Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo
por la transcripción Pascual Zárate Avila
LIBRO OCTAVO
DE LA RUSTICATIO MEXICANA
BENEFICIOS DE LOS MINERALES
DE ORO Y PLATA
"Post sectasdudum magno sudore fodinas,
Protinus advectas opulenta in praedia cautes
comminuam, saxsque vigil conabor avaris
Eruere argenti pretiosum pondus et auri,
Cto totum partis orbem completere talentis".
Después de haber por tiempo dilatado
y con grande sudor las duras venas
de las minas preciosas desgarrado
pasaré, desde luego, a las faenas
de triturar las peñas, que producen
el vivo argento y el metal dorado;
las que, una vez ya rotas, se conducen
a los predios de rico potentado.
Y atento y vigilante,
me esforzaré en sacar de los peñones
avaros, de brillante
plata y oro riquísimos filones;
y con tanta riqueza
llenar del orbe todo la grandeza.
¡Oh, tú, diva Fortuna!
que, es complacida faz, como de luna
apacible y serena,
y con plácidos ojos
miras al triste corazón que pena,
herido del dolor por los abrojos;
y que gozas en dar rápidamente
apoyo decidido
a cuantos han caído,
tendiéndoles tu diestra providente;
mira cómo, debido
al de la mina trabajar horrendo,
casi desfallecido
el triste cabal vive muriendo! ...
Y, al mismo tiempo, fija
de tus clementes ojos las miradas
en la ingrata labor, asaz prolija,
en que dejó sus fuerzas agotadas.
Y aquellos que, en un tiempo, ricos dones
prometiste otorgarme, con largueza
deposítalos fiel en tus arcones,
y guarda para mí tanta riqueza.
Y con tu diestra arranca poderosa
de los rotos peñones,
de oro y plata la avena caudalosa.
Que mientras dé la tierra generosa
piedras que emitan resplandores puros,
y se vistan de céspedes los prados;
de tu templo en los muros
has de ver mis exvotos colocados.
De la mina opulenta distanciados
hay florecientes fundos,
de cercas muy extensas rodeados,
y ampliamente dotados
de arroyuelos copiosos y jocundos;
y de vastos portales
y celdas interiores para acopio
de muchos cereales;
y de algo que les es típico y propio;
los patios de extensiones colosales.
Por los que, desde luego,
en ondas encendidas se derrama
desolador el fuego
que, con vívida llama
y en muy breves instantes,
de los hornos gigantes
las encadas bóvedas inflama;
en donde, de continuo,
la rueda ponderosa del molino
como también la máquina potente,
de hierro guarnecida,
están constantemente
rompiendo la osamenta endurecida
de la montaña ingente,
que es fecunda guarida
de abundoso metal y refulgente.
A estos predios los mulos corpulentos
llevan por la montaña los fragmentos,
por su aspereza, bravos;
a los que el pueblo, nueva y prontamente,
se dedica a rasgar con grandes clavos;
y rasgados que han sido,
(dando el agrio peñón agrio chirrido)
con mano firme y fuerte;
en menudos cascajos los convierte.
Y sobre estos, después de triturados,
una vez y otra vez, por los martillos;
surge potente máquina, de ovillos
muy duros y pesados
armada, y refulgente
por las vívidas luces y los brillos
que el acero le da constantemente.
Y de la cual entorno, voladoras
las mulas van en rápido carrera,
siendo las impulsoras
de que vaya moviéndose ligera;
o bien, le presten bríos
y poderosa vida,
las aguas de los ríos
que descienden en rápida caída.
Y de férreos badiles
armados los obreros juveniles,
con tesón y con arte
debajo los rodeznos colosales,
por una y otra parte,
colocan los metales
a fin de que la máquina potente,
con frecuente tundir y rotaciones
puedan más prontamente
la aspereza domar de los peñones;
hasta que en la faena
ruda ya se dobleguen
y, desechos, entreguen
viles terrones de menuda arena;
y salga volandero
del roto peñascal polvo ligero,
al que reciben, junto a los pesados
rodeznos, unos cestos
que, en buena orden dispuestos,
a lo largo se encuentran colocados;
quedando con potente
liga a la fuente mole encadenados.
Y a los que cauta vela
una muy fina y dedicada tela
tramada sabiamente
con hilos de metal resplandeciente.
Tan ímprobo trabajo, al que con creces
toda se da la juventud florida,
fue causa de que aquélla, muchas veces,
corriese el riesgo de perder la vida;
pues muchos infelices
sucumbieron con muerte prematura
bajo los antros de la mina obscura.
Porque el polvo una vez que en las narices
se ha metido desecho,
llega hasta del cerebro a las raíces
y a lo profunda cavidad del pecho;
y, al cabo de tres lustros, consumida
deja la fuerte y rozagante vida.
Por dónde es necesario
que se le dé a la gente,
y a las minas se lleva un buen salario
para que osadamente,
se atreva, con esfuerzo temerario,
a trabajar con riesgo tan patente.
Pero si los fragmentos rocallosos
se escapan de las redes aceradas,
y resisten rebeldes y orgullosos
con sus moles pesadas
de fierro a los rodeznos poderosos;
la tahona potente,
moviéndose con giros repetidos,
sabrá rápidamente
dejarlos sojuzgados y vencidos;
hasta que, aligerados
del grave peso del peñasco rudo,
como polvo menudo,
por el viento se eleven impulsados.
Mas ya que por el éter vagaroso
han estado sutilísimos fragmentos
largo tiempo volado sin reposo;
súbito los recibe, en sus asientos
planos, un anchuroso
patio, donde la gente,
que vive de las minas en la zona,
de la montaña ingente
los desechos peñascos amontona;
y en el cauce sereno
los sumerge de limpios manantiales,
y del húmedo polvo saca cieno;
para, después, con sales
saturar, donde viven, el terreno,
Y cuando de su lámpara fulgente
Febo a la tierra envía
los rayos de los de su luz, por el oriente
nuevo anunciado un día;
con el talón la gente
deja bien quebrantado
el limo por las sales amargado;
y a su tiempo debido,
en aquellas los deja convertido.
Entonces el obrero consumado
en aquestas labores,
explora y examina con cuidado
las flaquezas y todos los dolores
de este limo salado,
que, con frecuencia, se le ve pasmado
de acerba enfermedad por los rigores;
mirando si el paciente
el mal humor acaso la tortura,
helándolo con frígida corriente;
o, más bien, calentura
tenaz lo abraza con su fuego ardiente.
Tras esto, con cuidado,
en un vaso de plata
viva, a limo salado
el obrero disuelve y desbarata.
Y después, en el agua cristalina
echándolo, prudente lo examina;
de una parte, para otra, el argentado
recipiente moviendo,
y al limo saturado
de sales, en el fondo revolviendo.
Entonces, por un dedo sujetado
el metal, y yaciendo
en el fondo del vaso; de aplomado
frigescente, color, se va tiñendo;
con lo que se revela
y muy claro aparece,
que el limo languidece
por el morbo cruel que lo congela.
Empero, sí lechoso
color echa el metal, y con su albura
va a turbar el reposo,
paz y sosiego de la linfa pura;
tal signo claramente
manifiesta que horrenda calentura
va secando los miembros del paciente.
Con todo, tal es morbos prontamente
la medicina actual remedia y cura.
Pero si al cenagoso
su metal, helado, cierzo tortura,
fomentos le dará a doctor famoso,
de Apolo con el arte y la cultura.
El cual va cuidadoso,
de agria sal con terrones,
sazonando de bronce los peñones,
ya rotos por martillo vigoroso;
para de ellos la mezcla y amalgama
coser después con devorante llama;
hasta ver que en las aguas sumergida
estando la materia purulenta,
fétido humor presenta,
y con él deja el agua corrompida.
Entonces al tremente
enfermo pone abajo el sol ardiente;
y por encima del metal esparce
de agua limpia corriente,
librando así de males el doliente.
Mas del enfermo cuerpo que peligra, mas tarde y lentamente,
al fin la fiebre devorante emigra.
Porque tan pronto como ve el galeno
que en el patio extendido
está el enfermo de dolores lleno;
de su mal condolido,
extrae con la diestra prontamente
la plata viva y pura,
que aprieta fuertemente
de duro bieldo con la punta dura;
porque de esta oprimida
capa, y ostenta sólida estructura
y cuenta de dos palmos la medida;
del granizo imitando la caída,
vívido humor se escape con presura;
abriéndose camino
(una vez ya deshecha su juntura)
por la trama sutil de tenue lino.
Con esta rociada de caudales,
humedecidos deja los metales,
y por la viva plata fecundado
el lodo que ya está fosilizado.
Después el sabio médico, en olvido
no dejando a la fiebre devorante,
aplica al encendido
vientre suave calmante,
por la calcárea peonía producido.
La turba, nuevamente,
se da a batir el lodo con frecuente
planta, el cielo mezclando
a los remedios del fomento blando;
y en tan ruda porfías
prosigue trabajando por diez días.
Como, a veces los mozos vendimiantes,
por tiempo dilatado,
oprimen el lagar, que de abundantes
uvas está colmado;
y van con pie pesado
los racimos presentando rozagantes,
hasta que la vendimia
suelte de Baco la bebida eximia;
así la moza gente,
en los patios de vastas dimensiones
de la mina y en hondos socavones,
calca con pie frecuente,
de amalgamado limo los montones.
Y cuando cada cual, con ágil planta
y a golpe de talones
pisa, huella, quebranta,
y deshace del todo
la dura mezcla que presenta el lodo;
cuidadosa la gente
le imprime, desde luego, la figura
de un pilón eminente;
del cual, sobre la altura,
habiendo ya un papiro colocado,
el peso muestra de la plata pura,
de metal bronceado,
y el de la sal, fecunda en amargura.
Mas, cuando ya pesado
algún tiempo, renueva la tarea
el perito, y desea
explorar en qué estado
se haya el lodo por el amalgamado;
y prueba si de fuerza
suficiente encuéntrase dotado;
al punto, del erguido
como lo arranca con tenaz porfía,
dejándolo embebido
en los raudales de corriente fría.
Súbito baja, de tesoros llena,
hasta el polvo la arena;
dejando en abandono
en la cimera del erguido cono
del limo la mixtura;
a la que hacer baja de tal altura
el perito, inclinando
del cono la cerviz, para en la dura
tierra irla con largueza prodigando;
examinando atento
la gruesa arena que ha tomado asiento;
los vasos inclinados hacia la diestra
parte o a la siniestra,
hasta no descubrirse del argento
puro la rica vena
cabe los gordos de la dura arena.
A poco, con el dedo
pulgar aprieta de la plata del ruedo;
y diligente cuida
de ver si acaso por el dedo fuerte
la fimbria comprimida,
se enternece de suerte,
que ya caudales argentados vierte;
o bien si, endurecida,
de plata los caudales han secado,
haciendo inútil ya de que despida
sobre ella la orza el líquido preciado.
Pero sí seca y dura,
ya ninguna corriente
de agua despide cristalina y pura;
de nuevo, es conveniente
bañar la viva plata en manantiales,
y volver, nuevamente
a batir con la plata los metales.
El que éstos ostentan
de ensayados el titulo famoso,
y al frente de la mina se presenta;
prudente y cauteloso
tal prueba frecuenta
en la materia del metal precioso;
y con tesón trabaja
para lograr que la argentina faja
se desate en caudales grave y copioso.
Pero si prisionera
la faja estando por la plata viva,
de agua lluvia ligera
se escapa de sus labios fugitiva;
ya el cúmulo de cieno
nada se añade, y si se le cautiva
de espaciosas bodegas en el seno;
en punto se depura,
y limpio queda por el agua pura.
En tal sitio hay un tanque, levantado
de cuatro brazas a la enorme altura,
cuyo álveo dilatado
está por todas partes rodeado
de arcos formados de materia dura;
y en la mitad del cual tiene su asiento
un molino de viento,
que de férreos badiles está armado;
y al que obliga se mueva apresurado,
de las aguas el ímpetu violento;
o, entorno de él, los mulos que jalean,
en rápida carrera, lo voltean.
De este cabe el arrimo,
para limpiarlo de agua en la corriente,
un acervo colocase del limo
que, con planta frecuente
batido fue dentro del patio ingente,
por cima de la arena,
que una grande extensión abarca y llena.
Por la parte de arriba
(cuando ya de la bóveda enarcada,
que en los aires estriba,
se desatan las aguas en cascada;
y sus vueltas activa
del molino la rueda acelerada);
arrojándose el limo, prontamente
lo arrebata del agua la corriente.
Empero, cuando lento
desiste de su raudo movimiento,
y en mitad del camino
afloja ya sus fuerzas el molino;
poco a poco, el argento
bajar procura con catela y tino,
para fijar su asiento
en el fondo del tanque cristalino;
mientras que sobre el seno
de la fluvial corriente desatada,
del pantanoso cieno
a flote queda y victorioso nada;
y el cual, joven experto
con profundo lo esparce por la tierra,
cuando ha quedado abierto
al sifón de la cuba que lo encierra.
Y cuando, nuevamente,
bañado está por líquida corriente
el perezoso cieno;
con redondos badiles, en el seno
de la tinaja ingente
lo revuelve al mancebo dirigente,
para después dejarlo relegado
en un vaso redondo;
hasta que al fin, purgados los metales,
ya del vaso se asienten en el fondo.
Mas porque no escondida
quede en el fondo de la masa pura
la escoria corrompida,
a bañarla en artesas se apresura,
segunda vez, la juventud; y cuida
de que de agua colmadas
las artesas estén; siendo llevadas
primero lentamente,
y después con presteza; o bien, mezcladas
las aguas con la escoria pestilente,
descienden arrojadas
al hondo cause de fluvial corriente;
hasta que ya expulsado
haya la diestra con certeza y brío
toda el agua del río
y en el vaso secado
y libre ya de líquidos caudales,
se recuerda. Steven los nítidos metales.
En tanto, de arduo pino
cuelga saco conífero, tramado
de bien espeso lino,
que es el más adecuado
a detener la plata en su camino,
una vez ya el azogue eliminado.
Y saco que en el seno
de las artesas se abre prontamente,
una vez que del cieno
arrebató tras sí cúmulo ingente;
que tenaz procura
bajo su estambre blando
cautivada tener la plata pura;
con atención cuidando
de su gremio ir a aquella rechazando
que viva la le presente la Natura;
y a la que el vulgo en copas encerrada
oculta en lo interior de su morada.
Y cuando de las ramas colosales
del roble han descendido los costales;
de su vientre avariento
saca la plata del pueblo, y de contento
grandes dando señales,
pulsa y observa atento
el peso de los dúctiles metales;
y se goza, después, con limo blando
en ir varias figuras modelando.
Como, en un tiempo, turba placentera
de rapaces se da con alegría
a jugar con la cera
que ática abeja en los panales cría,
pasan en tal manera
el curso todo de festivo día;
y ya, sin ligadura,
el ingenio pueril con ufanía
va modelando gráciles figuras;
ora con diestra mano describiendo
un novillo berrendo,
ora de barro las frágiles hechuras;
ora pequeña cesta,
o una montaña con su cumbre enhiesta;
con el argento blando
así la ínfima plebe va jugando.
Con todo, cada cual forma a sus anchas
de ingente peso ponderosa planchas;
o, por medios sencillos,
representa ligeros globulillos.
Mas, a fin de que éstos
puedan sacarse del azogue puro
ya los últimos restos;
obrase de manera, que, al punto, se traslada
la de argento sutil carga ligera,
que por férreo casquete va amparada;
dando por cima de ella el pueblo ufano
rienda suelta dar a las iras de Vulcano.
Reblandecida luego
la dura masa por la acción del fuego;
en vasijas de cobre se apresura
la viva plata colocar la gente,
reservando la pura
en el fondo de crátera potente;
labor que, con usura,
premiará la fortuna providente.
También la turba, a veces,
con aguas que de fuego corren llenas,
de las ya rotas venas
tesoros saca con subidas creces;
hasta que la escarpada
peña, por los alientos
vividos de Vulcano requemada,
de viva cal bañada
deje escapar ya todos sus talentos.
A éstos el pueblo bate cuidadoso,
cómo el cieno mojado
en el patio anchuroso; y procediendo activo,
los baña a todos en argento vivo.
Introduce, después, agua corriente
en asiria tinaja prontamente;
y lo coloca encima de los hornos
que crepitando están por fuego ardiente.
Súbito el agua se infla enardecida
y romper amenaza
el perol en que se haya contenida
sobre los juegos de la viva hornaza;
y, con presteza suma,
de aquí para acullá bulle inconstante,
soltando fulgurante
por cima el borde que despide espuma.
Riega, entonces, el joven esforzado
el metal triturado;
y viéndolo sediento,
por estar en ardores abrazado,
aparte aparta de su lado
las ígneas aguas que le dan tormento.
Tal como el instruido
en el arte de Apolo y sus amaños,
el mal del que por fiebre consumido
yace, reprime con calientes baños.
Entre tanto, del agua cristalina
las ondas, con pericia y con cuidado,
el obrero examina,
repitiendo el sondaje acostumbrado
de las aguas, que marca la rutina;
para que, confiado
de aquéllas en la mole, ya seguro
muestre que el limón impuro
de más aguas no está necesitado;
o que, de azogue lleno,
deje de la olla el anchuroso seno.
Mas cuando sus talentos han dejado
ya en sus vasos el cieno,
y los vasos ahí lo han comprobado,
segunda vez, con creces;
saca, al punto, el obrero afortunado
del fondo del perol todas las heces;
en tanto que un criado
va apagando con líquida corriente
la colérica masa
que huye dentro el hondo recipiente,
sofocando la llama que lo abraza.
Entonces la marmita
en su profundo seno deposita
las riquezas de cieno depuradas;
y bajo el agua pura,
cautelosa, las guarda y asegura.
Mas de larga cuchara bien armado
el obrero, procura
con ella penetrar al recipiente
que de riquezas muéstrase colmado,
y arrancar de su fondo lentamente
el tesoro preciado;
de paso haciendo presa
en los dones que bríndale la artesa
anchurosa, que encuéntrase a su lado.
Las reliquias del cieno
lavan después, de cristalina fuente
en el diáfano seno;
y con un casco ardiente
purifica la plata finalmente.
Empero, sí del fondo
de la tierra sacares los metales
para que de un crisol vasto y redondo
disuélvanse en las llamas colosales;
construye con presura
dos grandes hornos de gigante altura;
que, aunque estén separados
entre sí, tú procura
por un canal tenerlos conectados.
Y ya que del partido
monte cables pesados
hubiere ricas peñas extraído;
la máquina, con golpe repetido,
que del todo los deje triturados,
y los grandes peñones
vengan a trocar en mínimos terrones;
a los que, acompañados
del ponderoso plomo, sepultados
deje del horno ardiente en las mansiones;
por cima el monstruo horrendo,
de blanda arcilla arenas esparciendo.
La plebe, desde luego,
da rienda suelta al devorarte fuego;
mas no arroja, imprudente,
en los rotos filones
que produce la plata refulgente,
de la hoguera, los vividos tizones.
Mas por túmidos fuelles avivadas,
a manera de torno,
van girando las llamas abrazadas
que invaden todo el horno;
del cual en la encendida
entraña toda mezcla se líquida.
Del metal los fragmentos
mínimos largo tiempo detenidos
en el horno, y batidos
de Múlciber feroz por los alientos,
se desata, al fin, reblandecidos;
y en las ondas que cálidas bravean,
en que están sumergidos,
cual lagrimales líquidos gotean.
Argentinos caudales
que, a la manera de corriente pura,
entra en los canales
luengos, sitios del patio en los contornos,
para, después, lanzarse con presura
hasta llegar a los vecinos hornos.
De metal los filones derretidos
descienden a los cóncavos asientos,
ya en llamas encendidos,
y que están protegidos
por cúmulos de robles corpulentos,
que han quedado a cenizas reducidos.
Después la inquieta llama,
impulsada del fuelle por los vientos,
rápida se derrama
del horno por los negros aposentos;
y con seca retama
los mozos acrecientan los alientos
de la hoguera, que pábulo reclama;
mientras con encorvado
junco el obrero va del inflamado
pozo extrayendo las flotantes heces,
con tal arte y cuidado,
cual sin sacaré de un vivero peces.
Entre tanto, ya sueltos los metales
en las del horno brasas colosales,
y por ondas de fuego
combatidas sin tregua; con brutales
ímpetus, desde luego,
azotan a los huecos litorales;
haciendo que, furente,
del agua en los cristales,
bulle y se agite la onda transparente.
Como el mar, cuando el viento
alza gigantes olas turbulento,
va en el fondo de aquéllas
poniendo de los valles el asiento;
o bien del firmamento
tocando con audacia las estrellas;
o a la orilla encorvada
azota con terrible marejada;
no de otra suerte en ígneo torbellino
bulle y se agita el líquido argentino.
Mas del horno inflamado
cuando ya el aluvión se ha separado,
y con tórrido aliento
el devorante fuego a requemado
y cocido el argento;
todo el que por encima colocado
quedó, baja al momento
a la profunda fosa, en la que asiento
fijando inconmovible,
de sus ondas el vago movimiento
ya muestra remansado y apacible.
Súbito el fuego ardiente
y los muelles aléjense; y la gente
a sacarse apresura
de la bóveda obscura
del horno, planchas de metal luciente.
No así fatiga con sudor constante
a uno y otro mancebo
la progenie de Febo rutilante,
y la prole en un todo semejante
y parecida a la del mismo Febo;
como el oro amarillo
que a los otros metales
muy atrás deja por su intenso brillo;
y al que la poderosa
fortuna, prodigándole sus dones,
le permite de casa suntuosa
vivir bajo los regios artesones;
y su trono fulgente
colocado dejar en la suprema
sede, que es la diadema
que los reyes ostentan en la frente.
Por encima la plata,
el cobre y zinc y los demás metales,
surge el oro triunfante, que arrebata
tras sí a todos los míseros mortales,
y más pronto acrecienta los caudales
de opulentos señores
que, por él, se libertan
ya de todo trabajo y sinsabores.
Empero, cuando apenas,
de aceradas esferas erizada
va la mole soltando sus cadenas,
y ha el molino desecho con pesada
rueda el cascajo al fin; a las arenas
pronto la plebe activa
arroja con afán la plata viva,
resplandeciente y pura; y la mezcla debajo de la mole
que se dobla en pesada curvatura.
Entonces, de la tierra abastecida
de preciosos metales,
se escapan, enseguida,
abundosos y claros manantiales;
a los que la tahona ponderosa
con gusto da acogida
en el seno profundo de su fosa;
y después, cuidadosa
la turba juvenil a la reunida
plata sumerge en linfa caudalosa;
y, una vez ya bañada en los raudales
de la tersa corriente,
la exprime el cubo en cónicos matorrales,
y la depura con casquete ardiente.
Como cuando reunidos los ladrones
y armados de puñales se destacan,
y al noble que regresa a sus mansiones
desprevenido, con furor atacan;
y le acercan de suerte,
que le impiden del todo la salida,
y con ímpetu fuerte
renuevan la feroz acometida,
amagando con darle pronta muerte
si no suelta la bolsa requerida;
cuando esto el noble advierte,
usando de prudencia,
no resiste a la turba enfurecida,
y cede a la violencia,
para evitar así perder la vida;
no de otra suerte, el cuello
doblegando el metal que, por dorado,
es del radiante sol vivo destello,
se rinde ante el malvado
ladrón que le hurta su tesoro bello.
Otras veces también, según costumbre,
de hornos gemelos en el seno ardiente,
que arrojan chispas de rojiza lumbre,
la juventud riente
purifica de herrumbre
y de escorias el oro reluciente,
porque a su dueño más ganancias rinda
y de onerosos gastos se prescinda.
Así hechas, de contino, estas labores,
debido de la turba a los sudores,
del Príncipe español el Enviado,
a visitar la tierra en que domina
el metal codiciado,
con atención explora y examina
los tesoros sacados de la mina:
la tersa plata y el filón dorado;
cuyos granos acopla de tal suerte,
que en una sola plancha los convierte.
De la cual un fragmento
que con dura tenaza fue a arrancado
(el cual, de su misión en cumplimiento,
ha el visitante para sí guardado);
lo prueba, desde luego,
en el crisol de crepitante fuego,
hasta que no consiga
poder saber con precisión segura,
a qué grado la pura
plata en su seno abriga
el oro que fulgura,
y ahí ya se Junta con apretada liga.
Después de esto, en la hoguera
que en viva llama ondula,
del oro considera
el peso exacto y el valor calcula;
y hecha cuenta suscinta
del oro y de plata acumulada
deja la parte quinta
para el cetro de España, reservada.
Y cuando, con empeño,
de oro y plata ha sellado los filones,
con cautela su dueño
de la casa los guarda en los arcones.
Mas si pretendes con anhelos vivos,
teniendo tal tesoro,
batir con él dineros fugitivos;
urge, primeramente,
que separes el oro
de la plata fulgente;
de rojizos y cándidos metales
deshaciendo las ligas fraternales;
y por nuevo camino
conducirlas con arte peregrino,
prestando en este juego
valiosa ayuda el devorante fuego.
Con todo, ni tú mismo pruebas tales,
aún de tu propio fundo en los metales
podrás ejercitar; ya que vedado
para todos está tal ejercicio,
fuera de los reales
ministros que el Monarca ha diputado
par,a en los minerales,
ejercer de peritos el oficio.
Una vez que de argento
grandes planchas la turba a recogido,
con afán desmedido
a trabajar dedícate al momento:
y parte de la gente
arrima al fuego resecadas frondas;
y la otra, de las planchas prontamente
saca botellas vítreas y redondas;
y de mordientes ondas
la otra ministra rápida corriente.
A poco, de la plancha los fragmentos
mezclados de la Estigia a los raudales,
túrgida calabaza brinda asientos
en su vientre formado de cristales;
yendo, bajo de él, el joven bando
devoradas brasas colocando,
y los ígneos alientos
más y más avivado
por los continuos vientos
que están enormes fueles arrojando.
De la botella dentro de los cristales
hirviendo están las aguas con estruendo,
y sin cesar royendo
los trozos de los ricos minerales;
hasta que, al fin, la plata se liquida,
una vez que la mole
ha quedado a la nada reducida,
y el vidrio rutilante
ya henchido de espumoso
raudal, va discurriendo victorioso.
Saca, entonces, la diestra providente
un cobrizo cayado
que del vidrio tortuoso y transparente
el cuello delicado
ceñido deja con destreza rara;
sacando sabiamente
con la aguzada punta de su vara
la roja masa del metal ardiente.
Y la masa, al momento,
en el fondo bullendo enardecida,
escapase (¡oh portento!),
en su veloz huida
superando los ímpetus del viento.
Hasta que, al fin, amansa
sus hervores y plácida descansa.
El oro terso y puro,
en el fondo de cálida corriente
sitio busca seguro;
en tanto que la plata reluciente,
junto al metal dorado,
tienen su firme asiento colocado;
por cima de la ampolleta de cristales
dejando vaya, a flote,
la escoria de los duros peñascales,
el desecho lingote
de cobrizos metales,
y de revueltas agua los caudales.
Mas como el vidrio, helado
queda, en el punto y hora,
en que apartan el fuego de su lado;
entonces, sin demora,
a las planchas que estaban separadas
--debido de su enlace a la ruptura--
dejándolas, de nuevo, entrelazadas,
con poderosa mano las clausura.
Hasta que, al fin, la suerte,
de su pecho olvidando los rigores,
en blanda se convierte,
dando fin a tan ásperas labores.
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