jueves, 2 de junio de 2011

Diario del pintor acambarense Jorge López Medina

Apuntes de mi diario: Jorge López Medina

25 de mayo de 2011. León de los Aldamas.

1. Fernando del Paso dijo en una entrevista publicada ayer en La Jornada que “a diferencia de la literatura, el dibujo es más desenfadado”. Pero creo que ese desenfado es una disposición que puede ser aplicable a todo cuanto hacemos. Más bien, todo depende del grado de atención que se esté poniendo en el hacer. Si se trata tan sólo de un garabateo descuidado, sin una auténtica intención configurativa, entonces sí que hasta puede ser diversión gratuita o terapéutica para aliviar ciertas tensiones. Pero si nuestros primeros trazos alcanzaron luego el nivel de un big-bang pariendo un mundo antes inexistente, entonces nuestro ánimo realmente “sufre” el contradictorio dolor placentero que tiene el acto creativo. ¿Para qué el parangón cuando quizás tan emocionante y ardua es la labor que exigen ambas tareas; si tienen el mismo principio: la hoja en blanco? Su reto imperativo es la creación a partir de la nada. El dibujante trae a sus seres a la existencia concreta y por lo mismo sensible; el escritor otorga a los suyos la vida subjetiva y al mismo tiempo decide su destino. Finalmente, ambos juegan a ser Dios.

2. Hoy cayó aquí la primera lluvia de la temporada. Aunque fueron más el luminoso alboroto de las nubes y sus descargas sonoras que el agua que nos llegó al ras de tierra, la ventisca que de pronto se soltaba algo refrescó el horno en que se había convertido la casa. Esta tarde se había ya vuelto más ardiente por una falla eléctrica que no dejaba hacer bien su trabajo al ventilador recién comprado por Chatita. Seguro se puede ver desde la calle el vapor que desprende la plancha del techo, como cuando mojamos un comal recién retirado de la lumbre. Pero sólo fueron gotitas de esperanza. Un ya mero... Una escaldada a la tierra, como dicen en el rancho.

3. De reojo descubrí a un diminuto alacrán que se acercaba a mi mesa de trabajo. Lo delataron la artillería enroscada de su retaguardia y sus todavía delgaditas tenazas que como indecisas manos de ciego tentaleaban en el piso. Su imprudencia tuvo el costo mortal que tiene todo encuentro como este. “Ni modo pequeñín: que evoluciones a mejor especie”, pensé un segundo antes del pisotón.

Aquí no es escasa esa especie de criaturas. Pero fuera de esa instintiva animadversión que se les tiene, y curado ya del efímero remordimiento, me imaginé los maravillosos acontecimientos que suceden en el microcosmos, pasando la puerta apenas, hacia el exterior de esta casa, en las orillas de la ciudad: la proliferación silenciosa, los conflictos inevitables de la convivencia, la búsqueda incesante de alimento y de pareja, la riqueza de la vida que se puede presentir en momentos de ensoñación como este.

4. Son las cero horas. Afuera, en el callejón sin faroles, creo que hay una orgía de perros callejeros. La Gandalla está en celo y parece ser ella la que chilla y se resiste. Algunos perros gruñen, ladran, gritan un alegato bestial muy cerca del portón en su lucha por desplazar a los demás candidatos que merodean excitados y enfurecidos. Otros más lejanos hacen eco. ¡Valla noche que tendré!

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