miércoles, 3 de diciembre de 2008

La continuidad de la identidad en la historia oral

La noche recibe una claridad lunar y no hay oscuridad en la calle, mientras G. abriga su cuerpo con pesadas cobijas de lana en una habitación sencilla en Salvatierra. El recuerdo de L., ya desaparecido de entre los vivos, es la última imágen en su cabeza y duerme descanzando la cabeza en una mullida almohada.
Dormido sueña la conversación repetida de L., cuando era cronista, sobre la forma de empezar a conocer y apasionarse por la historia de Salvatierra. Una anécdota muy singular, el Abuelo caminaba en las tardes con L., relatando la vida de los vecinos y de la propia infancia del Abuelo, en tiempos de los saraos de Maximiliano en Querétaro, la desenclaustración de los padres carmelitas y las monjas capuchinas en tiempos de Juárez y la opulencia y suntuosidad de las fachadas de los hacendados y edificios públicos en el periodo de Porfiro Diaz.
Con espantada incredulidad oye, al relatar el incendio de la fábrica textil la "La Perla" por el Abuelo, los gritos de los trabajadores encerrados en la inmensa nave de los telares y ve en su imaginación cómo los encontraron amontonados en la puerta de salida y en las claraboyas donde desesperados tomaron el último aliento de aire fresco. Pero el aprendizaje caminando por la ciudad y preguntando las historias, apasiona a L., toda la vida cuenta lo aprendido y documenta en un libro de fotografias y breves relatos, el recorrido de la historia oral del Abuelo por las calles de la ciudad de Salvatierra.
El frío de la noche en invierno acelera el sueño de G. dormido en cobijas de lana abrigadoras. Ve a L., joven, activo, camina por el portal de la Luz con un grupo de niños uniformados de azul marino de alguna escuela de gobierno en la época actual. L. cuenta la historia de la fundación de la escuela secundaria parado frente a la placa conmemorativa de la primera clase de la enseñanza secundaria. Un vetusto edificio antes ocupado para dar alojo a la primera escuela primaria mixta. Y L., resplandece de gusto narrando los festejos del tercer centenario de la fundación de la ciudad, pero en la década de los cuarentas, a la misma edad representado en el sueño de G., la historia registra a L., caminando por el río Lerma en un viaje de exploración sobre el curso de las limpias, caudalosas y transparentes aguas. Casi despierta a G., la viveza de la imágen juvenil de L. en animada plática con los niños frente a la placa conmemorativa. Para nada tiene andar de abuelo, sino vigor juvenil, ansias de trasmitir el amor por la tierra donde nació y murió en el ensueño de G., donde el grupo dirige sus pasos a la puerta grandiosa de la parroquia, a la casa del amor de los amores de L., Nuestra Madre Santísima de la Luz.
Adentro la mañana ilumina los vitrales pero la nave principal esta a media luz, sólo el retablo mayor recibe en el camerín central de la Virgen de al Luz un haz de luz de clara policromía verde y roja. La voz pausada de L., la escucha G., arrobado al ver a los estudiantes sentados en las primeras bancas cercanas al presbiterio. Es como si la historia continuara sin rupturas, repitiéndose por el anhelo tan grande de L., de trasmitir aquello que en su infancia de huerfano le daba la mayor alegría y un sentimiento de pertenecer a una gran familia con toda la ciudad. Algunos niños del grupo son huerfanos, y L. lo sabe por ello con más cuidado piensa cada tema de la Virgen de la Luz, para ser la misma luz de amor de su Abuelo ante ellos.
Un perro ladra cerca de la puerta donde duerme G. y lo despierta de su alucinación nocturna. Abre los ojos y ve la hora y la fecha, el tiempo no ha transcurrido en la ciudad, sigue siendo la misma de manera eternamente conservadora, los muertos están continuando con sus propios sueños en los sueños de sus amigos. Seguro mañna verá a los niños con su maestro dentro del santuario de la Virgen de la luz.

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