FOTOS: FUNDACIÓN ORTEGA
José Ortega paseando con Juan Belmonte
Con la interesante corrida de feria del 2 de febrero en Salvatierra, Gto., nos viene al caso reflexionar sobre cómo la influencia de la cultura popular hispana alcanza con fuerza a las tradiciones de la población salvaterrense, de una manera identitaria, por lo que la feria se convierte en una expresión muy clara y transparente del mestizaje que inunda a la feria de La Candelaria, donde la danza prehispánica comparte espacio con las "Manolas" y la fiesta taurina:
"Muchas veces anunció Ortega y Gasset la publicación de su tratado Paquiro o de las corridas de toros. Por desgracia, nunca llegó a hacerlo.
Entre los papeles de trabajo del filósofo, que se custodian en el Archivo de la Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, de Madrid, los investigadores Felipe González Alcázar y María Isabel Ferreiro Lavedán han estudiado el contenido de una carpeta titulada «Toros» y acaban de publicar su primera parte en la Revista de Estudios Orteguianos (nº 21, noviembre de 2010). Además de una aportación cultural notable, supone esto una confirmación del interés apasionado del filósofo por la Fiesta. Y un argumento valioso más —entre los innumerables que existen— a favor de la trascendencia cultural de la Tauromaquia: algo especialmente oportuno en momentos en los que, desde la política sectaria o la simple ignorancia, tantos la combaten.
El hallazgo
Se trata, según sus editores, de una voluminosa carpeta, que contiene seis subcarpetas; en total, más de cien notas: la mayoría, como los títulos y subtítulos, manuscritas por Ortega. Son textos que, hasta ahora, eran absolutamente inéditos y desconocidos, de los que ofrecemos aquí una muestra. Están ordenadas estas notas por temas, no por cronología: el interés de Ortega por la Tauromaquia y su intención de escribir un tratado sobre ella persisten a lo largo de toda su vida.
A ese futuro tratado parecen claramente destinadas estas notas, tanto las reflexiones personales como la anotación de datos históricos. Para ello, ha manejado Ortega sobre todo los libros del Conde de las Navas,El espectáculo más nacional (1899); José Daza, Precisos manejos(1777), y Velázquez y Sánchez, Anales del toreo(1868). Completa esto a lo ya publicado, en la misma revista, por Felipe González Alcázar, que trazó un interesante itinerario biográfico de Ortega, en relación con la Tauromaquia.
Llama la atención un manuscrito titulado «Sobre las corridas de toros o Secretos de España», en el que juega irónicamente Ortega con los que le tildan de filósofo «extranjerizado y extranjerizante»: paradójicamente —dice— es este pensador tan poco castizo el que viene a llamar la atención de los españoles ante el hecho de que las corridas modernas cumplan su segundo centenario. (El texto procede, quizá, de 1940 y Ortega pensaba en 1740 como su fecha inicial).
¿Por qué le apasionaba tanto a Ortega el tema taurino? Porque está profundamente enraizado en nuestra cultura popular: «Ningún aspecto de la vida española me es desconocido ni me fue indiferente».
La historia de España
Es lo mismo que ha escrito en otras ocasiones: «Es un hecho de evidencia arrolladora que, durante generaciones, fue, tal vez, esa Fiesta la cosa que ha hecho más felices a mayor número de españoles... Sin tenerlo con toda claridad, no se puede hacer la historia de España desde 1650 a nuestros días».
Con su habitual falta de humildad, proclamaba: «He hecho lo que era mi deber de intelectual español y que los demás no han cumplido: he pensado en serio sobre ella».
Lejos de cualquier tópico castizo, aventura que probablemente «el tamborileo y la clarinada de la salida y cambio de suerte procedan de los vascos».
Coincide con su amigo —y colega de capeas— el arabista Emilio García Gómez en la dificultad de recordar con exactitud lo que nos ha emocionado tanto en los ruedos.
Encuentra en el libro de José Daza una observación que le encanta: algunas suertes deben hacerse «con unas prisas muy sosegadas». Es algo aplicable a muchas parcelas estéticas.
Se preocupa por la evolución de la Fiesta, desde los tiempos de Pedro Romero: «Se ha perdido hasta la noción de lo que era el momento esencial: matar». En otras ocasiones, ha alertado sagazmente sobre el riesgo de manierismo esteticista que la amenaza.
Sabe ver perfectamente que el toro no es «una fiera» a la que se caza, sino «un compañero, que está ahí para medirse con él». Y concluye rotundamente: «Gracias a las corridas, existe hoy la especie toro». Algunos —dentro y fuera del Parlamento catalán— siguen sin enterarse.
Una anécdota: no habíamos tenido noticia alguna, hasta ahora, del intento de organización de una corrida de toros, a la que se invitaría a Hemingway y Montherlant, usando como mediador a su amigo Gary Cooper. Y añade, con sentido práctico: «Que paguen los viajes los toreros».
De capea con Zuloaga
Aporta González Alcázar datos y documentos inequívocos sobre su afición al toreo de salón, del que se consideraba «consumado ejecutor», y lamentaba la pérdida de las largas, capote al hombro. También era aficionado práctico: de joven, como «peón de confianza» de su hermano Eduardo, por los pueblos castellanos; después, en Azpeitia, en la capea organizada por Ignacio Zuloaga; en «Navalcaide», la finca de su gran amigo Domingo Ortega.
Proclamaba también, como metáfora vital, sentirse torero. Recuerda Madariaga la opinión de La Argentinita, al conocer a Ortega: «Pues mire usted, un torero malagueño». En un coloquio, en Ginebra, se presentaba Ortega como «un pequeño señor español que tiene cara de viejo torero». «Torero del ser», le llamaron en Alemania. Y él mismo se comparaba con un espontáneo: «Yo soy de por vida ese eterno chico de la blusa y no puedo contemplar un problema astifino sin lanzarme hacia él insensatamente».
Hijo de un crítico de toros, a Ortega le encantaba fotografiarse, con sombrero cordobés y capote al brazo, junto a Machaquito, en una Plaza cordobesa.
Desde su primer libro, las Meditaciones del Quijote (1914), anunció la publicación de su Paquiro. Nunca abandonó el proyecto, nunca lo completó. Solo ahora hemos podido conocer algunas de las notas que iba tomando...
En una foto de Canito, vemos a dos hombres que torean una becerra, sosteniendo, cada uno, una punta del capote. Uno, joven, con traje campero, se llama Domingo Ortega; el otro, más mayor, con chaqueta y pantalón, se llama José Ortega y Gasset. Torean al alimón: toros y cultura."
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