José Jesús García y García, secretario del ayuntamiento salvaterrense por cuatro periodos |
Dos integrantes del Club Zorros |
Extracto curricular
J. Jesús García y García
Nació el 25 de junio de 1930 en
Salvatierra, Gto.
Fue
director de las publicaciones de temática salvaterrense El Zorro, Cauce, San Andrés y Arraigo. Desde 1995 es jefe de redacción del semanario El observador de la actualidad, que se
edita en la ciudad de Querétaro.
En
cuatro ocasiones ha sido secretario del H. Ayuntamiento y Presidencia Municipal
de Salvatierra.
De 1971 a 1974 fue secretario de
la Escuela Preparatoria de Salvatierra y, en esta misma, maestro de Taller de
Lectura y Redacción, Taller de Actividades Estéticas, Taller de Lectura de
Clásicos, Historia de la Literatura Mexicana e Iberoamericana, e Historia de la
Literatura Universal.
De 1973 a 1976 fue presidente de
la Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana en Salvatierra y, en esta
condición, organizador de actos culturales diversos, dirigidos a la comunidad
en general.
Ha sido invitado en numerosas
ocasiones a dictar conferencias en su tierra natal.
Es colaborador frecuente del blog “Arcadia Salvaterrense”.
En la capital del país fue uno de
los fundadores del organismo denominado Círculo
de salvaterrenses residentes en México.
Es egresado del Instituto
Cinematográfico, Teatral y de Radiotelevisión de la ANDA y durante varios años
se desempeñó como actor en la ciudad de México.
En Querétaro, entre 1977 y 1984,
fue instructor interno de materias administrativas en la empresa Transmisiones
y Equipos Mecánicos, S.A. de C.V. (TREMEC).
Ha publicado los siguientes
escritos:
·
Guía de archivos.
México, UNAM (Instituto de Investigaciones Sociales), 1972.
·
“Salvatierra, Ciudad de”, en Enciclopedia de México, t. XI, México,
1977.
Declaración
Salvaterridad
es un término —creo
que de mi uso exclusivo— que
aplico desde hace mucho tiempoala designación de un compuesto sin mucha
abundancia de elementos, pues sólo tiene dos básicos: el primero, haber nacido
en Salvatierra; el segundo, reconocer tal origen en todo tiempo y lugar. Y ya en plan de mejorarlo,
podemos añadir
otros dos elementos: 1, amar a Salvatierra; 2, hacer algo importante por ella.
El primero
de estos elementos lo adquirí gratuitamente, como ya dije, el 25 de junio de
1930, al nacer en esta cabecera municipal como el último hijo —ahora ya
sobreviviente único—de una pareja de originarios de San Nicolás de los
Agustinos que se avecindó aquí en los primeros años del siglo XX. Los demás
elementos de la salvaterridad —si es que merezco atribuírmelos— los adquirí en
el seno de mi familia donde siempre se reconoció nuestro origen, se profesó sincero
e ilimitado amor al terruño y, en la medida de nuestros alcances, se intentó
hacer algo por él.
En mi niñez
y adolescencia me tocó presenciar los dos acontecimientos posiblemente más
jubilosos que haya vivido Salvatierra en toda su historia: la coronación de la
imagen de María en su advocación de Nuestra Señora de la Luz y la celebración
del tercer centenario de la fundación de nuestra ciudad. Ello hizo crecer mi
incipiente salvaterridad.
Vino luego
un período aciago en la historia local —convencionalmente situado entre 1945 y
1965— en que alma, corazón y vida salvaterrenses sufrieron serio quebranto
atribuible a la ejecución muy paulatina de mejoras y transformaciones urbanas.
En ese contexto nació a principios de los cincuentas el aguerrido Club “Zorros”
en cuyas filas milité con entusiasmo hasta 1957 en que emigré a la ciudad de
México, donde acabé contrayendo matrimonio y donde nacieron mis tres hijos. Pero
con los Zorros —y muy particularmente con la influencia de don Luis Castillo—
mi salvaterridad alcanzó el culmen.
En la
metrópoli, en la revista San Andrés de
30 de junio de 1960 (núm. 8) escribí lo siguiente:
Uno platica: “Soy de Salvatierra. Y el interlocutor repone: “Salvatierra…
Creo que he oido hablar de ella… ¿Dónde queda?” Uno dice: “En el sur del estado
de Guanajuato, a 40 kilómetros de Celaya” (No hay remedio, si no menciona uno a
Celaya nadie acierta). Entonces el otro afirma: “¡Ah, ya! Sí, una vez pasé por
ahí. ¿Es feo, verdad?”. Uno siente entonces ganas de hundirse: quisiera
replicar, defender a su tierra, decir que no es fea, pero uno se siente
desarmado y calla.
¿Salvatierra? ¿Fea? ¿No será más justo decir mal desarrollada?
Porque los elementos naturales que concurrieron a la integración de la
ciudad y del municipio no pudieron ser más buenos, sólo que no balancean con
otros no naturales que vienen frustrando el mejoramiento integral
salvaterrense.
De suerte que los factores que tuvieron génesis humana han fallado. Y así
contamos con un terruño pródigo en bellos parajes, propicio para la industria
por su riqueza hidráulica, abundante en tierras cultivables, soleado, regado,
pero paupérrimo en servicios públicos, en toda clase de obras materiales, en
cultura, en probidad política y en espíritu social. Y ahí radica su fealdad.
¿Qué hacer para remontar ese estado de cosas? ¿Adoptar una actitud
pasiva, resignada? ¿Reñir con las autoridades, enfrentarse a los organismos
sociales, exacerbar la secular anarquía de algunos sectores, vivir sólo para
sí, contribuir, en fin, al caos?
¿O contribuir, en cambio, a la creación de una conciencia popular, de un
espíritu cívico, de una sabiduría de los derechos y las obligaciones
ciudadanas, pugnar por el buen encaminamiento de los esfuerzos populares,
confraternizar, propiciar la labor conjunta de administradores y administrados?
Ensayemos una política de unión para buscar el remedio a las más
inmediatas necesidades de Salvatierra. Allí hacen falta más escuelas
(particularmente en los Ejidos), algunos centros culturales, una biblioteca.
Hace falta dar al pueblo espectáculos cada vez de mayor altura. Hacen falta
calles decentes y limpias por donde transitar, jardines bellos donde solazarse,
un mercado salubre a donde acudir. Y hace falta, especialmente, que acaben las
pugnas de partidos, las pugnas personales, los egoísmos que impiden el progreso
local.
¿O estaremos equivocados y no hace falta eso en Salvatierra? ¿Estarán ahí
contentos con el actual estado de atraso, con las molestas penurias, con las
dolorosas vergüenzas?
Será necesario insistir sobre la
unión, que es la virtud más indicada para fincar el resurgimiento […].
Las
circunstancias pueden haber cambiado radicalmente (no lo creo; si acaso, parcialmente),
pero, con pocas salvedades o ninguna, aquellas opiniones mías siguen influyendo en
mi percepción, integran mi filosofía personal sobre mi patria chica, a la que
amaré siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario