jueves, 24 de marzo de 2011

El vendaval de la pasión, poema antologado por Jesús García y García en "José Luz Ojeda, voz germinal"


De Agua que corre, México, s. e., 1944
El vendaval de la pasión

"Et c'est Vous que l'on appelait le fort et l'Inaccessible!

Le Ciel et la Terre interdits considèrent cette débauche indicible,
Ce scandale d'un Dieu ivre d'amour et blessé! "
Paul Claudel
Hoy no tengo, Señor, otra locura
que la de ser llevado del viento de huracanes
de tu enorme amargura.
¡Ser hoja desprendida,
que se abandone al vértigo
de tu recia avenida!
Hoy no tengo ni risas ni cantares:
que no me sabe nada
sino el sorbo salobre de tus aguas de mares.
Llene tu hiel mi boca temblorosa,
y en tus vórtices rueden estos pies, que no saben
correr a tu tiniebla luminosa.
*
* *
¡Y —libre y prisionero—
me pierda en Ti: que en Ti quiero perderme
por encontrarme en Ti, Dolor Primero!
Plenilunio de nimbos misteriosos.
Una quietud de ensueños, y tres hombres dormidos
a los altos luceros silenciosos.
¿Y este nevar de luna? ¿Y este sueño de estrellas?
Señor: o Tú me engañas,
o he perdido los ampos de tus huellas...
Él nada dice; pero me acerca hasta su pecho.
Y me sube a la frente la viva sacudida
de un dolor desbordado, como huracán deshecho.
¡Getsemaní! La tempestad interna:
el corazón de la Pasión de un día,
¡y la pasión del Corazón... eterna!
¡Y el alma, de rodillas!
La gota que se tiene por onda de tu piélago
¡y ni siquiera sabe a tus orillas...!
*
* *
Como inmensa oleada
la iniquidad te azota con su furia
y te cubre de espuma encenagada.
¿Que Tú eres "el Dios fuerte"?
¿Y esa angustia infinita y esa queja
del alma, que "está triste hasta la muerte"...?
¡Ay! todos nos perdimos por infinitos modos:
cada quien su sendero en la tiniebla...
¡pero Dios te ha cargado los crímenes de todos!
Como en un sueño trágico, vez alzarse en la altura
dos leños enlazados, y dos brazos abiertos
y una selva de puños, crispados de locura.
Y después, tramontando las edades,
los pies que pisotean tu Corazón herido,
duros a las divinas realidades.
Avenida impetuosa,
que te arroja en el polvo del Olivar, temblando
de pavores, tu carne dolorosa.
Cuando eras Tú, domabas el viento enfurecido.
Pero te hiciste, como yo, pecado,
y... ¡ya sabes caer, como vencido...!
Afuera, el plenilunio de nimbos misteriosos,
y una quietud de ensueños, y tres hombres dormidos
a los altos luceros silenciosos...
*
* *
De súbito, a lo lejos, se oyen sordos rumores,
y la penumbra del jardín dardean
sangrientos resplandores.
¡Es la traición! Ya suena
su tenebroso beso
sobre la nieve de tu faz serena.
¡No quiero ver su saña!
¡No quiero oír sus lobos
aullando en la montaña!
¡No quiero ver sus fauces!
¡Van a sorberse toda
la sangre de tus cauces!
No quiero verte, entre sus zarpas, preso,
mientras buscan los tuyos las sendas ignoradas
del olivar espeso...
*
* *
El impostor te acusa de imposturas;
aquéllos que no rasgan, de contrición, su pecho,
rasgan, al escucharte, sus ricas vestiduras.
¡Y en tus humillaciones
pone también sus manos el amigo,
con la injuria cobarde de sus tres negaciones!
*
* *
El pueblo te condena, y absuelve al homicida:
¡la increíble ceguera
de abrazarse a la muerte, por huir de la Vida!
El supremo Cobarde flagela tu inocencia:
¡engaño de acallar un vocerío
con una marejada en la conciencia!
*
* *
¿Vamos ahora por la selva obscura...?
Llévame de la mano: que no sé de tus huellas
ni sé de tu hermosura...
¿Quién me empuja en la sombra...?
¿Qué boca de blasfemias
en la sombra te nombra?
¡Obscura selva de la celda obscura!
Unos soldados ebrios, un puñado de varas
y una racha de abismo y de pavura.
Antro donde el infierno encerró sus tormentas,
para que descargaran en Ti sus remolinos
de befas y de afrentas:
El golpe de la vara que en tus carnes estalla,
con el choque sonoro con que baten las olas
el cantil de la playa.
El chasquido del látigo envolvente,
que te deja en el cuerpo, con su rastro de anillos,
su fina mordedura de serpiente.
Y todo sin cesar, como si fuera
granizada que rompe los rosales,
chubasco que encharcó la sementera.
El turbio salivazo
que te estalla en la cara,
y no sé si es blasfemia o latigazo.
Y el hincarte las ciegas puntas de los espinos,
que te rompen las fuentes de las venas
y las fuentes calladas de tus ojos divinos...
*
* *
Y ahí estás —"¡Ecce Homo!"— befado y azotado.
Pero la turba clama: "¡Crucifícale...!"
con estruendo de mar alborotado.
*
* *
Allá vas, caminando por la doliente vía,
donde cedes al peso de la cruz espantosa
y al peso con que pesa toda mi cobardía.
Donde hallas las miradas
que fueron para Ti, cuando eras niño,
serenidad de noches consteladas.
Y hoy son como dulzura
de aceite efuso y embriagante vino,
pero también un soplo que enciende tu tortura.
Y donde, en medio del insulto espeso,
una mujer te cubre la cara con su toca
¡porque ya era dolor no darte un beso!
¡Beso valiente que yo quiero darte,
divina Faz, que tienes mi sangre y mi saliva,
para que ya no pueda negarme, ni negarte...!
*
* *
Pisas, al fin, la cumbre iluminada,
para tender los brazos sobre el duro madero,
y rendir, con el cuerpo, la jornada.
¡Al cabo, en su aspereza,
tienes, Señor, en donde
reclinar tu cabeza!
Mas la cruz se levanta y, en sus brazos triunfantes,
alza, como un trofeo, tu cansancio infinito,
que cuelga, suspendido, de las llagas sangrantes.
Ruge, al verte, la loca muchedumbre.
¡No es más áspero el viento
contra el recio ramaje del árbol de la cumbre!
¡Cómo tiras la savia por tus largas heridas!
¡Cómo tuerces las ramas, sedientas de rocío!
¡Cómo vuelan al viento tus hojas desprendidas!
Arriba, el ancho cielo, que parece implacable,
y un inmenso abandono
y un sol inexorable.
Abajo, el vocerío, los ojos inyectados,
las bocas espumosas,
los dientes apretados...
¡Y entre el cielo y la tierra, tu cuerpo estremecido,
como un racimo espléndido,
contra el lagar nudoso de la cruz, exprimido!
*
* *
Suena un clamor. Los orbes se estremecen
y los astros se manchan
de sangre, y se obscurecen.
Es la venganza enorme del abismo,
que, cimbrando sus senos
como en un cataclismo,
deja la tierra hendida,
como para que grite, por cien bocas abiertas,
la muerte de la Vida...
*
* *
El vendaval se ha ido...
Ahora es una brisa cargada de perfumes
de huerto florecido:
La brisa de vergeles del eterno collado,
del monte de la mirra, sobre el cual resplandece
tu cuerpo traspasado.
La brisa de tu sangre inmaculada,
que, al correr, arrastrando los crímenes del mundo,
en inmensa oleada,
va cantando hacia el Padre la estrofa indefinible
de la paz en la tierra y en los cielos,
que desarma su cólera terrible,
y lo inclina a la tierra, con las manos rendidas,
para mirarte en éxtasis...
¡y mirarnos a todos, por tus anchas heridas...!
Viernes Santo de 1938 y 1939.
Traducción del epígrafe por el Editor
del blog: ("Y eres Tu que se llamó fuerte e inaccesible!
El Cielo y la Tierra prohiben considerar este libertinaje indescriptible
Este escándalo de un Dios ebrio de amor y dolor! ")

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