domingo, 18 de septiembre de 2011

Prosa de fray Nicolás Navarrete de la orden agustiniana, originario de Santiago Maravatío

A GUISA DE PRÓLOGO

Gratísimo es para el viejo maestro presentar a uno de sus exalumnos más talentosos y aprovechados, en el mundo de las Letras. Se trata del que ayer fuera uno de aquellos muchachos inquietos y audaces que, en el cuatrisecular monasterio agustiniano de Yuririápúndaro, bajo la égida de los dos grandes convertidos --el mayor de los Apóstoles y el máximo de los Doctores--, integraban el Colegio de San Pablo, semillero de hombres ilustres, religiosos, eclesiásticos y laicos.

Conocí al P. Ricardo Barajas, desde que él era niño, y recuerdo que al recibirlo en dicho Colegio, le pregunté por sus anhelos y propósitos, y él me contestó muy serio y formal: "Vengo a hacerme sabio y santo". Y lo fui siguiendo en sus andanzas de colegial comprobando que era aunténtica su sinceridad.

En efecto, al mismo tiempo que se aplicaba con ahinco a la fuente del saber, se abrevaba con gozo en la piscina misteriosa del Salvador.

Al terminar con brillo las Humanidades, tuvo que marchar a otros planteles de la misma cepa agustiniana. Y allí lo encontré muchas veces sediento del mismo anhelo y laborioso con igual tenacidad.

Undía lo vi subri al Altar, ensu jubiloso Cantamisa, y me tocó presentarlo ante el Pueblo de Dios en su epifanía de neosacerdote de Cristo, augurándole un apostolado de consagración, de testimonio y de servicio.

Así lo contemplé después laborando intensamente en la Viña del Señor. Entusiasmo febril en la proclamación de la Palabra. Actividad insomne en el Culto de Dios y en la búsqueda de las almas para Dios. Ningún obstáculo la arredraba. Ninguna fuerza le detenía en su marcha hacia el Gran Ideal.

Hoy lo veo atareado en la pastoral posconcialiar, en la Diócesis de Tlanepantla, al lado de un Pastor auténtico de la Iglesia Mexicana, Mons. Fr. Felipe de Jesús Cueto, hijo genuino del Serafín Asís. Comprensivo como es el ilustre Prelado, con una caridad que le rebosa de lo íntimo del alma, envió al P. Barajas a la Ciudad Eterna, para que en el Instituto Pontificio Lateranense cumpliese un anhelo de toda su vida: estudiar el derecho, a la luz de la Filosofía y de la Teología, capacitándose más y más a un apostolado tan sólido como dinámico.

Y precisamente, el primer fruto cuajado en letras, lo tenemos a la vista: este precioso librito, en que el Jusrisconsulto se nos revela Pensador.

Sus máximas tienen corte existencial, porque son resultado de una experiencia vital. Aquella inquietud por la Verdad y el Bien, que ha caracterizado al autor desde niño, hace su eclosión en estas páginas llamadas sin duda a producir los efectos más saludable en las almas.

Salvatierra, la hermosa matrona del Lerma, puede enorgullecerse de contar entre sus hijos, no sólo un gran Poeta, Federico Escobedo, o un Filósofo, Guisa y Azevedo, sino también un Pensador que, a imitación del escriba del Evangelio, abre el cofre de su alma y nos regala cosas nuevas y antiguas.

La Hermosura siempre antigua y siempre nueva de Aurelio Agustín.

Yuririhapúndaro, noviembre de 1968.


Fr. Nicolás P. Navarrete o.s.a.

Nota del Editor: este es un prólogo para el folleto escrito por el P. Ricardo Barajas Jiménez, "Máximas y Sentencias de un Jurisconsulto" ed. Porrúa, Mex. 1969, 44p

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