domingo, 29 de junio de 2008

Salvatierra, la arcadia americana.

Planta de la Ciudad de San Andrés de Salvatierra.

La distribución de los poderes.

Una ciudad deseada, que conserva su huella primigenia, en el primer trazo de su centro histórico. Es la aplicación de las Ordenanzas de Felipe (segundo) II, emitidas en 1573, con las variantes introducidas por los topógrafos de la época. Tenemos la copia del documento que se llama “Planta de la Ciudad de San Andrés de Salvatierra”, realizada por don Juan de Riquelme de Quiroz, quien hizo el repartimiento por órdenes del virrey García Sarmiento de Sotomayor, el 17 de marzo de 1645.
La traza, delata la presencia de un sueño cultural, que se materializa y comenzó una esperanza: edificar una ciudad para beneficio de las familias, de la comarca, de las provincias y de la Corona Española. Se aplicaron los conocimientos de todas las civilizaciones: helénica, romana, morisca e hispana y, que se verá coloreada, por la geografía americana donde habita una población pacífica, que motiva a la noble apertura de sus calles, para que permita transitar a todos los pueblos originarios de la región.
La misión era edificar una ciudad, a partir del imperio de la fe de la contrarreforma, y de la razón del renacimiento. Un lugar dónde establecer el ayuntamiento real, en representación de la Corona, otro lugar, para un templo mayor que concentrara la evangelización secular, y un espacio para el diálogo en el encuentro de vecinos, donde se construyeran acuerdos sociales y de trabajo: la plaza mayor. Es un plano que dibuja un centro a donde llegan las calles principales y, hoy, son los lugares para decidir, en foros, las tres dimensiones de la asamblea comunitaria, la asamblea que desde los griegos es el espacio donde se crea mediante el diálogo, la civilización que se quiera, tanto católica como de nobleza civil: por ello hay trazado un espacio para la asamblea eucarística, otro para la asamblea municipal y, de manera central, para la asamblea pública. Estos son tres espacios con igual dimensión territorial en la traza de la planta de la ciudad. Tres espacios que fueran abiertos a todos los habitantes: peninsulares, mestizos, criollos, mulatos e indígenas. La igualdad, como condición para el trazo imaginario del repartimiento de lo público y lo privado: las casas solariegas con espacio para habitaciones, para huertas y patios domésticos. Repartimiento para conventos, para calles anchas que conduzcan a los espacios públicos, amplios para que todos pueden pasar. Callejones algunos, como el callejón que terminaban, en lo que fueron las puertas del convento de San Francisco, hoy Leandro Valle, y, también, calles anchas, como las que llevan al convento del Carmen. Calles que son recibida con una explanada y grandes fachadas, colocadas para dar una gran panorámica del templo y del convento, desde el horizonte de una gran explanada que invita a la convivencia, al descanso y al comercio, protegidos por altos y espaciosos portales, de grandes casonas solariegas.
El trazo de los solares para las casas de los vecinos principales, ya llevan desde su representación en las manzanas, una valoración de la familia como una sociedad patriarcal, que será, entonces, extensa y numerosa. Y como sucedió, los patios recibieron el espacio suficiente para los juegos infantiles, los portales interiores son, aún hoy, espaciosos para la socialización y comunicación permanente de la pequeña sociedad del hogar. Hubo lugar para la huerta familiar y, zonas aledañas, para los trabajadores de las casas grandes. Con el material de estos espacios, los salvaterrense construyeron sus rincones poéticos, al fragor de su formación en el humanismo de las escuelas fundadas por los jesuitas, carmelitas descalzos, franciscanos, agustinos, capuchinas y diocesanos.
Hay en la traza, y en la elección para asentar la fundación, de la noble y leal ciudad de San Andrés de Salvatierra, la utopía del humanismo helénico. Las ciudades agrícolas eran la esperanza para formar una Estado con los ideales de la Arcadia griega, una región a la que Virgilio le atribuía ser la felicidad de pastores y agricultores del Asía Menor. Una ciudad donde no imperara la codicia del oro, ni la ambición del poder militar, ni la dominación tiránica del déspota. Sino el regocijo de una ciudad comunitaria, donde estan conscientes y satisfechos con sus riquezas naturales: una planicie dueña de un gran valle fértil para el trigo, de aguas turbulentas en el río Grande, con huertas abundantes de variado fruto, abundante de pescado en toda la época del año, y cerros con minas de piedra y cantera, tanta como para edificar casas solariegas, calustros y celdas para los conventos, altos portales, un largo puente, la alcaldía y amplios molinos. Una arcadia de paz, y de poetas pastoriles, que ejercitaran la palabra en las tres asambleas de la ciudad: la sacra, la política y la civil. Así nació la noble y leal ciudad de San Andrés de Salvatierra.

