viernes, 29 de octubre de 2010

Narrativa visual de la memoria colectiva urbana, la historia de la fábrica "La Reforma"


Imagen y texto para la memoria histórica de la industria de Salvatierra 

Por Pascual Zárate Avila

Mirando a lo lejos, la calle Hidalgo termina en una sobria fachada con reloj, y un triángulo de mampostería que rememora los templos griegos, sin cantera que la revista y le de un aire de elegancia, es la actual puerta principal de la fábrica textil "La Reforma".


El edificio es parte de la memoria colectiva de la ciudad, es la inmensidad de un paisaje industrial que nos sorprendía en la infancia, camino al campo deportivo "Reforma".

El espacio que ocupan los salones industriales actuales, formaba parte de la hacienda de "La Esperanza", que en la época colonial fue propiedad de Gabriel López de Peralta, quien recibió licencia del Virrey para utilizar el agua de un canal, en 1618, para fundar un molino.
La Independencia de México trajo consigo a hombres convencidos en la posibilidad de construir una nación soberana, como Lucas Alamán, quien propuso impulsar la industrialización del país como una riqueza mayor a la agricultura e impulso la industria de hilados y tejidos.
Patricio Valencia se hizo acreedor de una leyenda sobre la riqueza que llegó a poseer, pues él era analfabeta. El origen de su riqueza se explica, según la leyenda, por su afortunado hallazgo de un tesoro en las barrancas del Pico de Orizaba.
A Tecla Valencia le atribuyen la iniciativa de montar, en 1842, una fábrica de hilados en su casa de Salamanca, con maquinaria automática que le compró a una casa de Inglaterra.
Patricio Valencia en sus viajes a Orizaba conoció a un inteligente joven español, Eusebio González, a quien contrato para que trabajara en su comercio y en la fábrica de hilados.
La exitosa integración de Eusebio al negocio de los hermanos Valencia, lo llevaron a proponer construir una fábrica textil en Salvatierra, para aprovechar la energía hidráulica.
En informes al emperador Maximiliano en 1865, se consigna que el edificio del molino de la hacienda La Esperanza lo compró Patricio Valencia el 19 de noviembre de 1845, para instalar la fábrica de hilados "La Perla", en sociedad con Eusebio González.

Eusebio se enamora de la segunda hija de Patricio Valencia, Emeteria, y se casa con ella en 1851.

Patricio Valencia dicta su testamento a un escribano de Salvatierra, en 1854, donde le hereda a sus cuatro hijas las propiedades de la villa de Salamanca y la fábrica de hilados de la ciudad.

La fábrica "La Reforma", se mantuvo desde 1845, produciendo mantas de cambaya y gabardinas de algodón, a pesar del incendio del 13 de abril de 1913.

El 19 de noviembre de 1945, bajo la comisión presidida por el sacerdote Gilberto Farfán y el trabajador textil Florentino Rodríguez, se coronó a la Virgen del Rosario de Capuchinas, por los 100 años de vida de la fábrica, "La Reforma".

miércoles, 20 de octubre de 2010

La memoria del edificio industrial de La Reforma.




Mirando a lo lejos, desde el jardín principal de Salvatierra, la calle Hidalgo termina en una sobria fachada con reloj, y un triangulo de mampostería que rememora los templos griegos, sin cantera que la revista y le de un aire de elegancia, es la actual puerta principal de la fábrica textil "La Reforma", que no olvida su aire rústico de la puerta de la que fue la hacienda de "La Esperanza".
El montículo sobre el que se eleva permite visualizar el dato del año inscrito en el centro por encima de la puerta de hierro 1845.

El edificio es parte de la memoria colectiva de la ciudad, es la inmensidad de un paisaje industrial que nos sorprendía en la infancia, camino al campo deportivo "Reforma".
El espacio que ocupan los salones industriales actuales, formaban parte de la hacienda de "La Esperanza", que en la época colonial fue propiedad
de Gabriel López de Peralta, quien recibió licencia del Virrey para utilizar el agua de un canal, en 1618, para fundar un molino al que llamó, "La Esperanza".
La Independencia de México trajo consigo a hombres convencidos en la posibilidad de construir una nación soberana, como Lucas Alamán, quien propuso impulsar la industrialización del país como una riqueza mayor a la agricultura e impulso
la industria de hilados y tejidos.
Tecla y Patricio Valencia de Salamanca se encontraron entre sus partidarios. Los hermanos Valencia administraban un comercio de pulpería y tabaco, cuya materia traían de Orizaba, Veracruz en mulas a Guanajuato, donde salía a vender Patricio Valencia, visitando en su ruta de comercio a Salvatierra.
Patricio Valencia se hizo acreedor de una leyenda sobre la riqueza que llegó a poseer, pues él era analfabeta. El origen de su riqueza se explica, según la leyenda, por su afortunado hallazgo de un tesoro en las barrancas del Pico de Orizaba.
A Tecla Valencia le atribuyen la iniciativa de montar, en 1842, una fábrica de hilados en su casa de Salamanca, con maquinaria automática que le compró a una casa de Inglaterra. Tecla contrató tres técnicos ingleses para que enseñaran a manejar las máquinas automáticas y construyó un gran salón industrial, que después se convirtió en hospicio, dado que la caldera de vapor no era posible alimentarla con carbón vegetal, y la solución de emplear la tracción de mulas era excesivamente cara.
Patricio Valencia en sus viajes a Orizaba conoció a un inteligente joven español, Eusebio González, a quien contrato para que trabajara en su comercio y en la fábrica de hilados.
La exitosa integración de Eusebio al negocio de los hermanos Valencia, lo llevaron a proponer construir una fábrica textil en Salvatierra, para aprovechar la energía hidráulica, por lo que en informes al emperador Maximiliano en 1865, se consigna que el edificio del molino de La Esperanza lo compró Patricio Valencia el 19 de noviembre de 1845, para instalar la fábrica de hilados "La Perla", una sociedad de Patricio Valencia y Eusebio González.
La idea no resultó del todo positiva, pues siguieron empleando la tracción de mulas, y en 1848, el Gobernador de Guanajuato, les propuso decidirse a utilizar la energía del agua.
La sociedad de Valencia y González protocolizó la compra de más de doscientas hectárea de la hacienda de La Esperanza en 1847 y, para 1853, encontramos un informe donde se señala que la fábrica de hilados cuenta con 900 husos, 65 operarios y emplea el agua como motor.
Eusebio se enamora de la segunda hija de Patricio Valencia, Emeteria, y se casa con ella en 1851; era una jovencita de 17 años, con la que se va a vivir a Celaya, a una señorial casona de la plaza principal.
Patricio Valencia dicta su testamento a un escribano de Salvatierra, en 1854, donde le hereda a sus cuatro hijas las propiedades de la villa de Salamanca y la fábrica de hilados de la ciudad, que queda en propiedad de Eusebio y Emeteria cuando muere en 1855, con los auxilios espirituales del párroco del templo de la Virgen de la Luz.
De esos primeros diez años de activa y fructífera labor de Patricio Valencia, han pasado episodios nacionales como la Invasión Norteamericana en 1847, la Reforma Constitucional de 1857, la Intervención Francesa y al caída del Imperio de Maximiliano en 1867, el arribo al poder presidencial por Porfirio Díaz en 1877, la Revolución Maderista de 1910, la Guerra Cristera de 1926, el reparto Agrario del Cardenismo de 1936, el movimiento social del Sinarquismo de 1937 y, en todo esta agitación política y militar del país, la fábrica "La Reforma", se mantuvo produciendo mantas de cambaya y gabardinas de algodón, a pesar del incendio del 13 de abril de 1913, por lo que el 19 de noviembre de 1945, bajo la comisión presidida por el sacerdote Gilberto Farfán y el trabajador textil Florentino Rodríguez, se coronó a la Virgen del Rosario de Capuchinas para celebrar los cien años de vida de la fábrica de hilados y tejidos "La Reforma".
Un edifico contiene la memoria que une a las generaciones con su historia, y les enseña a conservar las tradiciones, los conocimientos y los paisajes que le dan identidad cultural.

martes, 19 de octubre de 2010

La Virgen del Rosario patrona de la fábrica textil La Reforma desde 1890.



El 19 de noviembre de 1945, para celebrar los cien años de fundación de la fábrica La Reforma se pidió la Coronación de la Virgen del Rosario como patrona, protectora de los obreros y Reina del Trabajo.
La fecha de inició de actividades fabriles de la Reforma fue el 19 de noviembre de 1845, bajo el impulso de Patrico Valencia y Eusebio González.

sábado, 16 de octubre de 2010

Estampas de la historia de Eusebio González y Emeteria Valencia por Luis Velasco y Miranda

Represalias de la República Restaurada en Celaya.

Luego del triunfo de los liberales contra Maximiliano de Habsburgo, a don Manuel J. Lizardi, propietario de la fábrica de paños de "Zempoala", que había sido "Consejero de Estado" del Imperio, se le decomisaron todas sus pertenencias y con ellas la factoría, que después de rematada en 1867, pasó a ser propiedad del acaudalado español, don Eusebio González, en aquel entonces recién llegado a la ciudad, 1852.

El catolicismo de Eusebio González

Este había arribado al país, pero al encontrar empleo como cuidador del ganado porcino en las fincas de campo del rico hacendado de Salamanca, Don Patricio Valencia, se enamoró y casó al poco tiempo con una de las hijas de su patrón: Doña Emeteria. En seguida de haber tomado estado, unió los bienes de su esposa a la modesta fortuna que él había podido reunir traficando con unas y con otras de las tropas contendientes; y entonces empezó a emprender muchos negocios, que aparte de darle muy buenos rendimientos, sirvieron para que González prestara grandes beneficios al pueblo de Salamanca. Años más tarde, se trasladó el matrimonio a Celaya, donde Don Eusebio compró a muy bajo precio buen número de propiedades que habían sido de la Iglesia, entre ellos el ex convento del Carmen con toda sus dependencias, realizando posteriormente una utilidad de consideración con la venta de parte de aquellos bienes; y luego fundó la casa "González", que llegó a manejar muchos millones de pesos en diversas operaciones comerciales, llegando con el tiempo a reunir una de las mayores fortunas de que se tiene memoria en los anales de la ciudad.

Compra, Eusebio, los tres conventos de Celaya a los protestantes

La iglesia Protestante, a Celaya llegaron en los primeros días de enero de 1874, y desde luego el ministro, Samuel Graver, trató de que las autoridades lo pusieran en posesión de alguno de los templos que había en la ciudad. Su pretensión dio origen a que la gente se amotinara; y para evitar el despojo varias personas pudientes ofrecieron algunas cantidades al gobierno para adquirir el derecho de seguir usando las iglesias; entre ellas, Don Eusebio González, que rescató el Carmen; su esposa, Doña Emeteria Valencia de G., el Tercer Orden; la hermana de ésta, Doña Antonia, San Agustín, y así sucesivamente; quedando chasqueados los protestantes, a los que tuvo que proteger la autoridad, porque el pueblo los apedreó y hasta trataba de matarlos, no obstante las exhortaciones en contrario del virtuoso Cura párroco de Celaya, Don Francisco M. Góngora.

Préstamo al presidente José María Iglesias por Eusebio González

En su lugar quedó Don Guillermo Prieto, y éste no permaneció ocioso; pues sobre el préstamo de $80,000.00 que antes se había ya agenciado en Guanajuato, consiguió en Celaya un aumento de $10,000.00, que fue suscrito por Don Eusebio González y algunos otros vecinos pudientes de la ciudad; mas siendo en realidad esa cantidad insignificante para cubrir las atenciones del momento, se resolvió imponer a todo el Estado un préstamo de $150,000.00 pesos.

Aún siendo español, Eusebio González intervenía en la política mexicana

Iglesias salió de Celaya a las seis de la mañana del 21 de Diciembre 1876 para dirigirse a la Hacienda de la Capilla. No quiso llevar ningunos soldados de escolta, para evitar conflictos con los contrarios; y solamente lo acompañaron un hijo suyo, sus ayudantes: Don Carlos Álvarez Rul y Don Wenceslao Rubio; y el acaudalado comerciante, Don Eusebio González, de quien ya me he ocupado antes, que le había demostrado al Presidente una deferente amistad, y que además había estado trabajando con el mayor empeño por el restablecimiento de la paz. Iban también con Don Eusebio, su sobrino del mismo nombre, y diez mozos armados, que llevaba siempre consigo en sus viajes, para librarse de algún asalto de los malhechores

La conversación entre José María Iglesias y Porfirio Díaz se prolongó por algún tiempo sobre los mismos temas; y como no se pudiera adelantar nada, ni por uno ni por otro lado, se convino en dar por terminada la conferencia, partiendo casi en seguida el Sr. Iglesias para Celaya; esta vez solo, porque sus acompañantes se quedaron en San Juanico, con excepción de Don Eusebio González que pasó a Querétaro, por tener que arreglar allí varios asuntos que se relacionaban con sus negocios comerciales; pero más que todo, con la mira de entrevistar al Gral. Díaz, tratando de congraciarse con el afortunado jefe.

Porfirio Díaz se hospeda en casa de Eusebio González

Se alojó en la casa de Don Eusebio González, situada en el portal de Sta. Mónica, donde hoy está la casa comercial de los Sres. Suárez; pues durante la estancia de Don Eusebio en Querétaro, tuvo éste la oportunidad de ganarse la amistad del General; y ahora lo había precedido para procurarle todas las comodidades en su domicilio. Don Porfirio salió al balcón central del edificio para ver, rodeado de algunos jefes y de otras muchas personas, el desfile de sus tropas; recibiendo al mismo tiempo las aclamaciones de la multitud, que no cesaba de vitorearlo.

La contienda electoral en Guanajuato; Eusebio González apoya a Florencio Antillón

Al Gral. González lo fueron a esperar sus partidarios hasta las afueras de la población, y seguido de un gran acompañamiento en el que figuraba el Gral. Antillón, desde los balcones del "Hotel de Guadalupe" hablaron ambos al pueblo que en masa se apretujaba en la plaza principal para oírlos y vitorearlos; no sin que hubiera varios desórdenes provocados por la policía municipal, que obedecía la consigna del Jefe Político, el Corl. Don Dionisio Catalán, quien llegó hasta mandar encarcelar y azotar a muchos individuos de clase popular, por el solo hecho de haber sido éstos demasiado expresivos en su partidarismo; (10) en cambio a personas acomodadas que se habían declarado simpatizadoras y partidarias de Antillón, como por ejemplo: Don Eusebio González, a éstas no se les molestó en lo más mínimo, porque de algo les había de servir su dinero y su amistad con los funcionarios que tenían el poder entre sus manos.

Emeteria Valencia funda dos escuelas de beneficencia en Celaya

Aunque las nuevas disposiciones impuestas en materia de instrucción, coartaban la liberad de enseñanza, la iniciativa privada seguía sembrando en las inteligencias la cultura; tanto que para entonces en Celaya, gracias al generoso desprendimiento de la caritativa Sra. Doña Emeteria Valencia de González, habíase dado término a la construcción de dos magníficos edificios escolares en las calles de "Abencerraje" y del "5 de Mayo", para ponerlas al servicio de la niñez desvalida de la población; y aunque en un principio se tropezó con las dificultades creadas por los preceptos que obligaban a acatar el "Consejo de Instrucción Pública" establecido de acuerdo con la reciente e impopular Ley de Educación en el Estado, habiéndose zanjado todas las contrariedades, fueron al fin inauguradas con el nombre de "Escuelas de Beneficencia", el 12 de Octubre de 1889. (4) Su edificación, sobria y elegante, que ostentaba fachadas de labrada cantería, había durado cerca de tres años; pero una vez terminados y puestos en servicio esos planteles, se repuso en gran parte el perjuicio ocasionado por la clausura de varias escuelas particulares que no pudieron seguir funcionando por las exigencias sectarias de la nueva Ley; y se pudo recibir en ellas a un numeroso concurso de niños de ambos sexos para que, conforme a los deseos de Dña. Emeteria, recibieran allí instrucción enteramente gratuita. Como complemento, no conforme todavía la desprendida señora con haber costeado la construcción de aquellos edificios, cedió además parte de su capital para sostener en el futuro el gasto que demandaba su funcionamiento; y como no había tenido la satisfacción de ser madre, en adelante se contentó con prodigarles regalos y caricias a los hijos ajenos, ya que ella carecía de los propios.

