Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO DÉCIMOCUARTO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
LOS JUEGOS AMERICANOS
Lustra venenatis postquuam montana sgittis,
Horrentesque canum turbavi murmure saltus;
Fert animus pravum ludis míscere lborem,
Et vires fracta revocare quiete...
Rusricatio Mexicana, Libro XV.
Tras de haber con venablos matadores
perturbado la paz de las montañas,
y atronado, con perros ladradores,
de las selvas obscuras las entrañas;
a tan duras labores
juegos unir el ánimo desea,
y escenas divertidas,
en que el cuerpo, ya libre de tarea,
las fuerzas pueda reparar perdidas.
¡Oh de Tíndaro jóvenes hermanos!
vosotros, que encontráis esparcimiento
frecuente en disparar discos livianos,
para quitar del alma el sufrimiento;
¿a qué fiestas --decid-- los mejicanos
se entregan con mayor contentamiento?
Y, ya que, siendo niños, os fue grato
presenciarlas; hacednos su relato.
Y, desde luego, empezaré cantando,
con versos numerosos,
a los que son de gallináceo bando
sultanes poderosos;
que van, con armas y con fuerzas muchas,
a contender en generosas luchas;
ya que no pueden oponerse trabas
a estas pugnas frecuentes,
que nos descubren de las aves bravas
--nuevos monstruos-- los ímpetus ardientes.
Apenas va, con la cerviz enhiesta,
el gallo retador, envanecido
por el rojo penacho de su cresta
y el lujo sin rival de su vestido,
garboso paseando;
y en asiduo galán ya convertido,
va a las tiernas gallinas requebrando;
cuando, a una, el desmedido
afán del juego, y el placer costoso,
del escuadrón hermoso
lo separan, y dejan recluido
en el recinto de redil premioso;
donde viene amarrado
de una pata, con puertas ligaduras,
lo tienen emplazado
para que las lides del palenque duras.
En un principio, el ave se lamenta,
y de tanto llorar enloquecida,
librar el cuerpo intenta
servidumbre tal, nunca sentida.
Mas pronto ya contenta
con el plácido hogar y la comida
que mano cuidadosa le presenta;
ya por toda la estancia
espaciándose, llena de arrogancia.
Y, con voz oportuna,
ora le canta al sol, ora a la luna.
Surge del gallo en la cerviz enhiesta
enrojecida cresta;
tinta en rojos carmines
lleva la barba; y por el grácil cuello
se desparraman abundosas crines,
que aspecto ofrecen deslumbrante y bello.
Y la flexible cola, acrecentada
por encrespadas ondas de cabello,
al nivel de la testa, va curvada
por venustas flexiones;
y las patas, del vulgo a la mirada,
presentan sus potentes espolones.
Con todo, las personas (y son muchas)
que de los gallos las feroces luchas
contemplando, de júbilo se llenan;
a estas valientes aves,
sin piedad les cercenan
la barba y cresta y espolones graves;
de éstos quedando sólo reservada
una pequeña parte,
en la que el jugador deja, con arte,
una exigua navaja colocada,
y ceñida, con blanda ligadura,
a la del gallo pierna delicada.
Y todo con el fin de que, llegada
de la feroz pelea
la fecha de antemano señalada,
y que tanto por todos se desea;
quien quiera que lo intente,
lleve su gallo armado
de puñal encorvado y refulgente,
y retador, al sitio señalado,
en el que deba contener valiente.
De tal sitio la traza,
la forma tiene de pequeña plaza,
en superficie plana contenida;
aquí y allá teñida
con las señales de la sangre ardiente,
y las de horrenda mortandad reciente;
y por los lidiadores
dedicadas de Marte a los furores,
de tiempo atrás, con devoción ferviente.
Plaza que, en torno, ofrece numerosos
asientos a la gente
que, con clamor ingente,
a los gallos aplaude victoriosos;
y que va a tales fiestas
para, entre sí, cruzar fuertes apuestas.
Luego que el vulgo clamoroso llena
de la plaza la extensa galería,
dos gallos se colocan en la arena
del palenque, ajustar con bizarría;
los dos para luchar a percibidos,
pues de mortales armas van ceñidos.
En súbitos enojos
los pechos de las aves encendidos,
la boca bañan en matices rojos;
y, a rayos parecidos,
son los fuegos que lanzan de sus ojos.
