





Dos integrantes del Club Zorros

Extracto curricular
J. Jesús García y García
           
Nació el 25 de junio de 1930 en Salvatierra, Gto.
            Fue director de las publicaciones de temática salvaterrense El Zorro, Cauce, San Andrés y Arraigo. Desde 1995 es jefe de redacción del semanario El observador de la actualidad, que se edita en la ciudad de Querétaro.
            En cuatro ocasiones ha sido secretario del H. Ayuntamiento y Presidencia Municipal de Salvatierra.
De 1971 a 1974 fue secretario de la Escuela Preparatoria de Salvatierra y, en esta misma, maestro de Taller de Lectura y Redacción, Taller de Actividades Estéticas, Taller de Lectura de Clásicos, Historia de la Literatura Mexicana e Iberoamericana, e Historia de la Literatura Universal.
De 1973 a 1976 fue presidente de la Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana en Salvatierra y, en esta condición, organizador de actos culturales diversos, dirigidos a la comunidad en general.
Ha sido invitado en numerosas ocasiones a dictar conferencias en su tierra natal.
Es colaborador frecuente del blog “Arcadia Salvaterrense”.
En la capital del país fue uno de los fundadores del organismo denominado Círculo de salvaterrenses residentes en México.           
Es egresado del Instituto Cinematográfico, Teatral y de Radiotelevisión de la ANDA y durante varios años se desempeñó como actor en la ciudad de México.
En Querétaro, entre 1977 y 1984, fue instructor interno de materias administrativas en la empresa Transmisiones y Equipos Mecánicos, S.A. de C.V. (TREMEC).
Ha publicado los siguientes escritos:
·        Guía de archivos. México, UNAM (Instituto de Investigaciones Sociales), 1972.
·        “Salvatierra, Ciudad de”, en Enciclopedia de México, t. XI, México, 1977.

Declaración
Salvaterridad es un término —creo que de mi  uso exclusivo— que aplico desde hace mucho tiempoala designación de un compuesto sin mucha abundancia de elementos, pues sólo tiene dos básicos: el primero, haber nacido en Salvatierra; el segundo, reconocer tal origen en todo tiempo y lugar. Y ya en plan de mejorarlo, podemos añadir otros dos elementos: 1, amar a Salvatierra; 2, hacer algo importante por ella.
El primero de estos elementos lo adquirí gratuitamente, como ya dije, el 25 de junio de 1930, al nacer en esta cabecera municipal como el último hijo —ahora ya sobreviviente único—de una pareja de originarios de San Nicolás de los Agustinos que se avecindó aquí en los primeros años del siglo XX. Los demás elementos de la salvaterridad —si es que merezco atribuírmelos— los adquirí en el seno de mi familia donde siempre se reconoció nuestro origen, se profesó sincero e ilimitado amor al terruño y, en la medida de nuestros alcances, se intentó hacer algo por él.
En mi niñez y adolescencia me tocó presenciar los dos acontecimientos posiblemente más jubilosos que haya vivido Salvatierra en toda su historia: la coronación de la imagen de María en su advocación de Nuestra Señora de la Luz y la celebración del tercer centenario de la fundación de nuestra ciudad. Ello hizo crecer mi incipiente salvaterridad.
Vino luego un período aciago en la historia local —convencionalmente situado entre 1945 y 1965— en que alma, corazón y vida salvaterrenses sufrieron serio quebranto atribuible a la ejecución muy paulatina de mejoras y transformaciones urbanas. En ese contexto nació a principios de los cincuentas el aguerrido Club “Zorros” en cuyas filas milité con entusiasmo hasta 1957 en que emigré a la ciudad de México, donde acabé contrayendo matrimonio y donde nacieron mis tres hijos. Pero con los Zorros —y muy particularmente con la influencia de don Luis Castillo— mi salvaterridad alcanzó el culmen.
En la metrópoli, en la revista San Andrés de 30 de junio de 1960 (núm. 8) escribí lo siguiente:
Uno platica: “Soy de Salvatierra. Y el interlocutor repone: “Salvatierra… Creo que he oido hablar de ella… ¿Dónde queda?” Uno dice: “En el sur del estado de Guanajuato, a 40 kilómetros de Celaya” (No hay remedio, si no menciona uno a Celaya nadie acierta). Entonces el otro afirma: “¡Ah, ya! Sí, una vez pasé por ahí. ¿Es feo, verdad?”. Uno siente entonces ganas de hundirse: quisiera replicar, defender a su tierra, decir que no es fea, pero uno se siente desarmado y calla.
¿Salvatierra? ¿Fea? ¿No será más justo decir mal desarrollada?
Porque los elementos naturales que concurrieron a la integración de la ciudad y del municipio no pudieron ser más buenos, sólo que no balancean con otros no naturales que vienen frustrando el mejoramiento integral salvaterrense.
De suerte que los factores que tuvieron génesis humana han fallado. Y así contamos con un terruño pródigo en bellos parajes, propicio para la industria por su riqueza hidráulica, abundante en tierras cultivables, soleado, regado, pero paupérrimo en servicios públicos, en toda clase de obras materiales, en cultura, en probidad política y en espíritu social. Y ahí radica su fealdad.
¿Qué hacer para remontar ese estado de cosas? ¿Adoptar una actitud pasiva, resignada? ¿Reñir con las autoridades, enfrentarse a los organismos sociales, exacerbar la secular anarquía de algunos sectores, vivir sólo para sí, contribuir, en fin, al caos?
¿O contribuir, en cambio, a la creación de una conciencia popular, de un espíritu cívico, de una sabiduría de los derechos y las obligaciones ciudadanas, pugnar por el buen encaminamiento de los esfuerzos populares, confraternizar, propiciar la labor conjunta de administradores y administrados?
Ensayemos una política de unión para buscar el remedio a las más inmediatas necesidades de Salvatierra. Allí hacen falta más escuelas (particularmente en los Ejidos), algunos centros culturales, una biblioteca. Hace falta dar al pueblo espectáculos cada vez de mayor altura. Hacen falta calles decentes y limpias por donde transitar, jardines bellos donde solazarse, un mercado salubre a donde acudir. Y hace falta, especialmente, que acaben las pugnas de partidos, las pugnas personales, los egoísmos que impiden el progreso local.
¿O estaremos equivocados y no hace falta eso en Salvatierra? ¿Estarán ahí contentos con el actual estado de atraso, con las molestas penurias, con las dolorosas vergüenzas?
Será necesario insistir sobre la unión, que es la virtud más indicada para fincar el resurgimiento […].
Las circunstancias pueden haber cambiado radicalmente (no lo creo; si acaso, parcialmente), pero, con pocas salvedades o ninguna,  aquellas opiniones mías siguen influyendo en mi percepción, integran mi filosofía personal sobre mi patria chica, a la que amaré siempre.

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