sábado, 17 de julio de 2010

Fray Andrés de San Miguel en el Santo Desierto de Cuajimalpa


EL SANTO DESIERTO DE CUAJIMALPA
Desde la fundación de Celaya, transcurrieron siete años sin que los descalzos emprendieran obras nuevas. En pleno crecimiento y con poderosos benefactores, en coincidencia con el siglo que principiaba, para 1604 se lanzaron a una empresa nueva, distinta de las anteriores, porque en esta ocasión se decidieron a construir el primer convento levantado desde los cimientos, el Santo Desierto de Cuajimalpa, primera obra de Andrés de San Miguel, que en seguida relato con mayores detalles:
Construcciones características de la Orden son los Yermos o Desiertos, y no había provincia que no tuviera el suyo, porque así lo disponían las constituciones:
Ordenamos que en cada provincia haya una casa de Desierto ...
Nada más adecuado, en efecto, para estos monjes de vida contemplativa, que habitar en esta clase de cenobios agrestes y solitarios cuya finalidad, según las mismas constituciones, consistía en practicar la oración, la vigilia y la perpetua mortificación. El de la Provincia de San Alberto de México se estableció bajo el virreinato de don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, gracias a la tesonera voluntad del prior del Convento de Puebla, fray Juan de Jesús María.
Desde 1602, por gestiones de fray Pedro de la Encarnación, procurador de la provincia, tenían conseguida la Real Cédula que sancionaba la erección del monasterio.
Se había pensado, originalmente, erigido en la falda de la Sierra Nevada de Puebla, y con estas miras había enviado el susodicho prior a los frailes Juan de San Pedro y Tomás de Aquino, en compañía de un mozo seglar, para que inspeccionaran la comarca indicada en busca de un lugar apropiado, el cual localizaron en términos de San Salvador, provincia de Huejotzingo.
Se tenían encontrados el lugar y el protector que habría de costear la fundación, el acaudalado Melchor de Cuéllar, ensayador de la Casa de Moneda. Era este personaje gran devoto de la Orden del Carmen, a tal grado que, durante su juventud, había estado tentado a tomar el hábito; pero la vida lo había llevado por el camino de los negocios, con tan buena suerte, que en la ciudad de Veracruz había amasado una cuantiosa fortuna. Estaba casado con doña Mariana del Águila, de cuya unión no había tenido descendencia, de manera que los caudales, por falta de otros herederos, pasaron progresivamente a las arcas de la iglesia, mediante fundaciones y obras pías, en las que el matrimonio cifraba sus esperanzas para alcanzar la salvación eterna. Con los carmelitas habían convenido en costear la fundación del Santo Desierto, incluyendo, entre sus pocas condiciones, una cláusula que especificaba se había de levantar dentro de un radio no mayor de diez leguas de la ciudad de Puebla, ya que viviendo en ella el benefactor, pensaba con toda justicia disfrutar del monasterio.Solucionado el problema del dinero, el activo fray Juan de Jesús María se dedicó a recabar las autorizaciones necesarias, logrando de inmediato la del virrey y la del Definitorio, no así la del obispo de Tlaxcala, Diego Romano, quien no obstante haberla prometido mudaba de parecer, para complacer a los hermanos de la cofradía de la Virgen de los Remedios, cuyo ánimo era adverso a los regulares, porque habiendo quedado dentro del convento carmelita la imagen de su patrona, se obstinaban en observar algunas prácticas que los religiosos repu- diaban, por su inconformidad con la severidad de su regla. Así, el veleidoso obispo detenía la erección del Yermo, porque el benefactor tampoco permitía hacerlo fuera del obispado.

Fue necesaria la intervención de los amigos poderosos de la religión, unida a la tenacidad del prior de Puebla, para convencer al benefactor que aceptara costear la obra en otro sitio, fuera de aquel obispado. Los cronistas carmelitas, más tarde, vistieron de candorosa fantasía las tribulaciones que acompañaron la fundación, narrando algunos milagros a los que atribuían la salvación del proyecto y que merecen transcribirse. El primero se refiere al sueño que, en secreto de confesión, relató al prior un ermitaño natural de Trujillo, del reino de Guatemala, que había venido a Puebla y que tiempo después tomó el hábito con el nombre de fray Diego de la Asunción. Era dicho sueño como sigue:

"En este tiempo, vino una persona muy espiritual y muy regalada de Nuestro Señor a la Puebla, de más de ochocientas leguas de aquí, y pidió que le diesen un religioso con quien comunicar su interior; llamáronme para esto, el cual me contó algunas mercedes de cosas sobrenaturales y extraordinarias que Nuestro Señor le había hecho. Y en particular me dijo cómo estando un día en oración, allá en su tierra, le dio un arrobamiento y en él le trajo Nuestro Señor en espíritu a esta Nueva España, y le puso en un monte que estaba cercado de otros montes más altos, y en medio de él vio un convento pequeño cuya iglesia no tenía puerta a la calle, pero delante de la portería había un patio. Y estando él mirando vio salir por la portería una procesión de religiosos, nuestros carmelitas descalzos, los cuales él no había visto jamás hasta que llegó a la Puebla, porque en su tierra no hay esta sagrada religión; y que detrás de ellos venían dos, vestidos como sacerdotes antiguos con unas vestiduras muy resplandecientes, llenas de piedras preciosísimas, y llevaban en los hombros unas andas en que iba la Virgen Sacratísima, Nuestra Señora, la cual con un rostro muy amoroso y apacible miraba a los religiosos que iban en la procesión cantándole himnos y alabanzas, mostrando gusto de oírlas. Y estando él con grande consuelo de su alma mirando esta procesión, dijo que se habían aparecido allí Santo Domingo, San Francisco y San Agustín, y haciendo una humillación profundísima a la Sacratísima Virgen le agradecieron que aquel Santo Yermo se fundase en esta Nueva España, dando a entender que había de ser para mucho aprovechamiento de sus religiosos; y metiéndose entre los nuestros anduvieron la procesión ayudando ellos a cantar himnos y alabanzas a la virgen. Y después de haber andado por todo el patio, la procesión se tornó a entrar por la portería. Díjome más, que mirando el convento por de fuera vio a los lados de él dos a manera de torreones, sobre los cuales había millares de demonios todos con arcos y flechas de fuego, los cuales con rabia grandísima y enojo, contra los religiosos que estaban dentro de él, disparaban muchas flechas de fuego hacia el convento, las cuales en llegando a las paredes de él, perdían todas sus fuerzas y caían en el suelo apagadas, sino entrar dentro. Luego dice que se entró por la portería y que en un rincón del claustro vio una puerta, por donde entró a la iglesia y en ella vio en visión intelectual grandísima multitud de ángeles por toda ella, los cuales con unos incensarios de oro con grandísima reverencia estaban incensando al Santísimo Sacramento. Después de haber estado un rato en la iglesia se salió de ella y del convento y yendo por aquél monte ocampo llegóa a una hermita, y queriendo entrar en ella lo detuvieron, sin ver quien era; sólo experimentó que le estorbaban la entrada. Él comenzó a llorar de esto, porque quisiera entrar y ver lo que había en ella y estando así, desconsolado y llorando se le apareció el Niño Jesús, echando de sí rayos más resplandecientes que el sol y con una cara bañada de alegría le dijo: ¿Qué quieres? ¿Entrar dentro?, pues entra conmigo, y tomándole el Niño Jesús por la mano le metió dentro de la ermita y entrando en el oratorio de ella, en una peana que estaba al pie del altar le dijo: Siéntate aquí. Y otra cosa le dijo, que porque no se sepa quién fue no me atrevo a decida, por habérmelo dicho todo debajo de secreto natural, el que no dijese yo quién era él ...

En el mismo documento se relata un segundo arrobamiento, esta vez experimentado por una devota mujer, que parece haber sido el que determinó al prior a trasladar la fundación al bosque de Cuajimalpa y que dice lo siguiente:

Un día de éstos, viniendo a hablarme una mujer muy sierva de Dios y espiritual, que el día de hoy es religiosa en un convento de esta ciudad, y preguntándome qué hacía, le respondí cómo estaba alineando lo necesario para ir a fundar el Santo Desierto al pie de la Sierra Nevada, catorce leguas de esta ciudad de México; que 10 encomendase a Nuestro Señor. Al día siguiente o de ahí a dos días (que no me acuerdo bien si pasó un día o dos), volvió a mí y me dijo cómo había encomendado a Dios lo de la fundación del Santo Desierto, y que Nuestro Señor le había dicho que el Yermo no se había de fundar al pie de la Sierra Nevada, donde yo le había dicho, sino en los montes que estaban encima del pueblo que llaman Santa Fe ...

Señalado el lugar, practicaron su acostumbrado reconocimiento, encontrándolo muy al pr pósito para levantar un solitario retiro, pero con algunas serias incomodidades como la abun dancia de fieras, el aire helado y la falta de agua, dificultad esta última que salvaron mediante un nuevo milagro, según las crónicas, pues refieren que andando los religiosos explorando el bosque, desmayados por la carencia del indispensable elemento, se encontraron un indio que con muestras de mucha discreción los condujo hasta un lugar en que brotaba un cristalino manantial. No prestaron mayor atención al indígena, quien desapareció tan silenciosamente como había aparecido, pero al regresar los religiosos y cruzar por un pueblecillo del lugar encontraron, con no poca sorpresa, que en la iglesia del pueblo había una imagen de San Juan Bautista, en la que reconocieron al indio que momentos antes había sido su misterioso guía.
Mudando su voluntad, MeIchor de Cuéllar aceptaba que el sagrado Yermo se fundara en los montes de Cuajimalpa, con el regocijo que era de esperarse de los religiosos y el disgusto del obispo Romano, que se quedó con su negativa, corrido y humillado.
El virrey, marqués de MontescIaros, decidido protector de los descalzos, les hizo merced de todo el monte, poniéndoles en posesión por medio de otro personaje no menos amigo de ellos, el oidor don Juan de Quesada, el día 16 de diciembre de 1604. Estaban presentes en este acto fray Juan de Jesús María, fray Juan de la Anunciación, fray Antonio de la Asunción y fray Andrés de San Miguel.
Dijeron la primera misa en una pobre choza habilitada para capilla, bajo la intensidad del frío, el 25 de enero de 1605, "día de la conversión de San Pablo", quedando con esto formal- mente fundado el Santo Desierto. Su edificación se retrasó, por la lejanía y las dificultades para acarrear por el cerro los materiales, gastándolse un año completo en sólo estas tareas previas.


Divulgada la noticia de la fundación, no se hicieron esperar los opositores, que hacían valer sus derechos para impedirla, encabezando la lista don Pedro Cortés, marqués del Valle y nieto del conquistador, alegando la propiedad del lugar como parte de su marquesado. Otros adversarios eran los pueblos de indios de Coyoacán, San Bartolomé, San Mateo Taltenango y San Pedro Cuajimalpa, cuyos habitantes vivían de la explotación de la madera y el carbón de sus bosques, así como los labradores de Tacubaya y Santa Fe, que acostumbraban apacentar sus rebaños en el mismo lugar. Formuladas judicialmente las reclamaciones, la lentitud de los procedimientos legales llevó el pleito de instancia en instancia, entre recursos y apelaciones interminables, y primero se cansaron los carmelitas de habitar el Yermo y lo abandonaron, que sus contrincantes, o mejor dicho sus herederos, lograran recuperar la posesión.

Como si no fuera bastante con los adversarios anteriores, hubieron de soportar los religiosos la inclemencia de los fenómenos naturales, en los que veían, ingenuamente, la mano hostil del demonio, que por todos los medios trataba de ahuyentarlos. En una ocasión, por ejemplo, cayó una intensa granizada, tan cerrada, que según las crónicas parecían los granizos "huevos de paloma", y en otra, un terremoto sacudió tan fuerte el monasterio, que todo un cerro cayó desgajado.
Pero los religiosos resultaron más empecinados que el mismo diablo y se quedaron con el lugar. El día 23 de enero de 1606, el marqués de Montesclaros puso la primera piedra, en medio del testero de la capilla mayor, lo mismo que una caja de piedra conteniendo otra cajita de plomo, en la que se guardaron monedas de oro y plata, con un pergamino en que inscribieron los nombres del Papa Clemente VIII, Felipe III, el arzobispo fray García de Mendaza, el virrey, el del general de la religión y el del provincial fray Martín de la Madre de Dios.
Fue Andrés de San Miguel, que frisaría apenas en los 30 años, quién trazó la planta, labró la fábrica, "sendereó" los bosques y erigió las ermitas, aunque de ninguna manera consiguió en este monasterio un despliegue de su talento, debido a que la construcción se vio continuamente gobernada por los Capitulas y los Provinciales, que impidieron al joven arquitecto desenvolver su completa capacidad. El mismo Andrés lo corroboraba, en un párrafo de sus memorias:
... cuando hicimos la traza, que toda fue por orden y medidas del padre fray Martín, corrían las antiguas leyes y sólo señalaban doce pies de celda ...
Quien sabe si en esa construcción, de haber gozado absoluta libertad, Andrés de San Miguel hubiera dejado una obra de tan rara y original belleza como la que tenía en mente al trazar, tiempo después, el plano para convento en los folios 111 v y 113r de su manuscrito, pues 10 espacioso del sitio y la finalidad de la vida eremitica, sugerían la necesidad de una construc- ción semejante.
Largos años, hasta el 12 de julio de 1611 en que dieron principio a los ejercicios conventuales, trabajaron los frailes bajo su dirección, ayudados de veinticuatro indios de repartimiento que les había mandado el virrey para la conclusión del monasterio, incluyendo las diez ermitas que extramuros se distribuyeron por el bosque.
Una fuerte barda rodeaba el monasterio, con un perímetro de siete leguas y una sola puerta de ingreso, que daba sobre el camino a Cuajimalpa. Fuera de esta área, considerada como inviolable clausura, se extendía un sendero que comunicaba con las ermitas distribuidas por el monte. Por un camino empedrado de tres varas de ancho se llegaba de la puerta hasta la portería, que nadie podía trasponer sin la licencia del prelado, pudiéndose admirar sobre la pared un cuadro simbólico y terrorífico:

"Se ve luego en entrando un carmelita que espeluza los cabellos; es una imagen de lo que allá dentro se efectúa y practica. Está crucificado en un madero, tiene un candado en la boca, un silicio en los ojos y en el pecho se ve el corazón partido con un Niño Jesús que en él descansa y tierno se adormece. En la mano derecha tiene el fraile una cruda disciplina y en la izquierda una vela; porque vele y mire que se acaba. Dos trompetas le tocan al oído, dos desengaños forzosos, uno la muerte que le está diciendo que se ha de acabar la vida y otro un ángel que está llamando a juicio con más espantosa voz. El candado en la boca significa aquel eterno silencio con que allí se vive, la disciplina, la continua penitencia, y la venda en los ojos los sentidos en todo mortifificados; pero el mundo a los pies la desestima de todos sus deleites; sólo el Niño Jesús está en el alma; él sólo vive en el pecho y para él sólo viven los que muertos están a cualquier gusto en aquella soledad.«

Pasada la portería se entraba a una arboleda y a la Santa Casa, ofreciéndose en primer término un jardín en que formados de tomillo se miraban los anagramas de Jesús y María. En una ermita adosada a la puerta, en el frontón, había nuevamente una pintura que representaba el Monte Carmelo, con las cuevas de los ermitaños y el imprescindible San Ellas, con su espada y un libro en la mano; en el interior de la ermita una Santa María Egipciaca, en pintura y arrodillada a los pies de Cristo.
Al fondo del umbrío jardín, la fachada del monasterio; penetrando en la portería surgía otra figura de un carmelita de tamaño natural, con un dedo en la boca para simbolizar el silencio. Otros lienzos en la misma sala representaban a Jesús camino del Calvario y la Crucifixión. Esta sala comunicaba al claustro, del que se dice tenía bóvedas de cañón y una chimenea, así como cuadros alusivos a la pasión en las esquinas. La iglesia estaba adornada con retablos tallados en madera pero sin dorar, con excepción del Sagrario; a la izquierda del altar mayor se abría un relicario que guardaba preciosas reliquias, como la cabeza de un santo, huesos de mártires y cartas autógrafas de Santa Teresa. Finalmente, en una hornacina, la estatua y el sepulcro de Melchor de Cuéllar.
Cuando se describe la sacristía humilde y aseada, nos recuerda de inmediato párrafos del
manuscrito de fray Andrés, cuando se refiere a los altares en general:

... porque si nos prohíben las telas y brocados, permítesenos lo templadamente religioso y honesto, con aseo, y parece que da Dios a esto, pobre y con aseo, un realce que a los que lo ven les parece mejor que telas y brocados.

Por una escalera se ascendía al piso superior, adornando sus descansos cuadros de la Virgen del Carmen y la Flagelación." Un claustro orientado de norte a sur, pintado al fresco, comunicaba con la Sala de Profundis, la librería y el coro.
La descripción del conjunto resulta sugestiva, capaz de inspirar bellas páginas literarias, pero desde el punto de vista arquitectónico, si lo juzgamos por los comentarios del mismo autor, el conjunto semejaría un abigarrado aglutinamiento de celdas y patios, sin orden ni disposición, a causa de las continuas modíficaciones a que había estado sometido:

... después de algunos días resolvieron [El provincial y los definidores] en recoger el claustro a la mayor estrechura que las nuevas leyes permiten; con esto se descompuso la traza y mudaron y trocaron las oficinas y la hospedería ...
... el año de ocho vino por visitador y también tomó luego e! oficio de Provincial nuestro padre fray Tomás de San Vicente, y con él el nuevo prior del Desierto, con grandes deseos de reformar, no halló en la casa que más trocó las oficinas que no se habían trocado ...
La iglesia debía ser fábrica muy modesta, pues sobre ser muy ligeros sus cimientos, como adelante se descubrió, su techumbre era de madera y emplomada, como se desprende del libro de la fundación, que describe un incendio sufrido en el convento, cuyas llamas se extendían a gran prisa por estar "todo cubierto de plomo". El mismo autor, recordando en sus memorias las reformas realizadas en la fábrica bajo el gobierno provincial de fray Tomás de San Vicente, mencionaba el sencillo techo de madera que cubría la nave del templo:
... la iglesia, que había de ser de bóveda, la cubrió de madera, y al claustro, que había de cubrirse de madera, lo abovedó ...
Fray Agustín de la Madre de Dios dice:
El edificio del convento es muy pobre y moderado; las celdas muy pequeñas, los tránsitos muy angostos y las demás oficinas a su compás y modelo, pero tan compuesto todo que sus paredes desnudas parecen estar mandando devoción.s!
Las diez ermitas que completaban el conjunto del monasterio eran las siguientes:
1. La del Calvario, costeada por Alonso Ramírez de Vargas.
2. La de San Juan Bautista, fundada por Juan de Saldívar.
3. La de la Oración del Huerto de Nuestro Salvador, fundada por el capitán García de Cuadros.
4. La de San Alberto, fundada por Francisco Hernández de la Higuera; es una de las que se conservan en buen estado y se puede leer en la clave del dintel de la puerta de ingreso la siguiente inscripción:
Desta Hermita de / nuestro Padre San Alberto / es Patrón y Funda / dor Francisco Hernández / de la Higuera / año 1610.
5. La de Santa Teresa de Jesús, fundada por Catalina Cabrera.
6. La de Santa Magdalena, fundada por Luis Núñez Pérez.
7. La de Santa Bibiana, fundada por Martín López de Strencho.
8. La de la Soledad, fundada por el oidor Juan de Quesada; también se encuentra en buen estado y es posible leer en su dintel:
Desta Hermita de / la Soledad son los / Patrones y Fundado / res los señores Oidor / Juan Que- sada de Figueroa / y Doña Isabel de Bañe! / los su mujer. Año 1609.
9. La del Patriarca San José.
10. La de San Juan de la Cruz, que al igual que la anterior no estaba dotada.v
Estas construcciones accesorias eran tan severas como todo el convento; muy pequeñas,
para desterrar comodidades, y muy apartadas, para obligar a la meditación:
Las ermitas son pequeñas, labradas todas a una misma traza, cuya fábrica no es más que un oratorio, una celda, un jardín y cocinillas, y cada pieza de éstas tan estrecha, que es imposible admitir sino sólo un ermitaño.»
Mas el edificio sucumbió después de un centenar de años a la inclemencia, los temblores y los incendios, sobre todo estos últimos, que los religiosos relatan visiblemente impresionados, como aquél en que se les incendió el cuarto principal, la librería y la panadería, hasta que dominaron el fuego, "como se apaga una vela al impulso de un leve soplo", valiéndose de un velo blanco que había pertenecido a Santa Teresa y que guardaban en un relicario.»

Se relata otro incendio cuya culpa imputan las crónicas directamente al demonio, sobre la ermita de San Juan Bautista, en el que se había perdido entre las llamas un impresionante cuadro de Cristo en la columna,

" ... tan llagado y tan herido que hería los corazones, aun de los más divertidos ... "

Más destructores todavía fueron los temblores de tierra, como el acontecido el 16 de agosto de 1711, que rajó varias paredes del monasterio. Los religiosos, ante la amenaza de verlo desplomarse, lo hicieron reconocer por un maestro de arquitectura, que descubrió aún más la necesidad de proceder de inmediato a grandes reparaciones:

"Y por lo menos era ya forzoso hacer a fundamentos todo el cuerpo principal que cae al oriente y mantenía catorce celdas con refectorio, cocina y otras piezas que en lo bajo le correspondían. y asimismo otro lienzo que miraba hacia el mediodía y contenía la librería antigua, ropería, panadería, fregado y oficio humilde, también padecía la misma necesidad. Y aun la librería novísima situada hacia el norte estaba desplomada. De manera que era forzoso echar por tierra la mitad del convento para reedificarlo, y lo restante de él, dentro de pocos años necesitaba de la misma diligencia. Y así se discurrió que, supuesto que por último se había de renovar todo, mejor era no andar con remiendos, que no por fabricarse a pedazos había de ser menor el gasto. De este parecer estaban el padre prior y el prelado inmediato, que lo era el padre fray Martín de la Asunción, y para asegurar sus conciencias y purgarse de cualquier sospecha de arrojados citaron al maestro de obras don Miguel de Rivera, quien en Toluca y San Joaquín había trazado y gobernado algunas fábricas de aquellos conventos. Por lo cual, a principios de enero de 1722 vino de México y registrado todo el convento halló, según su arte, ser necesario hacerlo todo de nuevo, antes que se ocasionasen algunas desgracias. Reconocióse después con evidencia el peligro sospechado, cuando al derribar la iglesia se descubrieron sus cimientos y éstos, sobre no ser profundos, eran sólo de piedra y lodo, sin hallarse indicio alguno de haber tenido mezcla de cal. Las vigas de la hospedería estaban podridas de punta a punta y hasta el corazón de la madera; en el cuarto principal, algunas vigas en que se mantenían las celdas se fueron al suelo por sí mismas, antes de llegarlas a desquiciar de las soleras, señales todas de poca segurídad".

El documento hace hincapié en la debilidad de los cimientos, cosa que constituye una acusación indirecta contra el arquitecto que, a juzgar por los párrafos de sus tratados sobre cimentación, no era ningún neófito. La explicación de esa falla la encuentro en el manuscrito de sus memorias, en que relata las dificultades enormes que tuvo para conseguir arena, escasa y de muy mala calidad.

Quedaba echada la suerte del edificio, y puesto que había de construirse totalmente nuevo, trataron la posibilidad de hacerlo en otro lugar, pues además de la ruina eran bien conocidas las quejas de los priores por las diversas molestias que impedían a los frailes la práctica de sus ejercicios, como la intensidad del frío que los hermanos poco robustos no soportaban, el paso de los indios de las comarcas vecinas, que para abreviar camino cruzaban la huerta, violando la clausura, y las visitas de viajeros y personajes importantes a quienes no se podía negar hospitalidad, en perjuicio de la actitud contemplativa de los moradores.

Se estudió la posibilidad de trasladarse a Acámbaro, lugar que parecía excelente, iniciando desde luego las gestiones para comprar unos terrenos pertenecientes a doña Ana Pérez de Barreda, don Francisco Bermudo y un pueblo de indios, pero por razones económicas no se realizó por el momento la traslación, sin que también dejara de influir, naturalmente, el amor propio de los carmelitas, para no seguir una actitud discordante con su rigurosa regla, huyendo de las incomodidades y de la inclemencia.
La decisión tomada, finalmente, fue levantar un segundo edificio en los mismos montes, derribando el antiguo y construyendo otro nuevo a un mismo tiempo.» Confirma 10 anterior la noticia que Castorena Ursúa y Goyeneche publicó en la Gaceta de México, en el número correspondiente al mes de febrero de 1722.
En el Santo Desierto que los P.P. Carmelitas Descalzos tienen es este reino, en sitio muy proporcionado tres leguas de esta corte, habiendo hecho inspección el maestro mayor de fábricas y conocido que la de su iglesia y convento amenazaba ruina, trató el Rmo. ProvinciaL fray Pedro del Espíritu Santo, visitador de esta provincia, de que se demoliese ésta y se comenzase nuevo templo y claustros, como prontamente se efectuó el día ocho, en que acompañado de su comunidad, con la solemnidad acostumbrada, puso con monedas varias la primera piedra en el nuevo edificio, que prosigue a tres cuadras distantes del antiguo ...
Inspeccionado el espacio que ocupaba el monasterio y sus alrededores, se encontró que so- lamente un sitio serviría para edificar, que era el espacio ocupado por la huerta antigua, ubi- cada al sur del primer convento, entre éste y la ermita de Santa Bibiana .
. . . sin perjudicar dicha ermita, entrando en el convento parte de la huerta antigua cuya cerca pasaba donde está un ramilletero de azulejo, en medio de la iglesia, debajo del cimborrio ...
Parece, por esta relación, que la iglesia antigua y sus dependencias estarían un poco más al norte que la actual, hacia el terreno que ocupan la huerta y la cámara del secreto.
Así, mientras doce barreteros demolían el edificio de fray Andrés, el día 27 de enero de 1722 se daba principio a los trabajos, abriendo las zanjas para la nueva cimentación. Fray Martín de la Asunción, ataviado con capa pluvial, encabezó la procesión que trasladó el Santo Cristo del oratorio antiguo hasta el cimiento del Sagrario del altar mayor, en donde bendijo la primera piedra el día 9 de febrero. Como en El Escorial, dice la crónica, no se pusieron las reliquias en el cimiento sino en el altar mayor y en el campanario.
La traza se debe al maestro Miguel de Rivera, quien había trabajado no sabemos hasta qué punto en las fábricas de San Joaquín y Toluca; bajo su dirección se abrieron los cimientos y se comenzó a cubrir, pero no prosiguió, porque teniendo en la ciudad de México otras obras pendientes, la del Desierto debía resultarle menos remunerativa.e'
En segundo lugar, se hizo cargo de la obra Manuel de Herrera, que no demostró mayor entusiasmo que el anterior y que no tardó en retirarse, "dejando la obra poco más que en mantillas" .
Por último, ocupó el cargo José Antonio de Roa, que había trabajado como sobrestante de los maestros anteriores, prosiguiendo hasta su conclusión el convento.
Adviértanse algunas diferencias entre los dos edificios: el antiguo era de altos, mientras que el segundo, edificado a imitación del de Batuecas.w es de una sola planta, como decían haber sido los de los primeros ermitaños en el Antiguo Oriente. El nuevo está cubierto de bóveda de cañón, mientras que el primero lo estuvo de tijera y emplomado. La iglesia actual, finalmente, tiene en el lado poniente una capilla de planta trilobulada, calificada por Antonio Bonet Correa,« de "marcada factura italiana", que denota su procedencia dieciochesca.«

1 comentario:

Acámbaro en la Historia dijo...

Hermano mis más sinceras felicitaciones, por tu impulso a la historia de tu tierra, necesitamos gente como tu, para no perder nuestras tradiciones y costumbres.