Muerte de Eusebio González López

Casi tres años y medio después de este plausible suceso, moría en la ciudad de México el esposo de tan altruista dama, Don Eusebio González, el 21 de Enero de 1893. Desde tiempo atrás, había entregado a su esposa el capital que ésta poseía antes de su matrimonio, agregándole una considerable suma como donativo para ella; y ahora, a su fallecimiento, el resto de su propia fortuna lo distribuyó entre su sobrino Eusebio, otros parientes, sus empleados y sus criados, sin dejar de especificar en el testamento: que una fuerte cantidad de dinero se destinara para establecer una escuela en su pueblo natal, el Valle de Turcios, en España; y otra regular suma se dedicara a la adquisición, en los inviernos, de frazadas y de ropa, para que fueran distribuidas esas prendas entre la gente menesterosa de Celaya, Salamanca y el Molino de Soria. (5)

Tan brillante rasgo de humanitarismo y de bondad, solamente comparables con los que su esposa Doña. Emeteria practicaba, y que difícilmente encuentran imitación, pone de manifiesto la grandeza de alma de este hombre, que aunque español de origen, fue un celayense de corazón; porque nunca lo dominó el egoísmo, y la enorme riqueza que logró reunir no sólo la disfrutó en su propio provecho, sino que también la utilizó en gran parte para beneficiar a sus semejantes y a la población en que vivía, cooperando eficazmente a impulsar su industria, su comercio y su agricultura; y no pocas de las mejoras materiales que se llevaron a feliz realización se debieron a su espíritu altruista y emprendedor; como la terminación e inauguración del "Teatro Cortazar", el establecimiento del "molino de trigo del Carmen", y la instalación definitiva de la línea de tranvías urbanos, cuya concesión había sido en un principio otorgada a Don Francisco Parckman de Guanajuato. Al ser traído el cadáver de Don Eusebio de la ciudad de México, fue expuesto en su casa habitación; y en seguida se le trasladó al Molino de Soria, donde después de unos suntuosos funerales, verificados en el templo del lugar, se le dio allí sepultura.

Muerte de Emeteria Valencia

Un mes después de haberse llevado a cabo la protesta del Ejecutivo del Estado, el 25 de Octubre de 1893, fallecía en Celaya la caritativa Sra. Dña. Emeteria Valencia de González, (8) a la edad de sesenta años, pues había nacido en Salamanca en 1833; y al igual que su esposo, a cada uno de sus sirvientes les dejó en herencia algún dinero y una casa para que pasaran en ella el resto de su existencia. A su domicilio concurrió toda la población: ricos y pobres, personas acomodadas y gente de humilde condición; unos movidos por el reconocimiento de las virtudes que adornaron el alma de Doña. Emeteria, y otros agradecidos porque en cuanta ocasión se le habían acercado en demanda de ayuda para sus necesidades, solícitamente se las había dado; y después de ser conducido el cadáver al templo del "Tercer Orden", que ella siempre había favorecido, fue allí celebrada una solemne "Misa de cuerpo presente", sepultándola en seguida en un crucero de la misma iglesia, donde todavía reposan sus restos.

lunes, 11 de octubre de 2010

La edificación de las naves industriales de la fábrica textil La Reforma


En la "Memoria sobre el Estado de la Agricultura e Industria de la República en el año de 1845" publicado el 30 de abril de 1845, la tabla estadística relativa al estado de Guanajuato dice los siguiente:

Guanajuato:
Valencia.-P. Valencia/Salamanca/ husos en 1844=800-/ husos en 1845 =800.

-De Valencia y Ca.-Varios socios/ idem /------------------/ husos en 1845 =792.

Debemos hacer notar que en las estadísticas de 1843, refieren la existencia de una fábrica textil en Salamanca con 500 husos y 300 en construcción. Sabemos que en Salamanca en el siglo XIX, sólo hubo una fábrica textil que duró hasta 1855, cuya maquinaria se trasladó a Salvatierra. Por lo que la referencia a la fábrica de 792 husos se trata de Salvatierra, no de Salamanca, y estuvo constituida la sociedad Casa Valencia y González de Salamanca.

La Dirección General de la Industria Nacional estuvo dirigida por Lucas Alamán, siendo el tesorero Manuel Pizarro del Valle.

Ahora presentamos el siguiente cuadro estadístico donde la fábrica de Salvatierra es la única que está en activo, y la de Salamanca, cuya potencia eran las mulas, ya está fuera de servicio en 1853.

Cuadro No. 2
Indicadores de la Actividad Textil, 1853:

Departamento/ Fábricas /Husos/ Telares de poder /Telares Normales/ Operarios / Potencia
Guanajuato/----1---/-900-/--------------/---------------/------65----/agua--

Fuente: Elaborado en base a la Estadística del departamento de México. Formada por la comisión nombrada por el ministerio de Fomento y presidida por el Sr. D. Joaquín Noriega de septiembre de 1853 a febrero de 1854. Biblioteca Enciclopédica del Estado de México.

Lo interesante de este recuento es saber cómo llegó Patricio Valencia a construir una nave industrial de dimensiones monumentales, como si fuera a alojar una gran cantidad de maquinaria, cuando sucede que al morir en 1855 sólo tiene en operación 900 husos, además de que conocemos el dato de que Patricio Valencia era analfabeta, entonces ¿Cómo concibió un edificio para una gran fábrica? La respuesta que consideramos factible es que la labor persuasiva de Lucas Alamán hizo de Patrico Valencia un ferviente partidario del entusiasmo de la economía independiente que buscaba Lucas Alamán, por lo que el actual edificio es un homenaje a la confianza y a la esperanza de los mexicanos que vivieron las primeras tres décadas de independencia y que creyeron estar construyendo la industria de una nación soberana.

domingo, 10 de octubre de 2010

Porfirio Díaz y los científicos realizaron un excelente censo industrial

El régimen de la dictadura Porfirista inició realizando un muy buen
documento del inventario económico nacional en 1877.
Matrices de clasificación de las partes
que componen la producción fabril, están todas registradas.
El inventario está compuesto por avalúo de edificio, de maquinaria, salarios, número de operarios, consumo de algodón, motores, producción y valor de las telas en fábrica,
lugar a dónde se venden, el documento es realmente un fiel reflejo del trabajo del grupo
llamado Los Científicos del Porfiriato.