Y con la gola crespa e inclinada
a tierra la cerviz, ambos se excitan
a la contienda armada,
y hacia ella con juró se precipitan! ...
Mas, porque no se entregue presuroso
a un combate dudoso
el pájaro marcial o, en porfiada
lucha, gaste su aliento vigoroso;
o, para con la espada
poder mejor herir; va cauteloso,
con ojos muy atentos,
del contrario explorando peligroso
la actitud y menores movimientos.
Después. Con repentino
salto, a través del aire cristalino,
volando, va derecho
contra el rival que espéralo mohíno,
azotándole el pecho con el pecho,
al enemigo urgiendo
con duros golpes de espolón tremendo;
llevando entrelazadas
las piernas y navajas delicadas;
hasta que, al fin, ya dome
la ira feroz, que el pecho la envenena,
y, vencido el contrario, se desplome,
de muerte herido, en la rojiza arena.
¡Vuelan las plumas por el vago viento!...
y del vientre rasgado
las entrañas escápanse, al momento;
y el luchador, habiendo ya regado
el ancho coso con raudal sangriento,
sucumbe a su destino desgraciado.
El vencedor, de júbilo radiante,
de su triunfo blasona,
en medio a la corona
del pueblo, que le aclama delirante;
y con alas de oro
haciendo estremecer el arrogante
pecho, exhala triunfante
de la victoria el cántico sonoro.
Como cuando en los campos anchurosos,
de rabia enloquecidos,
se acometen dos toros que, furiosos,
con los cuernos unidos
se hieren y, con golpes numerosos
entre sí se castigan,
y sin tregua, se acosa y fatigan;
hasta que gane el lauro codiciado
el cuerno, que, en la lid, haya triunfado;
no de otra suerte, el gallo, de fulgente
navaja bien armado,
quiere con lauros coronar la frente
dejando al enemigo de derrotado.
Mas si, con todo, el gallo victorioso
(estando su rival ya agonizante)
espantase medroso,
y en su frente arrogante
el cabello se crispa tembloroso,
y dando las espaldas, presuroso
vuelve los pies atrás; con el triunfante
lauro, inmediatamente
(ya el gallo vencedor puesto en olvido
por cobarde), la gente
pugna, más bien, por coronar la frente
del otro que, aun exánime, ha vencido.
El vulgo, después de ésta
lucha, otras nuevas a entablar se apresta;
entre ambas luengo espacio interpolado
de tiempo, cuando Febo
va la mitad del cielo ya tocando;
o en tinieblas sombría
la noche oculta el resplandor del día.
Pero, pronto, la turba antojadiza
ve con tedio las lides de los gallos,
cuando se le presentan en la lisa
para correr veloces los caballos;
pudiendo en tales fiestas,
de dinero cruzar fuertes apuestas.
Para la incierta, rápida carrera,
sagaz la turba escoge dos bridones
de pulcra estampa y arrogancia fiera,
y nobles condiciones.
Llevan, por eso, el vientre recogido
cautivo del ijar en las prisiones,
delgada la cabeza y enarcado
el cuello, y la anchurosa
nariz, vertiendo, llama vaporosa;
y los pechos turgentes
por remos separándose potentes.
Mas, para las futuras
lides, los combatientes, bien calzados
de férreas herraduras
muestran a los corceles afamados;
y disponen que vayan los criados
sobre lomo de aquéllos, en monturas
cómodas asentados,
de retorcidos látigos armados.
Y de júbilo llenos,
satisface a los jóvenes los frenos
sólo llevar; y gozan
en montar los caballos, que retozan
ya inquietos, de la pista en los terrenos;
mostrando su alegría
todo el pueblo, con roca gritería.
Después de que, con planta reposada,
ha quedado la pista mensurada,
y ya para los hábiles cursores
la meta señalada,
a la que han de llegar emuladores;
intenta cada cual, con verdadero
entusiasmo, el primero
ser que conquiste el victorioso lampo,
salvando, en un ligero
potro, de Olimpia el anchuroso campo.
Así que, de uno y otro
esforzado curso el noble potro
las manos ya levanta,
inquieto por llevar la delantera
en la veloz carrera,
que trata de ganar con ágil planta.
Empero, a los jinetes arrogantes,
que acariciando van los dilatados
lomos y las flotantes
crenchas de los cabellos alisados;
arrojan los caballos voladores
igníferos vapores
que brotan de sus pechos abrazados.
Y cuando por la pista raudo vuelan,
cual ábregos furentes,
las manos con las manos en nivelan,
y se juntan las frentes con las frentes.
Mas, luego que los dos han escuchado
de la trompa el clangor, y recibido
de partir la señal; pronto y de grado
la acatan y, a través del extendido
campo, más raudos que veloz saeta,
salen corriendo a conquistar la meta.
Vuela éste apresurado,
como rayo que fuera disparado
de las etéreas salas;
rapidísimo aquél también se mueve,
y del céfiro leve
muy atrás deja las veloces alas;
y luchan en mostrar con arrogancia
de sus ágiles remos la prestancia;
y sobre quien, primero
la meta habrá de conquistar ligero.
Y cuando van, con esforzada brega,
de la pista corriendo por la vega
los brutos jadeantes,
por el fragor confuso que, livianos
producen al correr, quedan los llanos
rimbombando con ecos resonantes...
Al potro que ya va la delantera
llevando, llega el otro
a superarlo en la veloz carrera;
pero, de nuevo, el superado potro
del segundo lo ímpetu supera;
y yendo con las frentes igualadas,
aceleran sus marchas esforzadas;
largo tiempo quedando
con indecisas alas la victoria
por cima de los émulos volando.
Los jinetes, en tanto, a los bidones
fatigan con cerrados espolones;
y los van acosando
con golpes de apretados varejones
ya sobre lomo o en el cuello blando;
hasta que, al fin, le sea concedido
por la suerte al caballo victorioso,
dejar en la carrera ya vencido
a su émulo, y glorioso
poder ceñir el lauro merecido.
Al jinete triunfante
acogen con aplausos delirante
y vivos clamoreos,
de la alegre ciudad los moradores,
que renuevan los hípicos torneos
para solas de mil espectadores.
No hay, empero, función más deseada
por la animosa juventud florida,como verse empeñada
de bravos toros, en la lid temida.
Presentase anchurosa
plaza, de extenso redondel ceñida,
que a la turba, que acude numerosa,
da en múltiples asientos acogida,
y aparece hermosa
por los varios colores que la tiñen,
y los varios tapices que la ciñen
y, a ella entra, de grado,
sólo el que es verdadero aficionado,
ya por que sepa con saltar ligero
de vigorosa planta, las brutales
embestidas burlar del toro fiero,
o sujetar, con rígidos raudales,
de Ethón a los fogosos animales.
Conforme a las pasadas
costumbres, ya las cosas preparadas. ,
salta pronto al anillo
del redondel, indómito novillo
de estatura prócera,
y cerviz retadora y altanera,
dejando traslucir siniestro brillo
de rabia por los ojos,
furor alimentando truculento
dentro del corazón, y ya sediento
de acabar de una vez, con sus enojos,
hundiéndolos en piélago sangriento,
para borrarlo con matices rojos.
El novillo, corriendo presuroso
del palenque en redor, fiero amenaza,
y hace temblar al pueblo numeroso
que las gradas ocupa de la plaza,
hasta que, valeroso,
y tranquilo y sereno el púgil llega,
y, con la fina capa que despliega
enfrente del cornúpeto alevoso,
de éste y, sus fieros ímpetus doblega ,
y harta fuerza le quita,
si bien, con nuevos lances, más irrita
la acumulada rabia que lo ciega.
En tanto, cual venablo retorcido
por vigoroso nervio,
se dispara el torete enfurecido
contra el púgil, que rétalo soberbio,
seguro de poder con afilado
pitón dejarle el pecho atravesado,
y una vez ya teniéndole prendido
en las astas feroces,
con ímpetu lanzar el cuerpo herido
a través de los céfiros veloces!...
El lidiador, entonces, con la capa,
de los duros ataques se defiende,
muda el cuerpo de sitio y se agazapa,
con un salto, después, el aire hiende,
y así, fácil escapa
de la muerte que dársele pretende.
Empero, cada vez, más inflamado
en iras el torete,
con el vigor brutal del que fue dotado,
todo su cuerpo está, fiero acomete,
segunda vez, al luchador osado,
y rabia de tal suerte,
que arroja espumas y amenaza muerte.
Mas aquél, preparado
teniendo ya en la mano un rehilete
pequeño, cuando observa que el novillo
siguiendo va, con el testuz doblado,
los vuelos del airoso capotillo,
con rapidez, clavado
le deja el duro hierro en el morrillo.
Por el venablo agudo traspasado
el novillo cuitado,
se eleva hasta la bóveda serena
del cielo, y, con mujido prolongado,
la plaza toda, en derredor, atruena.
Mas, cuando trata el rábido novillo
de arrancarse el venablo del morrillo,
y, corriendo, procura
suavizar el dolor que le tortura,
el lidiador, entonces, el manguillo
sutil jugando, de fornida lanza
con brazo musculoso,
hacia el torete con valor avanza,
y le opone fogoso
corcel de fuerza mucha,
que con largo relincho y fragoroso
provocándolo está para la lucha.
El cornúpeto, en tanto, resentido
del duro astil que lo deja herido,
para vengar su pena,
acosa sin cesar, el muy astuto,
con el fin de rendirlo, al noble bruto,
tolvaneras de arena
dejando por los aires esparcidas,
y, ocasiones buscando,
para atacar, con nuevas embestidas,
a los que en contra de él, están luchando.
Se tiene en pie el fogoso
corcel, con orejas arriscadas
atento, y cuidadoso
a no sufrir mortíferas cornadas,
mientras el hábil diestro considera
los intentos aviesos de la fiera.
Entonces, ésta, más veloz que el viento,
las plantas aligera, y acomete
con poderoso aliento,
al caballo y al chuzo y al jinete.
Pero, al punto, las bridas aflojando
al bridón, el jinete habilidoso,
con duros aguijones va acosando
la espalda del cornúpedo furioso,
y con la férrea pica refrenando
su cuello vigoroso,
ya defendido queda y a cubierto
de fieros golpes y extermino cierto.
Mas, si el juez que preside la"corrida",
al toro quebrantado en la pelea
por cien heridas, manda que la vida
ya quitada le sea,
intrépidos acuden, en seguida,
a ejecutar la trágica tarea:.
el atleta potente,
armado de un estoque refulgente,
y de un hastil de acero
bien aguzado, el noble caballero.
Y los dos luchadores,
desde luego, provocan con clamores
para que a ellos acuda,
el bravo buey que, con la sien cornuda,
manifiesta designios vengadores,
y al que acosando van con la pica aguda
para tener a raya sus furores.
Al castigo doliéndose la fiera,
más en ira se enciende y exaspera,
el súbito clamor la vuelve loca,
y acomete ligera
al que con voz y hierro la provoca.
Entonces, tras la capa, que lo oculta,
saca el estoque de siniestro brillo
el atleta cruel, y lo sepulta
hasta el puño, del toro en el morrillo,
o bien, el caballero,
cuando bravo, hacia él, el toro viene,
con un rejón de acero
lo quebranta y sus impetus contiene,
y el acerado astil deja clavado
en la soberbia frente del astado,
que dobla las rodillas, al momento,
y, perdido el aliento,
queda en la roja arena derribado.
Siguiese a esto, del triunfo los clamores
y las palmas de mil espectadores;
y del púgil osado,
el resonante triunfo es celebrado
por todos, con aplausos y loores.
Mas, también, por haber en demasía
el púgil confiado
en la espada sutil, la res bravía
lo arroja por los aires, traspasado
el noble pecho por el asta impía;
cediendo el púgil fuerte
--maguer le duela-- a su contraria a suerte.
Y la res, no saciado
el encono feroz que la envenena,
sigue atacando el cuerpo derribado,
que se revuelve en la rojiza arena.
El pueblo horrorizado,
niégase haber tan espantosa escena,
lamentando con pena
el riesgo del amigo infortunado.
Después, a las corridas que preceden
en orden, otras nuevas se suceden;
mientras agrada al ánimo y lo esparce
formar de juegos caprichosos engarce.
Suele, a veces, también, a un corpulento
novillo, a las dehesas arrancado,
de muchas libras y feroz aliento,
dejar la juventud bien apañado,
para tomar sobre su lomo asiento.
El joven animoso,
en cuya frente el entusiasmo brilla,
ciñe (como al caballo generoso)
de la fiera, el velloso,
movible lomo con ligera silla;
llevando rodeado
con fina cuerda el cuello delicado;
de la que, a poco, sírvese, supliendo
con ella así la falta
de las bridas; e impávido subiendo
a lomo del "berrendo",
que se resiste y furibundo salta;
cabalga sin cuidado,
de rígidas espuelas los talones
ceñidos, y apoyado
de la silla ligera en los arzones.
Con esto, más la fiera
de su pecho las cóleras excita
y, en torno a la barrera,
rabiando de furor, toda se agita;
con sacudida pronta
intentando arrancarse de la espalda
al intrépido mozo que la monta;
o, ya erguida levantase, rompiendo
con el asta curvada las veloces
alas del éter puro; o bien, hiriendo
el aire va con repetidas coces;
y en carrera anhelante
se dispara feroz, acometiendo
a cuantos de ella pasan por delante.
Y cuando intenta con ligero salto
las barreras saltar del ancho coso,
se llena de temor y sobresalto
de la plaza el concurso numeroso,
que, turbado, abandona los asientos,
formidando del toro los intentos.
Como cuando en los secos arenales
de la Libia un león, viéndose herido
por numerosos golpes de mortales
flechas, enfurecido,
a través de su boca ensangrentada,
deja escapar horrísono rugido,
que turba la callada
soledad del desierto; y ya sacando
las uñas codicioso,
va por doquier buscando
al enemigo que le hirió alevoso;
o rápido saltando
por los aires, agitase furioso;
y al venatorio bando
con carrera veloz va fatigando;
no de otra suerte, el toro enfurecido
por ir sobre sus lomos soportando
peso desconocido;
en la plaza en el ruedo
siembra la confusión, pues va atacando
a éstos y a aquéllos, con igual denuedo.
Mas el muchacho, con el cuerpo inmoble,
de la red sobre lomo siempre erguido
se tiene firme, cual enhiesto roble,
y va, con repetido
golpe de calcañares,
acosando del toro los ijares.
Otras veces, también, arduo jinete
cabalgando en un toro de respeto
con largo chuzo obliga a que del seto
salga nuevo torete;
al que, una vez ya libre de clausura,
cuando triscando va por la llanura
con repetidos golpes lo acomete.
Llenase, en un principio, de pavura
y espantó el bruto fiero,
ante la nueva colosal figura;
y vuelta ligero
dando, evitar procura
al toro convertido en caballero.
Mas, después, acosado
por el astil que el lomo le tortura,
hierve en la ira abrazando;
y al que corre, tras él, apresurado,
en viste con indómita bravura;
y los cuernos uniendo,
los dos se empañan en combate horrendo.
Mas el mozo, que yérgese sublime
sobre el toro bragado,
con un bote feroz de la que esgrime
pica sutil, el duelo porfiado
con prontitud y habilidad dirimir;
y, en entusiasmo ardiendo,
(para, de nuevo, acrecentar sus goces),
sigue, a través del campo, persiguiendo
férvido a los cornúpetos feroces;
hasta que, al fin, depongan sus furores
y del todo se amansen,
por las muchas fatigas y sudores
que les causa la brega; y de labores
tan duras y onerosas ya descansen.
Después, la juventud une a las fieras
contiendas de los toros y los gallos,
las novedosas, célebres carreras,
que se conciertan entre dos caballos;
de los que en la prolija
espalda un joven animó fija
los vigorosos pies, como un maestro
equilibrista, pues posada lleva
la diestra planta en el caballo diestro,
y afirmada la izquierda en el siniestro;
y, arriscado se eleva
por cima de los dos y, con réndales
tiende a raya a los nobles animales.
El firme caballero,
con la fuerte presión de sus talones
y ronca voz, excita a los bidones
a que se especien en correr ligero.
Y teniendo de entrambos enfrentadas,
las bocas; cuando, en repetida carrera,
ve que sus plantas van precipitadas,
la sabe contener y las modera;
por lo que ya, con marchas igualadas,
van los potros cruzando la pradera.
Hábil, después, conduce
a los nobles, alígeros bridones;
de los cuales reduce
los caprichosos giros e inflexiones,
a un círculo de magnas dimensiones;
sin que, ni por asomos,
sus plantas dejen los equinos lomos.
Otras veces, el pueblo, en los confines
rústicos a los toros ya dejando,
se gocen celebrar los "volatines"
en que inexpertos hombres van volando:
Córtese en la escarpada
cima del monte, resinoso pino,
que va a herir con la frente desgreñada
la techumbre del cielo adamantino.
Después, según costumbre, recordado
el pelo de la umbrosa cabellera,
se alza, en medio a la olímpica barrera,
el árbol de a Cibeles consagrado.
El cual, de recio cable rodeado,
(cual se cadena firme lo ciñera)
al que llega porfía
de su copa gigante a la cimera,
muestra la gradería
flexible de una típica escalera.
Después el pino erecto
por un paralelogramo perfecto
de fuerte roble queda coronado,
y apto para, en sinuosos
giros, hender los aires vagarosos;
de cuyo centro medio levantarse
una pértiga pueda,
despojada de músculos fibrosos,
y por bicorne cima recortada
que, en movimiento presto,
vaya del cuadro opuesto
la rotación siguiendo acelerada;
y vueltas haga dar, como a una esfera,
al que ocupa del árbol la cimera.
A este árbol, ciertamente,
acomoda sus muslos la ferviente,
lozana juventud, que el dorso oprime,
con jarrete potente,
del roble que levantase sublime;
al que, con arte y modo,
va dominando con el cuerpo todo.
Solícita, después, y con esmero
introduce en el cable redoblado,
partido, en dos porciones, un madero
(do seguro en doncel está sentado);
y al que, en torno, rodea
con estringente, rígida correa;
que, habiendo desatado
de sus lazos el nudo, se le vea
con ellos ir barriendo el dilatado
campo del circo y, con potente brío,
lanzar --a los que vuelan-- al vacío.
Como trompo movible suele, a veces,
de circulares cuerdas ir ceñido
y, en su girar constante,
lo llegan a dejar como "dormido";
mas cuando ya por tierra se desata
girando, como esfera,
y su volumen curvo se dilata
en rotación ligera;
súbito viene el viento
los lazos que lo tienen bien ceñido
a deshacer con brusco movimiento;
no de otra suerte, el árbol, oprimido
de cables por las fuertes ligaduras,
gira en rápida vuelta
por los aires, y suelta
de sus amarras las cadenas duras.
Entonces cuatro mozos escogidos
de entre la juventud, enmascarados
yendo todos, y todos adornados
de vistosos y espléndidos vestidos,
subiendo con presura,
llegan del "cuadro" a la sublime altura;
y no verás, entre estos, asentados
a otros mozos venidos
de fuera, sin que ciñan sus costados
con los lazos de cables retorcidos.
Mas, cuando ya sí ceñidos
por las cuerdas se ven los animosos
jóvenes; suspendidos
de la cintura, saltan presurosos
en repentino vuelo,
con dirección hacia el profundo suelo.
A poco, la potente
máquina se flexiona; y, juntamente
desplegando los cables enrollados
en el cilindro bífido y crujiente;
a los que en anchos cables van sentados,
mueve a quien dejen en el puro ambiente,
de lunas en creciente
los círculos hermosos dibujados;
y, en flexiones ligeras,
a que junten esferas con esferas.
Los vientos incoloros
baten entonces con los pies; y agitan
en las manos los címbalos sonoros;
y el entusiasmo excitan
de la gente sencillas
que aplauden, sin cesar, desde sus sillas;
hasta que, al fin, los frenos ya soltados
del toro, y, vacilantes las rodillas,
a tierra derribados
vengan a dar con golpe repentino;
como a los que tumbados
deja la fuerza de espumoso vino.
El pueblo bullanguero
a este palo su planta
por otro que, altanero,
a los cielos su cúspide levanta;
y al que celebra ansioso,
de risas con caudal estrepitoso.
Mas luego que el artífice a raído
con el fierro, y pulido
hasta dejarlo liso al tosco leño;
con singular cuidado,
y de la uña sutil con el empeño;
deja el palo empapado
del aceite animal en la grosura,
hasta que ya "encebado",
todo, en redor, destelle de blancura.
Entonces se levanta con presteza,
en la mitad del circo, el arrogante
tronco, cuya corteza
lustrosa por demás y deslumbrante,
burlará de no pocos la torpeza.
Y del cual en la frente levantada,
como rica presea,
una Copa de acero elaborada
y de dones colmada,
la codicia de muchos espolea.
Mas no del vulgo el afanoso empeño
logrará hacerse dueño
de la preciada plata
en que abunda la copa, si no trata
primero de escalar el alto leño
con fuerza superiores;
y, mediante fatigas y sudores,
y, tras brega prolija,
la copa arranque, con robusta mano,
del alto sitio en que se encuentra fija.
Muchos, después, con redoblado empeño,
de astucia y fuerza usando,
intentan despojar el alto leño
de los dones que de él están colgando.
Sus vacilantes piernas con torcidos
cordeles éste ciñe con esmero,
para que así sus pies robustecidos,
puedan asegurarse en el madero.
Ciñe aquél ambas manos con agudos
garfios, y con la punta ya clavada,
va oprimiendo del roble la corteza;
y con esfuerzos rudos
levanta los nervudos
miembros que se deslizan con presteza.
Mas, apenas los dos, arrebatados
por esperanza leve,
y en las trementes curvas apoyado,
han recorrido breve
espacio en el camino
que van abriendo en el añoso opino;
cuando, súbitamente,
despeñados del árbol eminente,
en rápida caída
ruedan por tierra lastimosamente,
ya la esperanza de vencer perdida.
En risa estrepitosa
rompe, al punto, la turba jubilosa;
y con tenaz porfía
exhorta a los caídos a que emprendan,
por vez segunda, la penosa vía;
animado, de nuevo, su constancia
con el Bill interés de la ganancia.
Por dónde, con empeño,
mayor, retornan a escalar el leño,
revolviendo en su mente numerosos
presagios, y medrosos
de que puedan, acaso,
tener que lamentar nuevo fracaso.
Pero, al ver sus esfuerzos malogrados,
pues cuántas veces ascender procuran,
otras tantas se miran derribados
por tierra; no se curan
ya de obtener los dones ofrecidos,
sus trabajos dejando interrumpidos.
Mas, a veces, garrido mozalbete
con tal fuerza acomete
la empresa de vencer; que al tronco oprime
con garra poderosa,
y arranca de su vértice sublime,
con la diestra, la copa victoriosa.
Toda la gradería
aplaude al vencedor con alegría;
y su nombre pregona
doquier, y de alabanzas la corona.
Nada, empero, más digno de mirarse
por quien todo lo anota,
como la fiesta típica, en que el Indio
muestra su habilidad en la pelota.
Aquél, primeramente,
suele sacar de resinoso pino
densa goma, que lleve el peregrino
nombre de caucho, que le da la gente;
y con el cual, formada
viene a quedar una pelota ingente,
flexible y delicada,
y tanto así ligera;
que, con frecuentes saltos, fácilmente
a las brisas alígeras supera.
Entonces, con la mano que flexiona
hábil el indio, finge una corona
ingente, cuando el ímpetu primero
arroja con violencia
el elástico globo que, ligero,
va a trazando sutil circunferencia;
sin que a nadie le sea permitido
impedir, con las manos,
de la pelota el brote repetido,
ni invalidar sus círculos livianos;
sino, más bien, prestarle decidido
apoyo y valimiento,
por varias artes y diversos modos;
infundiéndole aliento
con el potente fémur y los codos,
y en su favor haciendo maravillas
de pujanzas los hombros y rodillas.
Después, ya que, con brío
se lanza la pelota en el vacío,
la turba, en la ancha vega,
con frecuentes saltar se agita y brega.
Con el codo potente,
éste de la pelota se despega,
y la arroja a los aires velozmente;
mientras aquél, cuando la ve que llega
girando, como suele,
con vigoroso muslo la repele;
y, cuando, con presteza
ya despeñada viene de la altura,
uno, luego le opone la cabeza;
mientras otro procura,
dando a sus corvas suma ligereza,
con ímpetu violento
otra vez arrojarla por el viento;
o, con entrambos muslos,
sujetarla a continuo sufrimiento.
Pero, si alguna vez, en la extendida
plaza cayeron la pelota en ingente,
con rodillas y codos, prontamente,
conviene socorrer a la caída;
y del campo patente
levantarla a los aires nuevamente.
¡Entonces es deber cómo afanosos
van los indios girando,
a través de los campos anchurosos,
de nuevo a la pelota levantando
con los codos o muslos vigorosos!...
Pero si alguno, a la volante esfera
de tocarla tuviere la osadía,
metiéndole las manos, la severa
ley violando, quizá, por tontería;
ya queda, desde luego,
por obra tal, el mísero, infamado,
y apagar obligado
todos los gastos que origina el juego.
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