miércoles, 7 de julio de 2010

Poesía del principal investigador de la obra de Federico Escobedo, por Tarsicio Herrera Zapién


DON GUSTAVO COUTTOLENC
(1921),
LA LIRA Y LA SONRISA


A casa del obispo casi vuela
Llevándole en la tilma los vergeles
Y tu imagen morena se desvela.
Sucedieron entonces grandes cosas
Y fueron de tu efigie los pinceles
Las rosas y las rosas y las rosas.
G. C. C.

Nació este ilustre estudioso y maestro de humanidades en Uruapan, Michoacán. Tras sus estudios eclesiásticos y su ordenación en 1947, obtuvo también los tres grados en letras hispánicas por la UNAM, en los años 1967, 71 y 77, respectivamente.
Lleva cincuenta años dedicado a la docencia en materias humanísticas, y durante cinco años fue Director del Colegio de Bachilleres de Xochimilco, D.F.
El doctor Couttolenc es un poeta que ha publicado varios volúmenes líricos, tales como Trébol de angustia (1984), Acuario y acuarelas (1986), y Viñedo sangriento (1987). Para celebrar sus Bodas de Oro en el sacerdocio, el Seminario Conciliar de México lo ha homenajeado con la publicación de su álbum de sonetos titulado Viento de la aurora (1997).
Don Gustavo Couttolenc ha realizado, asimismo, investigaciones literarias tales como su tesis doctoral La poesía existencial de Miguel Hernández (publicada por el Centro de Estudios literarios, UNAM, 1979), y ha dejado huella en el humanismo con su minucioso volumen Federico Escobedo, traductor de Landívar, estudio crítico estilístico (Editorial Jus, 1973).
Su tesis de licenciatura tiene por tema Los epigramas cívicos de Ernesto Cardenal.

La aportación de nuestro humanista.
Aquí encontramos un trabajo humanístico relevante del doctor Couttolenc. En efecto, ya Escobedo se había extrañado de que en la Rusticatio Mexicana, Landívar no hubiera incluido el quetzal, ave que en aquellos años de 1782, en que concluyó su magno poema, todavía no era el símbolo de Guatemala.
Entonces, Federico Escobedo procedió a entonar, en treinta hexámetros latinos, las glorias del quetzal, y luego vertió libremente sus propios hexámetros en silvas castellanas.
Vino a continuación don Gustavo, y realizó sus propia versión en hexámetros castellanos, la cual ha sido transcrita con todos los honores, como si fuera el propio texto de Federico Escobedo, en el libro Rafael Guízar, a sus órdenes, de Joaquín Antonio Peñalosa, Ediciones Paulinas, 1990.
Así comienza el Encomium Quetzalli de Federico Escobedo:

Inter aves pictas alia est quae obnubilat omnes,
Sceptra tenens pulchri, Quetzalli nomine dicta
Mexiceo; passer quo non praestantior alter,
Guatimalae egregium decus, ipsiusque metalli
Auriferi signum, quo toto ignoscitur orbe...

Y éstos son los respectivos hexámetros de don Gustavo que gustaron al Padre Peñalosa, quien puso dichas palabras en boca de don Rafael Guízar:
"Oh, los hermosos versos latinos que le dedicó el Padre Federico Escobedo, que fue novicio jesuita en San Simón cuando yo estudié allí, y que escribiría el epitafio de mi tumba:

"Entre las aves de color, hay una que a todas anubla,
teniendo señorío de belleza. Quetzal es su nombre
mexicano, pájaro sin rival de hermosura,
de Guatemala insigne esplendor, y de su misma moneda
de oro es efigie, por la cual se conoce en el orbe..."

