A continuación las copias facsímiles digitales de las cuatro cartas de Manuel Bonilla que se encuentran en Salvatierra, Gto.
"El 13 de abril de 1927 los cristeros del general Manuel Reyes cayeron en una emboscada en Puente de la Melera, Estado de México, y sufrieron gran descalabro. Huyó Manuel Bonilla con un compañero herido, a quien llevó en ancas de su caballo. El 15 de abril llegó a las 5 de la mañana a la hacienda de San Diego, después de mucho rodear y ocultarse. Haciéndose pasar por comprador de ganado, solicitó hablar con el dueño de la hacienda, un señor Trevilla, a quien abrió su corazón preguntándole:
--¿Es usted católico?
El señor Trevilla contestó afirmativamente, por lo que Manuel no tuvo inconveniente en confesarle que era cristero y venía huyendo, suplicándole proporcionara alguna ayuda al herido que traía, y los medios para que él se disfrazara. Le entregó el dinero que tenía como tesorero que era de su grupo; se afeitó totalmente la barba y el bigote, que durante la campaña le habían crecido, y escondió en el lugar que le indicó la bandera que llevaba y su pistola, y dejó su magnífica yegua en los corrales.
Mientras esto ocurría, por el teléfono de la misma hacienda se dio parte de la llegada al general callista Urbalejo, y momentos después llegó un carro con militares que se dirigieron directamente a Manuel, y lo encerraron en uno de los cuartos de la hacienda.
Mientras estuvo preso escribió cuatro cartas, una de ellas para su madre y otra para lucha, su novia. Además, envió por correo un lacónico recado a su casa diciendo:
--“Madre, ven luego, estoy preso en la hacienda de San Diego de Linares, junto a Toluca. Quiero tu bendición y despedirme. Juan”. Este era el nombre de guerra de Manuel.
No hubo formación de causa, ni el más mínimo simulacro de juicio: sólo una orden de muerte, y de la hacienda de San Diego lo llevaron a Toluca y de allí al rancho de la Marquesa, junto al Monte de las Cruces. Pidió unos momentos para encomendar su alma y poniéndose de rodillas oró. Al concluir escribió en un troza de papel sus últimas palabras: “Muero por Dios. Manuel Bonilla”. Erguido abrió los brazos en cruz y gritó: ¡Viva Cristo Rey! La escolta disparó sobre él. Murió en Viernes Santo, a las tres de la tarde, el 17 de abril de 1927".
(Fragmento del libro de Luís Rivero del Val “Entre las patas de los caballos” ed. porrúa, méxico, segunda edición, 2005, pp 122-123)
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