miércoles, 7 de julio de 2010

Poesía y lectores en un encuentro virtual

     
                                 
  Ramón López Velarde
(1888 - 1921),
Vate de añoranzas clásicas y sacras.

      Tomado del libro:

      DIEZ HUMANISTAS
CON ALAS
De los sabios Méndez Plancarte
A los inspirados Castro Pallares
Por TARSICIO HERRERA ZAPIÉN



Te conozco, Señor,
aunque viajas de incógnito...
Porque me acompasaste
En el pecho un imán
De figura de trébol
Y apasionada tinta de amapola.

No serían los clásicos
minuciosos psicólogos,
Pero atinaban con el mundo elemental...
R. López V.

López Velarde ha sido catalogado como un relevante poeta católico. No en vano cuando el Papa Juan Pablo II visitó Zacatecas, dijo palabras como éstas:
-Ya sé que uno de vuestros poetas deseaba que yo escuchara la campana mayor de vuestra catedral. Ya la he escuchado, y también vuestros cantos entusiastas.
Más abajo transcribo la estrofa referida por el Santo Padre.
Por cierto que el apelativo de poeta católico le ha sido adjudicado a Ramón por el sagaz crítico Gabriel Zaid cuando, en su vasto volumen Ensayos sobre poesía, (El Colegio Nacional, 1993),dedica toda la mitad del tomo a Tres poetas católicos :López Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce. Ramón ocupa allí nada menos que 120 páginas (347 a 466).

El mayor poema sacro de Ramón
Don Octaviano Valdés declara que el ejemplo más ilustrativo de las añoranzas espirituales de López Velarde es el poema Humildemente, “hermoso poema, fruto de uno de sus momentos de mayor sinceridad cristiana y plenitud poética, y a la vez muy demostrativo de su arte personalísimo de asociar sin violencia los tópicos religiosos a su poesía” (en Amado, Manuel José y otros exámenes, México, Ediciones Las hojas del mate, 1975, p. 29). Veamos pasar a Nuestro Amo llevado por el párroco del pueblo como viático para un moribundo.

HUMILDEMENTE
Cuando me sobrevenga
El cansancio del fin,
Me iré, como la grulla
Del refrán, a mi pueblo,
A arrodillarme entre
Las rosas de la Plaza,
Los aros de los niños
Y los flecos de seda de los tápalos.
A arrodillarme en medio
De una banqueta herbosa,
Cuando sacramentado...
...aparece en su estufa el Divinísimo
Te conozco, Señor,
Aunque viajas de incógnito,
y a tu paso de aromas
Me quedo sordomudo,
Paralítico y ciego,
Por gozar tu balsámica presencia.

(Esta estrofa sonaría bellamente en neolatín:

Te, Dómine, dignosco,
Etsi incógnitus pergas,
Et in gressu aromato
Maneo surdus, mutus,
Paraliticus, caecus
Ut fruar in balsamea praesentia).

Luego, el poeta intercala el elogio de los aldeanos que saben adorar con humilde sabiduría al Santísimo:
El cartero aldeano
Que trae nuevas del mundo
Se ha hincado en su valija.
La frente de don Blas
Petrificóse junto
A la hinchada baldosa
Que agrietan las raíces de los fresnos.

Y llega a continuación la gloriosa profesión de fe plena en el más elogiado de nuestros vates mexicanistas, como que fue el creador de nuestro nacionalismo poético.
He de decir mi prez
Humillada y humilde,
Más que las herraduras
De las mansas acémilas
Que conducen al Santo Sacramento

Y el sacro poema prosigue con la ambientación nacional que corona las mejores páginas de López Velarde:

Tu carroza sonora
Apaga repentina
El breve movimiento,
Cual si fuesen las calles
Una juguetería
Que se quedó sin cuerda.
La gallina y sus pollos
Pintados de granizo
Interrumpen su fábula.
Las naranjas cesaron
De crecer, y yo apenas
Si palpito a tus ojos
Para poder vivir este minuto.

Y este es el epílogo de la inolvidable profesión de sacra fe del "buen Ramón":
Señor, este juguete
De corazón de imán
Te ama y te confiesa
Con el íntimo ardor
De la raíz que empuja
Y agrieta las baldosas seculares.
Todo está de rodillas
Y en el polvo las frentes;
Mi vida es la amapola
Pasional, y su tallo
Doblégase efusivo
Para morir debajo de tus ruedas.

Don Octaviano Valdés señala que varias páginas piadosas de López Velarde “son directa y exclusivamente ilustración estética de ideas sin referencia a su íntimo problema...de erotismo conflictivo” (Octaviano Valdés, obra citada, p. 28 - 32).
El tema de la religión en López Velarde resulta singularmente resbaladizo. Primero porque la magia verbal del “buen Ramón” envuelve con un aura lírica todo lo que toca. Luego, porque él es un adalid del dogma católico, pero un mal cultor de su moral.
Un recorrido por sus páginas nos ayudará a normar criterios.
Lo primero que salta a la vista en López Velarde es que en su poesía nos plantea un dilema desafiante que está en los antípodas de Sor Juana Inés de la Cruz.

La mujer en Sor Juana y en Ramón
Para Sor Juana, la mujer que se califica como sagrada es inaccesible; ella hace que un enamorado le cante a su amada:

Como cosa concibo tan sagrada
su beldad , que no quiere mi osadía
a la esperanza dar ni aun leve entrada.

En cambio para López Velarde, sagrada es toda mujer fiel que ama limpiamente. Así canta Ramón A la gracia primitiva de las aldeanas:

Vasos de devoción, arcas piadosas
En que el amor jamás se contamina;
Jarras cuyas paredes olorosas
Dan al agua frescura campesina.

(Así sonaría esta estrofa, latinizada por el suscrito: Pietatis vasa, arcae deprecantes,
Illae quae amorem numquam turpaverunt;
Urcei muri quorum, odorantes,
Aquae agrestia frigora dederunt).

En otros poemas de Ramón comprobamos que él califica de santa a la mujer con quien uno hace planes para casarse. Todo lo que sea formal y honesto -inclusive la intimidad entre esposos- es santo para Ramón. Acepción plenamente ortodoxa, si es bien entendida.
Pero Ramón diluye luego considerablemente ese concepto. Una vez muerta Fuensanta, su gran amor nunca disfrutado en plenitud, él amplía su concepto de lo santo y de lo religioso:
En mí late un pontífice
que todo lo posee
y todo lo bendice.

(En neolatín diría así:
In me látitat póntifex
qui quantumcumque póssidet,
qui cuncta benedicit).

Y en otro poema leemos una vivencia semejante:

Dios, que me ve que sin mujer no atino
en lo pequeño ni en lo grande , diome
de ángel guardián un ángel femenino.

(Ramón, estudioso exseminarista, gustará de escucharse latinizado:

Deus, me videns abs fémina amissum,
In parvis et in magnis, mihi dedit
Custodem ángelum, at femininum).

De lo sagrado como trato honesto entre prometidos y entre esposos, pasa Ramón a la mujer como ángel de la guarda. El único inconveniente está en que López Velarde nunca se conformó con un solo ángel guardián , y se los iba turnando.

López Velarde, apologista estético.
Por el contrario, si dejamos lo moral y pasamos al concepto dogmático de la religión, encontramos a un López Velarde del todo ortodoxo.
En su crónica sobre el cuadro El cofrade de San Miguel, anota Ramón que al autor, Saturnino Herrán, “le dije mi resistencia a los crucifijos del populacho”... a “un Redentor víctima de todo, hasta de lo soez” . (Obras completas, F.C.E. p. 235).
Pero en esa misma crónica de El minutero aclara: “Reverente y reverencial, adoro a un Cristo sin guadarropa, cuyo cuerpo bendecido irradia una dignidad limpia y translúcida, como la de un nardo que hubiera padecido por la salvación de las rosas”.
Aquí ha surgido ya otro matiz: la devoción más lírica que teológica del vate de La suave Patria.
En López Velarde hay un constante conflicto entre sus ideales religiosos y su personalidad insatisfecha en más de un sentido: “Yo, en realidad me siento un sacristán fallido” (Semana mayor, p. 255).
Pero ello no le impide ser autor de algunas de las páginas más bellas cinceladas en torno del altar. Véase su prosa La sonrisa de la piedra, su primera producción de prosista señero: “Sobre la catedral cantada por Verhaeren –la de Reims- permanecerá la figura angélica (bombardeada)... Irá diciendo desde su hornacina: “Yo vivía la vida eminente del templo... Mi simpatía a la tierra era firme, y nunca pensé en abrir mis alas, cuando ascendía el concierto de las campanas, para ascender con él” (p. 257. Año 1916).
Y en un Viernes Santo proclama Ramón: “La señora prócer y la anciana hambrienta... el niño del arroyo y el hijo del magnate, todos se arrodillan en una fraternidad efusiva ante el dolor de la Virgen” (Dolorosa, p. 239. Año 1913).
Dos años más tarde, en La última Navidad (p.371), comenta López Velarde que ya pocos países siguen creyendo en el amor del Creador hacia sus creaturas y que “un personaje singular se dirá superhombre, y que...tendrá a Cristo por un reformador de mal gusto”.Esta apología de la fe es más sólida por su misma sobriedad, en su anuncio –en 1915- del “superhombre” escéptico que acabará sembrando la desolación en medio Europa.

