sábado, 18 de mayo de 2013

En busca del escribano real Agustín de Carranza Salcedo, ese desconocido en Salvatierra, Gto.

En busca del escribano real
Agustín de Carranza Salcedo, ese desconocido

Por J. Jesús García y García

(Resumen del trabajo expuesto en Salvatierra, Gto., el sábado 9 de febrero de 2013)

            Desde finales del siglo XVI hubo en el valle de Guatzindeo más de un intento por fundar una población de españoles con su propio territorio jurisdiccional. Los vecinos del valle lo consideraban necesario para que fuera más expedito el arreglo de sus diversos asuntos con el gobierno, sin depender de la villa de Celaya, a donde para toda gestión había que trasladarse con ciertas dificultades.
            Los propietarios de tierras en Guatzindeo, los más influyentes de los cuales habían logrado licencias para tomas de agua del río Grande y para el establecimiento de molinos de trigo, no formaban un núcleo poblacional compacto y empezaron a verse afectados por las inundaciones fluviales, y en 1638, juntos pudientes y pobres, cansados de tal situación, con todo y su convento franciscano de San Buenaventura se fueron a asentar en la orilla opuesta del río, la derecha, ocupando parcialmente el decadente pueblo de San Andrés Chochones.
Entre las habituales maneras de ser fundador de un centro poblacional durante la Colonia, en el caso de Salvatierra se presentaron estas tres: a) donando las tierras necesarias, b) haciendo las gestiones, y c) otorgando las autorizaciones correspondientes. Los personajes respectivos fueron: don Gabriel López de Peralta, don Agustín de Carranza Salcedo y don García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra y marqués de Sobroso, 19º. virrey de la Nueva España. Y también fueron fundadores, con todo derecho, los vecinos de la congregación de Guatzindeo-Chochones que, comprometidos formalmente o no, siguieron viviendo dentro de ella y de ese modo propiciaron su transformación legal.
Es de suponer que el escribano real don Agustín de Carranza Salcedo estaba de acuerdo con el terrateniente y hábil negociante don Gabriel López de Peralta para solicitar lo que entonces se llamaba una “ciudad de españoles”, y que el segundo retribuyó al primero con unas tierras que el tesorero de la Real Hacienda don Gerónimo López, padre del citado don Gabriel, había asignado al primero de tres mayorazgos que formó junto con su esposa doña Ana Carrillo de Peralta, por lo que la posesión de esas tierras fue materia de conflicto.  
            Corría el mes de octubre de 1643. Desde el año inmediato anterior había nuevo gobernante en la Nueva España y don Gabriel López de Peralta dio el paso inicial de aquel plan fundacional elevando un ocurso al virrey en el que expresaba que tiene “cincuenta sitios de estancias para ganado mayor y diversas caballerías de tierra que le pertenecen a cada sitio, con el derecho de agua del Río Grande, zanjas, tomas y presas por merced, para riego de dichas tierras de bienes de su Mayorazgo […], que por ser tan buen valle, temple y comodidades y por el uso del agua de riego y en tan buen distrito y cercanías de otras Provincias de las más opulentas de esta Nueva España, valen dichos sitios y estancias y tierras con las aguas que le pertenecen, con la saca y toma del Río Grande, que el suplicante hizo a su costa, a justa común estimación $ 500,000.00 […]. Y el suplicante, deseoso, como leal vasallo de su Majestad, del aumento de su real poder, continuando los servicios de sus padres y abuelos, quiero servirle con dicho sitio y tierras y dicha agua para que en aquel puesto, en el paraje que llaman San Andrés Chochones, donde están congregados hasta cuarenta vecinos españoles con sus mujeres, hijos, casas y familias, se funde una ciudad, que el suplicante y los fundadores, para que esté debajo del amparo de Vuestra Excelencia, se llame la ciudad de San Andrés de Salvatierra, pues se ha de fundar en el tiempo del dichoso gobierno de Vuestra Excelencia […]”.
