EL CONVENTO DEL CARMEN DE QUERÉTARO
Por Eduardo Báez Macías
Trabajó Andrés de San Miguel en las obras para el primer edificio que la Orden de los descalzos tuvo en Querétaro, revelando sorprendente actividad, porque lo hizo por los mismos años en que se construía el Colegio de San Ángel. Sólo se explica esta capacidad para dirigir dos obras tan distantes, por la circunstancia de que la de Querétaro, fue sumamente modesta y construida a toda prisa. La iglesia, por ejemplo, que sería el elemento que ofrecería mayores dificultades, se hizo, según lo relata el mismo arquitecto, en su memorial, en solamente cuatro meses.
La fundación de la casa, que fue acompañada de curiosos incidentes, merece relatarse: Parecía necesario un convento en el lugar, para que sirviera de enlace entre las casas de la capital y las de Celaya y Valladolid que, como queda visto, tenían varios años de estar fundadas. Y si las constituciones velaban celosamente para que los frailes pasaran el menor tiempo posible fuera de la clausura, el hacer el recorrido desde la capital hasta Celaya los obligaba a pernoctar en Querétaro, mezclándolos en el trato de la vida mundana, por más que tuvieran el cuidado de escoger albergues de los más recatados y serios. Tampoco hay que olvidar que en el siglo XVII era la Orden del Monte Carmelo la que conservaba con mayor integridad su prestigio y su honestidad, pues mientras las otras entraban ya en franca decadencia espiritual, los discípulos de Santa Teresa de Jesús eran solicitados en diferentes villas y ciudades para que establecieran fundaciones.
En Querétaro conocían a un vecino enriquecido por la ganadería, aficionado a su institución y propietario de la casa que solían escoger para posada cuando se dirigían a Celaya; llamábase Francisco Medina y tan devoto era él como su mujer, doña Isabel González. Parece entonces natural que no se dilatara por más tiempo la idea de establecer una casa en ese lugar. La fundación, tratada ante los definidores, fue aprobada el 2 de mayo de 1615, cuando era virrey el marqués de Guadalcázar y arzobispo don Juan de la Serna, quienes libraron sin dilación sus licencias. Hasta aquí las cosas, no tuvieron tropiezo alguno, pero si lo habrían de tener, y muy serio, por la oposición de los franciscanos, que no querían se verificara la fundación, recelando que los nuevos religiosos podrían arrebatarles el ascendiente que ejercían sobre la población. Justificada o no, la oposición obcecada de los franciscanos era conocida de antemano y por esta razón se hicieron los preparativos con un sigilo que los más hábiles conspiradores envidiarían.
Una noche del mes de octubre del año de 1615, portando todos sus proveídos y licencias, entraron en Querétaro los padres fray Pedro de la Concepción, fray Matías de Cristo y el hermano corista fray Diego de San José, escogidos por el Provincial fray Rodrigo de San Bernardo para ejecutar la cautelosa fundación.» Llegados a la casa de Juan de Medina, el padre fray Pedro de la Concepción, que iba por vicario, comunicó con prontitud sus proveídos al alcalde don Diego de Barrientos, para que procediera a darles formal posesión del lugar.
Nadie sospechaba nada de lo que ocurría fuera de los implicados, marchando las cosas tan quietas como de costumbre, hasta que a las ocho de la noche se dio la señal para transformar la casa de los Medina en casa conventual; en un momento se desalojó el mobiliario de las habitaciones de la suegra de Medina, se derribó una pared para dar amplitud a la pieza que haría las veces de nave de la iglesia, se colgaron tafetanes y se colocó un altar que, aunque improvisado, satisfacía las necesidades del momento. Ayudaban diligentes los criados y las señoras de la casa, dándose tal prisa que a las tres de la mañana se encontraban con todo dispuesto para recibir al alcalde, que llegó acompañado de un escribano para legalizar la posesión del lugar a los frailes, apresurándose éstos a oficiar, en el mismo acto, su primera misa.
Apenas amanecía cuando los franciscanos supieron de la fundación, siendo grande su sen- timiento, y con mayor razón por haberse realizado sin que se hubieran dado cuenta.
La astucia de los carmelitas, había aconsejado al prior del Convento de Celaya, que invitase a los más graves y reacios franciscanos de Querétaro a la fiesta de Santa Teresa, que se celebraba en Celaya, con intención de mantenerlos alejados y que no estorbasen la nueva fundación.
Innecesario sería detallar el enojo que este engaño provocó en estos monjes, cuando se enteraron de lo que en su ausencia había sucedido, y contra lo cual resultaba extemporáneo oponerse.
No fueron bastantes los buenos oficios del alcalde y de los vecinos principales para apagar el resquemor. Por este tiempo murió un hidalgo pamplonés llamado Juan de Larrea, quien en su testamento dejaba dispuesto lo enterrasen en el Convento del Carmen, de cuya virgen era devoto, lo que no pudo realizarse porque en esa ocasión anduvieron más diligentes los franciscanos que retuvieron el cadáver y lo llevaron a enterrar al convento de monjas de Santa Clara, pues no admitían que se le sepultara en las ex-casas de los Medina, que por nada del mundo estaban dispuestos a reconocer como lugar santo. Al hacer el requerimiento los del Carmen para que les devolvieran el cuerpo, y rechazarlo los de San Francisco, se hizo necesario que el arzobispo tomara cartas en el asunto, para que no se agravara más el caso, ordenando a los franciscanos que entregaran el cuerpo a los carmelitas, para que le dieran sepultura en su convento, terminando en esa forma el incidente.
En cuanto a la edificación no podemos decir gran cosa; la improvisada iglesia se fue rodeando de celdas de la misma clase, pero casi en seguida se inició la renovación, bajo el priorato de fray Juan de San Francisco (1615-1618). Fray Andrés de San Miguel, que por instrucciones de sus superiores había arribado al lugar, recordaba el principio de la edificación:
Lleno el cimiento se levantaron algunos pilares, que formaron el hueco de la iglesia, ajustada a la mayor medida de nuestras leyes.
Se infiere que la iglesia fue proporcionada, sencilla y con su cubierta de tijera, que conservó hasta 1685, cuando un prior solicitó a los definido res licencia para cubrir de bóveda el templo, obteniendo respuesta afirrnativa. Esta reconstrucción fue costeada por el comisario del Santo Oficio, don Juan de Caballero Osio, miembro de una familia que por generaciones ayudó a los carmelitas, ofreciendo su fortuna para reconstruir el templo y dotarlo de capillas, retablos y ornamentos. En dos años estaba la obra concluida, pues aparece en el Libro de los Definitorios que el 20 de marzo de 1687 se concedía dispensa para trasladar el Santísimo Sacramento a la "iglesia nueva" que habían hecho en aquella ciudad. El benefactor obtenía, a cambio, la prerrogativa de tener escudo de armas en la iglesia y cuerpo de estatua o "simulacro suyo" en la capilla mayor. Mediando el siglo XVII[, considerando que la iglesia era chica y obscura, resolvieron hacerla de nuevo, con todo el monasterio, de cal y canto" ... con la mayor comodidad posible ... ", no preocupándose ya de la pobreza ni de las constituciones, que habían quedado lejanas, terminándose convento e iglesia en 1756 y 1759, respectivamente. El arquitecto de esta postrera construcción fue Juan Manuel Villagómez, quien en 1762 declaraba bajo juramento, con ocasión de presentar unos planos para el Convento de San Francisco de Irapuato, haber levantado él los conventos de San Agustín y el Carmen de Querétaro.
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