Todas las tierras americanas que fueron conquistadas por España, son pródigas en leyendas, que forma, pudiéramos decir, la esencia misteriosa y atractiva de sus más bellos rincoes y ponen de manifiesto la hidalguía de los antiguos caballeros.
En la quietud de la noche y a la luz de cintilantes estrellas se recorta majestuosa la silueta del coloso que vela el sueño del Valle de Guatzindeo, Culiacán, inmensa mole que ha visto correr los tiempos, y como los rincones adorables está coronado con una leyneda de amor y abnegación.
Hace muchos, muchos años llegó a estos lugares una india, cuya hermosura asombraba a los que la miraban, acompañada por sus padres indios ya ancianos; establecieron su vivienda lejos del centro de población, en el corazón del cerro de Culiacán. Rodeose esta familia de tal misterio que llegaron a atribuírsele, sobre todo al indio, el carácter de hechicero, cosa que no llegó a comprobarse.
Es casi seguro que las razones que impulsaron a aquella familia fueron en primer lugar, la hermosura de la jovén, y el temor de que fuera objeto de la codicia de los hombres blancos establecidos en el valle, pues cuenta que el indio seguía considerando a los españoles enemigos de raza, pero ¿quién puede oponerse a que la juventud busqye y viva de ilusión, y amor?, no existen distancias ni rejas que impidan que dos corazones jóvenes y leales se complementen, y así sucedió que la hermosa india se encontrar con un apuesto caballero español, don Pedro nuñez, y que el travieso cupido lanzara sus flechas e hirieran a aquellos dos corazones opuestos por la raza y los ideales, y el amor que todo lo vence forjó un idilio tan grande y tan hermoso que la india pasabas horas enteras a la vera de su choza con la mirada perdida en la inmensidad, soñando con su amor; éste alimentado con las entrevistas que tenían, iba creciendo y constituyendo la felicidad más grande de la joven india. Más esta felicidad fue empañada por el descubrimiento que de aquellos amores hiciera el padre, quien manifestó su disgusto y aseguró que jamás lo permitiría.
¿Iba a truncarse aquel idilio?. Jamás, es más fácil contener las aguas de un torrente impetuoso que arrancar un verdadero amor del corazón, y así, la india que entregara su amor al apuesto caballero no pudo dejar de verlo. La situación era apremiante, y se recurrió a todos los medios para lograr el consentimiento para la celebración del matrimonio, y como no se consiguiera, éste se realizó no obstante la oposición del padre. Un matrimonio así movió al pueblo a asistir y dar realce con su presencia a aquel acto.
Y como en los cuentos de hadas vivieron muy felices aquellos esposos a quienes había unido un inmenso cariño, paseaban por las riberas del río cogidos de la mano y arrullados por sus murmullos, pero esta dicha no fue duradera porque el indio de raza indómita no aceptó el matrimonio de su hija con el español, aprovechando una oportunidad dio muerte a ésta en el lugar que fuera testigo de su amor, aquella belleza se extinguió teniendo como salmo y oración fúnebre la potente voz del caudaloso Lerma.
El cadáver fue sepultado en forma subrepticia, por un peón que lo encontró, temiendo que se le inculpara del crimen. Sin que la tumba de aquella india, amante, esposa y cuyo nombre fue María quedara un epitafio en su memoria.
El apuesto caballero don Pedro Núñez, se dedicó a la vida religiosa, entrando en la Orden de los Carmelitas Descalzos, y fue él, dicen las crónicas, quien colocó la cruz en lo alto del cerro del Culiacán, para acallar los fuertes lamentos que se oían en todo el valle, por la pena de su amada. Y que lleva por nombre "La Cruz de Culiacán".
Autor: Miguel Alejo López
Crónista de Salvatierra.
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