Humanismo más horaciano que virgiliano
Al lado de las evocaciones de su formación religiosa, Ramón gusta traer a cuento sus estudios humanísticos, en páginas memorables.
Así, un día de muertos se acuerda nuestro vate de la vivencia horaciana:

Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas
Regumque turres
(Pálida muerte pega con igual pie en las chozas de pobres
y en las torres de reyes).
Y entonces escribe Ramón en su crónica Necrópolis: “En la serenidad escueta de los panteones se comprende cómo jamás perderá su interés la sentencia horaciana sobre la condición igualitaria de la muerte. Todos caen bajo su guadaña y vienen a sumergirse aquí, en la misma niebla, y a pudrirse, sin distinciones, en el mismo barbecho”.
Luego, el celebérrimo tema del Beatus ille, que hemos traducido:

Feliz aquel que lejos de negocios,
Cual raza mortal prístina,
Paternos campos labra con bueyes propios,
Libre de todo cálculo,

López Velarde lo evoca así en su Poema de vejez y amor:

Mi vida, enferma de fastidio, gusta
De irse a guarecer, año con año,
A la casa vetusta
De los nobles abuelos,
Como a refugio en que la paz divina
De las cosas de antaño...

En otro lugar (Oda I, 31), Horacio pide a Apolo “no llevar una vejez torpe ni carente de cítara” (nec turpem senectam degere nec cythara carentem). Y Ramón lo evoca en estos términos:
“Hace dos mil años, en una sociedad menos remilgada que la de hoy, con menos mostaza y quizá con menos desenvoltura, pedía Horacio a los dioses en una de sus odas, que lo librasen de una vejez sin cítara. Y, en cualquier clima, ¿podrá haber una cítara no habiendo una mujer?” (Crónica Los viejos verdes, Obras completas de R. L. V., FCE, 1971, p. 408).
De modo similar, el tema horaciano del Odi profanum vulgus et arceo (Odio al vulgo profano y lo rechazo), lo recuerda López Velarde desde la poesía inicial de su libro Zozobra:
Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño...
Hollado y roto por la grey astrosa.

Una de las innumerables frases célebres de Horacio dice:

Idemque/ indignor quandoque bonus dormitat Homerus

(Y yo mismo me indigno siempre que el buen Homero dormita).

Ramón recuerda la frase horaciana al escribir su crónica El teatro confiado y perverso (p. 471): “Gentes caritativas, que no faltan, explican La ciudad alegre y confiada (de Benavente), recordando que alguna vez dormita el buen Homero, según sentencia de un juez inmejorable”.
Y el buen Ramón llevó a Horacio hasta a sus prosas políticas: “Torpeza semejante de Madero, tan sesudo en otras cuestiones, sólo se explica por aquello que dijo Horacio, de que alguna vez duerme el buen Homero” (Artículo Madero, p. 525).
Inclusive, López Velarde se la el lujo de mostrarse en desacuerdo en dos lugares diversos, con “el mediocribus esse poetis del padre Horacio” (Reseña a las Procelarias, de J. M. Pino Suárez, Obras completas, p. 449). Y vuelve al tema en su crónica El momento poético español: “Y no porque yo siga a Horacio en su máxima sobre los poetas medianos” (p. 491).
Acaso la más bella referencia horaciana de López Velarde sea la que descubrí en La suave Patria:
Navegaré por las olas civiles
Con remos que no pesan.

Yo la encuentro derivada del verso de las Epístolas I,1:
Nunc agilis fio et mersor civilibus undis
(Ya me hago ágil y me sumerjo en las olas civiles).

