viernes, 19 de marzo de 2010

Los secretos heráldicos del escudo de Salvatierra por Miguel Alejo López

Escudo heráldico labrado por José Dolores Herrera en la puerta
con madera de árboles de sabinos del río Lerma


Los secretos heráldicos del escudo

Miguel Alejo López
Cronista de la Ciudad de San Andrés de Salvatierra

Es común expresar el significado del escudo de la ciudad en los siguientes términos: “El escudo de nuestra ciudad fue adoptado por los vecinos en el mes de enero de 1828 por acuerdo del H. Congreso del Estado, conforme a lo dispuesto por el Congreso de la Unión según Circular del 21 de marzo de 1825. Tiene en el centro un campo acuartelado en cruz coronado regiamente y cuyo significado es el origen real de su fundación como Noble y Leal Ciudad de Salvatierra. Cada uno de los cuarteles en que está dividido el óvalo representan; el superior derecho y el inferior izquierdo ostentan la cruz de San Andrés con las iniciales SA; el superior derecho representa al pueblo de San Andrés Chochones que es nuestro antecedente como ciudad; y el cuadrante inferior izquierdo la fundación por Cédula Real como la Muy Noble y Leal Ciudad de San Andrés de Salvatierra. El cuadrante superior derecho ostenta tres atados o haces de trigo que representan los tres molinos de trigo (de pan moler) que existieron en la ciudad: el molino del Mayorazgo o de la Marquesa, el molino de la Esperanza y el molino de la Ciudad; y el cuadrante inferior izquierdo ostenta al puente de Batanes, nuestro principal monumento y joya colonial, significa la unión del valle de Guatzindeo con la ciudad de Salvatierra.”

Pero si al escudo se le diera la lectura heráldica de un blasón, se expresaría de la siguiente forma: “Escudo cuartelado: 1.° en campo púrpura, una cruz de San Andrés en marrón; 2.° en campo de plata, tres haces de trigo en oro con terrón en sinople; 3.° en campo de oro, un puente de piedra en plata sobre ondas también en oro; 4.° en campo azur, una cruz de San Andrés en marrón.
Al timbre, corona pontificia. Lamberquín, bordura sencilla en oro.
Divisa en plata con la leyenda: MDCXLIL San Andrés de Salvatierra MCMXLIV.”

Por su forma ovalada, es de estilo italiano muy común dentro del género de los blasones eclesiásticos, y por la corona pontificia en el timbre, cualquiera pudiera inferir que fue otorgado por Bula Papal. En sus campos contiene los dos metales: oro o amarillo y plata o blanco; y los esmaltes: púrpura, marrón o café, sinople o verde, y el azur o azul. No ostenta los esmaltes: gules o rojo y el sable o negro. De acuerdo a lo anterior: el campo en púrpura representan dignidad y grandeza, que tuvieron los antiguos vecinos del pueblo de San Andrés Chochones al decidirse a fundar una nueva ciudad; el campo en plata representa la pureza, identidad, firmeza y elocuencia de los campos de Guatzindeo y lo que en ellos se produce; el campo en oro representa el poder y la constancia que fueron imprescindibles en los salvaterrenses, para construir el majestuoso puente de Batanes como símbolo de unión; y el campo en azur representa la nobleza, verdad, lealtad y hermosura como sentimientos y valores de la naciente ciudad de San Andrés de Salvatierra.

No se han encontrado documentos que acrediten que el escudo haya sido otorgado por la corona Española o por el gobierno virreinal, pero si existen testimonios sobre su existencia y uso desde la época colonial hasta nuestros días. La primera referencia de su existencia está fechada en el año de 1722 en un documento del archivo Parroquial donde ya aparece dibujado a mano sin la ornamentación exterior, el referido documento pertenece a lo que fue el archivo del Juez Eclesiástico y Comisario del Santo Oficio, don Joseph Xavier de Rivera y no al archivo del curato propiamente dicho, ya que en esa época todavía estaba en manos de los religiosos franciscanos. Ya aparece al píe del mismo, el significado de sus cuarteles que hoy conocemos. En un antiguo libro de concertaciones comerciales correspondientes a fechas que van de 1740 a 1750, en algunas de sus páginas aparece también el óvalo acuartelado dibujado también a mano. El escudo también fue esculpido en cantera y en alto relieve en la parte superior y al centro del arco del portón del santuario de Guadalupe en el atrio parroquial, que fue el primer templo propio que tuvo la Virgen de la Luz, dicha iglesia fue construida entre los años de 1733 y 1743 por don Joseph Xavier de Rivera, por desgracia, al restaurar la fachada fue borrado, dejando solamente una tenue imagen de los cuarteles. Por lo anterior, es posible inferir que el propio señor Rivera tuvo una relación directa en su diseño y promoción como símbolo de la identidad salvaterrense.

De igual manera, quién o quienes hayan conformado en un principio el escudo, cuando decidieron adoptar su forma oval y cuartelada, lo hicieron con un profundo conocimiento histórico de todos los elementos que concurrieron en la fundación y trazo de la ciudad, con una visión de trascendencia que ha
perdurado a través de los siglos. El escudo representa en sí, a la ciudad misma y los hechos históricos representados en cada uno de sus cuarteles. Hipotéticamente si a la ciudad se le divide territorialmente en cuatro partes o cuarteles tomando como referencias la calle Hidalgo y la calle de Madero, a cada parte le corresponde un cuartel del blasón. Lo anterior queda muy evidente en las Ordenanzas de 1827, cuando la ciudad fue dividida con los siguientes nombres: cuartel primero, de Santo Domingo, le corresponde el que está representado con la cruz de San Andrés referente al pueblo de Chochones; cuartel segundo, del santuario de la Luz, le corresponde el que contiene los tres haces de trigo que representan los tres molinos que la ciudad tuvo; cuartel tercero, del diezmo, le corresponde el que contiene al puente sobre el río; y el cuartel cuarto, de la calle de Zavala, le corresponderá el que contiene la otra cruz de San Andrés que representa a la ciudad. Es como si el escudo cubriera a la ciudad entera. La interpretación de la traza urbana en cuarteles se manifiesta en el año de 1795 con las Ordenanzas para los Alcaldes de Barrio emitidas por el gobierno virreinal, donde se establece la división en cuarteles de las ciudades y villas para una mejor administración. En este sentido, el Ayuntamiento de Salvatierra manifestó que los tenía trazados desde la fundación de la ciudad. En el año de 1802, don Joaquín de Heredia, arquitecto responsable de la Corte de México, Celaya, Querétaro y Salvatierra, verificó que los cuarteles en que estaba dividida la ciudad, correspondían como están representados en el escudo. Para 1808 el párroco José Ignacio Basurto le agregó la divisa o leyenda: “Ylustre Vecindario de la Muy Noble y Leal Ciudad de Salvatierra”. En 1865, en las Noticias Estadísticas de la Ciudad de Salvatierra publicadas por el alcalde constitucional don Ramón Vera Quintana, se acompaña el plano topográfico con el escudo de armas. Y en los memoriales del convento del Carmen se consigna que durante el porfiriato el superior fray Jacinto Coria, lo mandó pintar en uno de los estandartes usados para las procesiones religiosas.

La adopción legal del escudo se fundamentó en el Decreto número 458 del Congreso de la Unión en los siguientes términos: “Las Villas y Ciudades de los territorios y Distrito Federal que carezcan de escudo de armas ó que lo tengan con jeroglíficos alusivos á la conquista ó dominación española, propondrán al Congreso General para su aprobación el que más les acomode, con tal que blasone laudable origen. México, 21 de marzo de 1825. = = = A.D. Manuel Gómez Pedraza.”. A principios de 1826 el Congreso del Estado emitió una resolución para que los alcaldes de la entidad remitieran una noticia de los escudos que tenían sus pueblos, y si no los hubiera, propusieran uno que les pareciese mejor. En Salvatierra la iniciativa no prosperó debido a la crisis política local causada por el enfrentamiento entre los nuevos políticos surgidos de la masonería encabezados por el alcalde Manuel de la Llata, y las viejas élites aristócratas de los criollos salvaterrenses representados por el párroco don Manuel Bermúdez y el clero local. Fue hasta el mes de enero de 1828 cuando el Ayuntamiento y vecindario lo adoptaron oficialmente.
La actual representación del escudo tuvo sus orígenes en el año de 1943 en el marco de los preparativos para las celebraciones del III Centenario de la fundación de la ciudad. En la asamblea celebrada en el desaparecido teatro Ideal en el mes de junio de ese año, acudieron todos los sectores sociales involucrados en la organización de tan magno evento, participando la H. Junta Central, que era la convocante, el H. Ayuntamiento, los CC. Diputados federal y local, el Comité de la Colonia Salvaterrense en México, y representantes de coterráneos de Celaya, Acámbaro, Querétaro y San Luis Potosí, además de numeroso público entre los que se encontraban los más distinguidos salvaterrenses. El primer punto que se trató fue el del emblema o escudo que se usaría en toda la correspondencia oficial, diplomas, publicaciones, publicidad, y demás documentos relacionados con el evento. Se acordó nombrar una comisión que habría de investigar sobre el escudo conocido y rendir su informe para la siguiente sesión que fue fijada para el mes de agosto siguiente.