El centro como origen de la mexicanidad

En el documento llamado Planta de la Ciudad de San Andrés de Salvatierra se nos revela la concepción humanista del renacimiento, el hombre, con su facultad de pensamiento libre, está en el centro del plano de la ciudad: la plaza mayor, un lugar imaginado para la reunión de todos los habitantes.
Un espacio trazado con holgura, para poder ser un recipendiario que incluya a todos, a los hombres y mujeres del valle de Guatzindeo, por ello se explica la anchura de las calles y corredores que hoy conocemos, de las amplias explanadas, sobre todo de la del jardín principal, donde podemos comprender que parten los corredores originarios hacía los cuatro rumbos del viento, y donde se reunen, provenientes de los cuatro rumbos del valle, todos los habitantes en los días de fiesta y paseo.
Hoy, en el centro esta un quiosco, como testimonio de la importancia de la palabra, de los discursos cívicos, y de la música de bandas, para alegrar la sociabilidad de la ciudad. El centro de la ciudad es, entonces, el jardín desde su comienzo histórico. Ha sido el lugar donde se escribieron y, y se sigue, sobre escribiendo, los principales acontecimientos locales, sucedidos al ritmo de los cuatro grandes periodos de la historia de México: la conquista espiritual de la Nueva España, la independencia de México, las leyes de Reforma y el anhelo democrático de 1910. La reforma Juarista nos dejo una imborrable huella, al dotar al ayuntamiento de edificio.
El quiosco es el lugar central del monumental jardín, tierra natural para la asamblea pública, para la reflexión del sentido de la ciudad y, para la elección deliberativa de compromisos existenciales, tanto familiares, como para iniciar nuevos caminos, nuevas rutas en busca de otra ciudad posible en Salvatierra, una ciudad que le pertenezca a los niños y jóvenes, que ellos la construyan en libertad, y desde ahora.
De ahí, del centro de la plaza mayor, parten los caminos de los cuatro rumbos del mundo citadino, para la búsqueda del sentido de la vida, y para la formación ciudadana de los salvaterrenses. Un pequeño sendero lleva al edificio de la asamblea eucarística, al templo mayor, donde habita el humanismo representado en murales, y retablos de bella expresión. Caminar hacia el santuario de Nuestra Madre Santísima de la Luz, es ir al encuentro del rumbo de la identidad histórica, de los valores perennes de la paz, la justicia, la libertad y la fe, que han distinguido a la ciudad desde su fundación.
Este mismo corredor, lleva a los portales de la casa colonial, ella fue la habitación de un poeta que vivió una infancia amorosa, y que sería el traductor del Cantar de los Cantares y del Libro de Job, para la Biblia española, que es la versión poética de la lengua castellana: José Luz Ojeda López. El centro histórico es, analogando el verso más encomiado de José Luz, como una gotita de agua, que encierra la historia toda de México, en su reflejo de luz.
Aunque, en la traza original, el camino al ayuntamiento era el opuesto al templo, al final, del centro parte un breve corredor adjunto al de la parroquia, que conduce al edificio de la asamblea municipal, a la Sala de Cabildo, donde están representados los signos de la diversidad del pensamiento político de la ciudad. Es un edificio con patios amplios, que alberga a los funcionarios municipales, quienes atienden las expresiones de los habitantes, según sus necesidades y proyectos, es la casa de todos.

De uno más de los corredores, se puede llegar a la casa solariega donde vivió su infancia, el humanista Federico Escobedo y que, en el pasado, fue residencia rural de los marqueses de Salvatierra, además de casa de los franciscanos. Una casa que conserva los rincones antiguos del hogar mexicano, donde, los huespedes con sensibilidad literaria, encuentran rincones de soledad para la ensoñación poética.
Otro corredor, llega a la casona donde vivió su etapa de mayor producción poética, Ana María de López Tena, quien se refugiaba en su jardín hogareño, y en el jardín interior de su corazón, para crear una visión mística de su casa, para verla como la primera morada de la oración, abierta de par en par, y escuchar en las tardes el canto claro de las fuentes de agua y, en la noche, la lluvia que llora en la oscuridad.
Como plaza abierta al mundo, y a sus conflictos, tiene corredores que llevan a la presencia de lo eterno de la historia, como el recuerdo imborrable de Miguel Hidalgo, que durmió en el mesón de la Luz, en su ruta a Morelia luchando por la independencia de México. Fue la noche del 10 de octubre de 1810. Hoy, ese corredor conduce al espacio de libertad, diálogos criticos, de conversaciones abiertas al juicio de los asuntos públicos, y de formación de redes sociales de
cooperación, en las cafeterías del portal de la Luz se constituye la asamblea pública de los ciudadanos libres.
Una última descripción de los corredores del jardín, se refiere a la calle que conduce a la temible cárcel municipal, y a la cantina donde, Roque Carbajo, escribió la canción Hoja Seca. Por ello, decimos que el espíritu, de sensibilidad poética, de la comunidad del centro histórico, vaga buscando antiguas y nuevas metáforas para atrapar, con versos, flores, prados, árboles, matorrales, fuentes y colores cuando pardea la tardes, y así lo dijo Tamiro Miceneo:
"Lo que en natura contemplar agrada,
pláceme en verso trasladar, y escribo".
Poema en latín de Rafael Landívar, traducido por Federico Escobedo.
El jardín es el centro, tanto de un conjunto arquitectónico, como de la inspiración artística, que motiva a que Salvatierra, sea un lugar alabado por los visitantes, por los vecinos que ahí viven y que conservan el ideal poético como lo hizo Humberto Mosqueda, Antonio García, Lisandro Nieto y que ahora llevan Carlos Nava. Alfonso García y Raúl Sánchez, quienes son privilegiados con la imaginación pastoril. Los vecinos del jardín sienten a la ciudad como Rafael Landívar quería a América, como una Arcadia.

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