miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sor Juana Inés de la Cruz, análisis "Primero Sueño": La Razón





Sor Juana se ha adentrado en una tercera intuición, descubriendo el mundo inteligible de las verdades del orden ideal, los principios axiológicos, con los cuales el espíritu ilumina el mundo empírico de la experiencia externa o interna.
Sor Juana inicia el camino del llamado siglo de la ciencia, el siglo XVII, y tiene el mismo propósito que Renato Descartes, llegar a conocimientos verdaderos de las cosas empíricas. Sor Juana, como persona de estado religioso, dirá que investiga la posibilidad de conocer verdades parciales como si fueran escalones, para justificar sus estudios a la luz de los principios teológicos, es decir para demostrar la existencia de Dios por las pruebas de la razón.
El lenguaje empleado es el filosófico teológico de san Agustín, sus metáforas icónicas, en el fiósofo de Hipona encontramos que la visión de las verdades eternas es la escala de ascención al reino superior de una conciencia absoluta y eterna, que es principio, sol y bien.
San Agustín sostiene que el alma es poseedera de un caudal de verdades eternas, libres de cualquier ilusión.
"Muchas cosas que por los sentidos han entrado en el alma pueden dar motivo a una ilusión; pero que tres por tres sean igual a nueve y cuadrado a los números inteligibles, ha de ser siempre verdad". (Contra. Acad. III, 29,32).
Pero todo este movimiento del alma no es un movimiento gratuito, este volverse sobre sí y adentrarse en un mundo inteligible tiene un fin preciso, y ese medio ha sido elegido pero puede escogerse otro. Todos los esfuerzos y trabajos se encaminan al logro de la visión o contemplación de la verdad. La suprema dicha será igualmente la suprema visión, la cual consistirá, no sólo en ver a Dios, sino en verlo divinamente. He aquí el edén de su filosofía, la posesión de Dios con todas las las fuerzas del espíritu. La causa primera contiene infinita toda esencia. En este caso Dios, cuyas "ideas divinas son ciertas formas causales o modelos constantes e inmutables de las cosas, las cuales no han sido formadas, y por eso son eternas e invariables y están contenidas en la divina inteligencia; no nacen ni perecen, pero según ellas se forma todo lo que nace y muere". (de div. Quaest. 89, 46, 2). Aún las cosas singulares tienen en la mente divina su idea particular. (Epist. IV, 4).
En este caso el valor de las cosas finitas queda con esto grandemente elevado. En el fondo de cada ser, con todas sus mudanzas se oculta un pensamiento eterno.
Es importante traer a cuentas la escala de valor de la concepción neoplatónica del universo, donde se configura una pirámide ideal, donde lo más perfecto es el Uno, después el mundo inteligible, luego el mundo del alma universal, después el mundo sensible, donde el alma del hombre es la última parte del mundo inteligible.
Santo Tomás nos dice: "Se comprende al punto al mirar la naturaleza de las cosas. En una Consideración más atenta y detallada se hallará que la divinidad de las cosas se realiza por grados; sobre los cuerpos inanimados encontramos las planatas, por encima de ellas, los animales irracionales y sobre éstos los seres dotados de razón. Y en general se da en ellos diversidad según estos o aquellos son más perfectos." (S.C.G. III, 97).
Desde el neoplatonismo se planteaba la existencia de ojos interiores capaces de ver lo inteligible de la inteligencia cercana al Uno. Ojos que veían, pues, intelectualmente y la manera de prepararlos para ver ese mundo inteligible era llevando una vida desprendida de las pasiones corporales, pues ellas empañaban la vista. Recogerse sobre sí, sobre el alma y remontarse al mundo de alma individual donde existían todas las almas y donde no era necesario pensar y discurrir, pues todas se aprecian de conjunto claras y transparentes. Si se seguía entraría al mundo inteligible donde se encuentran las esencias de todo el universo. Y también se podría contemplar el Uno y unirse con él.
San Agustín recupera gran parte de la filosofía neoplatónica y, también, nos habla de los ojos del espíritu, que son la mente y están sanos cuando ésta está purificada de toda sordidez corporal, libre de los deseos de cosas mortales.
La pirámide ideal es una metáfora del panteísmo dinámico noplatónico y, también, de los grados de valor de las cosas del mundo en santo Tomás de Aquino.
 Sor Juana nos hará una gran metáfora, donde el águila con sus ojos, es el alma, que se encuentra en la parte final de la pirámide egipcia y el alma como el águila pude emprender su ascenso, con sus alas, las del espíritu, hacia lo más elevado de ella y desde ahí contemplar el mundo el águila, y el alma contemplar las esencias que nos dan una idea de Dios, pues no puede contemplar a Dios Mismo. El águila se aturde conforme se eleva mirando el Sol y regresa al cimiento de la pirámide, lo mismo ocurre con el alma que de conjunto no comprende nada.