Es afortunado el padre Gustavo, pues sus hexámetros castellanos gustaron al luciente poeta que ha sido Peñalosa, para adjudicarlos a Federico Escobedo y ponerlos en labios del obispo recién beatificado.
Yo diría que no fue un abuso de confianza de Peñalosa, sino un voto de confianza en la solidez de Couttolenc como traductor.
Bien lo merece el dulce y reflexivo eclesiástico que ha sido para muchos de nosotros la primera encarnación del sacerdote que sabe hacer cantar a la palabra, rítmicamente en la poesía, y solemnemente en la oratoria sagrada.
Es don Gustavo Couttolenc un vir bonus dicendi peritus, un varón bueno y prudente, experto en el arte del bien decir, un pastor que apacienta a sus ovejas con su armonioso canto y silbo poético,

Y más que con el silbo, con la vida.

Debemos también al padre Gustavo el documentado estudio sobre Mons. Thomas Twaites, que le hemos solicitado para el Diccionario de humanistas mexicanos que prepara la UNAM. Como dicho estudio se publicará muy abreviado en la UNAM, lo transcribimos aquí completo, en nuestro capítulo X.


La poesía enjundiosa de Gustavo Couttolenc
Es tan elevada la poesía de don Gustavo, que su colega, el M. I. señor Jesús Guízar V. le ha dedicado un brillante estudio titulado Raíces de la fuerza metafórica en Gustavo Couttolenc.
Allí leemos que hasta el hilemorfismo aristotélico lo sabe elevar don Gustavo a materia de salvación y de gloria:

Hecho el cuerpo de arcilla deleznable,
A pesar de la nada de su nada,
Surgirá para entonces envidiable.
Y siendo ciertas las promesas suyas,
Para hacer explosión en la alborada,
Dios el cuerpo minó con aleluyas (Aleluya).

Y una tesis teológica de San Ireneo de Lyon, da a Couttolenc el tema para este memorable dístico:

Será el cuerpo al gusano sometido,
Y el alma subirá tras los luceros (Atardecer).

Para explicar esta metáfora de don Gustavo, don Jesús Guízar se remonta hasta Quevedo:
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Y el crítico recuerda también a Alfonso Castro Pallares:

Este barro glorioso en que me muero,
En horno de palomas fue moldeado.

Tempus fugit
El tema de la fugacidad del tiempo ha sido fuente inexhausta de lirismo. Sor Juana lo decía, insuperable:

Este que ves, engaño colorido,
Que del arte ostentando los primores,
Con falsos silogismos de colores,
Es cauteloso engaño del sentido...
Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

Antonio Machado lo reitera genialmente en una antítesis de sabor agridulce:
No extrañéis, dulces amigos,
Que esté mi frente arrugada.
Yo vivo en paz con los hombres
Y en guerra con mis entrañas.

Y don Gustavo lo recrea con otro rasgo de muy personal humorismo:
El tiempo me volvió caricatura
Con trazo sin color y tan lejano,
Que todo lo que fui cuando temprano,
Hoy más pena que gloria es mi figura...
(Trazo sin color)

(Eata estrofa de un soneto célebre, suena armoniosa si lo vertemos al latín:
Tempus effecit me "caricatruram"
Linea discolori et tam distante
A quibus fui aetate dum virente.
Poenae pluris quam gloriae est figura).


El Salvador y su Madre
Don Gustavo llegó a cantar con esta dulzura a Jesucristo:

La luna se filtró por los olivos
Y posó su mirar en tu mirada.
La lluvia de tu sangre deshojada
Ha tornado sus ojos pensativos.

(Es también una estrofa que merece vibrar en latín:

Inter olivos luna est instillata,
Visum protendit tuum versus visum.
Et fluctus tui sánguinis excissus
Lúmina oppressit diu meditata).

La infinita gracia de María, a su vez, dictó bellísimas estrofas a Manuel Ponce y Alfonso Castro Pallares. De éste es la estrofa:
Para decirte hermosa digo Estrella
Para mirarte rubia digo Aurora.
Eres ternura si la luna llora
Te digo Nube porque blanca y bella....

Y Couttolenc, a su vez, canta:
El Padre congregó todos los mares
En tres hermosas sílabas: María (Confiada travesía).

Y los esplendores de la naturaleza han inspirado siempre a don Gustavo memorables estrofas.

BALLENA: ¡Qué maravilla!
Palmeras y palmeras De agua marina.