Al rendir su informe la comisión, se aclaró la confusión existente en la que se atribuía la autoría del escudo a una creación reciente, la cuál fue desechada por los testimonios de viejos salvaterrenses conocedores de la historia local, los más significativos fueron los de don Bruno Escandón, don J. Jesús Gutiérrez, don J. Dolores Herrera, don Manuel Caballero Villagómez, don Jesús Ramírez Sosa, don Ignacio Ortiz y don Remigio Villafuerte, todos afirmaron haberlo conocido desde su infancia a través de sus mayores. El acuerdo referente a este punto en la asamblea fue tomar al escudo como el emblema oficial para la celebración del III Centenario de la fundación de la ciudad y convocar a un concurso para escoger el proyecto más adecuado de la ornamentación exterior. El primer lugar en el certamen lo obtuvo el Sr. Juventino Rosas Juárez, sobrino del ilustre músico Juventino Rosas, pero por alguna razón se adoptó el diseñado por don Bruno Escandón que es el que hasta hoy subsiste. Don J. Dolores Herrera también presentó su proyecto extemporáneamente, por lo que fue desechado, años después, lo talló en alto relieve en el portón y el cancel del templo parroquial.

Por gestiones de don Luis Castillo Pérez, se aprobó el Reglamento del Escudo Oficial de Salvatierra durante la gestión como presidente municipal del licenciado Gerardo Sánchez García en la sesión de Cabildo celebrada el 18 de marzo de 1997 y publicado el 23 de diciembre de ese año en el Periódico Oficial del Estado. En dicho reglamento se perciben algunos cambios en los metales y esmaltes, ya que los campos primero y cuarto con la cruz de San Andrés se le asigna el esmalte de gules, al tercer campo con el puente se le mantiene el metal oro, y al segundo campo con los tres haces de trigo no se le asignan metal o esmalte alguno, solamente menciona un campo de trigo. De los lamberquines menciona que son dorados y no en metal oro, establece la divisa conocida en plata, pero no menciona nada del timbre del blasón.

El primer cuartel del escudo en campo púrpura con la cruz de San Andrés que representa al pueblo de Chochones y correspondiente al cuartel de Santo Domingo donde se encontró asentada esta antigua congregación, contiene la simbología del origen en la figura del apóstol San Andrés y la grandeza y dignidad de los primeros estancieros y labradores en el valle de Guatzindeo que se reunieron en Chochones en torno a la primera doctrina franciscana cuando los frailes decidieron cruzar el río. Las familias españolas ahí congregadas de Martín Hernández, Alonso de Arenas y Raya, Pedro de Sandi, Francisco de Raya, María de Arenas, Juan López de Sandi, Rafael Hernández y muchos más, ostentaron los linajes de más prosapia y grandeza ganadas por sus ancestros desde los tiempos de la España medieval portándolas con orgullo en sus escudos de armas familiares.

La genealogía de estas familias encuentra sus orígenes en el apellido Arenas desde el medioevo en Ojeval, barrio de Cojorcar en Ampuero, Cantabria. Una rama de estos linajes emigró a la Nueva España para asentarse en Guatzindeo, cuando Martín Hernández, el viejo, originario de Galicia casó con Francisca de Raya y Arenas, hija de Juan de Yllanes, primer estanciero del valle, quién caso con María Arenas. Martín Hernández y Francisca de Raya procrearon a Alonso de Arenas y Raya, a Martín Hernández de Arenas y Raya, el mozo, Bernabé Hernández, Joan Martín Hernández, Rafael Hernández, y a Melchora y Antonia Hernández. Alonso de Arenas y Raya casó con una mujer de apellido Bonilla y fue el padre de doña Ynés de Arenas y Bonilla quién casó a su vez con Pedro de Sandi Sandoval, otro de los troncos familiares importantes asentados en Guatzindeo. Doña Francisca de Raya, esposa de Martín Hernández, tuvo un hermano de nombre Mateo Raya quién fue el patriarca de las familias que llevaron este apellido e hijo legítimo de Juan de Yllanes, y padre del Pbro. Francisco de Raya. Otros descendientes de la familia Raya, entroncarían después con la familia Luyando que administraba las tierras de la familia López de Peralta con las que conformarían el mayorazgo de Tarimoro, y con quiénes, a su vez, también entroncarían muchos años después para obtener y ostentar el título del marquesado de Salvatierra.

El linaje de Arenas fue el que predominó entre los vecinos de Chochones, ostentaron legalmente el escudo de armas otorgado en España desde la edad media por los servicios prestados por sus ancestros en la recuperación de la Casa Santa de Jesús en Jerusalén en tiempos de las Cruzadas, y un personaje de este mismo linaje fue el protagonista de la toma de Baeza en el día de San Andrés, que fue lo que les permitió portar el blasón: en campo de plata, un árbol de sinople, y dos lobos, pasantes, al píe del tronco, bordura de plata, con once calderas de sable. Y al linaje Raya se le otorgó el blasón: en campo de plata, un león rampante en gules, superado de una “R” gótica en azur, y la licencia para la pesca de salmones en los ríos de su comarca.

No fue por tanto circunstancial el hecho de encomendar al patronato del apóstol San Andrés al pueblo de Chochones, ni el de erigir la capilla destinada para la primera parroquia en su día, ya que recordaban con esto, sus pasadas gestas familiares aunado, a la fertilidad de las tierras y la abundancia de aguas que les rodeaban; las grandes cosechas de trigo y la harina producida en los tres molinos ya existentes y la exuberante pesca en el río, encajaban a la perfección en el pasaje evangélico cuando Jesús obra el milagro de la multiplicación de los panes y los peces en el que San Andrés desempeña un papel primordial. Queda claro que el apóstol, desde el inicio de la colonización del valle de Guatzindeo representó la identidad del origen y su fiesta del 30 de noviembre de cada año se venía celebrando desde los tiempos del hospitalillo. La identidad de su origen fue siempre una preocupación de primer orden, por lo que en 1657, trece años después de la fundación de la ciudad, el Cabildo celebró con el convento de los franciscanos, a través de su síndico don Agustín Gómez, un convenio para festejar cada año la fiesta del Apóstol San Andrés, como patrón principal y a cambio les dio la Calera junto al arroyo de Tarimoro para que obtuvieran los materiales necesarios para su construcción.

La grandeza y prosapia de estos linajes, así como su pasado ancestral, fueron conocidos y respetados por todos aquellos que se involucraron en convertir a Chochones en una ciudad que ostentara un título como tal. El virrey don García Sarmiento y Sotomayor, Conde de Salvatierra, conocía el origen de los vecinos y en especial el de su coterráneo Martín Hernández de Arenas, el viejo, y el de su mujer, fue este el motivo por el que facilitó el proceso y no opuso ninguna traba para otorgar el título de fundación; don Gabriel López de Peralta, no obstante su riqueza representada en el mayorazgo de Tarimoro, percibió de inmediato su grandeza para otorgar las tierras destinadas para la ciudad, expresándose de ellos en su memorable carta al virrey como sigue: “Y el suplicante, deseoso, como leal vasallo de su Majestad, del aumento de su real poder, continuando los servicios de sus padres y abuelos, quiero servirle con dicho sitio y tierras y dicha agua para que en aquel puesto, en el paraje que llaman San Andrés Chochones, donde están congregados hasta cuarenta vecinos españoles con sus mujeres, hijos, casas y familias, se funde una ciudad”; y don Agustín de Carranza y Salcedo, gestor de la fundación, fue parte de estos troncos familiares, fue sobrino de Martín Hernández, el mozo, y casó en primeras nupcias con María de Arenas, mujer de su mismo linaje.

El segundo cuartel del escudo en campo de plata, con los tres haces de trigo en oro, y terrón en sinople, que representa a los tres molinos existentes, correspondiente al cuartel de la Luz, contiene los símbolos de la pureza y belleza de la fe mariana depositada en la sagrada imagen de Ntra. Sra. de la Luz, desde que comenzó a ser traída cada año en procesión solemne desde la hacienda de San Buenaventura al templo Parroquial Franciscano cuando era conocida con la advocación de Ntra. Sra. de la Otra Banda, y su posterior estancia definitiva en la ciudad a partir del año de 1733, para ser conocida por todos con la advocación de la Luz, su patronato y la construcción de su templo, no sin antes pasar por un largo peregrinaje desde Guatzindeo a Salvatierra, a través del cuál irradió sus luces sobre todos sus hijos, primero en la paupérrima choza de Guatzindeo donde permanecía olvidada, con el tiempo, en su pequeña capilla de la hacienda de San Buenaventura estando en un total abandono, y ya en la ciudad, primero en el templo del Carmen y luego en su propio templo. Y recientemente, ¿No serían sus luces las del incendio de aquel jueves 30 de mayo del año de 2002? ¿Cuándo sólo permitió que se quemaran algunas partes de la iglesia muy lejos de su nicho, y provocó que la restauraran totalmente?

Esta pureza y belleza mariana de la ciudad se manifestó desde su fundación en la planta arquitectónica de su centro histórico con sus imponentes edificios que van desde las soberbias casonas con sus patios de arquería hasta las místicas construcciones de la fe de sus conventos, los edificios públicos y el delineamiento de sus calles con sus bellos jardines ubicados en lugares estratégicos para el solaz esparcimiento de sus habitantes. Es común observar en los edificios tanto religiosos como particulares las manifestaciones de cruces labradas o talladas sobre cantera, que manifiestan la Fe Mariana de la población. En la parte superior de las casas del centro histórico, sobre todo en las que forman esquina, se encuentran las labradas en cantera de tipo papal trebolada que manifiestan el pensamiento tridentino sobre la virginidad de María, Madre de Dios, como fundamento del catolicismo. Las cruces talladas son del tipo de la Orden de Calatrava con sus brazos terminados en flor de lis manifiestan a su vez la pureza e inocencia de María. La flor de lis como símbolo heráldico, es la representación de la flor de lirio, que fue lo que motivo que la Nuestra Señora de la Luz se le llamara amorosamente “El Lirio de Guatzindeo”

La traza primitiva de la ciudad fue modificada al gusto y saber de los religiosos del Carmelo, quienes a su llegada en el año de la fundación, tomaron de referencia para su desarrollo a los tres molinos de pan comer existentes. Para tener una idea clara de esto, si se traza sobre un plano urbano de la ciudad, una línea recta en
tre ellos para formar un triángulo en el cuál cada uno ocupara un vértice, da como resultado un triángulo isósceles con dos de sus lados iguales y la base desigual y ligeramente orientada hacia el Noreste. La primera línea de uno de sus lados une al molino de la Ciudad ubicado casi en la esquina que forman las calles de Morelos y 16 de Septiembre con el molino de la Esperanza ubicado en terrenos de la fábrica La Reforma, y la segunda línea del otro de sus lados une al molino de la Esperanza con el molino de la Marquesa o del Mayorazgo, ubicado en las Ardillas a un costado de la Escuela Preparatoria, ambas líneas que representan los lados miden en la realidad mil metros cada una. Y la base que es la línea que une al molino de la Marquesa o del Mayorazgo con el molino de la Ciudad mide en la realidad novecientos metros. En el corazón del triángulo quedaron ubicadas las propiedades de los carmelitas y las principales casas de la ciudad. El convento del Carmen, tomando como referencia el campanario y la fachada principal del templo, tiene la misma orientación que la base del hipotético triángulo.

Fue una traza sorprendente y trascendente, que se vio claramente reflejada con lo que los carmelitas desarrollarían a futuro en la conformación urbana. Dentro de este espacio quedó comprendida la calle de Zavala, hoy Zaragoza, que muy pronto se convirtió en la avenida principal donde se desarrolló la actividad económica de la población al comunicar directamente al molino de la Marquesa con el convento de Carmen para recibir a los viajeros que visitaban la ciudad y se hospedaban en los mesones ubicados en el portal de Columna que éstos mismos religiosos construyeron en el primer tercio del siglo XVIII, e hizo del convento mismo el centro de la ciudad, restándole importancia a la Plaza Mayor, a las Casas Consistoriales ahí ubicadas, y a la parroquia misma ubicada en el convento Franciscano. Dentro del mismo espacio quedó conformado el actual aspecto del centro histórico a partir de un documento madre que se generó en el capítulo que los carmelitas de Salvatierra celebraron en su convento el 21 de febrero del año de 1705, en cuyos acuerdos se percibe claramente la tendencia anterior para la configuración urbana. De su texto se desprende la intención de los religiosos en formar las plazuelas en el centro de la ciudad “para una mejor policía y ornato del convento de Nuestra Señora del Carmen” mediante una serie de cambios compensatorios entre propiedades de vecinos y el propio convento. En su memorial introductorio se menciona que para formar las plazuelas se destinarían el solar ubicado frente al convento en lo que hoy es la explanada del Carmen propiedad de don Antonio Macín y otro solar ubicado en la calle Real en lo que hoy es la plazuela del 2 de abril, frente a la antigua capilla o ermita del convento propiedad de doña María de Carranza y Carreido, hija del fundador Agustín de Carranza. Ambos donaron sus propiedades al convento y a cambio el Cabildo los otorgó otros solares sobre la calle Real y de fondo hasta el río. A cambio los carmelitas cedieron las varas de terreno necesarias de la huerta del convento para alinear la calle Real hasta el molino de la Esperanza y hacer crecer la ciudad hacia el Sur. Con estas compensaciones se formaron la explanada del Carmen, el Jardín de Zaragoza, la plazuela 2 de Abril, y se abrió la primitiva calle del Biombo, hoy calle de Colón. A los dos vecinos donadores se les otorgaron sus nuevas propiedades al fondo de la plazuela.

Existieron también dentro del hipotético triángulo, construcciones hoy desaparecidas o enterradas: el acueducto del convento y los subterráneos, de los cuáles hay muy pocas, casi nulas referencias documentales. El acueducto fue una imponente obra hidráulica de arquería que partía desde el canal del molino de la Esperanza, hoy canal Reforma, hasta la parte posterior del convento para regar su extensa huerta y proveerlo de agua. Esta obra fue destruida paulatinamente al fraccionarse la huerta del convento en muchas propiedades con motivo de la nacionalización de los bienes del clero decretada por el presidente Juárez. Parte del acueducto funcionó todavía por algunos años, hasta principios del siglo XX, para proveer de agua a la primitiva fuente de los perros en lo que ahora es el mercado Hidalgo y al hidrante de la calle de Guillermo Prieto, ubicado en la cuadra comprendida entre las calles de Hidalgo y Guerrero, razón por la cual se le conoció como la calle del Arco. Quedan hoy todavía algunos vestigios en píe de esta impresionante construcción en algunas casas particulares. Una referencia documental de esta obra arquitectónica esta fechada el 27 de septiembre de 1770, cuando don Santiago Ginés de la Parada, primer bienhechor y fundador del convento de las Capuchinas, negoció en el paso del acueducto por las casas que se encuentran frente al actual edificio del sindicato Textil Revolución en la calle Hidalgo, y que eran propiedad de los carmelitas, hasta la fuente del arco de la calle Guillermo Prieto, para que el agua entrara a las cañerías del convento Capuchino.

Los subterráneos existen y es verdad que en ellos puede transitar libremente y con holgura un hombre a píe y tienen además, una longitud considerable. Se trata de una impresionante obra de ingeniería hidráulica que funcionó como drenaje profundo de aguas pluviales para evitar que la ciudad se inundara en la temporada de lluvias. Su construcción fue diseñada tomando en cuenta las bajadas naturales del agua de la lluvia que se formaban en las suaves vertientes de las lomas sobre las que se asentó la ciudad, para llevarlas hasta los canales Ardillas y Gugorrones, es esta la razón por lo que se han encontrado vestigios de su construcción en diferentes puntos de la ciudad. De ellos existen testimonios orales de personas que los conocieron en alguno de sus tramos, y testimonios documentales donde se hace referencia a ellos. El testimonio oral más significativo y descriptivo es el vertido por don Ignacio Ortiz, político, hermano tercero del Carmelo, y estudioso de la historia local, cuando dijo: “Que en su juventud frecuentaba la escuela Benito Juárez y sus compañeros de juego lo invitaban a entrar al túnel que se encontraba en el sótano del exconvento. Era una cañería de construcción de cal y canto que a medida que se avanzaba se iba ensanchando hasta caber un hombre montado a caballo en dirección a la iglesia de San Francisco. A los muchachos les gustaba explorar aquellas profundidades que partían de la escalera del exconvento, pero tenían la sensación de una corriente de aire, abrigando el temor que se apagara el ocote que llevaban prendido, además de que el túnel se encontraba inundado, había un gran número de murciélagos”. De los testimonios documentales, en el archivo Carmelita se encuentra asentada una partida por la cantidad de 5,062 pesos y seis reales, destinados a su reparación y mantenimiento entre los años de 1778 y 1779. El 27 de julio de 1888 don Vicente F. Torres, antiguo adjudicatario del primer solar que se remató de la huerta del Carmen, vendió una fracción a favor de Casildo Capetillo en la parte correspondiente que linda con la casa de José Ma. Balleza y la cárcel municipal en la actual calle de Juárez, lo importante de la información es que se menciona el sitio por donde pasa el túnel de desagüe que venía por el lado del portal de la Columna y desembocaba en el canal Gugorrones. El padre fray Onofre Martínez, religioso agustino originario de Salvatierra, y que fue capellán del templo del Carmen cuando estuvo a cargo de su orden, escribió una obra titulada “La Teodolina” la cuál ubicó temporalmente en los años inmediatamente anteriores a la nacionalización de los bienes del clero, y desarrolla la trama de la misma, sobre las orgías que los monjes carmelitas realizaban en un túnel que comunicaba a una casa ubicada en la calle de Colón con la huerta del Carmen y se hacían acompañar por bellas mujeres de la localidad. La novela no deja de pecar con fines maliciosos y levantar calumnias con bastante ligereza en contra de los santos varones del Carmelo, pero lo que si fue verdad, es que en una casa ubicada en esa calle, se encontraron en un pequeño cuarto tapiado, varias osamentas humanas con el hábito carmelita. Por desgracia, esta obra quedó bloqueada en algunas de sus partes y enterrada en su totalidad, y a final de cuentas no aprovechada para los fines con qué fue creada, y evitar de esta forma, las inundaciones que todavía hoy sufre la ciudad cuando caen los torrenciales aguaceros.

El tercer cuartel del escudo, en campo de oro, un puente de piedra en plata, y ondas también en oro, correspondiente al cuartel del Diezmo, contiene el símbolo de la unión. Generalmente se interpreta la figura del puente como la unión entre la ciudad y el valle, sin embargo, la unidad de Salvatierra va más allá de lo territorial propiamente dicho. Se refiere en realidad a la unión de los salvaterrenses en sus diferentes formas de pensar, de actuar, y en general, de los diferentes rasgos culturales de sus habitantes. La ciudad y las comunidades que integran el municipio, han conformado históricamente un mosaico cultural con una diversidad de tradiciones, convicciones, usos y costumbres sociales que se fueron construyendo o adquiriendo a través de las formas diferentes de evangelización dependiendo de la orden religiosa que la llevó a cabo, estableciendo sus propios procesos de aculturación. En el territorio municipal históricamente confluyeron las órdenes de los franciscanos, agustinos y carmelitas, y cada una impregnó su propio sello en los pueblos que evangelizaron, creando de esta manera la diversidad cultural que caracteriza al municipio. La figura del puente por tanto, representa la esencia integradora para que exista genéricamente el salvaterrense.

Los misioneros franciscanos arribaron al valle de Guatzindeo por primera vez en el año de 1528 encomendándolo al patronato de San Antonio de Padua. Llegaron hasta Cuitzeo y Yuririapúndaro y construyeron una humilde ermita en Tiristarán. Entre 1550 y 1554 fundaron el hospitalillo de Guatzindeo, el cuál les sirvió de base para evangelizar e impartir la doctrina a las primitivas comunidades indígenas. La doctrina y atención espiritual a los pueblos y barrios de indios en su lengua nativa fue el principal elemento de aculturación que ejercieron, siempre con la idea central de establecer en el nuevo mundo un cristianismo libre de los viciados modelos europeos. Con esta visión siempre se mantuvieron respetuosos de las devociones a las distintas advocaciones de los Cristos y de la Virgen María que los indios adoptaron en sus comunidades, así como de sus tradiciones y costumbres, creando desde el principio una fuerte conciencia de la nueva identidad entre ellos. Atendieron los pueblos de indios de Eménguaro, junto con San Antonio Eménguaro que fue su primer puesto en el valle, la Palma de Eménguaro, San Felipe, Urireo, Pejo, y los barrios de San Juan Bautista y Santo Domingo en la ciudad.

La orden de San Agustín arribó a la Nueva España diez años después de los franciscanos y siete de los dominicos. Una vez establecida su plataforma de evangelización: Tiripitío, Charo, y Cuitzeo, llegaron a Yuririapúndaro para abarcar una extensa región dentro de la que quedó comprendido el valle de Guatzindeo. Fue el temperamental fray Diego de Chávez, quién al recibir las tierras donadas por don Alonso de Sosa fundó la hacienda de San Nicolás de Tolentino para establecer a la orden en territorio salvaterrense. Su evangelización basada en las rutinas religiosas para arraigar en el ánima de los indígenas la vida cotidiana del cristianismo de consagrar su tiempo a Dios, al trabajo e infundir el culto a las Ánimas Benditas del Santo Purgatorio como una conciencia de la inmortalidad del alma y el premio o castigo eterno que vendría después de la muerte. Fue prioridad en su misión la educación de los naturales en una amplia gama de disciplinas, desde el canto y la música hasta la gramática latina inspirados en la visión platónica de la educación para dirigentes. Pusieron especial interés en las generosas donaciones de tierras que les proporcionaron los recursos necesarios para realizar su misión a través del establecimiento de las “Visita” de doctrina. En lo que ahora es la jurisdicción municipal las establecieron desde el siglo XVI en Tiristarán, San Nicolás de los Agustinos, y en San Miguel del Sabino. A partir del año de 1661, con la erección de la vicaria de ayuda de parroquia dependiente del curato de Salvatierra empezaron a atender a los vecinos del molino de doña Leonor Núñez, hoy San Pedro de los Naranjos, y a los del molino de Antonio Ramos, hoy Santo Tomás. Quedaron bajo su cuidado también todos aquellos pueblos que nacieron a la sombra de la gran hacienda: Puerta del Monte, el Potrero, el Capulín, Cupareo y la Mulada o los Toriles, hoy Gervasio Mendoza.

Los carmelitas llegaron casi un siglo después que las anteriores ordenes a las tierras de Guatzindeo, en el año de la fundación de la ciudad en 1644. Su influencia se dejó sentir inmediatamente después de su llegada en lo que fue la ciudad propiamente dicha, la cuál diseñaron y conformaron en lo urbano y lo social. Muchas comunidades del territorio municipal nacieron a la sombra de sus dos grandes haciendas. En la de San José del Carmen surgieron los pueblos de San José del Carmen, la Quemada, el herradero de San Isidro, hoy San Isidro, la Estancia de San José del Carmen, la Magdalena, San Juan, la Luz, La Palma de la Luz, los Negros y el Salvador. De la hacienda de San Elías Maravatío surgieron, Maravatío del Encinal, la Virgen, la huerta del Carmen, la Estancia del Carmen de Maravatío y la Lagunilla del Carmen.

El cuarto cuartel del escudo, en campo azur, con una cruz de San Andrés, que representa a la ciudad de Salvatierra, y correspondiente al cuartel de la calle de Zavala, contiene la nobleza de su título y la lucha a través de los años para mantenerlo. No fue necesario pedir su confirmación ya que se amparaba en la Cédula Real dada por el rey el 12 de junio en Cuenca, pero se presentaron serias contradicciones para señalar las tierras donadas por Gabriel López de Peralta, lo que impidió por muchos años el pago de los oficios de cabildo. Por documentos consultados recientemente, ahora se puede establecer que durante el proceso de gestión para fundar la ciudad, don Agustín de Carranza y Salcedo, como escribano público, se desempeño como apoderado de don Gabriel, siendo esta la causa por la que el primero intervino activamente, y que el caos se debió al rompimiento que ambos tuvieron.

Tuvieron que pasar las gestiones de los comisionados que se desempeñaron como corregidores: de don Juan Riquelme de Quiroz, don Pedro de Návia, Francisco de Ceballos y Bustamante, don Antonio de Sotomayor y de don Diego de Bracamontes, para que la traza de la ciudad, el reparto de solares a los vecinos fundadores, y los límites de su jurisdicción quedaran establecidos en 1662.

El 23 de octubre de 1775, el Cabildo recibió un despacho del virrey don Antonio María de Bucareli y Ursúa para que presentara el título de fundación y remitiera copia a la Contaduría del Real Derecho de Media Annata, impuesto que la ciudad, por ostentar el título, no había pagado y cuyo monto ascendía a 7 000 pesos. El Cabildo ignoró el comunicado, pero se le volvió a requerir el 7 de noviembre de 1792 en el que se le comunicaba que de no hacer el pago, perdería la categoría y privilegios que como ciudad tenía. El Ayuntamiento integrado por don José Joaquín Duarte, don Juan Antonio Bermúdes, don José A. Montañez, y don Ignacio Bermúdes, procedieron a hacer un registro y búsqueda del documento. El 23 de abril de 1793 dieron contestación al fiscal de la Real Hacienda en los siguientes términos: “El Yttre. Cavildo de Salvatierra con la atención que debe la Superioridad de V. Exa. y en exacto cumplimiento del Oficio que se libró, con fecha 7 de noviembre último; acompaña testimonio de todos los antecedentes que ha encontrado relativos a la Fundación desta Ciudad; correspondiendo así este Ayuntamiento lo que ofreció en oficio de dho. noviembre dirigido en contestación del Superior citado de 7 de noviembre último, por el cual mandó V. Exa. que este Cavildo solicitara el título de la Erección de la Ciudad y que en testimonio lo remitiese. Puede conducir exponer á la Superioridad de V. Exa. que por el Oficio más antiguo de la Real Audiencia que es á cargo del Secretario de Cámara Dn. José Villaseca; corrieron los autos de la demanda que puso esta Ciudad sobre pertenencia de sus tierras a la Sra. Marquesa de Salvatierra y RR. PP. Agustinos y Carmelitas; cuios Autos terminaron en el año de 1780, vajo cierta transacción. Y en ellos para instruir esta Ciudad de sus derechos, presentó los Ynstrumentos, y Títulos de su Fundación.

Acaso puede constar entre los mismos la Real Cédula de confirmación y privilegios que pudo haberse librado por S. Mgtad. A favor desta Ciudad. Y por último encontrase entre aquellos ynstrumentos; los más propios títulos que se piden en dho. Oficio del 7 de noviembre último, y de que dimana el adjunto difuso testimonio que se á estimado indispensable por este Cavildo. = = = Dios guarde la importe. vida de V. Exa. muchos años. = = = Salvatierra . . . . “.

Del documento anterior se deduce que no existían en poder del Cabildo los documentos solicitados, por haberlos mandado éste desde 1780 a la Real Audiencia de México, como sustento y prueba de la demanda que entabló en contra de la marquesa de Salvatierra y de los padres agustinos y carmelitas por las tierras pertenecientes a la ciudad. Enseguida el Ayuntamiento inició un juicio en contra de la Real Hacienda ante la Real Audiencia también, argumentando que dicho impuesto se le cobraba en base al arancel del 22 de mayo de 1631, cuando la ciudad todavía no era fundada, y la Real Cédula del 3 de octubre de 1793 establecía que se aplicara el arancel de 1664, por lo que la Real Audiencia declaró libre de contribución a Salvatierra por el Titulo de Ciudad el 14 de marzo de 1795. Fue a partir de esta fecha cuando la ciudad pudo legalmente ostentar en los documentos de escribanos públicos, los documentos oficiales del Cabildo, y en la divisa del blasón: “La Muy Noble y Leal Ciudad de San Andrés de Salvatierra”.

El estudio de cada uno de los cuarteles que comprenden el campo del escudo, arrojan, al interpretarlos por medio de la iconografía, la genealogía, la heráldica, y los sentimientos religiosos, políticos y sociales que en ellos se manifiestan, aspectos diferentes sobre nuestro origen e identidad, de nuestra historia misma, y de la conformación como ciudad y municipio, pero sobre todo, la personalidad social del salvaterrense.

No hay comentarios: