sábado, 12 de marzo de 2011

Próxima publicación de la antología sobre José Luz Ojeda López realizada por Jesús García y García

 

El peregrino de la palabra

 

 

Desde tu mal, desde tu entraña, desde tus

lágrimas, quiero ser voz-germinal. Pensar

desde ti, desde tu centro hablarte...

Josep Palau i Fabre

 

 

Somos legatarios de José Luz Ojeda. No conforme a derecho, pero sí conforme a naturaleza, todos los católicos —especialmente los mexicanos y de modo particular los abajeños—podemos solazarnos con los intangibles bienes que para nosotros destinó el testador, provenientes de su actividad estética y de su ético ejemplo.

Al tratar de rescatar aquí lo más selecto de tan rico legado, antes de que todo él se disuelva en el tiempo, sentimos la necesidad de bosquejar un retrato de nuestro benefactor, al que, según confesión propia, tanto le preocupó —sobre todo en la etapa en que se preparaba para ejercer como "peregrino de la palabra", es decir, como misionero— que su voz fuera germinal:

 

Porque nuestra tarea como predicadores no estriba únicamente en decir palabras: hay que poner sangre sobre ellas, para que Dios las haga germinar.[1]

 

Si hurgamos en sus Memorias,[2] es posible extraer por lo menos los más ostensibles méritos del padre Ojeda como clérigo, maestro, predicador, poeta y biblista. Otra cosa conoceremos o confirmaremos: que de un modo estoico e indeclinable nuestro personaje supo arrostrar los peligros de la persecución religiosa, especialmente durante los años de su formación sacerdotal.[3]

En su ocurrente narración van fluyendo las líneas torales de su perfil curricular: nació el 27 de diciembre de 1899 en San Nicolás de los Agustinos, municipio de Salvatierra, Gto.,[4] lugar aquél que como centro de población tenía la categoría de hacienda, y, considerado como centro de explotación agropecuaria, pertenecía a una clase de igual denominación, hacienda, la que todavía entonces daba gusto por lo productiva, aunque, de otra parte, producía espanto por los métodos injustos y procederes desalmados de sus propietarios civiles, verdaderos neoconquistadores extranjeros, primero Gregorio Lámbarri y después los Bermejillo, marqueses de Mohernando.[5]

Los padres de José Luz fueron don José Luz Ojeda Patiño —un domador de caballos que murió aplastado precisamente por un equino cuando el cuarto de sus hijos y tocayo tenía apenas cinco años— y doña Genoveva López, quien vivió bastante más, hasta el Viernes de Dolores de 1940. Menciona a sus hermanos: "eran seis: antes de mí, Lola, Pachita y María; después de mí, Ricardo, Baltasar y Cuca".

"Ranchero" de origen —como se autocalifica—, el padre Ojeda dice que debe a esa condición, entre otras cosas,

 

...cierta sorda rebeldía, la inclinación irresistible a la contemplación de la naturaleza [...] y, sobre todo, la admiración, de la que ya hablaba el viejo Aristóteles en su Metafísica, y a la que estimaba tanto Descartes que a ella reducía todas las pasiones, como Bossuet las reduciría, más tarde, al amor.[6]

 

Admiración, por lo demás, que a nuestra vez le debemos a Ojeda en este siglo en que parece estarse agotando en el mundo la capacidad de asombro.

El pequeño José Luz fue llevado, cuando aún no cumplía la edad de dos años, a vivir a la cabecera del distrito, donde se le vino a las mientes

 

que era de agradecerle al Lerma la feliz ocurrencia de pasar por Salvatierra para dejar el iris del "Salto", la gracia antigua del puente y las dos franjas de la sabinera [...], una de las más bellas del río [...] en su largo recorrido.[7]

 

Tuvo lugar en Salvatierra su formación escolar básica, muy a la manera usual de la época,

tentaleando en varias escuelas más o menos improvisadas —su recordada "de Moniquita y Amparito", entre ellas—, hasta llegar al colegio formal, el de Nuestra Señora de la Luz, dirigido por don Pedro Sosa.

            En su deseo de entrar al seminario,[8] obtuvo una carta de recomendación del padre Vicente de P. Meza, el nuevo director del colegio de Nuestra Señora de la Luz. Con esa palanca ingresó, en Morelia, al internado de San Ignacio.[9] La clausura de los establecimientos de enseñanza religiosa el 31 de julio de 1914 por los triunfantes carrancistas que pusieron por gobernador de Michoacán al general Gertrudis Sánchez, trajo a José Luz nuevamente a Salvatierra, donde, tras un frustrado intento de reincorporarse al seminario, que pronto había vuelto a operar (esta vez en condiciones de clandestinidad), se dedicó al comercio en la tienda de abarrotes propiedad de su familia.

 

Felizmente —dice— lo que yo tenía de comerciante no pesaba veinte gramos en las balanzas de la tienda de mi casa.[10]

 

            Ese mismo año estalló la Primera Guerra Mundial, murió Pío X y ascendió al pontificado Benedicto XV.

            En esas andaba el mundo cuando llegaron a Salvatierra René Capistrán Garza, Julio Jiménez Rueda y Jesús Rodríguez Gaona —colaboradores, entonces, del padre Bernardo Bergöend— a fundar el centro local de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, lo que fue posible gracias al concurso de Ojeda, entre otros:

 

me di por entero a aquella asociación, de la que fui, sucesivamente, secretario, presidente, tesorero, en una palabra, todo lo que podía ser.- Quieras que no quieras, en la A.C.J.M. tuve que subir a la tribuna, salir a las tablas, lanzarme a las obras sociales, y, a causa de esto, hube de pasar por el corredor sombrío de las más duras críticas y de las cuchufletas vulgares. Porque, en nuestras ciudades de provincia, hay siempre un grupo de descontentos, que forman una de las más grandes cofradías del mundo, y otro de inútiles, que a veces se disfrazan de intelectuales, y que se pasan la vida disparando, contra los que hacen algo en el campo católico, todas las flechas de su aljaba.[11]

 

Sin contar con que para ese entonces ya debe haber pesado sobre José Luz, como una losa, el secreto deber de exhibir ante la comunidad una conducta personal que contrastara suficientemente con la de algunos parientes suyos, exaltados campeones del más galopante machismo mexicano.

De aquellos sus días de acejotaemero datan su adicción a la lectura, sus primeros devaneos de muchacho romántico, su primer tomo de versos, la publicación del periódico Lux:

 

Nos tomaba tiempo y afanes no sólo escribirlo, sino "pararlo" y "tirarlo" en gran parte de la noche del sábado, tras de lo cual nos tumbábamos a dormir, en la imprenta, sobre camas de recortes de papel. Pero éramos felices.[12]

 

Desde su regreso a Salvatierra el hostigamiento a los católicos había continuado en casi todo el país: el carrancismo, triunfante en 1914, se lanzó contra la Iglesia:

 

 [...] los obispos, excepción del de Cuernavaca, que estaba en la región de Emiliano Zapata, se vieron obligados a salir del país; los sacerdotes fueron encarcelados, desterrados o fusilados, como el padre David Galván, a quien dieron muerte los carrancistas porque estaba confesando, entre las balas, ¡a un convencionista! Las religiosas fueron expulsadas de sus conventos, y, en muchos casos, entregadas a la soldadesca [...] los vasos sagrados, las imágenes y los templos fueron profanados; los edificios de las corporaciones católicas fueron ocupados, y algunos votados, prácticamente, a derrumbarse en ruinas. En todo se puso la garra, y todo se pisoteó... ¡para "castigar a la clerecía"![13]

 

En Michoacán, el 4 de mayo de 1915,el gobernador Alfredo Elizondo emitió un decreto por el cual abolía la enseñanza religiosa en el estado y prohibía de manera especial los seminarios, por lo que el diocesano de Morelia tuvo que ser clausurado, aunque la enseñanza siguió dándose ocultamente en casas particulares a grupos pequeños de alumnos. Con increíbles dificultades y peligros se terminó el curso de 1915, y los de 1916 y 1917 se hicieron en idénticas condiciones.[14]

Desde octubre de 1917 las cosas empeoraron. Los mexicanos anticatólicos se alinearon con el bolchevismo triunfante en Rusia, que anunciaba la libertad del hombre pero en la práctica suprimía fundamentales derechos humanos y todo lo que es democracia y, además, "mataba" a Dios. El comunismo moreliano acabaría por provocar sangrientos sucesos en mayo de 1921.

Saltando sobre la carga de ideología contraria, José Luz Ojeda volvió un día al seminario, "doblado ya el cabo de los veinte años", para seguir su carrera religiosa, ya sin interrupción alguna, pese a los peligros que aún le acechaban.

En cuatro años (1921-1924) despachó los estudios del Seminario Menor (asignaturas de latinidad y filosofía). El rector lo fue, con algunas ausencias, don Luis María Martínez. Al mismo tiempo, Ojeda estudió el francés y empezó a poetizar en serio. Le apasionaba la historia.

Ya en el Seminario Mayor (en el que se llevaban las materias de teología, derecho canónico, liturgia y otras), de entrada imprimieron honda huella en su memoria dos novedades que para él fueron gozosas: el uso obligatorio y cotidiano de la sotana, y su primera clase como profesor (academia de castellano). Recuerda a sus profesores: don Luis María Martínez, los canónigos Luis Madrigal y José Gaytán y los padres Pedro Aceves, José Gamiño, Joaquín Sáenz, Gregorio Alfaro, Jesús Campos e Ignacio Aguilar. El padre Rafael de la Vega era el prefecto. Durante el período presidencial de Plutarco Elías Calles, a pesar de que estudiaban muy a las escondidas, los seminaristas sufrieron detenciones, interrogatorios y amenazas, como represalia a "la revuelta de los cristeros". A su gran amigo Fernando Ruiz Solórzano (más tarde, sucesivamente, secretario de la Mitra moreliana y arzobispo de Yucatán) en cierto momento lo dieron por fusilado.

Debido al endurecimiento de las leyes en contra de la Iglesia por parte del régimen político imperante, el 31 de julio de 1926 fue suspendido el culto religioso en todos los templos del país. Simultáneamente se inició el movimiento armado que llaman "La Cristiada", por el cual los católicos que no soportaron más la violación de sus derechos y de su dignidad los reclamaron con fuerza y valentía. En circunstancias de subrepción, José Luz recibe, el 18 de diciembre de ese mismo año de 1926, las órdenes menores del exorcistado y el acolitado.

            Por la forma en que se ve obligado a trabajar el seminario, su cabeza visible es Ojeda, pero sin ser vicerrector. El 28 de febrero de 1928 es detenido por agentes del gobierno, quienes le dicen al soltarlo: "El seminario ya no se abrirá más. Les dice a sus alumnos que eso de las cosas de los curas ya se acabó en México, y que se vayan a sus casas".

En el mismo año, el 2 de junio le es administrada la orden del diaconado, y el 22 de diciembre queda ordenado sacerdote.

El día 3 de enero de 1929, en una casa de Salvatierra, celebra su primera misa y de esa forma festeja el día onomástico de su madre. A finales de junio se entera de que finalmente se arregló el conflicto religioso.

Se estrena como predicador el 11 de julio de 1929, en ocasión de la solemne reapertura de cultos en Salvatierra.

Solicitado por el obispo de Querétaro monseñor Francisco Banegas y Galván, el presbítero José Luz Ojeda fue de 1931 a 1933 a fungir como prefecto espiritual del seminario queretano, el cual, para variar un poco, cayó en el funcionamiento clandestino, debido al acoso del gobernador Saturnino Osornio. Cuando éste clausuró el colegio afirmó que lo hacía porque "así lo exigía la seguridad del Estado", pues "se tenían noticias de que en dicho edificio se celebraban juntas de carácter político".[15] En el último de esos años Ojeda estuvo en Coroneo, Gto., a donde fue trasladado el seminario menor.

