Testimonios de Gilberto Herrera Guerrero y Eduardo Flores García sobre el mesón de la calle Colón en la década de los años sesenta
por Pascual Zárate Avila
Introducción
El presente texto es un relato de los testimonios de dos personas con vivencias del mesón de la calle Colón tenidas en su infancia. José Gilberto Herrera Guerrero y José Eduardo Flores García.
Testimonio de Gilberto Herrera Guerrero
El relato de Gil es muy interesante, el patio del mesón estaba un poco oscuro debido a las tejas de los corredores de los lados, casi solo tenía luz la fuente al centro.
Había argollas para amarrar a los animales, estaban en las paredes. Había paja seca para los animales en los pasillos de los dos corredores con tejado, los cuales eran de piso empedrado.
Las personas vivían en los cuartos, como una vecindad. En uno de los cuartos vivían un hijo y su papá, ellos eran tejedores de canasta de paja. Se sentaban a tejer durante toda la mañana. En otra esquina se sentaba una familia con los redondeles de olotes amarrados para desgranar mazorcas secas.
Los inquilinos temporales eran personas dedicadas al comercio ambulante como vendedores de garbanzo, globeros, arrieros con vigas de madera traídas de Michoacán, pajareros y juegos de ¿dónde quedó la bolita? sobre todo en las temporadas de fiestas patronales de la Feria de la Candelaria, el 15 de agosto en Urireo y el mes de julio de la Virgen del Carmen.
Mi informante, Gilberto Herrera, era un niño cuando visitaba a diario la vida del mesón. Había dos señoritas quienes administraban el mesón, una era llamada Millitus y , la otra, Toto. Hacia ellas lo mandaba su mamá cuando estaba ocupada, como cuando estaba en proceso de parto, que le decía a él y a sus hermanitos: -vayan con Millitus y le dicen que les dé un “Té-nme acá”, y llegaban con Millitus pidiéndole un “Té-nme acá”, ella los ponía hacer una actividad, pero la taza de té no le llegaba.
Recuerda nuestro informante Gil Herrera al dueño del mesón, el señor Tomás Murillo, una persona ya de la tercera edad, canoso, vestido siempre con ropa de charro con adornos de hilo piteado en el chaleco, la camisa y los pantalones, sombrero de ala ancha, grandes bigotes y, en ocasiones, cargaba su pistola con su funda a la cintura.
Don Tomás llegaba al mesón y los trabajadores le ensillaban un caballo, al cual montaba en el patio y salía a buen paso a la calle Colón, la cual tenía el arrollo de tierra roja de tezontle aplanado. Y luego de pasear por las calles de Salvatierra regresaba y dejaba al caballo en el mesón, colocando la silla de montar en un tripee con una madera horizontal, ahì colocaban las monturas, pues habìa un trabajador de talabartería haciendo sillas de montar para la tienda de don Tomás Murillo. Para nuestro amigo Gil, nos relata, era una delicia subirse a las sillas de montar para imaginar estar trotando a caballo por la ciudad de Salvatierra. Y llevaba a la práctica su deseo de montar, la oportunidad se la dieron los arrieros provenientes de Michoacán, quienes llegaban con vigas de pino a vender a la ciudad, llevaban burros cargando vigas, arrastraban con el piso de tierra en uno de los lados de la madera y, los niños como él, se subían a montar las vigas y el burro los llevaba al interior del mesón.
En la parte de atrás del mesón, guardaban los animales permanentes, a las mulas, burros, yeguas, incluidos chivos o borregos propiedad de los vendedores ambulantes, ellos los llevaban a vender al mercado Hidalgo y regresaban al mesón si no acaban de venderlos a todos, entonces los campesinos pasaban la noche para intentar venderlos al día siguiente.
A ellos les proporcionaban un petate y un lugar en el corredor del patio, el cobro por pasar la noche era barato.
Testimonio del profesor Eduardo Flores García
Nos contó el profesor Eduardo una descripción del inmueble del mesón en su solar trasero.
En la parte de atrás con puerta de madera a la calle Morelos, había zahúrdas de puercos en engorda, del lado derecho entrando por Morelos, y a la izquierda tenía las zahúrdas para destete de nuevos porcinos.
Dando con la pared entre el fin del patio y el comienzo de la granja de animales, había un establo para vacas, donde había bebedores para ganado y algunas vacas propiedad del padre Luis Ferreira Correa, las cuales eran atendidas por nuestro informante, el profesor Eduardo Flores García, quien era, entonces, un jovencito originario de Puerta del Monte.
Así nos dio la descripción el profesor Eduardo: "a un lado de la puerta de entrada de la calle Morelos había una bodega, hoy son un espacio para oficina, donde se guardaban las harinas para el alimento del ganado".
Así era el día a día de la vida en el mesón. Los clientes principales eran comerciantes ambulantes e inquilinos de vecindad quienes tomaban al mesón como casa y como zona de trabajo.
En la calle de Morelos en el tramo de término de la calle Colón y desviación hacia la calle de la acequia Gogorrón, los inmuebles eran utilizados para hacer jabones, molinos de maíz, tenedurías, establos de vacas y una fundidora de metales. Quienes trabajaban en esos establecimientos eran los inquilinos de los cuartos del mesón, para ellos el mesón era más bien una vecindad.
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