jueves, 24 de enero de 2013

Secularización de la parroquia de la Virgen de la Luz en Salvatierra, Gto.


Secularización de la Parroquia de Salvatierra. 1767.
por Armando Escobar Olmedo

Cuando se firmó en 1753 por real decreto de Fernando VI la secularización de los curatos en España y sus colonias se creyó cumplir un viejo anhelo de los obispos y clero secular de que al fin se acabaría con los frecuentes y fuertes conflictos entre ellos y los curas, la mayoría religiosos y administradores de gran parte de las  parroquias. Gobernaba la Nueva España el virrey Juan Francisco de Güemes y Horacitas conde de Revillagigedo y el Obispado de Michoacán el navarro don Martín de Elizacoechea y de Dorre y Echeverría. El traspaso de la administración de las parroquias en poder de los religiosos al clero secular no sería de inmediato ya para evitar nuevos conflictos se prefirió esperar al deceso o remoción del cura religioso y  nombrar el nuevo cura del clero secular. Es muy sabido que en virtud del Real Patronato el rey tenía facultad de la Santa Sede para nombrar obispos y miembros del clero,  los cuales eran confirmados  por esta como una cortesía.
  Los conflictos entre ambos cleros era muy antiguo; en el caso de la diócesis michoacana ya don Vasco de Quiroga, su primer obispo, en los sesentas del siglo XVI tuvo que enfrentar engorrosos pleitos tanto con los franciscanos como con los agustinos debido a que los priores de estas órdenes desconocían su instrucciones y le hacían saber que únicamente obedecían las de su respectivo Superior.  Para ilustrar este asunto  mencionamos solo dos casos concretos, uno en Tlazazalca con los agustinos[1] y otro en Pátzcuaro con los franciscanos[2].
Prácticamente todos los obispos michoacanos, como de otras diócesis sufrieron semejantes desacatos y tensaron innecesariamente las relaciones entre ambos cleros. Pero gran parte de estas diferencias se debieron a la oscilante actuación de la Corona que en ocasiones fallaba a favor de uno u de otro y luego se desdecía. Sin embargo lo esencial de estos conflictos consistía en la superioridad que creía tener, y en realidad tenía el clero regular (los religiosos) sobre los obispos y clero secular.
Por lo que se refiere a Salvatierra, estas controversias y desobediencia hacia su diocesano (el obispo) se hizo muy notoria y llegó a escándalo bajo el gobierno de los obispos Juan José de  Escalona y Calatayud[3],  Martín de Elizacoechea[4] y especialmente en el gobierno de Pedro Anselmo Sánchez de Tagle[5].

