domingo, 1 de febrero de 2009

Amor al suelo natío

Me presento y declaro mi adhesión a Landívar

Por J. Jesús García y García

Me pega la canción Distancia que compuso e interpreta Alberto Cortez. “Me pega”, es decir, me conmueve, porque describe con gran tino mis sentimientos. La música podía haber sido mejor, la letra no, no para mí: Viento, campos y caminos, distancia, / qué cantidad de recuerdos / de infancia, amores y amigos, distancia, / que se han quedado tan lejos / entre las calles amigas, distancia, / del viejo y querido pueblo / donde se abrieron mis ojos, distancia, / donde jugué de pequeño. / Un corazón de guitarra quisiera / para cantar lo que siento. / Allí viví la alegría, distancia, / de mi primer sentimiento, / que se ha quedado dormida, distancia, / entre la niebla del tiempo: / primer amor de mi vida, distancia, / que no pasó del intento; / primer poema del alma, distancia, / que se ha quedado en silencio. / Un corazón de guitarra quisiera / para cantar lo que siento. / Dónde estarán los amigos, distancia, / mis compañeros de juegos; / quién sabe dónde se han ido, distancia, / ni qué habrá sido de ellos. / Regresaré a mis estrellas, distancia, / les contaré mis secretos: / que sigo amando a mi tierra, distancia, / aunque me encuentre tan lejos. / Un corazón sin distancia quisiera / para volver a mi pueblo.

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Equivocado hoy e inseguro mañana, torpe siempre; con algunos ridículos a la espalda; sufriendo frecuentes y solitarios sonrojos al recordar los errores que, aunque no quiera, matizan mi pasado (“El recuerdo es vecino del remordimiento”, dijo Víctor Hugo); gozando, también, íntimamente algunas dulces satisfacciones —más escasas de lo que yo hubiera querido—, he traspuesto la línea 78. Esto significa que nací en 1930, el mismo año en que murió mi padre casi cuatro meses antes de mi primer alarido.
La referencia que hago a mis equivocaciones, inseguridades y torpezas no es mera pose: soy un convencido de los beneficios de la autocrítica y pienso que si todos la ejerciéramos aplicándola a nuestros actos de toda índole y nivel las cosas andarían mejor.
Un ejemplo de lo que digo podía ser la actitud ante la escritura: hoy se ha extendido mucho la costumbre de escribir sin revisar lo que se tecleó o se garrapateó; sin corregirlo desde el punto de vista gramatical, mucho menos desde los puntos de vista ético y estético. Y aquí viene mi primera identificación con Rafael Landívar, ese modelo que con buen espíritu y encomiable empeño promueve el licenciado Pascual Zárate por variadas razones que desde mi perspectiva reduzco a dos: primera, que Landívar, excelente descriptor del campo mexicano, es un humanista miembro de aquella pléyade de jesuitas que en el siglo XVIII nos imbuyeron una idea de patria y empezaron a llamar México a todo nuestro territorio, en lugar de Nueva España; segunda, la vinculación que ese ilustre hombre de letras tiene con Salvatierra por medio de Federico Escobedo, el más laureado de todos los intelectuales salvaterrenses, autor de la mejor traducción que se haya hecho de la obra de Landívar escrita en latín e intitulada Rusticatio mexicana.
La que llamo primera identificación mía con Landívar se debe, precisamente, al sentido de autocrítica con el cual el egregio poeta guatemalteco-mexicano corregía severamente sus obras. Lo que a esto se refiere nos llega por otras fuentes, pero él mismo nos narra: “Con todo, para atender a la claridad, con la mayor diligencia que pude, mucho trabajé en estos cantos que ahora, por vez primera, salen a la pública luz; pero los ya conocidos por divulgados, los llevé de nuevo al yunque de la corrección para retocarlos y pulirlos; en los cuales muchas cosas cambié, algunas añadí, y otras totalmente las suprimí”.
Viene después otra de mis identificaciones con Landívar, cuando me pongo acorde con él en aquella preciosa exhortación a los jóvenes mexicanos, con la que (en la traducción del padre Rómulo Díaz) da fin don Rafael a su famoso poema:

Estima, Juventud, y ama tu suelo,
feliz por sus innúmeras riquezas,
¡excelso don de la Divina Mano!,
y en tu provecho estúdialas constante.
Persista el otro allá, cual bestia estulta,
contemplando inconsciente las campiñas
inundadas en áurea luz febea,
y el tiempo gaste perezosa en juegos;
mas tú, discreta Juventud, arroja
de la rutina los funestos hábitos,
e inspirada de excelsos ideales,
apurando en saber tus fuerzas todas
demanda sus arcanos a Natura;
y con grata labor aprovechados
conserva y goza sus preciosos dones.

Y nuestra común identificación es coronada, sellada, timbrada, con aquello que él dice, enfático: “Refiero lo que vi y cuanto me contaron testigos oculares, por todos conceptos veracísimos”. Aquí se muestra el rigor que el poeta usaba para documentarse.
Todos estos conceptos tienen que ver entre sí y se conjugan en la nota 1 que a las primeras de cambio introduce Escobedo en el primer libro de la Rusticatio a propósito de la falta de llaneza en el estilo de algunos: “(1)—Alusión muy clara y directa al estilo gongorino que privaba en la casi totalidad de las obras literarias de la época (Siglo XVIII) en que escribió la suya el bucólico guatemalteco; condenándolo, con justa razón, como enigmático y obscuro, y sólo apto y capaz para torturar las inteligencias en inútiles escarceos y vanos trabajos; nunca para hacer resaltar la diáfana substancialidad de los pensamientos y las ideas, que deben señorear toda composición”.
Resumiendo: soy fan de Landívar por su ejercicio de la autocrítica, por sus llamados a que la juventud haga sensible aprecio de la naturaleza que le es próxima (ama tu suelo, le decía), por su rigor documental (todo debe ser bien corroborado), y por su rechazo a ese estilo mal masticado —también podría indicar solapada sobremasticación o retorcida “originalidad”— que no es percibido con deleite. Esas y otras cualidades confluían en su bien acreditada capacidad descriptiva.



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