miércoles, 11 de noviembre de 2009

A don Luis Castillos por los 10 años de cabalgar en el recuerdo de nosotros








EL SIEMPRE RECORDABLE DON LUIS CASTILLO


Por J. Jesús García y García

    Está cumpliendo diez años de muerto don Luis Castillo Pérez. Hoy, como en cualquier tiempo, es justo rendir homenaje a este coterráneo al que yo califico de salvaterrense excepcional. Aunque hubiera alguien que alegara que en lo personal sufrió algún agravio de él, es incuestionable que, como pueblo, todos —pero todos, de verdad— le debemos admiración y agradecimiento.

    Acerca de este personaje dije una vez, en presencia suya, lo que ahora ratifico:
        El localismo pasional, recalcitrante si los hay: el salvaterrismo indeclinable, acaso intemperante, fructífero, por tanto, y en este caso singularmente generoso, tiene un representante único en la persona a quien me honro en presentar [...] Su modesta preparación académica es mil veces suplida y superada por su entrañable amor al terruño, el cual le dicta, para que nos los traslade a nosotros verbalmente o por escrito, sabrosos relatos emocionados y emocionantes de nuestro pasado comunitario. Si un día —la esperanza muere al último— llega a haber en Salvatierra una generación sobresaliente, una generación de obra fecunda y óptima, deberá tener como bandera y ente inspirador a este perseverante quijote, a este especialísimo salvaterrense, por ahora inimitable pero válido como ejemplo para mejores tiempos, que es don Luis Castillo Pérez.
    Año y medio después de que murió, escribí y leí públicamente en Salvatierra:
        Nació en esta ciudad el 20 de octubre de 192l, en el seno del hogar que formaron don José Castillo y doña Joaquina Pérez. El conjunto fraternal tuvo como integrantes a Ma. Concepción, Ma. Dolores I, Ma. Dolores II, Ma. del Carmen, José, Luis, y Ma. Guadalupe. Huérfano de padre a los seis meses de edad, vivió durante su infancia y adolescencia al amparo de su abuelo materno, don José Socorro Pérez, a cuyo lado desarrolló un gran amor al terruño. En la escuela de don Jesús Gutiérrez aprendió las primeras letras y después estuvo en el colegio Guadalupe Victoria, donde fue su maestra hasta el cuarto año la R. M. Catalina Oñate. Cursó un año más de la primaria en la escuela Benito Juárez, con la maestra María Fuentes. Ya no volvería a las aulas, pues fue necesario que ayudara a su madre en el reparto del chocolate que ella preparaba. También fue aprendiz de zapatero en varios talleres (el de Vicente Arenas, el de Epifanio Solache, el de J. Jesús Martínez y el de Primitivo Martínez) y empleado de mostrador en dos tiendas: la que don José Ortiz tenía en la ha
cienda de San José del Carmen, y la de don Ramón Soriano en nuestra ciudad. Todavía no cumplía los quince años cuando escapó del hogar hacia el norte del país, parando finalmente en la ciudad de México. 

    Allá trabajó como zapatero, y después en la Compañía de Tranvías; se incorporó al comité capitalino pro coronación de la Virgen de la Luz (1938-1939); fue en 1941 piedra fundamental del Centro Juvenil Salvaterrense del D. F. (su distintivo era una corbata roja) y, dentro de ese organismo, se convirtió en uno de los principales promotores del comité también capitalino pro Tercer Centenario de Salvatierra (1943); integrante y alma del quinteto de andarines que del 27 de enero al 3 de febrero de 1944 efectuó el recorrido por la ribera de nuestro río, desde la población de Lerma hasta aquí, acción hasta cierto punto sencilla, pero cargada de homenaje.

    Luego de disfrutar todos los festejos del tercer centenario, volvió el andarín a la metrópoli, esta vez sólo por pocos meses, ya que renunció a Tranvías y tornó a establecerse en Salvatierra, tomando un empleo en la agencia Carta Blanca.

    Por su edad de entonces y su temperamento, propendía a la vida bohemia, con los consiguientes excesos. Muchos lo tuvimos catalogado un tiempo como dipsómano. Lo fuera o no, un detalle de su carácter le confería envidiable “ángel”: alegre y ameno, era garantía de que en cualquier paseo o tertulia a que fuese reinarían la expansión y el regocijo. El matrimonio parecía, en su caso, una esperanza de que Luis se volviera “formal” o, como dicen, de que sentara cabeza; solo que, aplicado el remedio, las expectativas no se cumplieron automáticamente. Su enlace tuvo lugar durante el segundo semestre de 1946 con Ma. Josefina Dueñas Nieves, con quien había de procrear cuatro hijos: María de la Luz, José Luis, Gabriel y Susana. En 1957, convencido de la necesidad de obtener mejores recursos económicos y propiciar el desarrollo de la prole, una vez más fue a radicarse a la ciudad de México, llevándose consigo a toda la familia. Ingresó a la planta llantera Uniroyal, S. A. En marzo de 1970 estuvo a las puertas de la muerte a causa de un accidente de tránsito en las peligrosas vías metropolitanas. Sólo su enorme fuerza moral, manifiesta en una inquebrantable voluntad de vivir y de recuperarse, lo hizo superar un penosísimo traumatismo. De este modo volvió a Salvatierra a principio de los setentas, aunque en 1991 hubo de internarse por dos meses en el Instituto Nacional de Cardiología para someterse a un cateterismo y dos operaciones del corazón. Nunca dejó de tener objetivos y metas vitales, entre éstas, hasta el último momento, la de “despedir al siglo y atestiguar el nacimiento del nuevo milenio”. Desgraciadamente, por sólo 49 días no llegó al año 2000.

    Los méritos sociales y cívicos que mejor conforman la sobre saliencia de don Luis Castillo son:
        En primer lugar, su labor convocadora que ya se mencionó, desarrollada durante su primera residencia en México. Después, ya por acá, la fundación de varios organismos sociales, los primeros todavía con una orientación predominantemente recreativa y los de más adelante comprendiendo la búsqueda de otros frutos: el Centro Social y Deportivo Culiacán (cuyos integrantes fueron mejor conocidos como “Los Cucarachos” y que tan singular pugna entablaron con el elitista pero simpático grupo apodado “Los Tempranillos”, el 7 Club, el Consejo de Caballeros de Colón y el Club “Zorros”. En su tercera radicación en la metrópoli participó en la fundación del Círculo de Salvaterrenses Residentes en México, apoyando la iniciativa de Jesús Pompa Calderón.

    De 1944 a 1950 participó en las comisiones encargadas de gestionar una escuela de segunda enseñanza, la introducción del agua potable y la pavimentación urbana. En 1957 fue integrante de la Junta de Mejoras Materiales y, como socio zorro, hizo mediciones y calculó costos para la pavimentación de las calles de Guillermo Prieto, Hidalgo y Madero. En 1962, tiempo de residencia capitalina, llevó a término favorable las gestiones que el mencionado Pompa Calderón había emprendido para el establecimiento de una biblioteca pública en Salvatierra.

    Una obra de asistencia social por él creada le garantiza especial e imperecedero aprecio: la casa hogar para ancianos llamada Villa de las Rosas. Concibió la idea en México en 1969 y elaboró un proyecto que consideró viable, asignándose él mismo una importante contribución pecuniaria para el objeto, quedando el resto por obtener mediante donativos personales y festivales de beneficio. A principios de 1970 vino a comprar el terreno. El grave accidente que sufrió y que ya quedó relatado hubiera hecho que cualquier otra persona abandonara el proyecto. Pero la derrota no iba con él, y en su larga convalecencia, de la que obtendría sólo una parcial recuperación, no buscó ni encontró excusas para abandonar el plan: organizó comités (que, como siempre, cuando funcionaron lo hicieron sólo en parte y por breve tiempo) e hizo toda suerte de promociones. En determinado momento volvió a radicarse en la ciudad natal, acuciado tanto por su necesidad de restablecimiento físico cuanto por requerirse su personal dirección de la obra. Por muchos años se le vio subir a diario a la colina, la mayoría de las veces a pie, y coordinarlo y supervisarlo todo con sus fieles auxiliares Guillermo Vera Figueroa y Joaquín Medina Solache: la requisición, guarda y manejo de materiales; la contratación y vigilancia de la mano de obra onerosa, la obtención y encauzamiento de la mano de obra generosa (“faenas”), la introducción de los servicios, el flujo de dinero, etc. Todo se complicó grandemente por la inflación que fue alterando gradualmente el presupuesto y que se desató, ya desaforada y galopante, a partir de 1976. Por fortuna los hijos varones de don Luis colaboraron valiosamente en la obra cuando llegaron a la profesionalidad en el ramo de la construcción.
Castillo se preocupó de conferir solemnidad a los momentos claves de la edificación de la Villa de las Rosas, organizando emotivos actos de convivencia, enmarcados por lo regular en reminiscencias del pasado histórico salvaterrense. En 1970 se colocó la primera piedra y el 9 de febrero de 1985 hizo la inauguración del asilo el entonces presidente municipal licenciado Filiberto Navarrete Rosas. La prestación de los servicios asistenciales, a cargo de las religiosas de Fátima, comenzó el 28 de agosto de 1985. No llegó con esto el descanso para don Luis, pues tuvo que continuar en funciones de administración del hospicio, del cual fue hasta el fin dirigente y defensor. La obra es acabada muestra de una gran capacidad de liderazgo y concertación. En alrededor de 60 boletines publicados se fue informando de los avances de construcción y dando pormenorizada cuenta del manejo financiero, con expresión de cada donativo recibido (suscrito o anónimo, en dinero o en especie).

    Nuestro hombre escribió artículos para muchas publicaciones periódicas, entre otras: El Zorro y Cauce (Salvatierra); San Andrés (México); Panorama, Lerma, Lux y La Tribuna (Salvatierra), y La Cultura de las Casas (Guanajuato). Publicó en folleto o libro los siguientes trabajos: San Andrés de Salvatierra. ¡Conoce a tu tierra!, 9 de febrero de 1975, ed. mim.; Caballeros de Colón. Consejo 3276 San Andrés de la Luz. Salvatierra, Gto. Breve crónica de la celebración del 25 aniversario de haberse expedido su carta constitutiva y de haber tenido lugar su solemne instalación en esta ciudad, Salvatierra, 9 de febrero de 1975, ed. mim. [firmado “P.C.L.”]; Recuerdos gráficos de mi tierra, Salvatierra, ed. del autor [1981], y La Reina de las Luces. Su peregrinar. Su palacio. Sus portentos. 1550-1988, Salvatierra, Caja Popular “San Andrés”, A.C. [1988].

    En política, don Luis militó durante mucho tiempo en el partido Acción Nacional. Desde 1995 hasta su muerte fue el Cronista de la Ciudad de Salvatierra. El 12 de noviembre de 1999 Dios lo atrajo a la morada celestial, sólo dos días después de haber participado en un homenaje al humanista coterráneo don Federico Escobedo, dejando una vida fructífera, difícil de resumir.

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