domingo, 27 de junio de 2010

El estilo de fray Andrés de San Miguel por Eduardo Báez Macías

Para definir el estilo del arquitecto carmelita, hemos de considerar el Convento del Carmen de San Ángel como el elemento fundamental; Salvatierra, Puebla, Atlixco, los muy inciertos detalles de Morelia y los planos y dibujos del manuscrito. Su ubicación cronológica, principios del siglo XVII, indica desde luego la influencia renacentista, particularmente herreriana. Y para una arquitectura que por prescripciñón estaba obligada desnudarse de toda ornamentación, ningún influjo podía ser mejor recibido que el adusto escuralense, a cuyo geometrismo agreóse en la colonia el empobrecimiento, no sólo el que hallamos en cuanto estilo cruzó el Atlántico, sino aquel que derivó de la Orden misma.
Retrospectivamente, queda en fray Andrés la influencia impersonalizante de El Escorial, que después de podar las exuberancias platerescas, afloja su dictadura y principia a diluirse en composiciones manieristas.
Desprendido de un arte renacentista, amó la proporción, buscando en sus secretos la belleza, como los maestros europeos la enseñaban; conoció los cinco órdenes clásicos y terminó rindiéndose al toscano, dándole cuerpo en sus monasterios y acariciándole con delectación en sus escorzos. Como su contemporáneo fray Lorenzo de San Nicolás, prefería la robustez toscana, más concordante con la vida de los frailes descalzos, y casi llegó a prescindir de los cuatros órdenes restantes.
Pero igual que sucede a los cincuecentistas europeos, fray Andrés se desliza, suavemente, en la ilusión de pertenecer a un mundo clásico, cuando en relaidad principiaba a abandonarlo. El conocimiento de Vitrubio, Alberti, Vignola, de la relación entre las partes de la columna, de los capiteles y de las plantas, podría conducir a un dogmatismo y a la fijación de un estilo, pero no necesariamente a una realización clásica.
Nacido en plena época de la Contrarreforma, bajo la influencia del Concilio de Trento y muy cerca de los éxtasis de Santa Teresa, participó de un mundo de tensión y sin sosiego, que si bien le procuró un ambiente de atracción por los modelos clásicos, le contagió de sus graves contradicciones y de su desequilibrio espiritual. Su arquitectura fue una resultante, no por sus elementos, sino por su concepción, de un espíritu manierista.
Por más que la proporción constituye su fundamental preocupación, esta proporción, una vez que la adopta, lo lleva a planear plantas estrechas y largas, cada vez más lejanas de la planta centralizada, clásica, modelo de equilibrio, y concebir la unidad espacial como profundidad, solución propia del manierismo.
En San Ángel, las grandes pilastras que flanquean la fachada y sostienen en lo alto el frontón, cierran el espacio y lo fijan, como unidad perfectamente mensurable; pero, al proceder a la distribución de su paño, eluden la simetría y en lugar de un conjunto armónico, eu´ritmico, logra con el uso del pórtico vestibulo un contraste de luz y sombras, de volumen y huecos, entre el extenso y severo plano superior y la profundidad de los arcos de ingreso.
Manierista es también la concepción de sus pequeños claustros: sus pilastras y sus arcos derivan de modelos renacentistas, pero muy lejanos estan de representar los espacios despejados, racionales, integrados al mundo circundante. Todo lo contrario, sus pilastras se aproximan entre si y crecen verticalmente, no para limitar racionalmente el patio, sino para aprisonar al espectador, envolviéndole en su recinto de piedra, arrojando su angustiosa mirada hacia Dios, ajena al otro mundo que vive detrás de las paredes del claustro lejano y próximo a la vez
Estos patios pruducen una sensación de extrañeza, una visión por entero subjetiva de la realidad, una actitud introspectiva en el sujeto; una síntesis de de la vida contemplativa. Fray Andrés tuvo el genio, elevándose muy por encima de sus hermanos de comunidad, de repetir en piedra la necesidad espiritual del fraile contemplativo de parapetarse dentro de las murallas del yo, conjurando con el arte de la arquitectura el peligro del mundo profano, del que lo sbstrae y aleja.
Mucho sentido encierran estos pequeños claustros, pobres en su ejecución, apenas construidos en sillarejo, para quien quiera acercarse al fondo de la Reforma del Monte Carmelo. Hoy aguardan su destrucción, serenos y resignados, soportando un destino muy diferente al que les asignó el arquitecto, con excepción del de San Ángel: el de puebla se ha convertido en Hospital, el de Salvatierra en gallinero y el de Atlixco en cuartel para un escuadrón de caballería.

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