jueves, 11 de diciembre de 2008

Tirso Rafael Córdoba reseñado por Jesús Guisa y Azevedo



http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080018810/1080018810.html sitio donde está el libro digitalizado en el que estudió Federico Escobedo las lecciones de literatura impartidas en Salvatierra por Tirso Rafael Córdoba, y que en Puebla le valiera a Escobedo el asombro de maestros y compañeros por su dominio del "Manual de Literatura Novo Hispana" de don Tirso, y que fue el primer libro de texto que se empleó en las escuelas de Salvatierra, antes, incluso que en el resto del país.



HUMANISTAS MEXICANOS TIRSO RAFAEL CÓRDOBA Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua Generación 1840
Nació en Zinapécuaro, Mich., el 28 de enero de 1838; falleció en Puebla, Pue., el 14 de diciembre de 1889. Ingresó en la Academia el 29 de marzo de 1881 como numerario; silla que ocupó: XIII (2º).
Es cosa plausible, sin género de duda, que en México se den hombres sesudos, reflexivos por el mismo caso, llenos de experiencia, justamente de esa que desentraña las obscuridades de la propia conciencia y hace luz, a fuerza de ser vivida con profundidad la propia vida, en el dédalo de lo espontáneo y lo instintivo. Y un ejemplo, de singular atracción, en gracia a su fecunda labor, consistente ésta en la noble enseñanza de las letras, tanto profanas como sacras, lo tenemos en don Tirso Rafael Córdoba. De conocimientos humanísticos, cuya amplitud sólo es posible mediante el comercio con los clásicos de la antigüedad, los cuales conocimientos adquirió en el Seminario de Morelia, fuente fecunda, desde tiempo inmemorial, de la cultura greco-romana, tuvo ahincados afanes en propagarlos y comunicarlos. Su prudencia reposada, su intuición certera, su constante voluntad, su desinteresada afición a la enseñanza, su decidido amor a la juventud y, en suma, su noble deseo, trasladado a los hechos tan pronto como le era dable, de elevar la cultura de las escuelas, son virtudes cívicas que le vienen de esa hondura de alma que adquirió al paso de su experiencia de hombre cabal. Estudioso, inquieto, movido, despertado al gusto de la contemplación de la belleza, de la belleza moral y de la belleza literaria, abogado de actividad profesional muy socorrida y, en razón de esto, solicitado por la política; casado, pero, ya viudo, sacerdote, tuvo una amplitud espiritual, una riqueza psicológica, por tanto, que le valió ser un maestro consumado; singular caso de hombre de gran seso y de amplia experiencia. Don Enrique Cordero y Torres, dedicado, desde hace mucho, a dar a conocer todo lo que se relacione con Puebla, ciudad y estado, se trate de poblanos de nacimiento o de poblanos de vecindad, le ha seguido la huella a don Tirso Rafael Córdoba, michoacano de Morelia. Don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, Rector que fue del Seminario de Morelia, al ser nombrado obispo de la Puebla de los Ángeles, se hizo acompañar de don Tirso, quien, alumno, primero, después profesor del Seminario palafoxiano, dio clases en otros establecimientos, como el Liceo Carpio. En Zacapoaxtla fundó un Colegio Preparatorio. Ya en México fue colaborador de don Teodosio Lares, de don Pedro Escudero y Echánove, de don Joaquín Velázquez de León y de don Fernando Ramírez. Muerta su esposa vuelve a Morelia y, ordenado, es cura párroco de Salvatierra, Guanajuato.
Un niño de 12 años, nacido en 1874, es de los pequeños feligreses del cura Córdoba. Ese niño fue adivinado en sus capacidades, penetrado, descubierto por el dicho cura y, guiado, alentado además, por éste, sintió tener la vocación de hombre de letras, sencillamente gran humanista, la cual vocación seguida fielmente, pese a graves contratiempos por la ruina de su casa y la muerte de su padre, lo llevó ya crecido y llegado a madurez, a plenitud. Se trata del padre don Federico Escobedo, Tamiro Miceneo, entre los árcades de Roma, individuo de Número de la Academia Mexicana, honra y prez de ella y de las letras castellanas. Don Tirso Rafael Córdoba fue, más que todo, habiendo sido muchas cosas, y habiéndolo sido con notable mérito, un maestro que supo enseñar y que, al enseñar, supo interesar a sus alumnos en las bellas cosas de la vida, en ese íntimo acercamiento y vecindad permanente con el pensamiento de los grandes escritores y de los grandes poetas. Él mismo fue poeta. Tiene un canto a Salvatierra que habría de corear más tarde, con un sentimiento de nativo del lugar, identificado, por el consiguiente, con la belleza del panorama y el sosiego de los contornos, su alumno y seguidor, el padre Escobedo. La grandeza de alma de don Tirso, el ensanchamiento de su persona, originado y mantenido por la amplitud de su experiencia de hombre inquieto, de político, de orador, nos hacen apreciar su gran valía humana. Sin duda que en su magisterio, el de la cátedra, el del púlpito, el de las revistas y diarios, el de sus composiciones poéticas, avivó la curiosidad intelectual de muchos jóvenes. El caso más notable, que opaca o hace olvidar el caso de otros, es el del padre Escobedo. Aristóteles decía que el primer principio de la sabiduría era el de creer en la palabra del maestro; puede el alumno rectificar o ratificar a su maestro y, lo que más vale, superarlo; pero, como quiera que sea, se requiere, de todo punto, ese primer movimiento del que sabe al que no sabe. Y que don Tirso Rafael Córdoba haya sido un maestro, lo atestigua el caso tan patente de su alumno, el padre Escobedo.
El historiador de las cosas de Puebla, el ya citado don Enrique Cordero y Torres, Correspondiente de la Academia, da en su Diccionario de hombres notables, pormenorizada relación de las andanzas, quehaceres, traducciones, sermones, escritos de don Tirso y de las revistas y diarios en que colaboró, así como de los establecimientos docentes en que enseñó.
El jesuita don Joaquín Márquez Montiel en su libro: Hombres célebres de Puebla, hace mención de don Tirso y reproduce algunas de sus poesías. No, no es ignorado nuestro autor, y que vayamos a él y le frecuentemos es cosa debida a nuestra información.
Jesús Guisa y Azevedo
Semblanzas de Académicos. Ediciones del Centenario de la Academia Mexicana. México, 1975, 313 pp.

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