Requerido por la arquidiócesis moreliana, allá volvió y se enteró de que querían poner sobre sus hombros la dirección espiritual del seminario menor arquidiocesano. Apeló ante el vicerrector, su amigo el padre Fernando Ruiz Solórzano, y logró que se revirtiera aquella decisión, aunque no inmediatamente. Mientras tanto vino lo que Ojeda llama la diáspora, semánticamente así explicada:

 

Esta palabra era, en un principio, traducción de expresiones hebraicas de cierta dureza, como 'ser arrojado' o 'desterrado'. Luego designó la presencia de minorías del judaísmo en el mundo gentil, y más tarde, considerándose esta dispersión como un beneficio a causa del proselitismo judío, la palabra cobró cierto timbre de grandeza. En un sentido más alto, para los cristianos designa esta vida, ya que, según las Santas Escrituras, 'no tenemos aquí ciudad permanente', porque nuestra patria está en los cielos.[16]

 

La diáspora fue el más largo y difícil desplazamiento del seminario arquidiocesano de Morelia, primero por tierras del Bajío y después por la sierra michoacana. Duró desde 1934 hasta 1943. El seminario mayor se estableció en Celaya y allí pudo aguantar hasta que vinieron mejores tiempos. Pero el seminario menor sufrió una gran dispersión tocando desde ciudades hasta rancherías: Salvatierra, Salamanca, Rincón de Tamayo, Eménguaro, Huapango, La Esperanza, Los Fierros, Villa Madero y la Cañada de la Vuelta; esto en el Bajío, y más tarde en la sierra michoacana: en Tlacotepec, por los años de 1938 y 1939; en Santa María de los Ángeles, por 1940, y en San Francisco de los Reyes, de 1941 a 1943.

Con asistencia del padre Ojeda a la ceremonia, la imagen de Nuestra Señora de la Luz, patrona de Salvatierra, fue coronada pontificiamente, con gran regocijo popular, el 24 de mayo de 1939, mediante autorización otorgada por el papa Pío XI, quien murió ese mismo año y fue sucedido por Pío XII. Terminó la guerra civil española y comenzó la segunda guerra mundial.

En 1940 el padre Lucito compró su cámara "Rolleiflex", de la que se haría acompañar en sus salidas durante mucho tiempo y la que habría de proporcionarle tantos y tan sanos recreos. Ese mismo año, el Viernes de Dolores, perdió a su madre.

El 9 de febrero de 1944 se cumplieron tres centenarios de la fundación de Salvatierra. Se convocó a un concurso de poesía alusiva al acto y el primer lugar lo ganó el padre José Luz Ojeda. La composición lleva por título "Canto secular a Salvatierra". El premio consistió en una medalla de oro donada por el Senado de la República, un diploma de honor expedido por los organizadores y cien pesos en efectivo, obsequio de la empresa Clemente Jacques y Cía. La decisión en su favor fue dictada por el poeta doctor Enrique González Martínez y el doctor en filosofía y letras por la universidad de Lovaina Jesús Guisa y Azevedo.

Mientras tanto, seguían sus labores de maestro en el seminario (enseñaba, al final, historia de México y francés). Sin perjuicio de aquellas, lo adscribieron a algunas actividades administrativas en la curia arquidiocesana.

El día que arrancó el año de 1951 emprendió formalmente sus actividades misioneras, a las cuales siempre se había sentido tan atraído. La primera misión la hizo, acompañado de algunas Madres Eucarísticas de la Trinidad, al pueblecito de Melchor Ocampo, cercano a la costa del Pacífico; la misión produjo abundantes frutos. Para la segunda escogió el Carrizal de Arteaga y ésta fue tan exitosa como la anterior. En seguida se fue a Celaya para establecer allí su centro de operaciones, del cual salió a innumerables partes a misionar, incluyendo alejadas localidades del norte de la república.

Entre salidas a misión y a predicaciones aisladas, se fue volviendo celayense por adopción. En la ciudad cajetera se encontró con viejos amigos y tejió nuevas relaciones. En ese sitio se enteraría de los acontecimientos importantes: el advenimiento del papa Juan XXIII; la celebración del concilio Vaticano II; los movimientos estudiantiles de 1968, especialmente en Francia y en México; la llegada del hombre a la luna; la ascensión de Juan Pablo II al solio pontificio; el sismo de México en 1985...

Su creación poética en ningún momento cesó. En reconocimiento de ello, la sociedad literaria "La Trapa", de León, Gto., llamó a Ojeda a su seno y lo recibió en julio de 1956.

El obispo Alfonso Toriz Cobián le otorgó la dignidad de canónigo honorario de la catedral de Querétaro; tomó posesión de su asiento en el coro el 19 de septiembre de 1963.

Inició, en enero de 1967, un venturoso contacto con el también sacerdote don Luis Alonso Schökel, S.J., del Pontificio Instituto Bíblico. Esta relación culminó con el viaje de trabajo que don José Luz Ojeda hizo a Roma, amparado por una especie de beca, en 1969. Integrado en el equipo que comandaba Schökel, tuvo participación sobresaliente en la traducción de El libro de Job y el Cantar de los cantares.   

La noticia de la erección de la diócesis de Celaya se recibió en dicha ciudad el 8 de febrero de 1973. Al formarse la curia de la nueva diócesis, el padre Ojeda fue nombrado canónigo.

La muerte, cuyo temor expresaba desde 1925 en su demasiado anticipado poema "El último huésped", acabó sorprendiéndolo en su casa de Celaya el 29 de mayo de 1989, cinco días después de celebrarse el cincuentenario de la coronación pontificia de su eterno amparo y guía, la Virgen de la Luz de Salvatierra.

 

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            El seminario tridentino de Michoacán dio en la primera mitad del siglo XX, a pesar de la rémora que supusieron muchos años de aciaga persecución religiosa, una estirpe inusitada de valores, es decir, de personajes que se distinguieron en sus respectivas actividades, hayan sido éstas científicas o artísticas. Tal estirpe cuajó de manera especial en tres poetas sobresalientes, que citamos aquí en orden de edades, que es también el orden de su consagración sacerdotal, así como el de su entrada en el mundo de la publicación literaria: José Luz Ojeda López, Francisco Alday McCormick y Manuel Ponce Zavala.

La poesía, si verdaderamente lo es, y, muy particularmente la lírica, debe tener algo más o menos enigmático, algo que los lectores debemos rastrear. En esto hay grados y grados. Un grado por demás bajo nos llevaría a lo pedestre y uno por demás alto, a lo incomprensible. Lo mismo ocurre en materia de estilos, escuelas y corrientes.

La inclinación de Ojeda fue siempre a lo clásico, con formas decididamente inteligibles. Su producción más temprana se sitúa entre 1921 y 1933. Era imposible, pues, que se librara de la influencia del ya expirante modernismo. Su producción tiene inevitables ecos de Darío y Nervo, aunque se nota su intento de rechazo a ello. A partir de 1925, más o menos, dueño ya de una nueva lengua, la francesa, fue atendiendo preferentemente a los modelos franceses, particularmente Mallarmé y Claudel, de quienes algo le quedó.

Alday, en un término medio, le añadió personal prestancia a su composición siguiendo una ponderada tendencia a la innovación; y su moderación se debe —lo afirma Alejandro Avilés— a que siempre le interesó ser entendido más que admirado.

Ponce, en cambio, presentó a rajatabla su estilo innovador. Anticipado a su tiempo, sus primeros lectores quedaron divididos entre los que no lo comprendieron y los que acaso lo comprendieron demasiado. De los tres fue el que a la postre alcanzaría mayor renombre. Entre otros honores, tuvo el de ser nombrado individuo de número de la Academia Mexicana.

 

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No es entendible por qué José Luz Ojeda tenía cierto empeño en decir que era casi casi un bravucón apenas mitigado, un individuo capaz de incurrir en furores por quítame estas pajas:

 

"Todo lo que hay en mí de mexicano un poco desgarrado se hubiera levantado en armas...", "A mi origen ranchero debo quizá cierta sorda rebeldía", "...mis violentas corajinas, aunque no fueran más que espuma de cerveza, que luego se bajaba".

 

Porque vive todavía un copioso número de personas que tuvieron trato frecuente con él o lo veían con cierta repetición celebrando la misa, confesando, predicando o deambulando simplemente por las calles, con cámara fotográfica o sin ella, y dan fe de que se trataba de un hombre siempre sosegado, flemático, pacífico, circunspecto... De él podía decirse lo que de Guillermo Prieto apuntaba Antonio Acevedo Escobedo:

 

Don Guillermo Prieto andaba siempre disfrazado de don Guillermo Prieto. Su aspecto es el mejor resumen de su carácter...[17]

 

Así el padre Ojeda andaba siempre disfrazado de padre Ojeda, del sereno padre Ojeda. Bien lo comprendió Herminio Martínez Ortega, quien sin empacho habla

 

... de aquel ser excelente, cuya bondad y sabiduría no conocieron el reposo. Porque don José Luz siempre fue bueno y sabio [...] Su palabra era un rocío de serenidad sobre el cansancio de las almas.[18]

 

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Para tener acceso a algunos libros que se requerían para la composición de éste, hubimos de solicitar ayuda. Fue muy valiosa la que nos brindaron las siguientes personas: señora María de Jesús Silva de García, señor don Guillermo Carrillo Cáceres, C. P. don Luis Estrella Primo y Lic. don Pascual Zárate Ávila. Quedamos agradecidos.

 

 

 



[1] OJEDA José Luz, Tierra, canto y estrellas. Memorias sin memoria, México, Jus, 1975, p. 209. Juicio de Joaquín Antonio Peñalosa sobre este libro: "prosa elegante, castiza y señorial".

[2] Op. cit., passim.

[3] El Académico de la Historia y canónigo don Jesús García Gutiérrez (vid. Acción anticatólica en Méjico, México, Helios, 1939) dice que en nuestro país, desde mediados del siglo XVIII, el estado habitual es el de persecución religiosa. No debe extrañarnos, pues, que, como circunstancia premonitoria, en el mismo año del nacimiento de José Luz haya surgido en San Luis Potosí el Círculo Liberal Ponciano Arriaga, grupo político que cuestionaba al régimen porfirista por haber éste abandonado las ideas de la Reforma y por "permitir que la Iglesia hubiera cobrado beligerancia". Los integrantes de este Círculo iban a ser los precursores de la revolución de 1910, a cuya sombra se originarían tantos episodios persecutorios.

4 OJEDA José Luz, Op. cit., p. 14. En ese año nuestro planeta tenía cerca de mil 600 milllones de habitantes.

5 La hacienda de San Nicolás de los Agustinos fue fundada en la segunda mitad del siglo XVI y en seguida se convirtió en la más preciada joya de las propiedades agrícolas de la provincia agustiniana de San Nicolás de Tolentino de Michoacán. En el siglo XIX la vendieron los frailes.

 

 

[6] OJEDA José Luz, Op. cit., p. 14.

[7] Ibidem, p. 25.

[8] Su inclinación levítica quedó al descubierto muy tempranamente. De pequeño jugaba a los altarcitos y "bautizaba" a las muñecas de sus hermanas. Decía que "quería ser Padre". Pero tenía "frenillo": no podía pronunciar bien algunas letras, y por ello sus parientes le decían que "no podría ser Padre"; pero Lucito replicaba que sí lo sería y que a todos ellos los iba a hacer llorar con sus sermones. En cuanto llegó a la edad conveniente, entró a servir al templo parroquial en calidad de monaguillo [informó Ana María Ojeda viuda de Reséndiz, 10 de octubre de 2003].

9 Desde el siglo XVI Salvatierra  (primitivamente Guatzindeo-San Andrés Chochones) ha venido perteneciendo, en lo eclesiástico, a la diócesis de Michoacán, actual arquidiócesis de Morelia, dilatada provincia eclesiástica a la cual su arzobispo Leopoldo Ruiz y Flores atribuía en la visita ad Limina de 1920 una población de un millón 45 mil 155 habitantes, distribuidos en una extensión de 22,136 km².

10 OJEDA José Luz, Op. cit., p. 46.

 

 

[11] Ibidem, p. 47.

[12] Ibidem, p. 48.

[13] Ibidem, p. 55.

[14] Cfr. BRAVO UGARTE José, Historia sucinta de Michoacán. III, Estado y Departamento (1821-1962), pp. 209-210.

[15] OJEDA José Luz, Op. cit., cfr.pp. 138-139.

[16] Ibidem, nota en la p. 147.

[17] ACEVEDO ESCOBEDO Antonio, En la ola del tiempo, México, Jus, 1975, p. 131.

[18] MARTÍNEZ ORTEGA, Herminio, "Palabras para un prólogo", apud OJEDA José Luz, El vendaval de la Pasión y otros poemas, México, Universidad de Guanajuato (Centro de Investigaciones Humanísticas), 1988.

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