viernes, 27 de febrero de 2009

La libertad del espíritu del Club Zorros

Mi entrega a la causa

Por J. Jesús García y García

Don Manuel Vera Figueroa, mi compañero de trabajo en un principio, mi jefe después, más adelante mi compadre, siempre mi amigo, fue quien me conquistó para el Club “Zorros”. Sus argumentos fueron muy persuasivos: yo podría tener cotidiana distracción en el local del club que funcionaría como centro de recreo, disfrutaría de las sesiones culturales que se efectuaran ya fuera en el local o ya fuera en los sitios históricos de la ciudad (de una manera poco menos que mágica me había atraído la denominación que usábamos de “círculos de estudio”) y podría participar en los homenajes que el organismo rindiera a los salvaterrenses distinguidos.
El mismo día que ingresé al Club (menos de dos meses después de haber sido éste fundado) se me dio el nombramiento de Secretario de Labor Cultural y Social.
Por reglamento, los períodos de funcionamiento del cuerpo directivo eran muy cortos, apenas de seis meses, pero se valía la reelección. Yo estuve casi permanentemente en la directiva, varias ocasiones como Presidente. Lo era precisamente cuando se fundó el periodiquito “El Zorro”. Corceles de ilusión con bridas de esperanza remolcaban nuestras inquietudes. Pancho Vera —fogoso e irreductible viandante del pensamiento— nos reunió un día en junta informal y en ella ejecutó el toque agudo de su imperativo cortante: “¡Fundemos un periódico!”. No se necesitó más para llevar aquella idea al terreno de los hechos. Aunque yo no era el Director, me tocó escribir el editorial de presentación. El Director durante los primeros diez números lo fue Arturo Mendoza Morales. Yo sustituí a Arturo y en casi dos años de publicación, cuando no fui Director fui Jefe de Redacción.
El primer local estuvo en la calle de Juárez, en una accesoria de la casa que entonces estaba marcada con el número 37. A ese lugar fuimos los socios de ese momento cargando una silla que llevamos desde nuestra morada particular. De Juárez 37 pasamos al teatro Ideal.
En 1952, en ocasión de su aniversario número uno, el Club
otorgó por primera vez el público nombramiento de Salvaterrense Distinguido, contando para ello con la colaboración de la Presidencia Municipal, del Club de Leones, del Consejo de Caballeros de Colón y del Club Ciclista “Águilas”. La persona homenajeada en esa ocasión fue el maestro don José Dolores Herrera Martínez, artífice del tallado en madera y defensor de la ecología.
Esta es una relación sucinta de los méritos de don José Dolores:
— Haber realizado, por encargo del señor presbítero don Luis G. Becerra, la talla de un sagrario para el Santuario de Guadalupe. Este sagrario es una réplica exacta del “Pocito de la Villa de Guadalupe”. Se compone de más de dos mil piezas y muestra una gran perfección y belleza.
— El cancel y el portón monumentales del templo parroquial de la Luz son obra así mismo de Herrera Martínez, quien empleó en ellos dos años de esforzado y perseverante trabajo. La bendición y estreno tuvieron verificativo el 2 de febrero de 1948.
— También construyó otras obras de mérito artístico: un cancel y un púlpito en el templo de San Francisco, dos puertas en la planta alta de la Casa Municipal, y la puerta mayor de la que entonces era capilla de la Sagrada Familia, en la colonia Álvaro Obregón.
— Y es importantísima esta otra faceta suya: El que era diputado federal por nuestro distrito en 1946 (XXXIX Legislatura, 01-09-43 / 31-08-46), ingeniero José R. Velázquez Nuño, tuvo la ocurrencia de ponerse a fabricar muebles de madera de sabino, muy aromáticos, muy durables -y muy bien cotizados-, y, sin escrúpulo alguno, se surtió baratamente de la materia prima haciendo una criminal tala de los sabinos que pueblan las riberas del río Lerma a su paso por nuestra localidad. Herrera Martínez, con ejemplar actitud cívica y a riesgo de su seguridad personal, se enfrentó decididamente al devastador, protestando públicamente por aquella destrucción, en lo cual pudo coordinarse con don Jesús Guisa y Azevedo, quien llevó a la prensa la denuncia. Desgraciadamente Velázquez Nuño había actuado con mucha celeridad, y antes de que diera frutos la enérgica actitud de Herrera Martínez, el pérfido político aquel alcanzó a arrasar un sitio no muy extenso pero bellísimo al que conocíamos con el nombre de “El Paraíso”.

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