 No es posible extendernos en esto asuntos, pero es menester mencionar un poco  el caso del obispo Escalona que para hacer efectiva una real cédula del 28 de diciembre de 1731 que obligaba a los vicarios coadjutores y lugartenientes de curas y sus asistentes a realizar ante el cura  un examen de suficiencia y conocimiento de la legua de los naturales. El encargado de ejecutarla correspondió, en nuestra ciudad, al cura  fray Antonio Núñez, el cual no la  cumplió a pesar de los varios requerimientos del obispo; ante esta situación Escalona nombró como coadjutores a unos franciscanos quienes antes de aceptar pidieron a su Superior permiso para ello, el cual les fue negado debido a que se dijo que el obispo no tenía facultades para ello. Iniciando así un proceso por parte de Escalona sobre las licencias que tenían estos religiosos franciscanos para poder predicar y confesar e incluso a revisar la legalidad de la fundación de sus conventos. En la misma ciudad ocurrió un caso semejante contra el mismo obispo, pero  esta vez con los carmelitas, el asunto se agravó cuando en defensa de los religiosos del Carmelo, fray José de Jesús María predicó en la catedral vallisoletana un largo sermón contra el obispo, el cual ante tal desacato mandó detener al insolente religioso, lo cual al fin no se pudo lograr.[6]
Cuando se realizaba la secularización de un curato, el acto no consistía en solo el traspaso de la administración del mismo de los regulares a los seculares,  sino implicaba  la toma de posesión de la iglesia parroquial, su sacristía y todos los paramentos sacerdotales, ornamentos y lo que pertenecía a la parroquia (sus libros, bienes, etc.) Ello significaba deslindar lo parroquial de lo conventual. El convento y sus bienes en un principio seguirían perteneciendo a la orden pero no los bienes parroquiales, que se hallaban confundidos a través del tiempo con los de la orden y para poder deslindarlos se debería hacer un detallado inventario de lo que el cura recibiría a nombre de su parroquia. Es ahí donde surgieron varios conflictos. Recordamos en esta la región el asunto espinoso ocasionado en la secularización de la parroquia de Yuririapúndaro, administrada desde mediados del siglo XVI por los agustinos y entre cuyos bienes se encontraba la famosa hacienda de San Nicolás cercana a Salvatierra,  y su célebre custodia de plata.[7]
El 28 de octubre de 1761 falleció en Salvatierra el franciscano fray Miguel Velázquez (o Belásquez) cura ministro de la doctrina de la ciudad, y en virtud de la real orden ya mencionada debería de nombrarse en su lugar un cura del clero secular. Su deceso le fue de inmediato informado al Provincial Cristóbal Grande que vivía en Querétaro y se propuso como cura provisional a fray Antonio Montaño quien estuvo al frente del curato. Se siguieron las gestiones necesarias de dar aviso al obispo y este al virrey y Real Audiencia para que se determinase lo conducente. El virrey que era el marqués de la Amarillas consultó con el fiscal una vez revisado el expediente del asunto, sobre si sería adecuado dejar a los religiosos en posesión de su convento y si estimaba que los religiosos podrían continuar administrado el curato o bien nombrar uno del clero secular. [8]  El 19 de diciembre el virrey hizo saber al obispo Sánchez de Tagle que podría dejar a los mismos el convento anexo a la parroquia y dejaba a su elección que continuaran administrando el curato o bien se procediera a la secularización e hizo saber la petición del cabildo de Salvatierra para nombrar como cura al licenciado José Xavier de Ribera que era su vicario y juez eclesiástico desde hacía más de treinta años.
El obispo sopesó las posibilidades y la amplia recomendación que hacía el cabildo de la ciudad para nombrar como cura al licenciado  Ribera a quien tomaría en cuenta debido a que ya había varios pretendientes opositores y deberían seguirse las instancias de estos casos. Para ese entonces ya se había iniciado la construcción de la parroquia frente a la Plaza Principal a un lado de la capilla de Nuestra Señora de la Luz, y se pensaba, dado el caso, dejar al convento e iglesia franciscana como de recolección.[9] La secularización se dilataba debido a que se deseaba tener terminada la iglesia parroquial debido a que la capilla de Nuestra Señora de la Luz era insuficiente para los oficios eclesiásticos y se continuaban ejerciendo los oficios en la iglesia de San Francisco cuyo edificio original estuvo como ya es sabido en el Valle de Huantzindeo y le había fundado en la segunda mitad el siglo XVI el conquistador Martín Hernández o Fernández y que  con el tiempo se pasó a la otra banda del río Grande al paraje conocido como La Isla que fue donado a los religiosos por Juan Izquierdo. Hubo en estos tiempos algunos problemas que se tuvieron que superar, pero en despacho del 21 de enero de 1767 el obispo Sánchez de Tagle hizo saber que designaba como cura interino al licenciado José Xavier de Ribera, juez eclesiástico de la ciudad y pedía se  comunicara a las autoridades y al pueblo con las acostumbradas solemnidades del caso y  que frente a un  notario y en el púlpito de la iglesia se  hiciera saber a  la feligresía que Ribera era ahora el cura interino y se le reconociera como párroco.
El cinco de marzo fue el acto solemne en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Luz, después de estar tocando las campanas por un cuarto de hora el notario público, Antonio Núñez,  subió al púlpito y en altas y claras voces y ante el cabildo en pleno, clero y habitantes de la ciudad y común de los naturales leyó el despacho por el cual se nombraba cura interino de Salvatierra al licenciado Ribera. El despacho fue leído también en otomí por el intérprete Salvador García y en tarasco por Tomás de Villanueva. Luego se pasó a la sacristía por el nuevo cura el cual se encontraba revestido de sobrepelliz[10] y capa y se le condujo al altar mayor donde hizo oración y recibió las llaves del sagrario el cual abrió, se hincó y adoró con incienso en tanto los cantores entonaban el Tantum Ergo, a continuación  tomó el Santísimo Sacramento y vuelto al pueblo se los dio a adorar mientras se cantaba el Deus qui nobis, entre repiques de campanas y de ahí acompañado del cabildo y demás personajes pasó a la iglesia de San Francisco, la antigua parroquia  que en tanto se terminaba  totalmente la nueva iglesia, seguiría siendo parroquia de ayuda. Ahí pasó al bautisterio y reconoció la pila bautismal y los santos óleos los que incensó y entonó un canto de oración al Espíritu Santo y posteriormente se revistió de capa negra y dijo un responso por los fieles difuntos; luego siguió hasta a las puertas de la iglesia las cuales abrió y cerró y regresó al presbiterio escuchando a los cantores el Te Deum Laudamus.  Acto seguido el comisario le dijo que quedaba amparado con el real auxilio y el señor Juez le aseguró lo mismo en su derecho de cura. Ribera pasó a continuación a la sacristía para el acostumbrado besamanos y a la recepción de los libros parroquiales y lo correspondiente a la administración parroquial.
Al día siguiente se hicieron las diligencias de entrega por inventario de lo correspondiente a la parroquia. Pero esto será tratado en otra ocasión por no alargar más este texto. 


