viernes, 16 de julio de 2010

El convento del Carmen de México es idéntico al convento del Carmen de Salvatierra

EL CONVENTO DEL CARMEN DE MÉXICO
por Eduardo Báez Macías
En el año de 1586, después de pasar sus primeros días en las casas del marqués del Valle, los primeros carmelitas descalzos recibieron la Ermita de San Sebastián, cedida por los franciscanos, según mandamiento del virrey, marqués de Villamanrique, con el encargo de administrar la doctrina a los ochocientos indios del barrio de San Sebastián Atzacoalco. No resultaba a los religiosos agradable esta administración, que los obligaba a manejar dinero ajeno, a vivir fuera de la clausura y a castigar los delitos de los indios, quehaceres todos opuestos a la vida contemplativa, pero que hubieron de aceptar por no disponer de otro sitio para la fundación.
Esta primera casa iba bien con la pobreza de la Orden; según la descripción de fray Agustín de la Madre de Dios, la sacristía ni siquiera necesitaba de puertas, por no haber en ella más de unos muebles rotos y empolvados; la iglesia constaba de tres naves, separadas por pilares de madera muy carcomidos y un techo, también de madera, tachonado de goteras. En la cabecera había un retablo, cuyos santos apenas eran identificables, porque además de mal pintados estaban sucios y desaliñados.
Ante semejante estrechez, los frailes se quejaban acongojados de que las religiones anteriores habían dejado muy gastada la población, provocando que las limosnas fueran exiguas, aunque debemos suponer que no fueron tanto, porque muy pronto empezaron a agrandar la casa, comprando otras vecinas, para hacer con desahogo sus celdas y las dependencias faltantes.
Todo se hacía bajo la diligencia del hermano fray Arsenio de San Ildefonso, quien por lo visto entendía algo del arte de la construcción y era un magnífico administrador, ya que los superiores le otorgaron poderes amplios para todo lo que se relacionara con el convento. Fue muy famoso este hermano, además, por los numerosos milagros que le atribuyen las crónicas.
Mas a pesar de todas sus ampliaciones, la casa no dejaba de ser con exceso modesta, para servir de cimiento a la provincia, de manera que pronto se propusieron levantar otra completamente nueva, en el mismo barrio, poniendo su primera piedra el día 20 de enero del año de 1602. El autor de la planta, según información levantada por el escribano mayor de la iglesia, en 1602, fue el arquitecto y alarife Alonso Pérez de Castañeda quien por lo menos la dejó hasta los cimientos.
Los religiosos habían sido afortunados en reunir fondos para costear su convento, pero toda su buena fortuna se trocaba en yerros y dificultades al erigido materialmente; por principio de cuentas, tuvieron que resolver la problemática tarea de cimentar en un suelo en extremo cenagoso, siendo necesario el concurso de más de un arquitecto para dar con una solución, yeso no del todo satisfactoria. Además de Castañeda, acudió a la obra Alonso de Arias,v armero mayor y arquitecto del rey de reconocida capacidad en cuestiones de hidráulica, así como un tal Caravallo, que pasó fugazmente entre los carmelitas, sin mayor participación que corregir algunos yerros de lo que llevaban construido; fray Agustín de la Madre de Dios lo cita con simpatía, aunque con no muy buenas recomendaciones:
Había en esta ciudad un alarife muy entendido en su arte, pero muy distraído en sus costumbres y muy roto en su modo de vivir; llamábase fulano Caravallo ...
En 1606, el Definitorio de la provincia había acordado solicitar al virrey la dejación de la doctrina, para cortar de raíz el riesgo de la relajación que se temía por las razones ya referidas.» Sancionado el cambio, la entregaron a los agustinos el 3 de febrero de 1607, sin que faltaran las protestas de los indios, mudándose al nuevo convento, que aunque lejos de estar concluido estaría cuando menos en situación de albergados.
La preocupación capital seguía siendo la iglesia, que a varios años de principiada apenas avanzaba, insegura y balbuceante, hasta que el visitador fray Tomás de San Vicente, considerándola demasiado audaz y suntuosa, ordenó demolerla al prior fray Andrés de la Asunción, que en seguida la derribó, porque así "como diestro en emprender, era conocido en obedecer" .
Esta drástica decisión del visitador, no era sino la culminación de los esfuerzos de las autoridades superiores de la Orden, para fijar un límite al peligroso entusiasmo de los frailes que pasaban a la Nueva España, cuya riqueza los excitaba a edificar con ostentación. Desde 1597, el general de la Orden, fray Elías de San Martín, instruía a los definidores de la Provincia de San Alberto que:
... en lo que toca a los edificios mandarles que sean muy moderados, y lo mismo en lo que toca a ornamentos, que en todo resplandezca la pobreza de nuestra profesión ...