            Don Agustín de Carranza Salcedo, quien a la sazón dijo ser “Canciller y Registrador de la Real Audiencia”, precisó y fundamentó en eficaz escrito los términos y condiciones de la deseada fundación y, gracias a sus diligencias, se produjo la expedición de la cédula creadora del virrey, signada el 9 de febrero de 1644.
            De tal éxito le vinieron a don Agustín algunas desventuras. El licenciado Melchor Vera, en su libro Guatzindeo Salvatierra, dice: “Carranza Salcedo parece no haber logrado consolidar una buena situación. En el memorial de solicitud para la fundación de Salvatierra, estipula que habrá de dársele el cargo de Alguacil Mayor de la nueva Ciudad, con determinado e importante número de vecindades, tierras y aguas, autorización para poner tiendas, molinos y posadas y demás derechos y sueldos que podrían haberle permitido reunir un patrimonio abundante. Parece que no fue así. […] Antonio de Arizmendi Gugorrón […] pretendiendo contradecir la orden definitiva de la fundación […], dice que la nueva Ciudad no ha prosperado y que los pretendidos fundadores, inclusive Carranza Salcedo, se encuentran en situación lamentable.- Nicolás de la Rosa, representante de Juan de Sámano Turcios y Peralta, se opuso igualmente a la subsistencia de la fundación en febrero de mil seiscientos cincuenta y dos, alegando que la expresada fundación perjudicaba gravemente el primero de los Mayorazgos que fundaron Gerónimo López de Peralta y Doña Ana Carrillo de Peralta, abuelo de Sámano Turcios, sucesor en dicho Mayorazgo [...] ‘Porque el principal fiador de los veinticuatro mil y quinientos pesos que se ofrecieron por dichos oficios fue Agustín de Carranza Salcedo, Alguacil Mayor, que está tan pobre que come de limosna y todas las veces que ha ido Juez a la cobranza, se ha ausentado y pasado al Reino de Galicia, con que no se ha podido cobrar, y sólo hay cuatro Regidores, de los que les están sirviendo en algunas labores por muy poco salario, por no tener otra cosa de qué sustentarse, que son Hernando Luis, Cristóbal de Estrada, otro que es Miguel de Piña tiene caballería y media de tierra que llevó en dote su mujer, en que está amparado, y no tiene otra cosa de qué poder pagar, y el otro que es Felipe Jiménez Larios, pobre de solemnidad, de que dio información en esta Real Audiencia para que lo ayudase como a tal y así se manda, y ninguno asiste en dicha Ciudad, y Antonio Guerra, Escribano Público, que está así mismo sumamente pobre y no tiene con qué poder pagar su oficio, y no ha sido a causa de no darles las dichas tierras, porque aunque se las den han estado y están en tal estado, que no han de poder pagarlas ni aún sustentarse, y no se ajustará con verdad que se hayan poblado setenta vecinos, porque los pocos que hay están poblados mucho antes de dicha fundación y algunas personas, y después de ella sólo se han poblado cinco, tan pobres que no tienen nada que comer, y los siete molinos que se dice haberse fabricado de nuevo, no es cierto, porque los que hay son muy antiguos, más que la fundación, y algunas personas los hicieron en sus haciendas para moler sus trigos y no para aumento de dicha fundación, y el Convento que se ha fundado es de utilidad propia de la religión… Y el puente es sólo de comodidad de dicho Convento, porque no es camino ni pasaje para San Luis, Zacatecas ni Guadalajara y es una puerta cerrada  que sólo tiene comunicación con los pueblos circunvecinos’.- Resulta, pues, que con tantas contradicciones como experimentaron los fundadores, frustraron sus intentos y deseos de mejoría económica y que llegaron tales fundadores a extremos que, aun suponiendo exageradas las afirmaciones de los contradictores de la fundación, siempre es evidente que la pobreza de Carranza Salcedo y sus compañeros era grande […] ”.
