La cultura occidental celebra el origen como un momento trascendente en la vida. Aquello que es la fuerza del origen esta presente en el pensamiento reflexivo del hombre. En los documentos antiguos del cristianismo Dios crea al ser humano y al universo todo. Habla de un lugar donde sucede la creación, el Paraiso. De igual manera están los textos de las antiguas culturas originarias de América, donde somos señalados como hombres creados de maíz por el Popol Vuh.
El nacimiento origina derechos sobre la tierra donde el hombre y la mujer ven la luz por primera vez. Y se adquiere un gentilicio que da cuenta de un patrimonio cultural: idioma, idiosincracia, religión, leyes, historia, tradiciones, parentela y geografía.
El cumpleaños es una fecha recordada permanentemente en en los documentos oficiales. Saber cuándo ocurrió el alumbramiento, el nombre de los progenitores y las razones del nombre propio es un derecho y un comienzo en el conocimiento de sí mismo.
Las sociedades humanas son concientes de que la máxima conquista de la civilización es la creación de la ciudad, de la civitas, de la polis, pues es el lugar donde se encuentran las instituciones y recursos para vivir realizando todo el potencial humano del que es capaz de desarrollar cada persona. La ciudad viene a ser el mejor lugar para vivir.
El trato humano mediado por los valores espirituales, económicos, sociales, jurídicos, políticos, artísticos y éticos, posibilitan a la ciudad como un espacio físico de convivencia cívica. Hacer de la ciudad el mejor lugar para vivir es, entonces, una reponsabilidad moral de cada persona, pero es más un deber de las autoridades institucionales como lo son las escuelas, las iglesias, las municipales, sindicales, patronales, científicas, familiares y tradicionales. El deber es estar unidos e integrados mediante los símbolos culturales heredados por la historia comunitaria que representa la visión de la forma de vida que se anhela desde el comienzo de la fundación de la ciudad.
La antiguamente llamada Muy Noble y Leal Ciudad de San Andrés de Salvatierra cumplirá años el 9 de febrero, 365 de haberse fechado la fundación en los documentos oficiales del aparato burocrático de la Nueva España. Nació con leyes, autoridades, maestros, religión, familias, traza urbana, ciencia hidráulica, territorio y con la misión de propagar la cultura occidental cristiana. Construir el ideal de la ciudad agrícola humanista de acuerdo al pensamiento hispanista más avanzado de la época.
Un origen jurídico y civilizatorio que hoy nos compromete a realizar acciones que le den continuidad al espíritu humanista de los fundadores: educar personas en los valores de la convivencia civilizada de la paz, el respeto, la dignidad, el amor, la solidaridad, la participación, el orden y la alegría. Por ello la educación de la ciudad debe de ser en las plazas, calles, jardines y portales. Una educación que nos motive a pensar en el bien de la convivencia citadina para que, de manera igualitaria, cada persona contribuya a que todos vivamos el derecho de convivir en una ciudad limpia, confiada, sana, bella, cortés, hospitalaria, divertida y sociable.
Para el 9 de febrero mucho bien haremos si motivamos a los salvaterrenses a comprometerse con una acción cívica en bien de la urbe: pedirles el compromiso de no grafitear las pardes, de tirar la basura en su lugar, de respetar las reglas de tránsito, de saludar al transuente, de conocer la historia de la ciudad y dedicarle algunos pensamientos de aquello que nos gusta de ella.
Sólo se requiere de jóvenes promotores que, armados de papel, marcadores, tendederos cámaras fotográficos, intercepten a los paseantes y les pidan que escriban un regalo que, en ejercicio de sus deberes de ciudadano, le pueden cumplir a la ciudad.
Salvatierra estará a la espera de ver en las calles y edificios públicos la conducta correcta del ciudadano que llevamos dentro.
La autoridad municipal, cuya función es el bien común, es quien debe tener la iniciativa de innovar la forma de realizar la educación ciudadana en los espacios citadinos que le corresponde cuidar para el buen estado de su funcionamiento público.
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