Información de las matrices de 1877, relativa a las fábricas de Salvatierra:

Operarios/ Jornal/
La Reforma: 200 Hombres/ 80 Mujeres/ 30 Niños/ de .31 a 1 peso/
Producción Mensual/ Precio Fábrica/ Venta.
1,500 Kilos de Hilaza/ 3,25 a 5 pesos pieza/ San Luis Potosí.
2,784 Piezas Manta/
10, 267 kilos pieza/
Maquinaria/ Edificio/ Materia prima/ motor/ Husos/ Telares/ Consumos
90,000/ 60,000/ Algodón/ Agua/ 3,650/ 200/ 4,000 quintales a $22 quintal
Propietario: Eusebio González López
Estado: Guanajuato


Batanes: 80 Hbres/---------/20 Niños/ de .31 a 1 peso/
1,300 Kilos de Hilaza/ .37 a .57 libra/6,000 Piezas Manta/.44 libra/
22,128 kilos pieza/ Venta en varios estados.
Maquinaria/ Edificio/ Materia prima/ motor/ Husos/ Telares/ Consumos
50,000/ 6,000/ Algodón/ Vapor 30 caballos de fuerza/ 1,056/ 30/ 1,600 quintales a $22 quintal
Propietario: Alberto Argumedo y Hno.
Estado: Guanajuato

sábado, 9 de octubre de 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

La fábrica la Reforma y el ferrocarril por Jesús García y García

HISTORIA SALVATERRENSE: AÑADIDURAS Y RECONSIDERACIONES

El ferrocarril en Salvatierra y la fábrica "La Reforma"

Por J. Jesús García y García



Tomaré como cierto —pero acepto rectificación fundada— que el 8 de octubre de 1883 pasó por primera vez el ferrocarril por Salvatierra. Es que, según registros que llevan en Acámbaro, en esa fecha llegó allí por vez primera un convoy de ferrocarril de vía angosta y se infiere que el novedoso vehículo pasó por Salvatierra para llegar allá. Era presidente de la república el general don Manuel González, gobernador de Guanajuato el licenciado don Manuel Muñoz Ledo, y jefe político de Salvatierra don Miguel Morán.

Pero vayamos por partes: en 1872 surgieron en Salvatierra inquietudes relacionadas con el establecimiento de líneas ferrocarrileras en el territorio nacional. En diciembre de ese año el ayuntamiento local, encabezado por el jefe político interino don Vicente T. Torres, elevó un ocurso, sumándose a las gestiones de las legislaturas de varios estados y grupos de vecinos, para pedir que el Congreso de la Unión despachara con prontitud y favorablemente las concesiones ferroviarias que para entonces estaban pendientes de otorgarse. Se esperaba que Salvatierra quedara beneficiada colgando por ahí de un proyecto de ramal del ferrocarril interoceánico.

Para mediados del año siguiente nuestras esperanzas ya no dependían de la construcción del ferrocarril interoceánico, pues se avizoraba una mejor conexión del centro de la república —y en particular del estado de Guanajuato— con líneas que tenían como destino final la frontera con los Estados Unidos. Así, en abril de 1873 llegaron a nuestra ciudad sendas comunicaciones de las jefaturas políticas de Celaya y de Acámbaro, exhortando a Salvatierra a que ocurriera al Gobierno del Estado para que éste, por medio de la diputación guanajuatense en el Congreso de la Unión, influyera en que por Salvatierra y Acámbaro pasara una rama del ferrocarril arrancando de Celaya en vez de Salamanca. Presurosamente las autoridades guayaberas atendieron al llamado de los municipios vecinos.

En 1877 las cosas dieron un vuelco porque el gobierno nacional aceptó otorgar concesiones ferroviarias a los gobiernos de los estados y el nuestro fue el primero en obtener una que le permitiría construir y explotar el ferrocarril que cubriría la ruta entre Celaya y León, con un ramal hacia la ciudad de Guanajuato y que pasaría por Salamanca, Irapuato y Silao. Ello facilitaría la obtención de permisos para más ramales. Pero nuestro gobernador, Francisco Z. Mena, tardó más en obtener la concesión que en traspasarla a una sociedad de inversionistas extranjeros.

Por entonces se vino en todo el país un verdadero alud de solicitudes y otorgamientos de concesión, así como subrogaciones y traspasos entre los empresarios constructores. El negocio era bueno, sobre todo si tomamos en consideración los subsidios que otorgaba el gobierno nacional. Durante el porfirismo (que abarcó el manuelgonzalismo) se sembró el territorio nacional de vías y estaciones. En cuanto a la que a la postre sería línea Empalme Escobedo-Acámbaro, pasando por Celaya y Salvatierra, tres compañías estuvieron muy interesadas en construirla: el Ferrocarril Central Mexicano, el Ferrocarril Nacional Mexicano y la Compañía Constructora del Ferrocarril Nacional Mexicano. La última se encargó de hacerlo.

    Cuando los años 80 estaban prácticamente encima, se supo que era un hecho que Celaya y Acámbaro quedarían comunicados por el ferrocarril y que éste cruzaría el municipio de Salvatierra, pero pasando un poco lejos (no sé exactamente qué tan alejado) de la ciudad cabecera. Fatigosas gestiones tuvieron que hacerse durante las administraciones municipales de Joaquín Ramírez Zimbrón y Antonio Sancén hasta lograr que se construyera la estación en las goteras de nuestra ciudad.

En ese momento se hizo patente la visión empresarial de don Eusebio González, administrador de la fábrica de hilados y tejidos "La Reforma", al ofrecer gratuitamente el terreno necesario para la estación de Salvatierra en términos de la antigua hacienda "La Esperanza", donde estaba y sigue ubicada la mencionada factoría; la estación encontró acomodo cerca del punto que era conocido con el nombre de "El Gasómetro". Y cosa semejante hizo don Eusebio en Empalme Escobedo, municipio de Comonfort, concretamente al lado de la fábrica de casimires "San Fernando", en Soria, donde, sin costo para la empresa ferroviaria, quedó asentada la estación correspondiente.

El 8 de agosto de 1883, en Celaya, se tiró una escritura notarial por la que don Eusebio González, como dueño de la fábrica "La Reforma", se compromete a ceder gratuitamente a la Compañía Constructora Nacional Mexicana, representada por el señor Manuel Noriega, diez y siete mil quinientos cincuenta metros cuadrados de terreno que habría de usarse para construir la parte respectiva de la vía férrea del ferrocarril que comunica a Salvatierra con Acámbaro, así como para establecer el paradero correspondiente. Por parte de la Compañía Constructora Nacional Mexicana intervino el señor Manuel Noriega.

    Cierta parte de la escritura dice a la letra: "...que el señor González, deseoso de favorecer la construcción de ferrocarril y teniendo en consideración los beneficios generales que de él resultan al país y los especiales que obtendrá su fábrica, no solamente convino en ceder los terrenos necesarios sin indemnización alguna pecuniaria, sino que consintió en que la Compañía pudiese construir, como en efecto ha construido ya, el camino de fierro en dichos terrenos y ocupase, también como ha ocupado, el necesario para el paradero o estación...". La cuarta cláusula del contrato habla de que "el señor González cede y concede también a la Compañía el derecho de tomar agua necesaria para el servicio de sus trenes y estación o paradero de la que es propiedad de la Fábrica, pudiendo tomar la del canal que la conduce a la Fábrica y llevarla hasta donde la Compañía la necesite". Y en una cláusula adicional: "... comprometiéndose la compañía a poner un escape que, partiendo del centro de la misma vía, mida setenta y cinco metros en dirección de la misma Fábrica, hacia el portón de sus bodegas, comprometiéndose así mismo la propia Compañía a dejar dentro de dicho escape los furgones necesarios para la descarga y carga de las materias primas y productos del establecimiento, según y de la manera que lo exijan sus necesidades...".

    Los escapes ferroviarios que consiguió don Eusebio González para sus factorías de Salvatierra y de Soria lo compensaron muy sobradamente por la cesión de terrenos que hizo. En los buenos tiempos del ferrocarril llegaron a "La Reforma" y salieron de ella materiales a pasto. Moraleja: hay personas dotadas de inteligencia y decisión para saber lo que les conviene y llevarlo a cabo en el momento oportuno.