            Y Rafael Zamarroni Arroyo, en Narraciones y leyendas de Celaya y del Bajío, afirma acerca de Carranza: “en su calidad de fiador por los veinticuatro mil quinientos pesos que ofreció al Rey por los Oficios Públicos [no pudo] siquiera pagar la parte que les correspondía a los cuatro primeros Regidores […] por ser pobres de solemnidad; trató (el reino) de hacer efectiva íntegra tan crecida suma, en la persona de dicho fiador, quien siendo también muy pobre y careciendo de bienes que se le pudieran embargar, tuvo que huir hacia el Reino de Galicia (en la actualidad Jalisco y Nayarit), para evitarse mayores complicaciones.- En estas condiciones, y no habiendo quien comprara los puestos públicos, como era uso y costumbre, el Gobierno de la nueva ciudad de San Andrés de Salvatierra quedó en manos de un Auxiliar o, como se decía entonces, un ‘Theniente’ que dependía del Alcalde Mayor de Celaya, de donde proviene que durante más de un siglo estos personajes se titularan ‘Alcalde Mayor por su Magestad de la ciudad de Celaya, la de Salvatierra y sus Jurisdicciones’ ”.
            Y remata Melchor Vera: “No vuelve a encontrarse en la documentación que he podido tener a la vista noticia ninguna del principal fundador Don Agustín de Carranza Salcedo. Más tarde no se encuentran propiedades, bienes o derechos suyos o de sus sucesores, por lo  que es de suponerse que aquel murió realmente en pobreza […] Ni siquiera nos es dable saber en dónde le cogió la muerte y a dónde fueron a parar sus huesos”.
            Otro infortunio para Carranza: el canónigo don José Guadalupe Romero hizo importantes contribuciones al conocimiento del pasado de los pueblos pertenecientes al arzobispado de Morelia, al que hemos correspondido siempre en lo religioso, pero también cayó en  algunos penosos errores de documentación –o de falta de ella—, uno de los cuales hizo que de 1932 a 1973 nuestra calle Heroico Colegio Militar se llamara calzada Andrés de Alderete, siguiendo la invención romeriana de que Salvatierra había sido fundada en 1643 por “Andrés de Alderete, propietario de magníficas tierras en el valle de Guatzindeo, [quien] deseoso de establecer una ciudad de españoles en uno de los puntos más hermosos y productivos de su finca, a inmediaciones del río Lerma, o Grande, como entonces se llamaba, solicitó el permiso del virrey, don García Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra, haciendo hincapié en la denominación ‘que debería constar el nombre del propietario y del título del gobernante, y que cada año, por recompensa de los terrenos que donaba, debía tomar con sus manos, de las Cajas Reales, la suma de dos mil pesos’ ”. (Todavía hoy Romero sigue sorprendiendo la buena fe de algunos escritores tan ameritados como José Luis Lara Valdés, quien en Guanajuato: el paisaje antes de la Guerra de Independencia, sigue difundiendo la patraña sobre Andrés de Alderete).
            Yo no podía resignarme con una referencia biográfica de Carranza tan fragmentaria como la dejaba don Melchor o tan pauperizada como la dejaban otros, pues no parecía admisible que un protagonista por vocación –como me lo parece Carranza Salcedo-, cual pobre de solemnidad, “comiera de limosna”.
            En 1956 localicé en el archivo notarial de la parroquia de la Luz la partida de defunción de don Agustín y la dí a conocer en el número 2 de la revista Cauce. En ese mismo año y en el mismo archivo consulté los libros de Cofradías que se conservan. Es el caso que el 6 de diciembre de 1635 fray Francisco de Rivera, del Consejo de Su Majestad y obispo de Michoacán, hizo la declaratoria de fundación de las cofradías de Ánimas y del Santísimo Sacramento en la parroquia en ciernes (todavía no lo era de derecho) de San Buenaventura de Guatzindeo. Eran los tiempos en que don Agustín de Carranza Salcedo atendía a Guatzindeo como Escribano Real Auxiliar del de Celaya. Él fue uno de los fundadores de la del Santísimo Sacramento y encontramos actas suyas, como notario, en el libro correspondiente en 16 de diciembre de 1635,  22 de mayo de 1636 y 11 de junio de 1637. En 1638 ocurrió, como ya se dijo, el traslado de los vecinos y su franciscano templo a San Andrés Chochones.
            He podido recoger otras pistas de Carranza Salcedo:
            * Por ahí de 1639 se alejó de Celaya y Guatzindeo-Chochones. Lo encuentro en la ciudad de México en 1641 tratando de otorgar una fianza para poder desempeñar el puesto que se le había otorgado de Alcalde Mayor del partido de Teutila, en la planicie costera de Oaxaca. Falta mayor información al respecto.
            * El 14 de junio de 1643, en la Parroquia de la Asunción, Sagrario Metropolitano de la ciudad de México, bautiza a la hija suya y de doña Catalina de Carriedo: María de Carranza Carriedo.
            * Durante parte de los años de 1643 y 1644 ocurre la actuación suya definitiva para la fundación de nuestra ciudad. En 1644 establece su domicilio en San Andrés de Salvatierra, donde desempeña durante varios años el oficio que se le concedió a título perpetuo de Alguacil Mayor. Ese mismo año le tocó dar alojamiento en su casa al padre provincial carmelita y a los comisionados que fueron a instalar el convento de esa Orden en nuestra ciudad.
            *  Por lo menos hasta 1653 permanece en Salvatierra. Se ha dicho que fue desterrado de esta localidad por gente adicta a los López de Peralta, pero ello no fue en 1660, como se afirma, sino antes. El 13 de mayo de 1655, en su condición de Escribano Real, abrió el protocolo de una notaría itinerante cuyos instrumentos fueron levantados, en su mayoría, en el partido de Chamacuero, donde lo asiló don Juan de Melgar, quien ostentaba, sin ejercerlo, el título de Alférez de San Andrés de Salvatierra.
            En 1657 lo encontramos radicando en Valladolid y, en su carácter de Escribano de Su Majestad, firma los instrumentos asentados en un libro protocolo notarial correspondiente a 1657, el cual se exhibe en las vitrinas del Museo Michoacano, planta alta. Por otra parte, en el Archivo general de notarías del estado de Michoacán existía en ese 1998 un atado marcado “1650-1659”, correspondiente al Fondo Colonial. Contenía, a golpe de vista, poco más de mil documentos sin ordenar, entre los que hay instrumentos levantados por los escribanos Sebastián Gutiérrez de Aragón y Agustín de Carranza Salcedo, compartiendo entre ellos el protocolo. La firma de don Agustín predomina en los instrumentos fechados en 1657, 1658 y 1659, pero su labor notarial en Valladolid fue más prolongada.
            El 8 de septiembre de 1671, en San Andrés de Salvatierra, otorga su testamento don Andrés de Carranza Salcedo, seguramente hermano de don Agustín, quien declara: ser “natural de Placiencia [sic] en los reinos de Castilla, hijo legítimo de Sebastián de Carranza y de María de Salcedo, mis padres difuntos, vecinos que fueron de dicha ciudad”; ser “casado y velado según el orden de Nuestra Santa Madre Iglesia con Antonia de la Fuente, y constante el matrimonio, no hemos tenido hijos legítimos”; tener “por mis bienes una labor de temporal que tengo y poseo en esta jurisdicción, que está en el puesto que llaman de los Panales, que se compone de cuatro caballerías de tierra y un solar de sesenta varas en cuadro en esta ciudad, linde con los de Chávez y Juan Altamirano, que de todo ello me hizo merced el cabildo de esta ciudad”.
            Agustín sigue en Valladolid y el 25 de enero de 1678, en su calidad de “escribano de Su Majestad, y teniente del capitán Diego de Ayala Haro Altamirano, alcalde mayor de esta provincia de Michoacán por Su Majestad”, dice que, por petición del licenciado don Bernabé Herrera, canónigo de esta Santa Iglesia Catedral, buscó a Vicente Barroso de la Escayola, maestro mayor de la construcción de la catedral, y lo encontró listo para ausentarse “con espuelas calzadas y para ponerse a caballo y dejar la obra a mucho peligro”, por lo que el primero solicitó a éste una declaración jurada sobre la administración de los recursos, dejándolo advertido de que “no salga de ésta en sus pies, ni en ajenos, ni deje la fábrica que es lo que debe hacer […]”. Se relatan otros intentos de huída que hizo Barroso de la Escayola, los cuales tocóle frustrar a Carranza Salcedo. Esa acción  le dio prestigio y, menos de un mes después, lo vemos practicando la vista de ojos de los materiales que se emplean para la construcción de la catedral.
            Cambia de residencia y lo vemos aparecer en el padrón de la ciudad de Pátzcuaro del año 1682. Le llaman Escribano de aquella ciudad y lo enlistan  junto con doña Catalina de Carriedo, su esposa. Otros pobladores de la misma casa son doña María de Carranza, don Nicolás del Ribero Junco y la mujer de éste doña María de Carranza (otra del mismo nombre), Joseph de Carranza Osorio, el esclavo Pedro Ranjel y la india Juana de Carranza.
            El 25 de octubre de 1682 murió su esposa Catalina de Carriedo en el mismo Pátzcuaro.
            En 1683 se levanta nuevo padrón de patzcuarenses y aparece don Agustín con el cargo de “theniente general desta ciudad” . Los otros habitantes de la casa son: doña María de Carranza y don Nicolás del Ribero, doña María de Carranza (otra vez la duplicidad nominal), las criadas Pasquala, Juana y María, y Joseph de Carranza.
            Ya de regreso en su muy amada Salvatierra, el7 de junio de 1684, mediante escritura levantada por el escribano Francisco Gómez, dona un solar a Teresa de la Barrera, a quien llama sobrina, “mujer legítima de don Miguel de Arenas, así mismo mi sobrino”. Se trata de “treinta varas de solar de frente y treinta de largo que tengo y poseo en esta dicha ciudad, en la calle principal de ella, que lindan por la parte del norte con casa de don Diego Pérez Botello y por las del oriente y sur con otros solares míos, los cuales se me repartieron por el Cabildo de esta dicha ciudad, libres de tributo, memoria, hipoteca ni otro señorío ni obligación especial ni general”. La firma de don Agustín en este documento es por completo temblorosa y da lugar a pensar que para ese entonces nuestro personaje pudo haber padecido la enfermedad de Parkinson o quizás un temprano antecedente del terrible mal de Halzheimer.
            10 de agosto de 1688: muere don Agustín en San Andrés de Salvatierra, como ya dije.
            9 de julio de 1691. En San Andrés de Salvatierra muere su hija María de Carranza Carriedo a los 48 años de edad.
            7 de octubre de 1709. Andrés de Carranza Salcedo, el presunto hermano de don Agustín, muere en San Andrés de Salvatierra. Se dice que el ahora difunto era natural de Extremadura (provincia en la que hay una localidad llamada Placencia).
            Otras pistas localizadas nos hablan de sus parientes (algunos todavía no bien definidos) y de las propiedades rústicas de don Agustín, localizadas hoy en dominios de Tarimoro pero que entonces pertenecían a la jurisdicción de Salvatierra y acabaron donadas a los carmelitas.
            A reserva de aumentar la información, podemos concluir que está suficientemente acreditada la existencia y muerte de Agustín de Carranza Salcedo, español de origen cuyos restos descansan en su Salvatierra, e igualmente acreditados los nombres de sus padres, su actuar en la fundación de Salvatierra, su matrimonio con doña Catalina de Carriedo, el engendramiento de su hija María de Carranza Carriedo. Hay indicios de otros parientes, pero se necesitan mayor precisión y apuntalamiento. No hay un don Agustín indolente ni mendigo. 

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