martes, 3 de agosto de 2010

El canto de las campanas llamándonos a lo nuestro.


Las campanas de nuestro templo del Carmen

Por J. Jesús García y García

La primera vez que emigré de Salvatierra fue hace la friolera de 62 años. Aquella resultó una emigración corta, de pocos meses, con julio incluido. Julio: mes, entonces, de nutridas procesiones al templo carmelita, con alborozadores y prolongados repiques de las campanas salvaterrenses de más grato sonido, mes en que se registraban aquellas reñidas competencias entre los gremios de Matadores y de Panaderos para ver cual de ellos organizaba mejor los festejos en uno de los dos principales días dedicados a la Virgen del Carmen: el 16, día de la fiesta; o el 23, la octava. Y, de manera más que espontánea, puse el tañido de esas campanas en el centro de mis añoranzas.
Mucho había leído yo una antología poética popular, que aún se sigue editando, de la que se me habían pegado estos versos que ahora cito de memoria, originales de Luis Rosado Vega: “¡Campanas, / clamorosas campanas de mi pueblo, / lejanas campanas, / cómo parece que os estoy oyendo!, y profiriéndolos a cada rato buena lata le di a mi hermana mayor, que era mi anfitriona.
Estando nuevamente en Salvatierra escuché una leyenda sobre cómo se fundieron mis campanas favoritas, las que, para mí, suenan a cielo, como diría don Agustín Yánez; leyenda que el columnista Chicharillo captó muy bien para incluirla condensada en su “Escamocha” (Vid. revista Cauce, núm. 4, 15 de julio de 1956): “¿Sabía usted por qué tienen un sonido tan singularmente bello las campanas del templo del Carmen? Pues nada menos porque tienen revuelto oro, plata y joyas diamantinas. En la fecha en que se fundieron se invitó a todos los salvaterrenses potentados a que fungieran como padrinos. Y estando ya en el lugar donde se efectuaba la fundación, los hombres empezaron a desfajarse las “víboras” llenas de monedas de oro ‘de ley’ para vaciarlas en el conducto por el cual corría el ardiente material de fundición; las mujeres, por su parte, dejaban caer en él anillos, brazaletes, collares y joyas diversas. Desprendimiento material de aquella buena gente, que habla mucho de la bonanza de otros tiempos y de la unión fraterna que existía entonces”.
El uso de las campanas es inmemorial y con su tañido se configura un sistema informativo, con algunas variantes según el lugar y el tiempo, que cada comunidad aprende a interpretar. El principal uso de las campanas ha sido siempre el de convocar a los fieles a los actos del culto o, simplemente, a la oración cotidiana, pero muchos otros empleos se les ha dado: han llorado a difuntos de diversas clases y condiciones, han tocado a rebato para poner en alerta, intentado conjurar las tempestades, implorado remedio para epidemias y otras necesidades públicas, anunciado alumbramientos reales, pregonado festividades o noticias civiles, etc., y, en el peor de los casos, han sido tomadas para fundir cañones.
Y, bueno, a pesar de ser tan armoniosas, las campanas de nuestro templo del Carmen no son las de más bello sonido del mundo, ni son tan grandes que hayan necesitado torres más altas para que su sonoridad se esparza más; pero con todo presentan cualidades que las han hecho objeto de la ambición ajena. Así consta en un expediente que hubo de abrirse en 1867 debido a la presentación de un curioso escrito de queja elevado al jefe político de Salvatierra, quien, según mis cuentas, debió serlo entonces don Severo Sierra:
“C. Jefe del Partido:- Los que suscribimos a ruego de los vecinos de esta población, ante usted, por el ocurso más oportuno y de la manera más respetuosa, exponemos: que, sabedores de que los habitantes del pueblo de San Miguel Tarimoro pretenden llevarse la campana mayor de nuestro convento del Carmen, y creyendo que carecen absolutamente de derecho para fundar y conseguir su pretensión, hemos elevado al C. Gobernador un ocurso pidiendo se sirva decretar que no ha lugar a la solicitud de los vecinos de aquel pueblo. Acompañamos a usted dicho ocurso, suplicándole se sirva elevarlo a la Superioridad, e informarlo como a su juicio fuere de justicia. No dudamos que su exquisito conocimiento acerca del carácter de los moradores de estos pueblos le hará manifestar al superior la posible emergencia de un conflicto o motín armado en el caso de que viera la clase baja de esta ciudad atacados sus derechos que, sin que se detenga a raciocinar, juzga perfectamente inatacables. Los indígenas conservan mucho todavía sus antiguas creencias y sus primitivas costumbres, y ningún freno es capaz de contenerlos cuando se convencen de que se da un ataque a la inmunidad de su pueblo. No por esto se entienda que se trata de arrancar con las amenazas un acuerdo favorable para nosotros. El buen juicio de usted comprenderá que nuestro objeto ha sido sólo indicar lo que sin culpa nuestra puede suceder.- Esperamos que informará nuestra representación como pedimos, en lo que recibiremos merced.- Salvatierra, veintiséis de noviembre de mil ochocientos sesenta y siete. Juan B. Arias (rúbrica).- Joaquín López (rúbrica).- Jesús Soto (rúbrica)”.
No he logrado saber qué fue lo que siguió en este caso, aunque es fácil suponer que nada, y lo califico de curioso porque los signantes del escrito se escudan detrás de la población indígena, que nunca ha predominado en Salvatierra ni se le ha hecho el menor caso, y porque, además de pretender que el gobierno estatal emitiera decretos sin sustento, parecían ignorar que bajar de su lugar una campana y sacarla de su población no es igual que cortar al paso una manzana del cercado ajeno.

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