Van entrando al redil de la bahía
Los rebaños de espumas triscadoras (Rebaño)

Con ella cruzará por tu ventana
Un disparo de sol hecho canario
(El campanario)

¡Enciende soles encendiendo auroras!
¡Enciende lunas sin saber el cuándo
te den colmada s sus radiantes horas!
(Luz de Cristo).

No por ser la poesía de don Gustavo, más apacible que la de sus hermanos en inspiración, sacerdocio y terruño, que son Manuel Ponce y Alfonso Castro Pallares, deja de ser sólida y valiosa.
En el homenaje que le rindió al canónigo Couttolenc el Arzobispado de México en sus Bodas de oro con la Iglesia y con el Seminario, sus unciosos sonetos resonaron bellamente a los pies de la Señora del Tepeyac.
¡Quién fuera un poeta de la altura de don Gustavo Couttolenc, para poder escuchar los propios sonetos recitados a los pies de la Emperatriz del Nuevo Mundo.

Del pastor de ayer al de hoy

Los tópicos del lirismo de don Gustavo giran obsesivamente en torno a su misión vital.
Ella le ha inspirado sonetos tan hermosos como el titulado Dar la vida que, curiosamente, me evoca el más atormentado y doliente soneto del legendario obispo pindárico denominado en la Arcadia romana Ipandro Acaico.
En efecto, don Ignacio Montes de Oca y Obregón sufría crueles amarguras cuando el vendaval de la revolución lo desterró de su sede pastoral de San Luis Potosí, en 1914. Y desde su destierro hispano, en Sanlúcar de Barrameda, entonaba su más famoso soneto. Es la añoranza del pastor que ansía "morir apacentando su rebaño". Así canta el árcade:

IPANDRO ACAICO
Triste, mendigo, ciego cual Homero,
Ipandro a sus montañas se retira,
Sin más tesoro que su baja lira
Ni báculo mejor que el del romero.
Los altos juicios del Señor venero,
Y a quien me despojó vuelvo sin ira,
De mi mantel pidiéndole una tira
Y un grano del que fuera mi granero.
¿A qué mirar con fútiles enojos
a quien no puede hacer ni bien ni daño,
sentado entre sus áridos rastrojos,
y sólo quiere en su octogésimo año,
antes que acaben de cegar sus ojos,
morir apacentando su rebaño?

Por su parte, don Gustavo siempre ha estado al pie de su rebaño, que no lo han formado los fieles de una extensa diócesis, sino los más de dos mil seminaristas que ha formado a lo largo de medio siglo. Si Montes de Oca cantaba con acendrada amargura, Couttolenc salmodia el mismo tópico con serena añoranza:

DAR LA VIDA
Soy pastor al cuidado del rebaño;
Mi cayado se yergue tembloroso
Cuando miro los lobos al acoso
Y pretenden causarle cualquier daño.
¡Ay, me faltan las fuerzas y el tamaño
para estar tras el hato sin reposo!
Pero estás Tú conmigo, y valeroso
Iré por la verdad contra el engaño.
De la grey soy pastor, no mercenario.
Las ovejas reclámanme la vida
En el ir y venir del curso diario.
Lanzo los silbos en el aire leve
Por si alguna se aleja y se descuida.
¡Ya mañana vendrá quien me releve!

Si don Ignacio añoraba "un grano del que fuera mi granero", don Gustavo lamenta:"me faltan las fuerzas y el tamaño / para estar tras el hato sin reposo". Si Montes de Oca anhelaba "morir apacentando su rebaño", Couttolenc proclama infatigable: "lanzo los silbos en el aire leve". Si el guanajuatense añora lanzar su último aliento al lado de su grey, el michoacano se conforta con pensar que "Ya mañana vendrá quien me releve".
¡Qué gallarda alternancia de lirismo entre los dos poetas apóstoles, los cuales inhalan su inspiración de su mismo ministerio! Su sacerdocio entreteje en su frente -como leíamos en Peñalosa- "una corona de espinas y una corona de laurel".