Y nuestras referencias horacianas se cierran con la crónica de Ramón A la muerte de Horacio,( Obras completas, p. 714): “Horacio ha muerto, sin declamar una oda, sin un solo grito lírico. Ha muerto en el silencio de un discreto cirujano. Felicitamos a los Pisones. Y los Pisones son en este caso los alumnos del Instituto”
Ya se ve que Ramón estaba haciendo una broma, pues él mismo aclara más abajo que de quien habla es de un “horaciano señor Uzeta...tocayo del poeta latino”.

Mientras López Velarde ha hecho referencia a no menos de ocho lugares célebres de Horacio, sólo le he encontrado una cita expresa de Virgilio, del cual don José Luis Martínez señaló un interesante paralelo de contenido entre los hexámetros iniciales de la Eneida y el Proemio de La suave Patria (Preámbulo a las Obras completas citadas).
Mi hallazgo virgiliano en López Velarde es una referencia al inciso de la Eneida (I, 405): Et vera incessu patuit dea (Y se mostró real diosa en su paso).
Así escribe Ramón: “Y al asistir a los trancos funestos (de la niña Worth) medí el abismo que aparta a las densas hermosuras cotizables, de la Venus prístina, revelada en el hexámetro virgiliano en tres vocablos intraducibles, que yo traduciría: “La diosa se manifestó por su marcha” (Crónica La fealdad conquistadora, Obras completas, p. 437).

Los clérigos ejemplares en Ramón
Luego, en la suculenta crónica La provincia mental (p. 379), Ramón cuenta cómo el párroco de la población de Venado, el padre Escanamé, lo invitaba – a él, juez de primera instancia– a observar las estrellas en su mal telescopio, en “un concordato a mitad del arroyo”. El cura en sotana y sin capa, en una cínica violación de las Leyes de Reforma (nótese el irónico uso de los epítetos) ... yo sin sombrero y faltando vergonzosamente a mi protesta de cumplir los códigos fundamentales”.
Por contraste, Ramón anota más abajo que “un clérigo...de las Cruzadas” atribuyó la escasez de lluvias a “un castigo de lo alto por la maldad de los incrédulos y de los protestantes”. ¿Quién pudo llegar a creer que fuera el mismo comprensivo padre Escanamé del citado “concordato”? Sin duda era algún otro sacerdote de mentalidad opuesta.
En la crónica El capellán, López Velarde muestra una aguda penetración psicológica el retratar al padre Mireles, “el personaje más hábil de la localidad”, quien gozaba con la pompa de los bautizos, con las misas de bodas; e incluso “en las extremaunciones sus dedos gozaban al deshacerse entre ellos una vida”. Ramón le dice en su texto:
“Tú sabes que tu pecado se llama arte... Tu sacerdocio es vividero, como llama de piedra preciosa... En un banquete emblemático se te sirven almas. ¡Quién, como tú, llenara el clamoroso hueco de sus entrañas con una jerarquía vibrante!" (p. 429 ss.).
Un tercer relieve religioso memorable de Ramón es El señor Rector: “El canónigo Romero fue sin duda uno de los personajes que me revelaron la noble calidad del alma”. Llevaba “sus arreos morados (de canónigo) con cierta majestad despreocupada. Hablaba con voz de lejanía, de flexión y de maltrato...A mí nunca dejaba de darme la impresión de un pastor que hubiese perdido su rebaño y pensara siempre en él” (p. 391 s.)
Ese era el señor rector del Seminario Conciliar y Tridentino de Zacatecas, al cual llegó Ramón cuando apenas había estrenado su primer pantalón largo (en 1900) a sus doce años. También alude allí mismo a su “manto de seminarista” en p. 395.

Magia ortodoxa de su amigo Nervo
Al elogiar La magia de Nervo, cuando el legendario bardo acababa de morir (en 1919), López Velarde lo elogia sin dejar de mostrar sus disensiones justamente en materia religiosa:
“Filialmente –escribe Ramón- (ya que él con el Duque Job nos inculcó los principios poéticos y nos enseñó los áulicos ademanes del espíritu) me confieso reacio a sus prosas y a sus versos catequísticos, alejados de la naturaleza artística...El propósito de consolar, por máximas de mayor o menor crédito, paréceme extranjero en la estética que se atiene a su propia virtud melódica para aliviar las fatigas”(p. 502).
López Velarde declara que prefiere en Nervo sus poemas de “carne mágica...de pecado sideral: En paz, El día que me quieras, Si tú me dices ven".
Nosotros, por nuestra parte, reconocemos los méritos imperecederos del Nervo más lírico, pero también amamos los del más teológico, como en Tú, la poesía favorita del apologista Antonio Gómez Robledo:

Señor,Señor: Tú antes, tú después,tú en la inmensa
hondura del vacío y en la hondura interior...
Por cada hombre que duda, mi alma grita:Yo creo.
¡Y por cada fe muerta se agiganta mi fe!

