domingo, 27 de junio de 2010

El Convento del Carmen de Salvatierra por Eduardo Báez Macías

Nos encontramos, finalmente, con el último ejemplo de arquitectura religiosa que dejó el gran arquitecto: el convento del Carmen de Salvatierra.
En esta ciudad, llamada así en honor del virrey García Sarmiento de Sotomayor, marqués de Salvatierra, se fundó por título expedido el 9 de febrero de 1644, en tierras del Valle de Guatzindeo, Tarimoro y Chichimecas, que había cedido de su mayorazgo don Gabriel López de Peralta, en un lugar denominado San Andrés Chochones.
De nuevo el velo poético de la leyenda acompaña a los escasos datos que sobre la fundación del convento se pueden encontrar; dice fray Manuel de San Jerónimo que en ese Valle de Guatzindeo vivió, en un antiguo convento franciscano, fray Juan de Lozano, célebre por sus bondades con los naturales, quien mirando hacia los montículos vecinos, caía con frecuencias en profundos arrobamientos, en los que solía decir:

Vendrá tiempo cuando en aquel lugar se observarán grandes cosas. Allí habrá unos varones divinos grandes siervos de Dios y entre aquellos pedregales depositará Su Majestad un tesoro de soberanos bienes.

Y se fundó la ciudad, y sin dilación el convento de los descalzos, que con insistencia solicitaban los vecinos, el cabildo y la justicia. La licencia de la autoridad civil se obtuvo en cédula expedida por el Virrey el 25 de mayo de 1644, ordenando al regimiento y cabildo que asistieran a los religiosos encargados de la fundación; la de las autoridades de la Orden, se obtuvo en la reunión celebrada el 11 de mayo de 1644. Como en ese momento se tenía proyectada una fundación en Tlaxcala, considerando que se obtendrían mayores ventajas haciéndola en Salvatierra, se dejó aquella en suspenso y se realizó la segunda, colocándola bajo la advocación de San Ángelo Mártir.
El convento, la segunda obra que se conserva más o menos completa, es descrito, a grandes rasgos, como sigue:
La iglesia tiene planta de cruz latina, con brazos cortos; tres tramos entre el crucero y el coro, según las plantas dibujadas en el manuscrito; la boveda es de medio cañón, empleando siempre los típicos soportes del de San Ángel, auqnue me inclino a creer que, originalmente, el templo de cubrió de madera. A los lados del presbiterio se encuentran dos camarinos o relicarios, y sobre el crucero, montado en pechinas, un tambor octogonal cargando la cúpula de ocho gajos. La fachada es sobria, con la misma distribución que hemos visto en otros templos, reduciéndose a la puerta de ingreso, de arco de medio punto; sobre ésta se eleva un frontón que se abre dando cabida al nicho de la Virgen, y un poco más alta se abre la ventana para iluminar el coro. Para el inteior, fray Andrés anotó en su memorial los siguientes datos:

Tiene de ancho ocho varas y de largo doce, y por los brazos tiene el crucero dieciocho varas de largo y el presbiterio cinco varas. Acabóse de cubrir y d perfeccionar y el primero domingo después de la Candelaria se dedicó la iglesia.

En el largo, por un descuido, se equivoca y asienta erróneamnete doce varas. La medida de los brazos del crucero se ciñe a la proporción preestablecida, de darles de profundidad la mitad del ancho de la nave, lo mismo que el presbiterio, al que señala cinco varas.
El claustro es únicamente bajo, semejante a los de Puebla, Atlixco y San Ángel, en sus bóvedas y soportes, con la única diferencia de ser ligeramente más pequeño, con una pilastra menos por cada lado. Una espaldaña de tres cuerpos, que como la de Valladolid tiende a convertirse en torre, remata el conjunto.
En una anotación de veracidad dudosa, agrega al final de unos documentos relativos a la Virgen de la Luz, existentes en la Parroquia de Salvatierra, se dice que en el arco bajo del coro del templo estuvo la siguiente inscripción:
Fray Andrés de San Miguel, lego carmelita matemático, arquitecto, erigió este templo en el año de 1644 y dirigía el puente de esta ciudad cuando murió en el mismo año.
Esta inscripción (que tiene el dato erroneo del año en que murió el arquitecto) se borró con seguridad durante alguna de las reparaciones que se hicieron en el coro, con el objeto de darle mayor extensión de la que originalmente había tenido.
Concluía la edificación del convento, cuando los religiosos tomaron a su cargo la construcción de un puente que cruzaría el río Lerma o río Grande, como entonces le llamaban, para unir en este punto a la Nueva Galicia y Zacatecas, con Michoacán y la ciudad de México.
Los carmelitas harían el puente, financiando los gastos de su edificación, según escritura pública de 8 de mayo de 1650, debido a que la ciudad no disponía de los medios indispensables para hacerlo. Las autoridades de Salvatierra dieron en garantía sus propios y arbitrios, y dejaron convenido que los frailes cobrarían un derecho de pontaje a los viajeros que lo utilizaran, para amortizar la inversión.
Obviamente, la dirección de la obra la asumió Andrés de San Miguel, dejándola terminada para 1652, porque para esa fecha ya estaban instalados los frailes en los extremos del puente, recaudando el pontaje estipulado.
La importancia de esta obra y los méritos de fray Andrés quedaron plenamente reconocidos poco después de su muerte, según una Real Cédula dada en Aranjuez el 15 de abril de 1655, en la que el monarca solicitaba del virrey, duque de Albuquerque, una información para resolver sobre una petición de fray Diego de Cristo, procurador general de la Provincia de San Alberto, que exponía ante el soberano los siguientes hechos:

...pues por haberse dispuesto el desagüe de esa ciudad (México) cuando estuvo inundada y tan a peligro de perserse, por orden y disposición de fray Andrés de San Miguel, religioso de su Orde, gran artífice de obras, y haber asistido a e´l con su persona algunos años, y a otras obras y reparos, que por su buena disposición se hicieron en otras partes, en orden a atajar ríos, para que se entrasen en la laguna, por haberlo pedido a la religión en mi nombre el virrey, Marqués de Cerralvo, y ella acudió a esto con gran voluntad, con que se remedió esa ciudad que estuvo muy a peligro de perderse y despoblarse...
... y que en la fundación nueva de la ciudad de San Andrés de Salvatierra, que por orden mía hizo en ese reino mi virrey, Conde de Salvatierra, por donde pasa el río Grande, que es el mayor que hay en esa Nueva España, siendo tan dificultoso de pasar en tiempo de aguas por las grandes avenidas que trae y muchos arroyos y ríos que en él entran, eran muchísimos los que cada año se ahogaban, y la hacienda que se perdía, y muchos los que quedaban sin oír misa en días de fiesta, ni sermones ni en los de cuaresma, y los que morían sin administración de sacramentos, por haber de la otra parte de dicho río muchas y muy grandes haciendas fundadas, así de labor como vaquería, por la imposibilidad de pasar el río, sino con gran riesgo, compadecía la religión y convento que allí se fundaba, de tantas calamidades y desgracias, dispuso hacer un puente en dicho río, y aunque pareció el intentarlo acometer un imposible, pudo más la piedad y compasión de los eligiosos, y así la comenzó y acabó de cal y canto y de arquería, con catorce ojos, doscientas y catorse varas de largo, en tan breve tiempo, que más se puede atribuir a milagro que a fuerzas humanas, pues en menos de seis meses se vió acabada una obra que a muchos pareció, con bastante fundamento, que les sobraría mundo para verla acabada y en la perfección que tiene; pues tiene de ancho más de cinco varas sin casi dos que ocupan los pretiles, que tienen de alto una vara, con sus troneras y desagües tan fuertes, que con estar tan recién hecha y haber sido las avenidas y crecientes de los años siguientes tan grandes, que derribaron torres muy fuertes, en ella no ha hecho mella alguna; porque está toda fundada sobre peña viva y por haber corrido por la religión y su cuidado, pues asistió y la dispuso el mismo religioso artífice que se empleo en el desagüe de esa ciudad de México, no llegó la dicha puente a diez mil pesos, que gastó el convento de las limosnas que para su obra le daban, empeñándose y tomando a daño lo demás, por sólo hacerme este servicio y bien a esa república, que ha dicho, de los que han visto la obra, si corriera por otras manos, pasara de cincuenta mil y durara muchos años, porque en esa Nueva España no hay obra como ella, y que en estos reinos habría muy pocos que la igualen, de que la religión hasta ahora no ha tratado de que se le recompense a aquel convento lo que allí gastó, dejando de emplearlo en la obra del que labraba con el edificio de dicha puente, se ha abierto y dado paso franco, libre y sin peligro para el trajín y comercio de toda aquesta tierra y de la Nueva Galicia, provincias de Jalisco, Michoacán, Zacatecas, San Luis y otros pueblos que por evitar estos peligros rodeaban muchas leguas, y hoy hacen por allí camino derecho, han crecido las alcabalas y mi hacienda, pues no pasando antes de sesenta o setenta pesos, hoy casi llegan a quinientos, hase aumentado la ciudad y va cada día creciendo más...

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