Fragmento XIX
" A la región primera de su altura
(ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado cuerpo horrendo),
el rápido no pudo, el veloz vuelo
del águila --que puntas hace al Cielo
y al Sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido--
llegar; bien que esforzando
más que nunca el impulso, ya batiendo
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha pretendido,
tejiendo los átomos escalas,
que su inmunidad rompan sus dos alas."
"Las Pirámides dos --ostentación
de Menfis vano, y de la Arquitectura
último esmero, si ya no pendones
fijos, no tremolantes--, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos
tumba y bandera fue a los Ptolomeos,
Que al viento, que a las nubes publicaba
(si ya también al Cielo no decía)
de su grande, su siempre vencedora
ciudad --ya Cairo ahora--
las que, porque a su copia enmudecía,
la Fama no cantaba
Gitanas glorias, Ménficas proezas,
aun en el viento, aun en el Cielo impresas:
éstas --que en nivelada simetría
su estatura crecía
con tal disminución, con arte tanto,
que (cuanto más al Cielo caminaba)
a la vista, que lince la miraba,
entre los vientos se desparecía,
sin permitir mirar la sutil punta
que al primer Orbe finge que se junta,
hasta que fatigada del espanto,
no descendida, sino despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa,
tarde o mal recobrada
del desvanecimiento
que pena fue no escasa
del visual alado atrevimiento--,
cuyos cuerpos opacos
no al Sol opuestos, antes avenidos
con sus luces, si no confederados
con él (como, en efecto, confinantes),
tan del todo bañados
de su resplandor eran, que --lucidos--
nunca calurosos caminantes
al fatigado aliento, a los pies flacos,
ofrecieron alfombra
aun de pequeña, aun de señal de sombra:
éstas, que glorias ya sean Gitanas,
o elaciones profanas,
bárbaros jeroglíficos de ciego
error, según el Griego
ciego también, dulcísimo Poeta
--si ya, por las que escribe Aquileyas proesas
o marciales de Ulises sutilezas,
la unión no lo recibe
de los Historiadores, o lo acepta
(cuando entre sus catálogos lo cuente)
que gloria más que número le aumente--,
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido Tonante
el rayo fulminante
quitar, o la pesada
a Alcides clava herrada,
que un hemistiquio solo
de los que le dictó propicio Apolo:
según de Homero, digo, la sentencia,
las Pirámides fueron materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que, dimensiones interiores,
especie son del alma intencionales;
que como sube en piramidal punta
al Cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta,
y a la Causa Primera siempre aspira
--céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia,
que contiene, infinita, toda esencia--."

Sor Juana nos refiere que las pirámides de Egipto y al misma Torre de Babel son pequeñas en comparación de la ambición del hombre de aspirar siempre a la Primera Causa, como también lo expresa santa Teresa de Jesús, diciendo que el alma aspira siempre a lo alto como el fuego. Recordemos que sor Juana Inés de la Cruz entró al convento de las Carmelitas Descalzas de la ciudad de México, de donde se retiró por lo duro de los reglamentos de la vida religiosa comunitaria. Sin embargo, el poema "Noche Oscura" de san Juan de la Cruz lo podemos escuchar en el poema mayor del "Primero Sueño" que estamos analizando.

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