    Valga el siguiente apéndice: desde Celaya, el 28 de julio de 1879, don Eusebio González dirigió un escrito al coronel Joaquín Ramírez Zimbrón, quien en ese entonces era el jefe político de Salvatierra. Entre otros conceptos, vertió el siguiente: "Creo, como todos, que esa población está llamada a ser, como ya lo está siendo, una de las primeras del Estado; y que, contando con una administración inteligente y con la cooperación de todos los vecinos, cada uno en la esfera de sus medios, bastará poner en desarrollo los grandes elementos naturales que tiene para hacerla llegar a su mayor engrandecimiento". Bueno hubiera sido que en todo momento hiciéramos nuestra esa percepción.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Restaurante La Veranda un espacio de convivencia, nostalgia y canciones, ahora con espacio ampliado

Vista estética del cuerpo arquitectónico del templo del Carmen, para contemplar su armoniosa volumetría.
Telefono de La Veranda
01 4666632814

Corredores iluminados para conversar y ver pasar la tranquila y sosegada vida provinciana

Servicio de bar y atención esmerada

Desayuno buffet todos los días de 8:30 a 12:00 hrs, y el domingo comida buffet de 13:00 a 18:00 hrs. precios económicos

Ambiente social de peñas de amigos y salones privados para reuniones.

Portal del Carmen 12, Salvatierra, Gto.
En el centro histórico de Salvatierra, corazón social de la ciudad





El capital originario de la inversión en la Fábrica La Reforma: de leyenda, por Herminio Martínez

Historia industrial de la región Laja Bajío

 por Herminio Martínez

                         EMETERIA VALENCIA

Aunque nació en Salamanca, Gto., el 2 de marzo de 1833, gran parte de su vida la pasó en Celaya, adonde se había mudado con su esposo, el señor don Eusebio González López, para administrar desde allí los vastos territorios de sus haciendas y atender más de cerca el Molino de Soria, de su propiedad, así como la fábrica de mantas “La Esperanza”, que ambos cónyuges allí habían puesto, al pie de la colina del cerro de la Cruz, a orillas del entonces hermoso río de la Laja, que daba movimiento al viejo molino, construido por unos vascos en 1706, al modo de las antiguas aceñas españolas que molían los trigos para el pan candeal de las dos Castillas, bautizándolo únicamente como El Molino, al que posteriormente se le agregaría de Soria, al ser comprado por el dueño de la hacienda de aquel lugar, el coronel Florencio Soria, quien años más tarde sería Jefe Político de Celaya, y que gobernó hasta el día de su trágica muerte, acaecida el 3 de mayo de 1873, tras haber fracasado en sus intentos por ser gobernador del estado, en lugar del general Florencio Antillón, quien lo “derrotó”, lo cual lo orilló a suicidarse de un tiro en la cabeza, pese a haber sido un excelente Jefe Político y una persona sumamente admirada, respetada y querida. Pudo más el honor militar que la simple vida. En otras versiones se dice que este hombre no murió de un tiro en la cabeza, sino por una bebida envenenada que, al modo de aquéllos tiempos, le dieron para que no continuara en su camino hacia la gubernatura del estado. O tempora. O mores. Don Florencio Soria dejó descendencia: en Celaya aún radica el arquitecto Francisco Valenzuela Pérez, hijo de Francisco Valenzuela Rico, hijo de Ciro Valenzuela Soria, hijo de Ciro Valenzuela Reinoso y Julia Soria y Gama, la cual era hija del coronel Florencio Soria, el cual, a su vez, era hijo de un español de nombre Joseph Soria. Por otro lado, la mayoría de celayenses del siglo XX recuerdan a don Ciro Valenzuela Soria, hombre cristianísimo, vecino del sacerdote y poeta J. Luz Ojeda (calle Manuel Doblado), quien alguna vez, para describirlo, le dedicó los siguientes versos epigramáticos de pie quebrado:

Con esa cara tan rubia

y esa barba tan poblada,

parece un Divino Rostro

pero hecho a la pendeja…

Tras aquéllos acontecimientos ampliamente conocidos y divulgados en toda la comarca, la gente siguió llamándolo el Molino de Soria y con este nombre aparece en algunos documentos, como el epitafio que se le puso al sepulcro del presidente Ignacio Comonfort, allá en el panteón de San Fernando de la Ciudad de México:

SACRIFICADO EN EL MOLINO DE SORIA

NOVIEMBRE 13 DE 1863

Igualmente, el periódico El siglo XIX, de la ciudad de México, en su número 79 del 3 de abril de 1861, también así lo nombra, al dar cuenta del asesinato del joven ingeniero agrimensor Antonio Leyva, hijo de un distinguido matrimonio celayense, a manos del temible bandido Lázaro Ibarburen, a quien apodaban El Lazarino. Este asesinato ocurrió el 23 de marzo de aquel año (1861), cuando El Lazarino, con sus compinches: Lorenzo Camacho, Joaquín Caballero, José Almanza “El Alazán” y muchos otros, merodeaban haciendo de las suyas entre Celaya y el Molino de Soria, por donde tenía que pasar a caballo el joven ingeniero, a quien asaltaron y masacraron, cual solían hacerlo con otras personas. Así lo reseñó El siglo XIX:

“El pasado 23 de marzo del presente 1862, el joven celayense D. Antonio Leyva Estevarena murió a manos del sanguinario “Lazarino”, cerca del Molino de Soria, mientras el joven recorría los trigales”.

El mismo diario relata la anécdota como un hecho de infinita nobleza por parte de los hijos de Celaya, pues en realidad quien asesinó al joven ingeniero fue José Almanza, por despojarlo de su caballo y un reloj de leontina. El muchacho volvía de medir los terrenos de la Hacienda de San Antonio Gallardo (San Juan de la Vega), cuando se topó con la pandilla de asaltantes, comandados por el temible Ibarburen, la cual, a los pocos meses, con más de cuarenta hombres tomó Celaya, pero fueron derrotados y algunos de ellos muertos o hechos prisioneros por las fuerzas organizadas y al servicio de los señores hacendados. José Almanza no alcanzó a huir, sino que, asustado y malherido, por casualidad se refugió en la casa de don Antonio Leyva y doña Antonia Estevarena, padres de su víctima, quienes, pese a que lo reconocieron de inmediato, no dieron parte a la autoridad, sino que lo curaron, lo alimentaron y, al final, aun le regalaron un caballo y veinte pesos para que se alejara de la ciudad, no sin antes desearle buen camino e invitarlo a que se arrepintiera y que cambiara.

LA BARRANCA DE METLAC

Los padres de doña Emeteria fueron los señores Patricio Valencia, castellano, y la señora Guadalupe Ibáñez, también española, de San Sebastián. No tuvo hermanos varones, sólo una hermana de nombre Antonia, la cual, ya grande, contrajo nupcias en Celaya con el español Juan Canelo. En Salamanca pasaban por ser una familia sumamente católica, no faltaban ni a las misas ni al rosario del templo de San Agustín y en su tienda atendían con generosidad y finas maneras a sus clientes, los cuales lo mismo iban por un pilón de azúcar que a comprar camisas, un sombrero de cuatro pedradas, huaraches, tabaco para hacer sus cigarros con las blancas hojas del maíz: peones, mayordomos, personajes del pueblo, en general, acudían a proveerse de algún plato de barro rojo, de los traídos de Tarimoro o unas ollas, de las “panzoncitas” de Huandacareo; cebada, trigo o tramos de cambaya o de aquella otra tela llamada “cabeza de indio”, muy resistente, tanto o más que la gente pobre, para las bregas del vivir. Sus dos pequeñas hijas les ayudaban hasta donde sus fuerzas se los permitían. Esto fue muy al principio, antes de la aventura que vivió don Patricio allá en la Barranca de Metlac, del Pico de Orizaba, a mediados de 1845. ¿Qué aventura le ocurrió a don Patricio Valencia, digna de ser narrada por el propio Miguel de Cervantes Saavedra o algún otro de esos preclaros soldados cronistas de los que –dice la fama-: supieron hermanar la espada con la pluma? Esta es la historia:

Don Patricio Valencia cada año solía hacer un largo viaje al estado de Veracruz a traer tabaco. Era un proceso complicado, se tardaba dos meses en ir y venir, pero valía la pena, pues él era el único distribuidor de este producto en el Bajío, por lo que su tienda, la mejor surtida en toda clase de mercancías de la región, siempre expendía este aromático cultivo mexicano. A él acudían de todas partes en busca de las achicaladas (maceradas) hojas para hacer pitillos, carrujos. Y don Patricio tenía que ejecutar el penoso viaje hasta los valles regados por los arroyos que descienden del volcán Citlaltépetl (citlali, estrella; tépetl, cerro), Cerro de la Estrella, pero llamado popularmente El Pico de Orizaba. Ese año de 1845, como siempre, se dispuso a marchar, despidiéndose de su esposa y de sus dos pequeñas: Emeteria de 11 y Antonia de 9 años de edad. Eran los primeros días de abril y antes de junio estarían de regreso, con las veinte mulas bien cargadas. ¡Veinte! Sí, en esta ocasión llevarían cinco más, porque ahora hasta de Yuriria, Uriangato, Morelia, León y Celaya venían a buscar el producto para fabricar cigarros, a los que en algunas partes denominaban “churumbelas”, quizá por el tamaño y el parecido con ciertos instrumentos musicales de uso común en Andalucía.

-Llevaré tres peones más. Ahora seremos siete –le dijo a su mujer-. Quédense tranquilas.

Y doña Guadalupe lo cargaba de santos, medallas y bendiciones, encomendándoselo a la Virgen del Carmen, a santa Mónica y a san Agustín.

Descansando de pueblo en pueblo, alimentándose bien y alimentando y cuidando a aquella noble recua, alcanzaron las fértiles llanuras tabacaleras de aquél estado, que alguna vez incendiara el Siervo de la Nación don José María Morelos, causándole al gobierno virreinal una pérdida económica de más de veinte millones de pesos. Tanto de ida como de regreso, a fuerza tenían que atravesar la escalofriante Barranca de Metlac, en las faldas del Pico de Orizaba. Y fue en ese lugar donde el destino estaba esperando al padre de doña Emeteria para darle todo el oro y toda la plata que, por siglos, allí se había acumulado. Lo mismo en lingotes que en sacos de monedas, objetos y múltiples alhajas. Los peones arreaban el hato de bestias ya cargadas con los tres fardos que solían echarle a cada una (uno a cada lado y otro arriba), cuando una de aquéllas acémilas resbaló y se fue al barranco, tras un espantoso relincho y un golpe seco que rebotó como un eco de la muerte entre las ramas del profundo abismo.

-¡Choooo!… ¡Choooo! –hizo el hombre.

-¡Choooo!... ¡Choooooooooo! –repitieron los siete empleados.

Todo fue inútil: el animal rodó y rodó hasta estrellarse en un invisible fondo. Los demás estaban asustados, él se veía sereno, con el ánimo de bajar a rescatar por lo menos las tres pacas de tabaco en hoja. Sólo que unos lugareños le advirtieron, a gritos, que no lo hiciera, que por favor no fuera insensato, que mejor se persignara y continuara su camino, porque allá abajo reinaba “satanás” y habitaban los espíritus de los muertos. Los peones tampoco se mostraban dispuestos a seguirlo en su alocada búsqueda. Él no les hizo caso y trabajosamente inició el descenso hacia donde supuso que estaría su mula. Los lugareños, lanzando extrañas preces y mil cruces al viento, se retiraron del lugar, dejando solos a los siete peones, quienes también rezaban y temblaban a la espera del patrón, quien, como si nada, descendía, dispuesto a no perder lo que acababa de comprar. Ninguno de ellos daba crédito a lo que su señor hacía. A sus cuarenta años aún era joven, pero no tanto como para exponerse como lo estaba haciendo. Todos rezaban de rodillas, mientras don Patricio ¡todo un valiente!, ágil y decidido, continuaba bajando de roca en roca y de tronco en tronco, hasta que se topó con un espectáculo realmente aterrador: No había demonios ni encantamientos, sino muchas cargas de oro y plata, piedras preciosas, sedas y otros objetos que hasta allá habían llegado tras un mal paso, pues por ahí tenían que pasar todos los animales y carrozas que iban al Puerto de Veracruz o hacia la Ciudad de México. El suyo yacía agónico, recostado, resquebrajado, tenso, encima de varios huesos, bolsas y cajas ya podridas por las que se asomaba el rubio resplandor de las barras de oro, costales, ricas mantas, cráneos humanos y cofres que, igual, vomitaban por los costillares veneros de monedas, polvos resplandecientes y cristales.

-¡Ay! ¡Ay! -exclamó don Patricio al ver al animal, como para que todos se dieran cuenta que había llegado a fondo.

Y los peones, que lo escucharon, se limitaron a pensar en la manera en que volverían a Salamanca con la triste nueva, imaginándolo difunto.

-¡Ni modo; tú te quedarás en Veracruz, pero tus compañeras volverán a Guanajuato con todo esto! -volvió a hablar en voz alta-. ¡Quién te lo manda ser desobediente, mula terca! –gritó.

Inmediatamente hizo bajar a sus ayudantes y toda esa mañana la pasaron subiendo tenates (bolsas de cuero) llenos de oro, hasta que no quedó ni una moneda, ni una figura preciosa, ni un objeto. Descargaron las mulas, las volvieron a cargar, ahora con el preciado hallazgo. El tabaco qué importaba, de ahí en adelanto otros lo importarían. Y así volvieron por sus pasos.

Sorteando las dificultades del sendero, pronto dejaron atrás aquella geografía hostil y, convencidos de que cuando Dios da, da a manos llenas, se encaminaban al Bajío con aquel cargamento disimulado con hojas de tabaco. La ruta hacia aquél estado, tanto de ida como de regreso, pasaba por Santa Cruz (hoy Juventino Rosas). De ahí la otra versión en la que se narra esta aventura, pero ubicando el tesoro en la barranca de un cerro ya cercano a Salamanca, donde el salmantino Andrés Delgado, El Giro (1792-1819) ocultaba el producto de sus asaltos a las conductas que iban de Guanajuato a la Ciudad de México, en aquellos aciagos días en que él, con Albino García y el padre Garcilita, eran ya famosos jefes guerrilleros en lucha por la causa de la Independencia de México. Delgado de A".

Ya en Salamanca, don Patricio pagó como nunca a sus trabajadores, los hizo ricos y él continuó realizando negocios en los que siempre favorecía a los más desprotegidos, creando aquí y allá asociaciones de apoyo a las comunidades e iglesias. Fue así que súbitamente los Valencia de Salamanca adquirieron haciendas, campos, fincas, ranchos, pueblos enteros y redoblaron su fama de filántropos, no sólo allí, sino aun en Celaya, Irapuato, Salvatierra, Acámbaro, Santa Cruz y tantas poblaciones más donde se hacían de posesiones. En Salamanca instalaron unos telares y vieron que aquél era buen negocio. De todas partes venían a visitarlos, sobre todo los clérigos, porque sabían que allí hallarían apoyo y recursos para alguna obra pía. Nacieron, así, sus fábricas de loza fina, textiles de variados géneros, haciendas ganaderas y agrícolas, tiendas y muchos comercios más.

DON EUSEBIO GONZÁLEZ LÓPEZ

Por esos tiempos llegó de España un apuesto joven de nombre Eusebio González López, natural de Iturria (Agüera de Iturriatz), del país vasco, a trabajar en la tienda principal de don Patricio, que seguía expendiendo tabaco, traído ahora por otros distribuidores. El muchacho conocía sobre cuentas y números, por lo que don Patricio no dudó en emplearlo. La gente murmuraba que aquél era hijo de él ¡qué casualidad que se parecían en lo güero, menos en el modo de tratar a las personas! Era lo que algunos suponían, nada más que al percatarse de la agria manera de dirigirse a los demás y ver cómo aquel mozo procuraba la amistad de Emeteria, se convencieron de que el asunto iba por otro lado. Y es que Eusebio se había enamorado locamente de la señorita Eme, como hipocorísticamente le llamaban a la hija mayor de don Patricio. Al grado que, sin ser rico y no tener a nadie que abogara por él, deseaba casarse con ella y traerla a vivir a Celaya, donde conocía a unos porquerizos de su tierra. Bueno, en otros puntos de la sociedad también se comentaban las reales intenciones del mancebo, pues él bastante guapo y ella algo feíta, hacían una pareja que por lo dispareja llamaba la atención, dando motivos para el dicho soez y la expresión sarcástica:

-Si no hubiera malos gustos, ¡pobrecitas de las feas! –largaban por ahí.

-En su tierra, tenía sueños de monarca en lecho de pordiosero.

-De que el año viene bueno hasta los pastores ubran…

Aventuraban otros.

En los umbrales, la calle, la plaza, la parroquia, bebiendo, caminando, blasfemando, doblándose bajo el sol eterno de los surcos, todo el mundo hablaba de él. Fue precisamente su amigo Felipe Galatois, tintorero de la fábrica de textiles Zempoala, de Celaya, quien le prestó dinero y ropa buena para pedir la mano de Emeteria. Y el matrimonio se efectuó. A don Patricio le caía demasiado bien aquel muchacho y lo veía como un excelente partido para su hija. Por eso, apenas se casaron, les dejó varias de sus empresas allí en Salamanca y aun les aconsejó que expandieran sus negocios hasta Celaya, pero ellos no le hicieron caso sino hasta que éste murió, ya viudo de doña Guadalupe, y entonces sí, al pasar toda la fortuna a manos de Eusebio, éste compró molinos de trigo, teatros, almacenes comerciales, líneas de tranvías y muchas otras cosas. Doña Emeteria se dedicaba a hacer obras de caridad entre los niños pobres, fundó escuelas, cofradías, hospitales, y por sus generosas donaciones fue que se construyó gran parte del templo del Señor del Hospital, en Salamanca, todo gracias al escalofriante paso de la Barranca de Metlac y a tantos “espíritus malignos”, salidos del averno. En 1852 se mudaron a Celaya, desde donde controlaron el lato imperio de sus inversiones y finanzas, y aun adquirieron el Molino de Soria con todo y tierras labrantías, casas grandes, carros, animales, gente, todo. Desde el lugar de su residencia, ubicada en el portal poniente de la Plaza Mayor, hoy portal Corregidora (donde posteriormente hubo una tienda denominada El Cerrojo) eran los amos y señores de prácticamente todo Celaya y la región, hasta Salvatierra, donde don Patricio Valencia, siguiendo el impulso de Lucas Alamán, había fundado la fábrica de hilados y tejidos a la que bautizó como La Perla y Eusebio rebautizó con el nombre de la Reforma. Oh la fortuna.

Don Eusebio González López era tan rico, que, por supuesto apoyaba al emperador y denostaba de la presidencia de Benito Juárez. En el Bajío era quizá la persona de más poder económico, déspota y cruel con las peonadas, prestamista de la mitra eclesiástica lo mismo que del gobierno estatal y federal, cuando se ofrecía o convenía a sus intereses. Para muestra, basta un botón: don Luis de Velasco y Mendoza, en el tomo 3 de su Historia de la Ciudad de Celaya, así lo narra:

“En su lugar quedó Don Guillermo Prieto, y éste (durante el gobierno de José María Iglesias, quien fue presidente de la república entre 1876 y1877) no permaneció ocioso, pues sobre el préstamo de $80,000.00 que antes se había ya agenciado en Guanajuato, consiguió en Celaya un aumento de $10,000.00, que fue suscrito por Don Eusebio González y algunos otros vecinos pudientes de la ciudad”.

DON EUSEBIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ

Sin embargo no todo era felicidad: Emeteria y Eusebio nunca pudieron concebir un hijo propio. Se decía que él… Se murmuraba que ella… En fin… La lengua es un músculo inútil si no lo mueve el alma a decir lo que la verdad tiene por suyo…Consultaron doctores de campo, obispos, arzobispos, médicos, santos patrones. Nada. Por lo que se decidieron a adoptar. Y fue así que llegó a su mundo Eusebio González Martínez, un risueño joven español, de Turcios, Vizcaya, quien era sobrino de don Eusebio González López. El muchacho, veinteañero y farfantón, fue recibido como un verdadero hijo por aquél matrimonio que en todo el estado gozaba de excelente fama: ella, por su generosidad en toda clase de asuntos; él, por la autoridad que ejercía al fulgor de los metales acumulados gracias a la intrepidez y buena suerte del recordado don Patricio. Precisamente fueron estas virtudes las que llevaron al matrimonio González Valencia a enfrentar decididamente el decreto del presidente de la república, Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), quien, a cambio de fuertes sumas de dinero, le había concedido a los protestantes norteamericanos los templos de Celaya: El Carmen, la Tercera Orden y San Agustín. Los gringos, encabezados por el pastor Sam Graver, llegaron hambrientos de tomar posesión de estas iglesias, sólo que no contaban con la enérgica protesta de la población mayoritariamente católica, ni con la riqueza de los González Valencia, quienes de inmediato negociaron con los extranjeros para que por sumas superiores a las que éstos le habían entregado al Presidente Lerdo, cedieran otra vez los edificios. Y de esta manera, doña Emeteria “compró” la Tercera Orden, Antonia, su hermana, San Agustín y el potentado capitalista ibero el del Carmen. Claro, aprovechó para -al más puro estilo de los antiguos gachupines- quedarse con todos los terrenos pertenecientes a la huerta del convento, los que convirtió en casas para sus negocios particulares y cuadras para su animales, aunque destinando un predio especial para que allí se instalara el mercado público, que venía funcionando en la Plaza Mayor o jardín principal, y al que, una vez inaugurado, la gente bautizó como “El Parián”, tal lo apunta atinadamente don Luis Velasco y Mendoza en la obra citada:

“Era, en esos días, Jefe Político Don José María Marañón, activo funcionario que demostraba en todas formas el interés que tenía por ver resurgir a la ciudad. Para conseguirlo, procuró atraerse la cooperación de todas las clases sociales; y en esa forma pronto estuvieron remediados en gran parte los destrozos de los edificios, reparados los templos y limpias las calles y plazas, a las que también trató de mejorar el Sr. Marañón; pues por disposición suya y secundado por el Ayuntamiento, se trasladaron los puestos del mercado que desde tiempo inmemorial existía en la "Plaza Principal o de la Constitución", para hacer en su lugar un bello jardín; instalándose entonces las vendimias a un lado del ex convento del Carmen, en lo que había sido un patio interior del mismo, que quedó libre al practicarse por allí la apertura de una calle, a la que posteriormente se llamó de "Tresguerras". Con el transcurso del tiempo se acondicionó debidamente este mercado, al que el vulgo designó con el nombre de "el Parián", construyéndose, en el sitio que ocupaba, una especie de pérgola circular con pilares de cantería que, aunque modesta, imitaba en su estilo al de la hermosa columnata que adorna la plaza de San Pedro en Roma. En su parte central, rematando el cornisamiento, se alzaba un medallón con una inscripción en la que se mencionaba la fecha en que tal mejora se inauguró: 5 de Mayo de 1874; el nombre del Jefe Político que ordenó su construcción: Corl. Don Florencio Soria (cinco años después de que Marañón moviera los puestos del jardín principal hacia un patio anexo al convento del Carmen) el Importe total de la obra; que permaneció en pie hasta 1906, año en que el mercado fue trasladado al moderno edificio que en la actualidad ocupa”.