Como al emprender la edificación de la iglesia nueva, no regían aún las disposiciones con- cernientes a las medidas de los templos, que entraron en vigor un poco más tarde, el Definitorio de la provincia tenía autorizado, desde el año de 1606, un ancho de treinta y tres pies para la nave, disponiendo además que con esta anchura se proporcionaran el crucero y los otros elementos.» También fray Andrés de San Miguel comentaba esa mayor anchura que se permitió en San Sebastián, contrastándola con los siguientes conventos, mucho más angostos.
Para 1608 se reanudó la obra, sobre lo poco que debía haber quedado tras la demolición, sometiendo las dimensiones y el estilo al acuerdo de los definidores, que para continuarla llamaron al hermano Andrés de San Miguel:
En ocho días del mes de noviembre de 1608 años se juntaron en Definitorio nuestro padre visitador y nuestro padre vicario provincial y los padres definidores y se determinó lo siguiente:
Primeramente, se cubra de madera la iglesia, siendo la obra llana y conforme a nuestro instituto, y sea obra de tijera.
[temo Que las basas del cuerpo de la iglesia se quiten totalmente y se prosiga la pared llana y lisa.
Item. Que las cuatro basas de la capilla mayor, sobre que han de cargar los cuatro arcos, se retraigan y resuelvan al parecer del hermano fray Andrés de San Miguel y del padre Mercado.
Item. Que las pilastras y todos los arcos sean de tezontle y de obra simple y llana.
Item. Que los capiteles y repisas sean de piedra blanca y de obra muy llana, cuanto permitiere la correspondencia de la base al arbitrio del dicho hermano fray Andrés.
[temo Que los cuatro arcos de la capilla mayor sean todos de tezontle.
[temo Que las dos torres se quiten totalmente y las capillas de ellas, si se hubieren de quedar, sea a arbitrio del hermano fray Andrés y del padre Mercado.
Item. Que la piedra que está labrada para el taluz no se asiente ni se labre más, ni se pueda hacer de piedra blanca, ni con ningún género de moldura.
Item. Que las dos portadas principales de la iglesia sean de piedra blanca y de obra muy llana, con una can aleja a los lados, cuando mucho, y las basas sean muy moderadas; el alto de las cuales se remita al arbitrio del hermano fray Andrés, advirtiéndole que las haga, lo más pequeñas y humildes que permitiere el arte, y en el alto de cada una de ellas se haga un nicho al modo del que está en el Desierto, algo mayor, conforme a proporción de la obra.
Item. Que la puerta que sale de la iglesia al claustro sea conforme a la que está agora en el refectorio medio, pie más o menos, y el lado de ella conforme a proporción.
Item. Que toda la piedra labrada se venda, y de la que no está labrada, también la que no fuere necesaria para la obra, según lo que aquí va dispuesto.
Item. Que si con lo que está dicho arriba, no está previendo a todo lo que se puede ofrecer en le obra, se advierte que ha de ser todo llano y conforme a lo que aquí queda dicho, y que contra no hable ni se arbitre sin comunicar a nuestro padre vicario o al provincial que fuere.
- Mencionan quitar las torres, lo que revela que su alzado correspondía a un estilo diferente al que pocos años después adoptaría la Orden, como consecuencia de la influencia de fray Andrés de San Miguel. En el folio 114 del manuscrito, está señalada una planta con dos torres cuadradas en los pies, con una inscripción que dice: "Iglesia que se deshizo"; junto a ésta, se encuentra otra planta de dimensiones mucho más modestas, con la siguiente inscripción: "Iglesia que se puede hacer." Por los antecedentes narrados, se puede suponer con certidumbre que los planos de este folio corresponden a la Iglesia del Carmen de México.
Tuvo la iglesia su interior artesonado y su cubierta de tijera, exactamente como lo habían acordado en el Definitorio. Manuel Toussaint señala cómo, en el "Plano Panorámico de la Ciudad de México", dibujado en 1628 por Juan Gómez de Trasmonte, el Convento del Carmen enseña su techo de dos aguas, con artesonado y una torre hacia el poniente equivocando el detalle de la torre, pues la fachada estuvo fianqueada no por una, sino por dos torres.
Fray Agustín de la Madre de Dios, el cronista de la provincia, dejó una descripción inmediata:

"Acabóse la iglesia con éstas y otras solicitudes del cielo y de la tierra, que por no extenderme callo, y quedó tan acabada que es obra muy lucida. Tiene de largo doscientos y veinticinco pies, de ancho cuarenta y cinco y tan volada la altura, que sin exceder la proporción del arte se desahoga vistosa. La poca firmeza del suelo de la ciudad no permitió en la fábrica el peso de las bóvedas, y así estaba todo el techo enredado de hermosa lacería, que formando laberintos muy vistosos adornan la tijera. Las puertas son muy grandes y bien hechas de cedro y nogal con clavazón de bronce, y encima de la una que mira al mediodía, está una imagen de Nuestra Señora y encima de la otra que ve al poniente, la del glorioso mártir San Sebastián, ambas de blanco tecale, que es piedra como alabastro y hechura de un famoso estatutario que se llamaba Felipe y era indio de nación. Levántanse dos torres muy bien sacadas a los lados de esta puerta, que dije mira al poniente, las cuales con las láminas de plomo que cubren toda la iglesia hacen una hermosa vista. Está toda la capilla mayor y crucero vestida de hermosísimos retablos que en el ensamblaje y pincel, disposición y limpieza, pueden ser esmero del arte y emulación del aliño. Repártense seis capillas por el cuerpo de la iglesia, de las cuales es una de la Nuestra Señora de la Guía, tan capaz y tan rica en otro tiempo, que era la devoción de la ciudad, aunque sus inundaciones en todo han hecho ruina."
Y en una relación recogida casi al azar, en el año de 1729, con motivo de los adornos que engalanaban el convento al celebrarse la canonización de San Juan de la Cruz, se hace la siguiente descripción, que inserto íntegra, por su rareza y su valiosa información:
Es la Iglesia de San Sebastián de México de los Carmelitas Descalzos, aunque vieja, muy hermosa, por estar fabricada según todas las reglas que pide el arte en sus dimensiones, corriendo el espacio sesenta varas de longitud desde el altar mayor hasta la puerta, que como se hizo antes que la religión tuviese medida para sus fábricas, no es mucho que no se sujetase a sus leyes. Forma entre cuatro arcos torales que descansan sobre ocho macizos pilares de firme cantería, al modo de la piedra berroqueña de España, la capilla mayor acompañada de las dos porciones que a uno y otro lado le forman un perfecto crucero, sirviéndole de cabeza todo el espacio del presbiterio, teniendo toda su circunferencia una muy garbosa cornisa, de la misma piedra labrada, y en medio su chapitel que le sirve de cimborrio, subiendo desde la sotabanca a la cúpula catorce varas y ofreciendo su pavimento dilatada capacidad para los actos de la comunidad ...
Su techumbre es la dicha de unos bien trazados artesones fabricados de fuertes vigas de cedro de doce varas, siendo toda la tablazón de la misma materia y su figura la que llama el arte tijera; toda la cual se cubre por el exterior de fornidas planchas de plomo, bien empalmadas para la defensa de las aguas, y para que éstas puedan tener igual corriente a uno y otro lado del cuerpo de la iglesia, tiene en medio su tejamar bien fornido, rematando el chapitel en una hermosa jarra de cuyo centro sale el mástil de fierro en que se sustenta una cruz acuartelada, al modo de la en- comienda de Calatrava, de la misma materia, sobre que descansa la aguja de la veleta con su ban- derola de planchas de hoja de lata, para que pueda moverse según el viento que reina. El cuerpo de la iglesia forma en su techumbre un perfecto triángulo, teniendo en medio una superficie plana de cuatro varas y media de ancho, toda calada con artificiosas labores, la cual se adorna de doce florones de madera garbosamente labrados de vara y media de alto, repartidos en proporcionadas distancias de cuatro. De la última línea de esta superficie plana sale toda la viguería a uno y otro lado, observando su perfecta caída que forma el triángulo, hasta recibirse en una imposta de plan- chas de cedro en que descansan bien cabeceadas, a fuerza de gruesos pernos de fierro, todas las vigas: tan artificiosamente encadenadas con unos recuadros calados que le dan mucha hermosura ...
Ya en esta descripción califican de vieja a la iglesia, así que no debe extrañamos que muy poco tiempo después se emprendiera la renovación, substituyendo el artesonado por una bóveda, celebrando la reconstrucción con una nueva ceremonia el 14 de octubre de 1742.
Mas deseando todavía poseer un monasterio más suntuoso, emprendieron una nueva fábrica en el año de 1809, alcanzando a levantar los muros sobre los cimientos casi diez varas, antes de que los acontecimientos políticos que agitaron al país interrumpieran su construcción, que fue finalmente derruida en 1862, subsistiendo únicamente la Iglesia de la Tercera Orden, que actualmente conocemos como Iglesia del Carmen.»
Únicamente quiero agregar un curioso suceso acontecido a fray Andrés en este monasterio: un día, trabajando en la huerta, vio que por la acequia que salía de las secretas venía un gran bulto, que por curiosidad rescató de la corriente. Eran cinco libros amarrados, escritos por fray Juan de Jesús María, que versaban sobre reflexiones y meditaciones, sin nada extraordinario ni ofensivo, no obstante 10 cual habían despertado celos de otros religiosos que en venganza los habían robado al autor, amarrándolos a una piedra y arrojándoles a las secretas. Con el tiempo, el agua pudrió el cordón que los sujetaba al fondo, soltándose y apareciendo en la corriente de la acequia, donde los encontró el hermano Andrés de San Miguel, muy deteriorados por el agua, y que una vez pasada la sorpresa los devolvió al escritor y prior fray Juan de Jesús María.»
EL COLEGIO DE SAN ÁNGEL

Los carmelitas descalzos tenían cuatro clases de conventos: los destinados a la instrucción de los novicios, los dedicados al aprovechamiento espiritual, los yermos y los colegios; estos últimos los destinaban a la enseñanza de la filosofía y la teología escolástica y moral.
La fundación de un colegio para la Provincia de San Alberto, se había tratado en fecha muy temprana,« y aun antes de contar con la real autorización, tenían la intención de establecerlo en una media huerta que el cacique don Felipe de Guzmán» les había donado, instituyendo una capellanía en el barrio de Chimalistac, Coyoacán. No llegó a funcionar en ella el colegio, debido a las dificultades provocadas por los curas de Coyoacán, prefiriendo los regulares arrendar la huerta y trasladarse a México. Existía también la posibilidad, que no llegó a realizarse, de fundarlo en la casa que desde 1597 se menciona en el Libro de los Capítulos y Definitorios como la Casa de San Juan Bautista de Tacuba.se cedida por uno de los numerosos benefactores del Carmelo, el vecino Juan Martín Ceifiño:
Había en México un singular bienhechor de nuestra Orden, hombre pío y hacendado, por nombre Juan Martín Ceifiño, el cual les había dado unas casas y huerta camino de Tacuba, donde habían fundado un conventico, su advocación de San Juan, que en adelante deshizo el padre fray Tomás de San Vicente ...
Pleiteaban, asimismo, por el derecho a establecerse en otra casa, cedida por el mismo Ceitiño, bastante más cómoda que las anteriores, pero con el inconveniente de quedar enclavada en un barrio en el que ya se alzaban las iglesias de la Santísima Trinidad, la de Jesús María, el Colegio de San Pedro y San Pablo de la Compañía de Jesús y la Iglesia de Santa Inés, que entonces hacía edificar don Diego Caballero. Estas congregaciones se opusieron, como era de esperarse, a la fundación de los carmelitas, por significar una peligrosa competencia en un lugar que, aun sin ellos, estaba tan saturado de religiones. La oposición se llevó ante las autoridades competentes y los carmelitas obtuvieron sentencias favorables en todas las instancias, pero no llegaron a tomar posesión del sitio, porque apenas conocieron el sentido de la resolución, humillaron a sus rivales, marchándose a fundar a otra parte de la ciudad.
Constituían el nuevo alojamiento unas casas compradas a Juan Maldonado Montejo:
... en la calle que va a las casas principales de Jerónimo López, Regidor, junto a la de los Donceles ...
La autorización del monarca para fundar se había obtenido, entre tanto, con fecha 3 de septiembre de 1601, de donde infiero que fue este lugar el primero en que efectivamente es- tuvo funcionando el colegio. Se le concedía como titular a San Angelo Mártir y como primer rector a fray Eliseo de los Mártires.
Como en los casos anteriores, surgió la oposición, esta vez del Convento Grande de Santo Domingo, cuyos procuradores esgrimían como argumento contradictorio los Breves de Cle- mente IV y Julio 11, que prescribían que no hubiera una distancia menor de "trescientas cañas" entre dos conventos. En esta ocasión prefirieron los carmelitas, comprendiendo que sus fundamentos legales estaban en desventaja, concluir el pleito celebrando una transacción con los dominicanos. Éstos se desistían de su oposición, pero imponiendo una serie de condiciones gravosas para el pretendido colegio: que la iglesia estuviera cerrada, sin tener puerta a la calle; que no tendría campanario, que no se celebrarían oficios solemnes, que no pedirían limosnas y que el número de carmelitas que habitarían el colegio, sería fijado por los religiosos de Santo Domingo." Los carmelitas lo aceptaron todo, con tal de fundar su colegio, pero tan pronto lo hicieron acudieron al Papa Clemente VIII, logrando la expedición de un Breve que autorizaba la fundación y anulaba las condiciones convenidas, cuyo contenido implicaba derechos notoriamente irrenunciables. Los descalzos, habilísimos como litigantes, habían logrado el consentimiento de sus opositores para la fundación, a cambio de concesiones de validez a todas luces impugnable.
Francisco Fernández del Castillo, historiador de San Ángel, menciona este traslado,» pero Alberto María Carreño lo pone en tela de juicio, al afirmar que pudo tratarse de sólo un proyecto,« Andrés de San Miguel, en un párrafo de sus memorias, despeja la duda:
... pasaron allí el curso que se leía en San Sebastián y eligieron por primer rector al padre fray Eliseo de los Mártires; el segundo fue el padre fray Pedro de San Hilarión; el tercero el padre fray Pedro de la Concepción, el viejo, que también fue su primer lector de Teología ...
En el año de 1609, el Provincial fray Tomás de San Vicente cambió el colegio a la casa de Valladolid, menos algunos cursos que pasaron a San Sebastián, permaneciendo en aquella ciudad hasta el año de 1613, en que fue traído a Coyoacán, aprovechando la huerta donada por Felipe de Guzmán, en San Jacinto Tenanitla. Otra parte de la misma huerta pertenecía al cirujano de las reales cárceles de la Inquisición, don Andrés de Mondragón, y a su esposa Elvira Gutiérrez, quienes también la cedieron para el colegio. Fernández del Castillo publicó la escritura de donación, en la que se estipulaba que el benefactor podría escoger un lugar en el claustro para sepultura suya, de su esposa y sus descendientes, siempre que no fuera en los cuatro ángulos, reservados para altares.
Apenas establecidos, los descalzos fueron nuevamente el blanco de las intrigas y la malevolencia del cura de San Jacinto, que azuzaba a los indios del lugar contra los recién llegados, con el pretexto de que iban a acaparar toda el agua para su huerto. Las primeras obras de los carmelitas, puentes y represas, fueron derribadas en varias ocasiones por los soliviantados vecinos, llegando las cosas a tal extremo que el vicario dominico, encolerizado por la paciencia carmelita, que cada vez rehacía lo que el primero deshacía, amenazó con destruir todo lo que hicieran en la iglesia; pero Andrés de San Miguel lo disuadió de tan alevosa conducta, mediante un recurso nada canónico pero efectivo:
... viendo que la defensa es natural, hice subir, al azotea que cae sobre la puerta comenzada de la iglesia, buena suma de guijarros del río; si él [el cura] lo supo no lo sé, mas él no emprendió estos lances con que tanto amenazaba?
Desde 1613, el colegio se gobernó por vicarios, hasta el año de 1615, en que nombraron rector a fray Pedro de la Concepción, el joven, en coincidencia con la iniciación de las obras materiales para la fábrica definitiva del convento.
Se necesitaba un edificio que diera personalidad a la Orden, encarnando al arraigo y la influencia que iba adquiriendo en la vida de la colonia. Al erigirlo, satisfaciendo un íntimo sentimiento de amor propio, habrían de realizarlo con una pericia y una seguridad tales, que hicieran olvidar los titubeos y los yerros cometidos en San Sebastián.
Tendría que ser una obra bella y respetable, pero con una belleza que no la extraviara del aire de sencillez emanado de la Reforma y codificado en las constituciones:
No siendo proporcionadas para los que están en este destierro y son pobres por profesión, las casas suntuosas, ni curiosamente adornadas, mandamos que nuestros conventos y aun los templos, no sean magníñcos.
Era, además, la época en que la arquitectura hispánica había sido dominada por el geométrico y severo estilo escurialense, que con el cortante filo de sus aristas había ah uyentado de las fachadas de los templos la graciosa imaginería plateresca. Fue este estilo austero, rígido y sabio, implacable restaurador de las líneas simples y enemigo invulnerable de la ornamentación, a tal extremo que, como dice con insuperable precisión Menéndez y Pelayo, "sometió el arte español a un régimen que 10 dejó en los huesos ... ", dejando como ideal de arquitectura la ordenación mensurable y matemática de las masas, convertidas a progresiones constantes de cubos y rectángulos. Y su influencia, como una cauda, se esparció por todo el mundo hispánico, hasta que a principios del siglo XVII aires más cálidos 10 fueron disolviendo.
La provincia de San Alberto de la Nueva España contaba, entre sus hermanos legos, uno que había preferido, a la teología, los estudios sobre arquitectura, aprendiendo esta ciencia a través de los tratadistas clásicos y del alto Renacimiento, cuyo estilo concordaba mejor con el carácter de la Orden. Por eso, cuando hubieron de señalar al maestro a cuya dirección encomendarían la fábrica del Colegio de San Angelo, la designación favoreció a fray Andrés de San Miguel.
La primera piedra para el edificio se colocó el 29 de junio de 1615, día de San Pedro y San Pablo, bajo el virreinato de don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar.
Principiaban la obra con cuarenta mil pesos y con mucha lentitud, por falta de gente, según fray Andrés, hasta que pudieron llevar de México ochenta peones, dieciocho oficiales de albañil y algunos carpinteros, con cuya ayuda terminaron buena parte del convento (1616), como las cincuenta y cinco celdas y la portería, que por entonces acondicionaron para templo. Según el memorial del mismo arquitecto, fue lo último en levantarse el edificio de la iglesia, varios años después de haber iniciado las otras partes del monasterio.
El año de 24 fue electo en Provincial nuestro padre fray Esteban de San José y rector el padre fray Andrés de la Asunción, y trataron de que se hiciese la iglesia y la ermita; hízose primero la ermita y en ella y en los cimientos del sepulcro se gastó el primer año ...
Confirma el dato el legajo sobre fundaciones del archivo carmelita de México, al historiar los prelados que tuvo el Colegio de San Ángel:
El séptimo fue el padre fray Andrés de la Asunción. .. comenzó por orden de nuestro padre general fray Esteban de San José, que era Provincial, el edificio de la iglesia del Colegio y en dos años la acabó y dedicó.
El arquitecto tenia concebida la planta, que algunos años después reprodujo en los folios 106 Y 107 de su manuscrito.
Lo problemático para fray Andrés, estribaba en conservar 10 mandado en las constituciones, sin renunciar a la belleza de la obra. "Un cuerpo bello encerrará un alma bella ... ", es el ideal de la estética clásica, nacido con Platón y recogido por Alberti, a quien fray Andrés leía y cita con frecuencia, y captándolo en su integridad resolvió la cuestión sin titubeos, reduciéndola a un problema de proporciones.
Pensaba la arquitectura como los grandes maestros renacentistas, con mente de artífice y matemático,- cifrando la belleza en la sabia proporción que rige lo mismo en el cuerpo humano que en los edificios; concepción difícil de alcanzar para quien no tiene bien andado el camino de la geometría, con sus axiomas exactos e inmutables.
El templo, elemento primordial del monasterio, había de principiarse en función de un módulo establecido en las constituciones:
y para que en todas las provincias se edifique con uniformidad, mandamos rigurosamente que lo l ancho de nuestras iglesias no baje de veinte y cuatro pies ni exceda de veinte y siete (tomando el pie por la tercera parte de la vara castellana) y conforme a esta medida se guardará la proporción del arte para lo largo y lo alto.
Establecido el canon, fray Andrés procedió a buscar, dentro de la libertad que se le reservaba, el largo y altura:

... en cuanto a lo largo se da comúnmente a esta forma de templos de una nave, como son los nuestros, cuatro anchos y medio y más lo que ocupen las pilastras, porque el crucero o capilla mayor queda en forma cuadrada, y en el cuerpo de la iglesia se hacen asimismo tres capillas cuadradas entre sus pilastras o arcos ...

La disposición de la planta obedecía a una cruz latina de brazos relativamente cortos:
La medida de los brazos del crucero o colaterales es la mitad del ancho de la iglesia, metiendo en esta medida las pilastra s del crucero o capilla mayor, y al presbiterio daba un poco más de profundidad:
Mas porque nuestras iglesias son angostas, la mitad de su ancho es poco para presbiterio y por eso se le debe dar de dieciocho hasta veinte pies, y no más ni menos, porque o será largo o corto, entrando en esta medida la pílastra.
La disposición interior de la iglesia constituye una novedad en nuestro arte colonial, por el empleo del pórtico nártex, que sitúa, entre el ámbito interno y el exterior, un espacio intermedio, permitiendo notable holgura al coro alto, tendido sobre las bóvedas del sotocoro y del pórtico. Esta distribución del edificio sugiere la influencia del texto bíblico, en la parte en que describe la ubicación de un pórtico en el Templo de Salomón, " ... cuyo largo correspondía al ancho del templo ... "
Ya los tratadistas peninsulares, que interpretaban a Vitruvio, habían ensayado la adaptación de los pórticos de las basílicas romanas a las iglesias cristianas, siendo lo mis curioso que fray Andrés, ingenuamente, habla de que "los gentiles" debieron copiarlo del Templo de Salomón.
En el Convento de San Joaquín se imitó su pórtico, a fines del siglo, pero no se llegó a igua- lar la gracia de sus proporciones.
Los antecedentes para esta innovación estaban en la península, en iglesias como la de San José de Ávila, de Francisco de Mora, levantada según diseño de 1608; la de San Cayetano, de carmelitas descalzos en Córdoba, acabada en 1614, y la de la Encarnación de Madrid, construida entre 1611 y 1616 por Gómez de Moratin Es probable que fray Andrés conociera la planta de esos templos y que en ellos se hubiera basado para levantar el suyo (no hay que olvidar que la Iglesia del Colegio de San Ángel se emprendió hasta 1622-24); pero tampoco hay que descartar la posibilidad de que los arquitectos de la península y el de la colonia hubiesen desarrollado sus estilos paralelamente.
Para la altura de la nave, dice fray Andrés:
La proporción de este género de templos, comúnmente en lo alto se da tanto como tiene de ancho, pero por la estrechura de los nuestros, porque los coros no estén tan ahogados se les debe dar diez varas de alto hasta las impostas o movimientos de los arcos; las seis desde el suelo o pavimento de la iglesia hasta el pavimento o suelo del coro y las cuatro desde el pavimento del coro hasta las impostas o movimiento de los arcos, con que quedará la iglesia en buena proporción, y no se les debe dar nada más de una tercia o a 10 sumo media vara, si la iglesia tuviese menos de vein- tisiete pies de ancho.u-
Por razones de economía, los carmelitas descalzos solían cerrar, con techumbre de tijera, las primeras iglesias que tuvieron en la Nueva España, pero en el caso del colegio las circunstancias se presentaron diferentes. Fray Andrés de San Miguel, dentro de su madurez arquitectónica, parece haber disfrutado de mayor libertad para construir, que la que tuvo en otros conventos. Cabría entonces preguntarse si San Ángel estuvo originalmente cubierto con bóveda o con madera, como sus antecesores. Un párrafo de Francisco Fernández del Castillo» sugiere que tuvo techumbre de madera; pero en uno de los manuscritos más antiguos de la Orden, he encontrado una mención, breve y casual, pero preciosa para esta investigación, que no deja lugar a dudas: la Iglesia de San Ángel estuvo abovedada.
Refiriendo la historia de los provinciales de San Alberto, dice el documento:
En tiempo de nuestro Padre General [fray Esteban de San José] se acabó en dos años por lo menos la iglesia del colegio de San Angelo, de bóveda muy alegre y graciosa ...
No debe causar extrañeza, pues el hermano lego estaba plenamente familiarizado con toda suerte de bóvedas, como es palpable en sus dibujos de planos, y aun con las cúpulas, como el caso del folio 109, en que aparece, sobre el crucero, la línea circular correspondiente a una media naranja.
La bóveda es un medio cañón con lunetos, dividida en tramos por arcos de medio punto, quedando cada tramo decorado con una combinación geométrica, en que alternan juegos de rectángulos con un CÍrculo central; el mismo dibujo, creo, debía tener originalmente, pues ya en su tratado de arquitectura aparece dibujada, en el folio 121 v, una bóveda con idéntica traza.
En vista de que los carmelitas descalzos manifestaron siempre una profunda veneración por las reliquias y en sus conventos las tuvieron en abundancia, fray Andrés introdujo otra inno- vación, al abrir en ambos lados del presbiterio dos camarines o relicario s , muy bien señalados en el plano del manuscrito, con sus pequeñas cupulil1as de media naranja.
Sobre el crucero se eleva la cúpula, montada en un tambor octagonal que se apoya en cua- tro pechinas; se trata de una típica cúpula barroca de ocho gajos, con sus divisiones marcadas por molduras que se incurvan en su intradós y sus ventanas de perfil barroco. Obviamente, substituye a la cúpula original, mucho más sencilla, que según el dibujo correspondiente del manuscrito, sería una auténtica media naranja.
Una de las dependencias más atractivas del monasterio, es el cuarto en donde estan los lavabos, completamente revestido de azulejo. La pieza está cubierta con una bóveda armada sobre dos pares de arcos que se cruzan perpendicularmente, de la misma manera que en los camarines de Loreto, en Tepotzotlán, y de Filipenses, en San Miguel de Allende. A mí me ha sorprendido encontrar, observando detenidamente el plano del convento, en los folio s 106v y 107 del Manuscrito de Texas, que ya en él marcaba fray Andrés la misma forma de bóveda, con sus arcos pareados, señalados con finas líneas punteadas, introduciendo este tipo de cúpula de influencia mudéjar, en fecha muy anterior a las de Tepotzotlán (1679) y San Miguel (1734).
La fachada tiende a lo rectangular; en el cuerpo bajo, más bello y animado, el ingreso al pórtico se hace mediante tres arcos de medio punto, el del centro de doble diámetro que los de los lados, apoyándose en pilastras que prolongan sus fustes hasta recibir un frontón. El resto del paño no lleva más adorno que la ventana rectangular del coro alto y el nicho, de la misma forma, que abriga a la virgen. La fachada entera queda encuadrada por dos grandes pilastras, a manera de estribos, que sostienen un frontón cerrando todo el espacio.
Del lado de la epístola está situado el pequeño claustro procesional, de planta únicamente baja, constituyendo una de las más señaladas características de la arquitectura carmelita:
en los claustros no habrá más espacio de una extremidad a otra que el de sesenta pies, ni menos que el de cincuenta y cinco. Lo ancho de cada tránsito será de nueve a diez pies y no habrá sobre claustros.u?
Veinte pilastras, repartidas en torno a un cuadrado, de orden toscano y aristadas, sostienen la arquería de medio punto y las bóvedas de arista del tránsito. Aquí como en Puebla, como en Salvatierra, es en estos pequeños claustros en donde se halla, con mayor pureza, captado el encastillamiento que Santa Teresa experimentaba como el mejor refugio contra el mundo exterior, entre sus pilastra s angulosas y geométricas, cuyas arquerías espesas y altas, mis que adaptar sus proporciones al espacio que rodean, parecen estrecharse, envolviendo el espacio en un recogimiento que 10 aleja del alcance de las miradas del mundo exterior.
El templo carece de torres, consideradas como elemento suntuoso. Fray Andrés leía cuidadosamente un párrafo de las constituciones de la Orden de San Francisco, ordenadas por San Buenaventura en el Capítulo de Narbona, que transcribe en el capítulo tercero de su manuscrito y que dice lo siguiente:
El campanario en ninguna manera se haga en hechura de torre ni de traza que parezca suntuosa y costosa.
y esta abstención de levantar torres, obligó a suspender las campanas dotando a las iglesias de esbeltas espadañas. Uno de sus dibujos, en el folio 102r, representa un modelo de espadaña de tres cuerpos, con medias piJastras adosadas, todas de orden toscano. Desgraciadamente, el deterioro inevitable de las espadañas fabricadas impide establecer una justa relación con el modelo descrito.
Quedaba todavía la huerta, con su Cámara del Secreto escondida y silenciosa, y con sus duraznos priscos y melocotones, en cuyos frutos esperaban los frailes encontrar reproducidas las palabras que grababan en los huesos antes de sembrarlos, tal como lo aconsejaba la ciencia de la jardinería.
Es el conjunto que nos queda menos alterado y aunque ha sufrido reparaciones, se ha res- petado a grandes rasgos la forma original. Ahí se yergue con su elegante pórtico, severo, sin coqueterías ornamentales, cifrando su encanto en las proporciones y en su geometrismo, cediendo apenas a los primeros síntomas barrocos, en sabia combinación de austeridad y belleza.
En el siglo XVIII, cuando la Provincia de San Alberto se dejó seducir por la moda arquitectónica, sus edificios se fueron haciendo barrocos, culminando con el opulento Carmen de San Luis; pero esta maravilla churrigueresca, con toda la admiración que es capaz de arrancamos, no corresponde ya a un estilo substancialmente carmelitano. Son los conventos del XVII, los construidos dentro de lo que podríamos llamar estilo de fray Andrés de San Miguel, los que conservan, expresivamente, ese espíritu de Santa Teresa:
Muy mal parece, hijas mías, de la hacienda de los pobrecitos se hagan grandes casas. No lo per- mita Dios, sino pobre en todo y chica. Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió. Casas eran éstas adonde se podia tener poca recreación
Resta añadir, para concluir este capítulo, que el monasterio poseyó una extensión inusitada para el siglo XVII. Mientras que en la ciudad, con el aumento de la población se elevaba el precio de la propiedad inmueble y se dificultaba disponer de espacio, llegando en algunas ocasiones hasta el despojo, como sucedió al fundarse Santa Teresa la Antigua, el Colegio de San Ángel, situado fuera de la metrópoli, 'se extendía, incluyendo la huerta, desde Chimalistac hasta las cercanías de San Jacinto y desde la Plaza del Carmen hasta el Pedregal de San Ángel. Basta caminar, para formarse una idea exacta de su extensión, desde la Iglesia del Carmen hasta la Cámara del Secreto, actualmente arrinconada, aislada, dentro del caserío de Villa Obregón.
Permaneció el colegio bajo la advocación de San Angelo Mártir, hasta el año de 1633, en que por voluntad de doña Ana de Aguilar y Niño, que había hecho donación universal de sus bienes a la Orden, se aceptó como nuevo titular a Santa Ana, santa predilecta de la benefactora. Quedaba, sin embargo, planteado un conflicto entre los dos santos, pues indiscutiblemente que San Angelo tenía derechos adquiridos; para no agraviarlo, ni contrariar a la donadora, resolvieron que el colegio permanecería encomendado a Santa Ana y que a San Angelo se reservaría la titularidad de la siguiente fundación, que fue la de Salvatierra, en el año de 1644. Pero fue más fuerte la costumbre que la gente tenía de seguirlo llamando San Angelo, de manera que transcurrido algún tiempo, el colegio recuperó su primitivo nombre.

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