El iluminado polemista
Resulta curioso que, a lo largo de varios de sus poemas, parezca ambigua a primera vista la posición de L. Velarde frente a la religión. Ello sin negar que varios otros sean del todo unciosos. En cambio en su periodismo político es palmaria su beligerancia católica de abogado exseminarista.
Así, cuando hace una fina ironía en Cosas de Trejo donde anota que “el imparcial Procurador, Lic. Carlos Trejo” está proponiendo que se modifique el artículo 1º del Código Civil en los siguientes términos: “La ley es igual para todos sin excepción de personas, salvo en los casos en que se trate de miembros del nefasto Partido Católico Nacional”. Nótese que el astuto énfasis basta para ridiculizar a dicho anticlerical.
Luego, en la crónica A la sombra de Lutero (p. 549) L. Velarde declara irónicamente que no cree que el imparcial gobernador Cepeda “tolere, ni mucho menos fomente la propaganda luterana en las escuelas que se sostienen con las contribuciones de los católicos”, que son mayoría en el San Luis Potosí de 1912. (Todavía hoy pasa lo mismo: Germán Dehesa da como prototipo del cristiano viejo, a “una señora potosina”). Y no basta para probar esa acusación, la circunstancia de que algún profesor “olvidara su Biblia cuákera en un pupitre escolar”. (Esta es la figura que se llama preterición: eso que digo no es importante, en realidad es lo más importante).
En Aventuras de Trejo (p. 576) cuenta Ramón que en una casilla instalada por el sacristán del templo vecino, se presentó a votar un sacerdote.
–Los clérigos no tienen derecho a votar- exclama el procurador Trejo temblando de ira.
–La constitución se lo concede, pero Ud. no parece conocerla- le replicó un bachiller. “Allí tienen ustedes al procurador regañado por un estudiante de leyes”.

Episodio final: En la casilla en que les corresponde votar a los alumnos del seminario, se encontró el señor Trejo (y lo demás) con la para él desagradable presencia de los estudiantes de filosofía y teología. Observando el imparcial procurador el aspecto de los seminaristas y la falta de bigotes en el presidente de la mesa, hizo notar con sorna:
-“Esto, más que una casilla electoral, parece un convento”.
-“Si lo dice usted por los rostros afeitados- replicó el presidente (de la casilla) usted podría ser nuestro padre prior”.
Y el público no suele imaginarse a López Velarde escribiendo una crónica como El embaucador (p. 578), donde censura acremente al “príncipe de la palabra” don Jesús Urueta, porque “injurió hace pocos días, en una reunión callejera, a los miembros del Partido Católico Nacional”.

Allí lamenta Ramón el tropezón del orador Urueta “en la injusta tarea de lanzar a la circulación la moneda falsa de las vulgaridades jacobinas y de las leyendas de los clerófobos” (o sea, de los comecuras). Aquí sí que habló claro Ramón.
Y en la página Un voto de confianza (p. 618), Ramón protesta porque le atribuyen a clericalismo su censura al escéptico gobernador Cepeda: “Nuestro clericalismo, en lo que toca a la noble tierra potosina, se traduce en combatir el juego, penado por la ley”. En Al rojo blanco, Ramón zahiere el mismo gobernador porque “azuza a la prensa contra los católicos potosinos de quienes es gobernante” (p. 730).
En Cosas de San Luis (p. 738), López Velarde protesta por la posición del mismo Cepeda, quien parece decir: “Que los masones quieran hacer manifestación idolátrica a Juárez, estorbando en la vía pública...muy bien hecho...¿Los católicos quieren que las campanas de sus templos cumplan su oficio y suenen cuando deben sonar? eso sí que no”.
En efecto, Cepeda había ordenado que las llamadas usuales de campana sólo duraran un minuto cada una, sin pasar de doce toques, con una sola campana y con intervalos no menores de diez minutos. Ramón comenta: “¡Esto sí que es política de campanario!” (p. 741).