A este Jefe Político: coronel don Florencio Soria, quien, con mucha eficiencia ejerció este cargo entre 1867 y1873, le correspondió enfrentar la impetuosa venida de los protestantes. Era párroco de Celaya don Francisco María Góngora, el cual, asumiendo el papel de conciliador entre las dos religiones, cometió un grave error al intervenir a favor de las huestes del predicador Samuel Graver a quien por poco despellejan vivo al pie de la Columna de la Independencia, que entonces se encontraba frente a la antigua Casa de Cabildos, logrando que -pese a que a los gringos ya se les había regresado triplicado su dinero- se les dejaran tres anexos del convento de San Agustín: una sala grande, por el lado de la calle hoy llamada de Allende, y dos salones más: uno en la esquina que forman el Bulevar Adolfo López Mateos con Ignacio Allende y otro cerca de la actualmente llamada “Casa del Cronista”, en el mismo Bulevar. Desde 1873 hasta la fecha, esos espacios siguen ocupados por una iglesia no católica y comercios particulares, gracias a Sebastián Lerdo de Tejada, pero más al virtuoso cura Francisco María Góngora, que regaló lo que no le pertenecía al clero secular, sino a la Orden de San Agustín, flama eminente del clero regular.

En fin, aparte del molino de harina de Soria, que llevaba este nombre por el coronel Florencio Soria, porque él lo había adquirido junto con el caserío y las tierras desde 1857, don Eusebio se dio a la tarea de probar mejor suerte en la industria textil, al comprar toda la maquinaria inglesa que el historiador e industrial guanajuatense Lucas Alamán (1792-1853) había instalado en su fábrica Zempeola, de Celaya. Con esta adquisición, don Eusebio inició en Soria una empresa a la que bautizó, primero, como “La Providencia”, y después como “Fábrica de San Fernando”, la cual, andando el tiempo, se convertiría en un emporio textilero nacional, con ferrocarril y luz eléctrica propia, allí al pie de la colina del cerro de La Cruz, vecino del entonces hermoso río Laja y del molino de harina que también ya era suyo, tal cual lo dicen las estrofas de una canción o corrido famoso en aquellos tiempos:

Fábrica de San Fernando

de don Eusebio González,

no seas ingrata conmigo,

no cierres tus capitales.

Ay fábrica que amaneces

en medio de nuestros males,

cuánto dinero le has dado

a don Eusebio González.

Ay fábrica donde rifa

la ley de las amarguras:

jornadas de quince y veinte

son nuestras horas oscuras.

De Acámbaro a San Miguel

el aire tu fama riega,

la saben en Irapuato

y aquí en San Juan de la Vega.

Decían los de Chamacuero:

vámonos para el Molino,

vámonos a los telares

a trabajar paño fino.

Y los pobres de Celaya

que hasta acá venían, cansados:

ya se ve la casa grande

y ese molino afamado.

Las muchachas de las mesas

se asomaban al balcón

por ver a los tejedores

trabajando en su salón.

Adiós Molino de Soria,

¿por qué eres tan engreídor?

¿Será por los garitones

que tienes en derredor?

Entre otras miles de referencias alusivas a la organización capitalista del señor González, quien también influyó en el tendido de vías hasta su hacienda para enviar a todo México y los Estados Unidos la harina de su molino y las telas de su fábrica, aparte de los sencillos versos del corrido, hay cartas, notas, facturas y partes administrativos, de los cuales conocemos el siguiente, tomado de la monografía Soria, publicada en 1956, en edición de autor, por el presbítero José Zavala Paz, párroco de aquel lugar:

Soria, febrero 18 de 1878

Sr. D. Eusebio González

Celaya, Gto.

Muy señor mío:

Adjunto a Ud. Estado No. 7 y sus comprobantes con la factura de la semana que se servirá Ud. mandarlos examinar. También va la nota No. 1 de algodones recibidos y remitidos a Salvatierra hasta el 10 de enero próximo pasado. Si necesita continuación de esa nota puede avisarme para remitírsela.

Tres carros vinieron ayer y en ellos 10 parrillas para el vapor cuyo peso no me avisa Ud. Y como no hay trigo disponible se ocupan en traer piedra.

La existencia de cordoncillo es toda de azul, blanco no hay nada.

Suyo de Ud. Afmo. Y S. S.

DEL ESPLENDOR A LA MUERTE

A casi once años de la muerte del guerrillero Valentín Mancera, ocurrida en un barrio de Celaya, en 1882, por conspirar contra las injusticias y los abusos de los ricos, don Eusebio viajó a la ciudad de México a tratarse de una vieja enfermedad y entrevistarse con su amigo el Presidente don Porfirio Díaz, para intercambiar impresiones acerca del desarrollo del país, y, de paso, agradecerle una vez más la concesión que le otorgó -¡por cien años!- para que la fábrica de Soria generara su propia electricidad, trayendo esta energía desde Salvatierra, donde, aprovechando la fuerza del Salto, en el río Lerma, sus técnicos y asesores establecieron un dinamo para desde allí enviarla, atravesando los pueblos de Cacalote, Panales, Cañones y la ciudad de Celaya, pero sin darles ni una chispa de su corriente eléctrica. Pero la muerte lo sorprendió antes de hablar con Díaz, el 21 de enero de 1893, ya vencido por aquel extraño mal que le atacaba el pecho, cortándole la respiración y poniéndole de color morado desde la papada hasta los pómulos. Dice el historiador Luis Velasco y Mendoza, que ya para entonces le había entregado a doña Emeteria el capital (dos o tres veces multiplicado) que ésta poseía antes de su matrimonio, es decir la fortuna de la Barranca de Metlac, agregándole una considerable suma extra para que aquélla continuara en sus donativos y obras pías. A su fallecimiento, el resto de la inmensa fortuna lo heredó Eusebio González Martínez. Y por su parte, doña Emeteria, tras haber sido confesada y recibir la Eucaristía de manos de un religioso franciscano, falleció en su enorme casa de Celaya, el 25 de octubre de 1893.

Respecto al sobrino, se sabe que vivió hasta los años treinta del siglo XX, pues se tienen noticias de su participación en varias obras sociales y políticas, aprovechando la envidiable posición en que quedó. Narra don Luis Velasco y Mendoza uno de estos episodios, ilustrativo para todo aquél que desee conocer cómo era la sociedad celayense de aquellos tiempos:

“La prensa se ocupó de publicar la reseña del viaje triunfal que venía efectuando el Jefe supremo de la revolución, y los grandiosos cuanto efusivos recibimientos que se le hacían en todas las poblaciones que tocaba en su trayecto hacia la capital de la República. Con esto, muy a tiempo se tuvo conocimiento en Celaya, que el día 5 de Junio llegaría el tren maderista a la ciudad de Silao, donde le iban a presentar sus respetos y saludos las autoridades de Guanajuato; así que desde luego, con la ingerencia del Jefe político y del H. Ayuntamiento, se aprestó una comisión de celayenses, en la que figuraban prominentes hombres de negocios encabezados por el millonario Don Eusebio González, sobrino que fue de aquel filántropo fallecido desde el año de 1893 que llevó su mismo nombre, para ir hasta Silao a encontrar allí al Sr. Madero; y también para que le hicieran una invitación con el fin de que se detuviera en Celaya y le hiciera una visita a la población, antes de proseguir su viaje hacia la ciudad de México”.

Más no se sabe de este español; sin embargo, a fines de la década de los veinte, todavía se le halla involucrado con el movimiento cristero en la región. Pero no más. Hay quien afirma que durante el gobierno socialista del General Cárdenas se embarcó en Veracruz con destino a España, adonde trasladó una buena parte de su fortuna para construir dos escuelas y una catedral. Sin embargo, el pueblo, que todo lo cree y todo lo sabe, está seguro que don Eusebio González Martínez es ese espectro que todavía, en noches de mucho viento y golpes de llovizna, suele mirarse a todo galope por el puente que comunica el pueblo de Soria con el de Empalme Escobedo (llamado anteriormente Estación de González en honor de su querido tío), gritando, carcajeándose y cantando espeluznantemente:

Comprar fuego, vender lumbre,

ganar mucho, pagar mal,

es una vieja costumbre

del sistema colonial.

La tierra le haya sido leve.