lunes, 17 de enero de 2011

Sobre la vida desconocida del Cronista de Salvatierra

El sábado pasado visité al Cronista en su cubículo de la preparatoria oficial, un pequeño recinto repleto de los ejemplares de las monografías de los municipios de Guanajuato, sin adorno en las paredes blancas y con una mesa de mosaicos empotrada en la pared.
Lo interesante de la visita fueron dos de sus trabajos, uno sobre las descripciones de templos y haciendas de Salvatierra entregados por sus alumnos para acreditar la asignatura de Antropología, donde los alumnos emplearon las nuevas tecnologías de la información para hacer las presentaciones, cuyo contenido resulta interesante por los detalles que ellos registran; el otro es su antología de poesía de Salvatierra con autores de 1874 a la época contemporánea. Un buen trabajo de recopilación, el cual merece un verdadero estudio de crítica literaria, pues representa la expresión de la sensibilidad de la ciudad a lo largo del tiempo, un conjunto de poemas que van desde el soneto hasta el verso libre, desde la poesía edificante y sacra de principios del siglo pasado a la poesía erótica y rebelde actual.
Luego, muy amable el Cronista me invitó café en su casa de Batanes, donde conversamos sobre la fauna que habita en la rivera del río Lerma y sobre los comerciantes ambulantes legendarios de la ciudad. Los churreros, los tacos dorados de mole, el pan grande de huevo y los camotes silvestre cocidos. Una mirada a los grupos familiares que no han emigrado y preservan el paisaje urbano entre los cambios de pavimento y sitios comerciales nuevos. Ellos van a donde esta la actividad comercial y le dan ese aire salvaterrense que todos reconocemos cuando los vemos en los lugares de venta informal en los días de fiesta patronal en los cuatro puntos cardinales del municipio.
Los relatos sobre la fauna, sobre los mapaches, los tal coyotes, los gallos, los perros y sus nombres, fue como pasear por el imaginario que puebla las conversaciones de quienes habitan a orillas del río. El Cronista es un gran narrador oral, casi con la misma técnica que le conocí a un cuentista oral de Ocomicho en Michoacán, quién había sido alumno de una escuela de narradores orales de la comunidad de Patambán, Michoacán. El Cronista tiene un dejo de ese modo de narrar y más si lo hace a orillas del Lerma, en su casa, fumando y tomando café en un sábado de asueto.
El recuerdo de las narraciones del Cronista sobre los documentos viejos, las actas de cabildo de 1665, la correspondencia de los jefes políticos, los testamentos de los fundadores de la ciudad, que había sido el tema de conversación único en el cubículo del Comunicador social de la presidencia municipal los días anteriores, me parecieron como faltos del colorido y sabor con la que inundó la descripción de cómo es la vida en una casa de campo bajo la sobra de los árboles de sabinos, flores silvestres, paredes de pintura de arena, vestigios de los muebles de la hacienda de Sánchez, macetas de mosaico de talavera con abundantes plantas de ornato, por lo que me hizo pensar que estaba muy bien justificado el epígrafe de Rafael Landívar al comienzo de este blog, aquel que era sobre la vida rural y la consecuente escritura redactada acerca de ella, donde la propone como la máxima delectación de la existencia.
Así que lo menos que podemos considerar es que el Cronista es el hombre feliz que soñaron los fundadores de la ciudad para la muy noble y leal ciudad de San Andrés de Salvatierra, vive el humanismo rural a orillas del valle de Guatzindeo en lo que fueran terrenos del molino de San Isidro de la Hacienda de San Nicolás de los Agustinos, a orillas del antiguamente llamado río Grande y escribiendo como lo hicieron los poetas del jardín dentro del corazón de la traza urbana de la población.

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