[1]  Este caso se debió a la fundación de un convento agustino en ese lugar. Ellos decían tener permiso de su Superior y don Vasco decía no haber dado el suyo, que era necesario para dicha fundación. Se llegó al extremo de decir a los desconcertados habitantes del pueblo que los oficios y  sacramentos administrados por el cura nombrado por don Vasco no eran válidos y solo lo eran los de  ellos. Hay abundante material sobre estos casos.

[2] Este asunto en concreto se debió a que don Vasco nombró como cura del lugar a un miembro del clero secular sustituyendo al religioso franciscano que lo era. Si bien las relaciones entre Quiroga y los franciscanos y agustinos en un principio fueron excelentes, tiempo después en varios casos hubo agrias disputas al desconocerse  la autoridad  episcopal de don Vasco. Como en el asunto anterior hay también mucho material.
[3] Gobernó la diócesis entre 1729 y 1737.
[4] Obispo de Michoacán de 1745 a 1756.
[5] Obispo de Michoacán entre 1758 y 1772.
[6] Todos estos asuntos y otros más los tenemos microfilmados y consignados en nuestro “Catálogo de documentos michoacanos en archivos españoles” tomos 1 y 2. Solamente los  relativos a la secularización de curatos agustinos en Michoacán comprenden más de tres gruesos legajos.
[7] Por no ser factible tratar este asunto aquí, a los interesados en este tema le  invitamos a ver nuestro artículo “La Custodia de Plata del Convento Agustino de Yuririapúndaro” Publicado en la revista del Instituto de Investigaciones Históricas de la UMSNH, el  Tzintzun.
[8] Con las fuertes presiones del clero regular el rey había hecho algunos cambios a la cédula de 1753. Ahora  podrían seguir administrando un curato por solo una vez.
[9] Con reglas más estrictas.
[10] Vestidura sacerdotal blanca de diversos tamaños según la época y lugar.

No hay comentarios: