miércoles, 15 de abril de 2009

Revista San Andrés, de lustrosa memoria


El Círculo de Salvaterrenses Residentes en México, D.F.

Por J. Jesús García y García

Fotografías del recuerdo, una tarea del Club Zorro,  hoy son un atractivo empleadas para el decorando en más de un salón comedor.
Y cierto día sucedió en la ciudad de México que me encontré con el ex zorro Jesús Pompa Calderón. Nos metimos por ahí a tomar un café, y en un rato no muy largo ya teníamos planeado publicar una revista con la que íbamos a invertir el proceso normal. Es decir, la revista no iba a surgir a la sombra de un organismo social, sino al revés: iba a servir para buscar la formación de un club de salvaterrenses radicados en el Distrito Federal. El problema económico iba a solucionarlo Pompa, un individuo a quien le sobraba lo que nos falta a muchos: iniciativa interesante e ímpetu realizador. Como entonces ya se hallaba por allá Luis Castillo trabajando en la Uniroyal, lo buscamos para comunicarle nuestra idea y gustosamente se sumó a ella.
Así nació la revista “San Andrés, voz de los salvaterrenses en ausencia”, de la que salieron 21 números, el primero fechado el 15 de marzo de 1960 y el último datado en junio de 1961. Los primeros 14 estuvieron bajo mi dirección, luego tres bajo la dirección de Nicolás Chávez López y los últimos fueron dirigidos por Jesús Pompa con ayuda de don Teodoro Villafuerte Rodríguez. La impresión se hizo siempre en los talleres de Casa Ramírez Editores (primero en Aldaco 16 y finalmente en Santa María la Redonda 154-A). La revista contó con la valiosa colaboración del doctor Jesús Guisa y Azevedo, entre otros muchos paisanos y no paisanos.
El objetivo se cumplió: el 14 de mayo de 1960, en el domicilio social de la Confederación Nacional Campesina, nació el Círculo de Salvaterrenses Residentes en México, D.F. Veintidós fuimos los asistentes a la asamblea de fundación: Luis Castillo Pérez, Jesús Pompa Calderón, J. Jesús García y García, Pedro Flores C., Teodoro Villafuerte Rodríguez, Juan Manuel Heredia Yánez, Antonio Flores C., Ángela F. de Flores, Pedro Espino, Antonia R. de Espino, Luis Ruiz Álvarez, Nicolás Chávez López, Carlos Carapia, Arturo García Gutiérrez, Leonardo González, ingeniero Salvador Almanza Nieto, Francisco Villagómez, Jorge Chávez López, Carlos Mendoza, Rafael Flores G., Francisco Reynosa y Jorge García Vázquez. Cinco éramos ex zorros.
Se realizaron algunas sesiones culturales y numerosas reuniones de convivencia familiar; muchos de los asociados nos sumamos a los actos mensuales que en la parroquia de Regina celebraba la Asociación de Nuestra Señora de la Luz presidida por el doctor Guisa y Azevedo; nombramos una reina del Círculo, que fue la bella paisana Helia Flores Acevedo, Helia I (la coronó el doctor Guisa); conseguimos para Salvatierra la biblioteca pública que al inaugurarse tomó el nombre de Federico Escobedo...
Pero el ritmo de vida capitalino acabó por sofocar nuestras buenas intenciones; además, no había una fuente segura de ingresos, y un día, casi al mismo tiempo que dejaron de celebrarse las reuniones de coterráneos, desapareció la revista. Yo había sido su presentador y tuve que ser quien la despidiera. Escribí, con gran pena:
Adiós a San Andrés.- Es el del teatro un mundo pletórico de anécdotas, en donde se dan lo mismo las poses publicitarias de los mediocres que las admirables genialidades de los magníficos; las excentricidades de los desquiciados que las salidas ingeniosas de los genuinos valores. El actor precisa tanto de la prosaica comida como de estas cosas que lo singularizan, que le confieren esa especial distinción sobre el común de los mortales.- Algunas de las anécdotas de teatro van más allá de lo episódico y se vuelven trascendentes cuando denotan una profunda visión de la vida y una valerosa actitud ante ella de quienes las protagonizan. Como aquello de Sarah Bernhardt, de quien se cuenta que dormía en su ataúd, asegurando que ello era del mejor gusto femenino. El fúnebre lecho ostentaba esta significativa divisa: ‘De todos modos’.- Hace ya casi un año y medio que tuve un encuentro fortuito con Jesús Pompa. Un cinco de febrero, según recuerdo. Hacía tiempo que no lo veía, y, como es natural, empezamos por hablar de nuestras cosas personales (trabajo, domicilio, etc.), hasta llegar al tema obligado: Salvatierra. En ese punto él me confió su idea de lanzar una publicación que acogiera liberalmente el pensamiento de quienes andamos fuera de la paterna región del valle de Guatzindeo. Más tarde, pensaba él, quizá se hiciera posible el fundar una agrupación de coterráneos.- No voy a hacerla larga: ese mismo día, ante una taza de café en el “Chufas” de la calle de López, adquirió su precaria vida nuestro San Andrés.- Y apareció. Una, dos, cinco, veinte veces...- Pero ya para el tercero o cuarto número, que entonces eran quincenales, nos habíamos dado cuenta cabal de nuestra comprometida situación: San Andrés salía demasiado caro, el primer número se había regalado y apenas si recuperábamos una tercera parte del costo de los siguientes. Aparte, la colaboración era escasísima; San Andrés no viviría mucho tiempo.- Claro, alguien tenía que absorber las fuertes pérdidas, y en un principio ese alguien fue Pompa, aun cuando para ello tuviera que andar apurado cobrando sus trabajos topográficos o pidiendo anticipos de su quincena en la Sociedad Agronómica Mexicana.- Yo no sé cuántos cientos o miles de pesos se gastaría Pompa en la aventura, pero sí sé que resistió estoicamente hasta que llegó al relevo don Teodoro Villafuerte, quien hasta la fecha...- Pero ya va algún tiempo desde que yo puse a San Andrés a emular a la gran Sarah, es decir a dormir en su ataúd, resignado ante lo inevitable.- Hoy se acaba San Andrés. Pero, ¿desaparece? ¿No deja cosa alguna que dé testimonio de su existencia, que deje recuerdo de su labor? Porque, o mucho me equivoco, o el Círculo de Salvaterrenses tuvo su génesis en las pequeñas páginas de esta revistilla que, aunque no salga más, tiene una herencia que dejar.- ‘De todos modos’, decía el ataúd de la Bernhardt. Porque, en efecto, por más que se quiera, no se puede evitar un fin, un término.- En lo que respecta a la desaparición de San Andrés, yo ya estaba resignado. Pero, estando ante el hecho, no puedo evitar un poco de sentimentalismo, como tampoco puedo sustraerme al uso de los lugares comunes, por lo que hago míos los trillados versos del cantar español y digo:
Dicen que no se siente la despedida.
Dile al que te lo dijo que se despida”.


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