La angustia existencial
Notables son los contrastes de López Velarde entre lo social y lo personal. En los antípodas de su gallardía católica social, son palmarias las angustias existenciales de Ramón en su debate permanente entre carne y espíritu, que en ocasiones subraya en la mujer el aspecto de tentación y de tortura.
Durante un Viernes Santo (así se llama la respectiva crónica), Ramón escribe que ha oído en San Fernando (del centro histórico de la capital) voces de mujer que lo invitan a lo que él llama “Las atrofias cristianas”.Y deduce: “Ninguna respuesta pediré a mi dicha papista y a mi fe romana. Me basta sentirme la última oveja en la penumbra de un Gólgota que ensalman las señoritas de voz de arcángel”.
Su moral es tortura, pero su dogma es triunfo, y también lo es su admiración hacia el culto y sus complementos, tales como la música. Por eso su admiración hacia la citada “voz de arcángel”. Y los cósmicos repiques de La bizarra capital de mi estado, aquella en que conviven
Católicos de Pedro el Ermitaño
Y Jacobinos de época terciaria
Y se odian los unos a los otros / con buena fe.

(Latinicemos para darle un aire universal a la estrofa:
Catholici inde ab eremita Petro
et Iacobini a tertiario aevo,
et sese ad invicem utrique oderunt / in bona fide).

Y una Catedral y una campana
Mayor que cuando suena, simultánea
Con el primer clarín del primer gallo,
En las avemarías, me da lástima
Que no la escuche el Papa.

(Subrayemos ese carácter cósmico trayendo aquí nuestra latinización, ya antes publicada en T.H.Z., López Velarde y Sor Juana, feministas opuestos, México, Porrúa, 1984, p. 185:

Aedesque cathedrales et campana
Maxima, quae cum sonat simultanea
Cum primi galli primo tubicinio
In prece Ave Maria, mecum doleo
Non exaudire Papam).

Apologética gloriosa
Hemos de subrayar, pues, a un López Velarde enérgico defensor de la religión, cuando en su crónica Nuestro himno y nuestra bandera (p. 723) protesta contra quienes hablan de profanación de la bandera nacional porque se la exhibe en las funciones solemnes del Santuario de Guadalupe, donde se toca el Himno Nacional junto con el Himno Guadalupano. Ramón responde implacable que “cuando la insignia nacional sea negra y esté manchada de lodo y sangre, entonces sí será de los liberales y no se la disputaremos; pero no (es de ellos) mientras ondee tricolor y flamante como la imaginó Iturbide, y como la aceptó y consagró el entusiasmo religioso del pueblo libre”... “Atrás ese blasfemo (libelista periodístico) -continúa Ramón-, ante el liberal Juárez, que
respetó a la Virgen Morena; atrás ante el liberal Altamirano, que la cantó como a la única esperanza de la patria!”.
Del contexto de la vigorosa defensa que hace López Velarde de los valores religiosos de la Patria, se deduce palmariamente que, cuando inserta en su poesía tópicos sagrados, no está buscando profanarlos, ni siquiera tomarse excesivas confianzas con ellos; él que se indignaba porque hubo escritorzuelo pagado que llamara “sacerdote sacrílego” al obispo Montes de Oca (p. 730).
Si a la fantasía creadora del “buen Ramón” llegan las custodias, la primera misa y las flores de la parroquia, es porque para él son las imágenes más queridas, los símbolos de la religión que reverencia, los reflejos de sus valores más entrañables.
De Baudelaire a López Velarde

Don Octaviano Valdés ha señalado con su agudeza de teólogo poeta, el parentesco estilístico del vate mexicano con el francés, en el librito arriba citado:
"Ciertamente coinciden en el mismo conflicto de su fe religiosa con su erotismo. Mas con cuánta diferencia de expresión. Las flores del mal están impregnadas de dolorosa y amarga preocupación teológica, que se traduce en rencorosa discusión con sus creencias, en frustrada rebeldía contra su fe religiosa que flagela sus sentidos pecadores" (O. Valdés, Amado, Manuel José... p. 25).
Y el sabio Monseñor Valdés sintetiza certeramente las vivencias conflictivas de ambos vates, cerrando así la cuestión: "Ramón padece el mismo drama que Baudelaire, pero sin discutirlo ni contradecirlo, sin polemizar con su fe. Lo vive, lo sufre simple y fatalmente, y lo traduce líricamente. Acentúa el contraste de sus dos espíritus enemigos por medio del tópico religioso, transformado en símbolo de su íntimo sentimiento, pero a la vez y siempre en función poética".

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