lunes, 17 de noviembre de 2008

México es una flor encantadora pero...¡Ay!

Para cuando nace el club, en ese entonces, el jardín es el centro de la vida intelectual de Salvatierra. En las calles de alrededor esta la escuela primaria, el mesón de la Luz, el templo parroquial, la presidencia municipal, la oficina de Correo y la de Hacienda, un sanatorio particular, el despacho de un notario, casas solariegas de las familias antiguas, la estación del tranvía de San José del Carmen, tiendas bien surtidas y una famosa cantina. Así que la oficina del Club Zorros es el círculo cultural que le faltaba al centro de la ciudad de Salvatierra. Ellos representan la expresión más libre del quehacer humano, hombres libres para pensar y crear proyectos de progreso para la centenaria ciudad que sabían suya, que cuidaban como su más preciada propiedad y que, con el tiempo, les dió la ocasión de realizarse integralmente como personas al imprimirle la dirección que ellos decidierón, sobre todo en lo cultural.
En la reunión con el filósofo J. les había quedado muy claro el método de estudio del club. Así que se plantearon las acciones de trabajo: conocer cómo habían sido las invenciones de la Virgen de la Luz y del Señor del Socorro, los dos símbolos sagrados más venerados de la ciudad. Investigar el pasado prehispánico y adquirir un museo. Construir un sistema de agua potable, crear la Cruz Roja, mejorar el edificio del hospital civil, fundar una biblioteca pública, inaugurar un centro de enseñanza secundaria y fomentar el aprecio y restauración de los edicios colonias. Explorar la naturaleza y sobre todo el cauce del Río Lerma. Indagar la fundación de los conventos carmelita, franciscano y agustino. Y dar a conocer los méritos de humanista, poeta, traductor, maestro, orador y promotor cultural de Federico Escobedo.
Aún no sabían que tiempo después asitirían al discurso de ingreso del filósofo J. a la Academía Mexicana de la Lengua. Y que desde un balcón escucharían José María Garibay contestar el discurso de ingreso viendo, alborozados, cómo Alfonso Reyes conversaba animadamente en el patio de la recepción con el filósofo J., además de emocionarse cuando José Vasconcelos le dió unas palmaditas en la espalda y un afectuoso saludo de felicitación. Habían hecho el viaje a la ciudad de México en un camión y cuando regresaron a toda la ciudad le platicaron del evento en Bellas Artes, la fama y la estimación por el filósofo J. se extendió sin reservas y fue una la del plumas más respetadas y constantes en las revistas que publicaban.
Así que cuando C., que despúes sería fotógrafo, daba la relación permenorizada del origen del Señor del Socorro que está relatado en el libro de Agustín Francisco Esquivel y Vargas, y seseando un poco al leer los demás integrantes sentían la historia de México en su versión oculta. Uno de los parrafos que G., quien después sería dramaturgo, comentó fue el relato de una ciudad cálida, de aire limpio, de tradiciones que adornan con las flores de la primavera y que hacen marchar por las calles en completa armonía, a toda las personas de diferente condición social, edad y estado religioso y civil. Una sociedad igualitaria en el trato social y en la convivencia. El ideal humanista de una ciudad rural, escribiría Rafael Landívar desde su exilio de Bolonia Italia en las décadas finales de 1700. Un ideal social que estaban formando los criollos ilustrados mediante la investigación y el estudio de su suelo patrio, como lo hizo en su trabajo pastoral y de cronista Agustín Francisco Esquivel y Vargas en las parroquias que atendió en el Obispado de Michoacán, y que le inspirara su noble y leal ciudad de San Andrés de Salvatierra, su tierra natal en las primeras décadas de 1700.
En el libro "El Fénix del Amor" estaba establecido el fundamento que L., quien después sería cronista, propuso continuar: una sociedad unida, en armonía con la naturaleza y sin distingos ni privilegios por la condición social, género o edad, tomando a las autoridades civiles y eclesíasticas con el mismo apreció; tal sería la misión del Club Zorros y, particularmente, la permanente actitud sociabilizadora en toda la vida de L.

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