El abrazo universal
Confrontemos ahora a nuestro vate con otro de los árcades de nuestra patria, don Joaquín Arcadio Pagaza, al cual los romanos denominaban Clearco Meonio.
Este poeta ha proclamado a un crucificado que atrae "la selva, el arroyuelo y el collado" por medio de un canto que es como el de un Orfeo irresistible. Así suena el soneto de Pagaza al Viernes Santo:
EN LA PARASCEVE
Dicen que el Tracio fue tan inspirado
Poeta, que al tañer su blanda lira,
Llevaba en pos de sí (¡dulce mentira!)
La selva, el arroyuelo y el collado.
¡Vate, no tú, por vates sublimado!
Aquel Cisne divino cuando expira,
Él sí, por más que el báratro conspira,
Se atrajo al universo consternado.
Al resonar su postrimer acento,
Despierta el mar, y airado se incorpora
Enviando a las estrellas su lamento;
El infierno sus pérdidas deplora;
treme la tierra en su hondo fundamento,
y en luto el cielo con los astros llora.

Con la misma visión cósmica, pero en una actitud más serena, Couttolenc plasma también en un memorable soneto al Mártir que dijo: "Cuando yo sea elevado, todo lo atraeré hacia mí" (Juan 12, 32).
Un leve tono conceptista atraviesa este soneto de Couttolenc, hermano de aquellos cantos renacentistas que tendían frescas guirnaldas del Parnaso en la propia mesa de la cena pascual. Oigamos a don Gustavo.

¡ESTÁS EN ALTO!
¡Estás en alto! ¡Cumple la promesa
de ejercer un redondo señorío
manifiesto en tu dulce poderío
al hacer de mi ser segura presa!
Pon vereda a mi pie cuando tropieza
Destroncando mi frágil albedrío;
A trueque de ser tuyo, Tú eres mío,
Pues no olvido que obliga la nobleza.
Imán recio con fuerza poderosa:
Tu cabeza, pies, manos encalladas
Acaudillan los vientos de la rosa.
A tu cruz se cobija el universo
Del espacio y del tiempo en las calzadas,
Y reúnes en uno lo disperso.

Si en Pagaza, Jesús "se atrajo el universo consternado", Couttolenc lo sigue de cerca proclamando: "A tu cruz se cobija el universo". Si don Joaquín Arcadio vio al mar "enviando a las estrellas su lamento", don Gustavo percibe un arremolinamiento "del espacio y del tiempo en las calzadas".
Además de entonar cantos unciosos, a veces nuestro vate lleva su afable sonrisa hasta sus versos. Ocasionalmente, la inspiración sacra de don Gustavo Couttolenc sabe guiñarnos por momentos con una serena sonrisa, como cuando canta en la Catedral de México a los canónigos, entre los que se cuenta el propio don Gustavo.


Así inicia su soneto CABILDO:
El grupo de Canónigos, preciso,
Va a cantar al Señor de la grandeza.
Son señores vestidos con nobleza:
Sotana negra con botón rojizo...

Y el soneto de don Gustavo al cabildo catedralicio, termina con esta ocurrencia feliz:
Este corro de voces tan parejas
Bien merece lucir excarcelado
Del coro antiguo y de sus bellas rejas.

Colofón
Uno de los poemas más nobles de don Gustavo Couttolenc es el que dedicó al tricentenario del Seminario Conciliar de México, al cual ha servido ejemplarmente durante todo el medio siglo de su vida sacerdotal. Veámoslo pasar:

300 AÑOS DE FRUTO SACERDOTAL

Tres siglos de erección cumple el vivero
Y tiene floreciente su plantío;
Es terreno fecundo y labrantío
En manos del celeste Jardinero.
Él es buena semilla y semillero
Y es agua y es la gota de rocío,
Es primavera que disipa el frío
En el surco cuidado con esmero.
Semejantes al grano de mostaza,
Estas plantas darán amplio ramaje
Donde cuelguen los pájaros su casa
En que vivan seguros y contentos,
Cuyo trino festivo en cada viaje
Alegre los sagrados aposentos.

No hay comentarios: