lunes, 15 de diciembre de 2008

La calle Colón

La calle Colón tiembla con el viento frío de invierno y mientras camina M. piensa en los días repetitivos de todo el año. Le gusta trabajar en la oficina y olvida los malestares de las tareas domésticas y el tedio de las tardes. M. es de corazón tierno, generosa para ayudar a los amigos. Piensa en el poema que le mando X. sobre las hojas de los árboles pronunciando el nombre M. y siente un poco de gusto difuminado, pues la traición borró en su corazón el nombre de X. Llega a la oficina y abre con un gesto de tranquilidad, sabe de las visitas de los clientes en época de declaraciones fiscales. El fin de año la anima a esperar las posadas con menos deudas y más sueños.

Entra puntual al escritorio y prende la computadora para leer un poco de las fantasías del correo electrónico donde el fantasma de X. recorre su vida relatando sueños cotidianos más bien recurrentes en lo sentimental. Lee en la bandeja de entrada el título de una carta electrónica y le gusta el rostro de la Virgen María, siente un pequeño escalofrío por el buen gusto del mensaje de X. Afuera las hojas de los árboles despiertan un nuevo sentimiento de añoranza por los días cuando empezó a trabajar en esa misma calle, ¡Tanto ha cambiado su vida! y, sin embargo, siente la misma emoción tímida de novedad como el primer día de trabajo de hace 20 años.

Sale a la banqueta y la barre al igual de todos los días, la limpieza es su tarea más cuidada de su personalidad. Mira a un transuente viejo cminar por el frente, y piensa en viajar algún día para caminar por las calles solitarias de ciudadedes coloniales como Querétaro y Guanajuato, donde la semejanza es completa con la calle Colón. No deja su romantisismo despertar del todo, pero tantas desiluciones le endurecieron esa parte del alma tierna y amistosa, ya olvidó el entusiasmo al conocer a nuevas personas agradables. Pero de vez en vez tiembla cuando pasa un muchacho alto, algo de la naturaleza la obliga a mirarlo un momento intenso.
Llega un cliente de una comunidad con sus papeles metidos en una bolsa de polietileno, con una enorme humildad al saludarla. Entran juntos a la oficina y le busca el expediente con una calma entusiasta por lo venir al fin de año. Le parece un retorno agradable de su propósito de agradar a la clientela y no perderla, cada regreso le da un calorcillo de seguridad en sí misma, por ello hasta los mensajes de X. la enternecen a veces, a pesar de lo malo de sus sueños prohibidos, pues lo más pesaroso para M. es la muerte de su seres queridos. La ausencia de ellos a ratos le invaden las horas de sosiego en la oficina, sigue pensando en J. y lo recuerda en los días infantiles jugando con su cuerpesito pequeño y delgado que cargó cariñosa siempre. De su Papá conserva las conversaciones animadas en la oficina cada comienzo de semana. Pero los clientes la atarean y olvida la calle gélida pronunciando su nombre M. como en el poema fastasmal de X.
Salvatierra no le gusta del todo, tal vez las oraciones religiosas son monótonas en los templos y las voces en los cantos de misa tienen un estribillo que le sabe a gotas de lluvia en los atardeceres solitarios, aún más solitarios de la calle frente a su casa. Sin embargo, hay un secreto en la ciudad encalmada suficiente para retenerla con esperanzas de algún día caminar por ella sintiendo el encantamiento del amor por su noble traza urbana y los generosos días de feria y paseo dominical. Se va el cliente y regresa a concluir la limpieza del piso con un aromatizante de ambiente con olor a esencias de madreselva. Y siente la esperanza de volver a saludar a los amigos juveniles con sus locuras fantasiosas, por el enorme gusto de oir los relatos de sus sueños y el contraste con una realidad menos brillante, menos pulida, pero más graciosa por el enfado de de X. y G. de tocar el cielo con la frente y caer ramplonamente con las deudas de todos los días. Y se sienta frente al correo electrónico como el último lazo con el pasado desatinado de su juventud divertida en la oficina de la calle Colón.

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