EL CANÓNIGO ALFONSO CASTRO
(1921),
CANTOS DE GOZOSA MELANCOLÍA
Soneto, catedral minúscula... .
A.C.P.
En Morelia nacieron o vivieron los más profundos poetas religiosos de México como Manuel Ponce Zavala, Concha Urquiza, Francisco Alday (nacido en Querétaro pero avecindado en Morelia), y también Alfonso Castro Pallares. Sólo el conmovedor Alfredo Placencia no es michoacano, sino jalisciense. Y Joaquín A. Peñalosa, quien acaba de volar al Empíreo (noviembre ´99) es potosino.
El sólido poeta que es el canónigo Alfonso Castro Pallares ya había publicado sus espléndidos poemarios: Este barro glorioso (que incluye selecciones de nueve cuadernos, como Juglarías, La clara intimidad, La íntima pavura ,Las horas increíbles, Monólogos en olor de humildad, Corazón a pájaros, Hebdomadario, Viento alucinado y Río absoluto) en Jus, 1972; y también su álbum Páramo de espera (cien sonetos), de 1982; y Breviario de instantes ( de 1986). Tiene no menos de otros siete cuadernos líricos mimeografiados.
La íntima pavura es un álbum de 1987 que recorre las plegarias que le inspiran al sacerdote poeta los momentos culminantes del Santo Sacrificio.
Cármenes neolatinos
En el álbum lírico Bitácora de asombros, de 1991, el poeta parte de una “geometría diacrónica” y una “paja rota”, para continuar con títulos inspiradamente latinos, que luego se convertirán en aciertos obsesivos, según abajo veremos.
Los títulos latinos –o neolatinos, como se suele denominar al latín escrito recientemente- son en este cuaderno: Ad umbras, Moribunda vita, Mors brevis, Ambo concúrrimus telis. La serie se cierra con Misceor clamóribus aequor.
Este álbum se completa con medio ciento de páginas que encierran diez episodios que el poeta tituló Tiempo nómada.
Resulta luego una creación predominantemente neolatina el cuaderno Palabras para decirse a gritos (1990), el cual es latinizante ya desde el epígrafe general: Adulta levi fluat zephyro seges.
En ese cuaderno queda coleccionada una deliciosa serie de poesías con lucientes títulos latinos. Hagámoslos desfilar aquí:
Amicissimo omnium Amico; Post data; Castae palumbes; Alme Sol; Ad valvas; Candescit nix; Fugassent útinam umbrae; Me longa taedia capiunt; Ingenti torres amore; Sacra lacrymarum fames; Ardens tui cupido; Sine múrmure aquae; Luxuriet foecunda novis nunc flóribus arbor; Frángimur, heu, fatis; Non mea, tua supellex; Ne pinguescat córpore corpus; Sicut bos nati tollerare labores; Maiore ardeo siti.
OPUS II: Dulci aviaeque solitúdini; Ruit irreparábile tempus; Horret ánimus aliquando dolore; Me levis sústinet aetas; Trahit sol per ossa furorem; Ferimurque procella; Hyeme tumefactus inani; Ibo per amica lunae silentia; Ver erat aeternum; Luna sub plácida resonat carmen; Matris penetralia reliqui; Canorae gutture volitant aves; Cóllige usque modos.
OPUS III: Magni Chynosurae maris.
“Litorales” flamantes
Con motivo de sus Bodas de Oro sacerdotales, el padre Alfonso nos entregaba hace poco su hermoso librito Litorales del tiempo, Seminario Conciliar de México, 1995. Allí incluye más de medio ciento de sonetos lapidarios, como este que podría titularse
AMOR HERIDO
Roto el amor por el dolor herido,
La angustia herida pero enamorada:
Así comienza el hombre su jornada
Y acaba el hombre así su recorrido.
Todo amor es un vuelo desmedido
Una cuerda en tensión o destensada;
Dulce marea o amarga marejada,
Vela que canta o náufrago perdido.
¡Muero! ¡ Me voy muriendo todo! ¡ Y amo!
¡Amo el instante que se muere! ¡Y muero!
Grítame amor y muerte a su reclamo.
¡Vivo atávica lucha hora tras hora!
Pues me duele el querer y siempre quiero.
Pues quiero ese dolor que me devora.
(Damos aquí nuestra modesta versión latina para este soneto del eminente poeta neolatino y castellano:
LAESUS AMOR
Ruptus amor dolore íntimo laesus,
Laesa angustia,, amore sed affecta;
Ita vir pergit viam per inceptam
Concludit ita vir vitales gressus.
Omnis amor volatus est immensus
Chorda quaedam, nunc tensa, nunc disjecta;
Suavis fluctus aut tempestas rupta,
Cóncinens vela naufragusve amissus.
Mórior, lente mórior! Et amo!
Amo punctum quo móreris! Et mórior!
Clamat amor et mors ad ejus vocem.
Vivo atávicam luctam et constantem
Nam affectus mi dolet et esurio.
Nam esurio poenam devorantem).
Es la inspiración de un Horacio clásico que se hermana con un Quevado, y se encarna en Alfonso Castro. Éste es el poeta que dijo: “Soneto, catedral minúscula”.
Don Gustavo Couttolenc, su hermano sacerdote y amigo de toda la vida, dijo así al presentar este bellísimo libro: “Cada poema es como un iceberg que sobresale apenas un diez por ciento de su volumen sobre la superficie del agua... La metáfora es abundante y sostenida, llevando sus ideas de un extremo al otro del libro, como una hermosa cascada de relámpagos que lo envuelven luminosamente y le dan escaparate en orden a un mejor y permanente lucimiento”.
Habla Peñalosa
Y otro gran poeta sacro que es Joaquín Antonio Peñalosa (1923 - ´99), escribe así en el prólogo de estos Litorales del tiempo, de Alfonso Castro:
“Qué fiel nombre de su poemario Este barro glorioso... Somos barro y gloria, mortales para ser inmortales... Don Octaviano Valdés celebró ´el rico surtidor de metáforas´, ´el acento clásico y la libertad métrica´. Ah, en Alfonso Castro esa deliciosa y franciscana Letanía de las hormigas: ´santas acémilas de carga´, ´ferrocarril de bienaventuranzas´, rogad por nosotros.
“Sonetos estructurados, redondos tantos, henchidos de jugos líricos, sin huellas visibles por una voz tan personal”, continúa Peñalosa, quien admira en Castro Pallares el verso bipartito como en los sonetistas del barroco español. Y canta don Alfonso:
Me duele Dios, me duele hasta los huesos
Por no tenerlo herido entre mis manos
En un aire de lirios y de besos.
Y concluye Peñalosa: “Bienaventurados los que como tú, Alfonso, hermano mayor, llevan entretejidas en la cabeza, una corona de espinas y una corona de laurel”.
Los litorales del tiempo
De los sesenta y tantos sonetos de Litorales del tiempo, uno de nuestros favoritos es el titulado LITURGIA, de policromía al mismo tiempo calurosa y argentada:
LITURGIA
¡Esta tarde me sabe a jacarandas!
¡Predican tu cuaresma buganvillas!
¡Y no hay amor en mí! Tus maravillas
no sazonan mi mesa ni mis viandas. ¡Me duele esta belleza que me mandas!
Me enceguezco los ojos con astillas
Y no soporto el brillo con que brillas.
¡No sé por dónde vienes! ¡ Por dónde andas!
Tengo, Señor, derecho a mi tristeza,
Tengo derecho a mi melancolía.
¡Mas no a andar desahuciado de belleza!
¡Tarde de jacarandas! ¡ Qué tersura! ¡Vino de buganvillas! ¡Qué homilía!
¡Y el pobre corazón que no madura!
(Puesto que amamos este soneto, merece que lo latinicemos:
Vesperi dat saporem "jacarandae"!
Quadragésimam clamant "bugambiliae"!
Nec amor in me est! Tua mirabilia
In mensa mea numquam sunt spectanda.
Dolet hic mihi dolor quem ostendis!
Paene caeci mei óculi inter stillas
Nec sustineo lucem qua scintillas
Ignoro qua pervenis, qua contendis! Jus est penes me, Dómine, ad moerorem,
Jus penes me ut sit haec melancholia.
At non jus ut destítuar splendore!
Vesper ·jacarandarum"! O ruborem!
"Bugambiliae vinum! O homilia!
At adhuc cor non pérficit vigorem!)
El Padre Gustavo Couttolenc señala bien en su presentación del poemario de Alfonso Castro: “El libro Litorales del tiempo... ha brotado de la noria fecunda del Padre Alfonso, y gira en los goznes que lo cifran densamente.
"Ellos son los poemas “Red inconsútil” y “Del manso otoño”, que serán descifrados, respectivamente por los sonetos que les siguen".
Caso curioso. Este librito es una sucesión de sonetos marfilinos o polícromos, como frutos de esporádicas tardes de meditación lírico - mística. Y, sin embargo, se despliega ante los lectores conforme a la estructura general que anota el padre Gustavo. Así, dice éste, “se presta para saborear los platillos de su espléndido festín”.
La “Letanía de las hormigas”
...
I
¡Pequeños paquidermos relucientes!
¡Santas acémilas de carga!
¡Ferrocarril de bienaventuranzas!
¡Sumisas bestezuelas proletarias!
¡Caravana doliente!
Oración y trabajo.
Silencio de hacendosas novicias.
Recogimiento en romería.
Cansancio a cuestas sin rebeldía ni enojo (...)
II
¡Ojalá un día, las hormigas abrieran
un jardín de niños
y una escuela para los hombres!
¡Bienaventuradas maestras,
doctoradas en la escuela
de la senda diaria, / de la fatiga,
de la soledad y la humildad!
¡Maestras de santidad!
¡Místicos jumentos negros!
¡Caritativos borriquillos rojos de Dios!
Ahí va Dios a horcajadas
En la brisna de pan,
En el cachito de hierba,
En la gota de miel.
No pueden levantar la cabeza,
Pero sienten a Dios,
Y se regocijan de ser hormigas
Urge la escuela,
La universidad para los hombres.
¡Urgen los hombres,
hombres que lleven a horcajadas a Dios! (...)
III
¿Qué hará la hormiga
al caer la noche? (...)
En su palacio de sombras,
En su pequeña celda enjalbegada,
Al borde de su lecho
De piedrecitas limpias,
Se pondrá de rodillas.
¡Cómo le duele el lomo!
¡Cómo le pesa el día!
Es hora de dormir.
¡Qué paz!¡Cuántos ángeles
de las hormigas en torno! (...)
Ahí no hay hombres.
Sólo hormigas, ángeles y Dios.
Y la hormiga sonríe, con sus manitas juntas;
Y Dios sonríe.
-El ángel se posa en los aleros-
Y la hormiga siente un regocijo
Como un torrente inmenso;
Y en Dios nace una ternura
Como un mar infinito...
Las primeras estrofas de este poema maravillosamente ingenuo merecen resonar en latín perdurable:
Formicarum litaniae
Parvula pachidermata lucentia!
Prudentes asini onerarii!
Currus beatitudinum ferrate!
Submissae bestiolae proletariae!
Dolentium caterva!
Oratio atque labor.
Silentiu(m) ubi virgines laborant.
Mens recollecta inter itinera.
Fatigatio ad tergum lente admissa
Más poemarios
Es de 1981 el poema coral en tres cuadros, que don Alfonso tituló El día de las campanas.
El primer cuadro habla de los albores de la fe en Anáhuac. El segundo, es un ingenioso diálogo imaginario de Sor Juana con su arzobispo Fray Payo y con otros religiosos. Y el tercer cuadro despliega momentos clave de la historia nacional frente a la Catedral metropolitana, y cede luego el lugar a la aparición de la Señora del Tepeyac.
Por su parte, el poemario El viento de la azucena es una inspirado desfile de plegarias a diversas advocaciones marianas: desde N. Sra. De la Soledad, hasta otras imaginadas por nuestro inspirado vate: N. Sra. De la Gran Muralla, N. Sra. De los harapos, y N. Sra. del trópico.
El traductor de clásicos latinos
Ese enorme poeta que es don Alfonso Castro, ha realizado además una vasta labor de traductor de poesía y de prosa neolatina.
Para comenzar, tiene publicada en la UNAM una hermosa traducción del poema neolatino mexicano La californiada (1740), labor juvenil del jesuita José Mariano de Iturriaga. Los 810 versos llevan transcripción paleográfica, introducción, notas y versión en “una prosa eufónica, casi rítmica, salmódica”.
Don Alfonso ha traducido también los 260 hexámetros de A. Diego de la Fuente para la Virgen del Tepeyac. Vertió asimismo medio millar de hexámetros neolatinos de José de Villerías para el bíblico Cantar de los cantares. Incluso, tradujo los 600 hexámetro del anónimo Poema heroicum mariano del siglo XVIII.
Ha vertido también el canónigo Alfonso Castro, un centenar de páginas teológicas (en prosa entreverada con dísticos elegíacos) de la Rhetorica christiana, volumen que el franciscano Fray Diego Valadés publicó en Perugia, Italia, en 1579. La versión se publicó en México (coedición UNAM - FCE) en 1989. Don Alfonso colaboró en esta vasta labor, con Julio Pimentel y, además del suscrito, con el recién fallecido Padre Esteban Palomera, S.J. (1914 - 1997)
El perspicaz ensayista y prosista
Es memorable la producción ensayística de don Alfonso Castro. Tiene un hermoso álbum sobre temas teológicos en la poesía, titulado Dios en hexámetros. Con certera visión, el padre Alfonso comienza por temas de Sor Juana y de José Gorostiza. Continúa luego con un estudio sobre Diego José Abad como filósofo moderno (en su Cursus philisophicus), y como filósofo poeta (en su magnífico poema De Deo Deoque homine heroica carmina).
Por lo que respecta a su defensa de Sor Juana, ya la hemos estudiado en nuestro cuaderno Manos que bendicen al mundo, Tlalpan, 1997. A él remitimos al lector curioso.
Merecen un lugar relevante las reflexiones dominicales que don Alfonso Castro ha desplegado en tres libritos de 130 o más páginas cada uno, titulados La palabra de Dios y tú, México, ONIR, 1979, 80 y 81. Son 400 páginas de reflexiones evangélicas sólidas, útiles y luminosas.
Un alto lírico exalta a un místico
Osada y admirada es la interpretación que da el Padre Alfonso Castro Pallares acerca de la poesía de San Juan de la Cruz. Lejos de verla como rutina piadosa, la ve como la más estupenda aventura lírica.
San Juan de la Cruz: el hombre y el poeta, se titula un reciente libro de Castro Pallares. En una familiar edición de la Universidad Pontificia de México, en Tlalpan, nuestro poeta levita nos presenta con llaneza a un Juan de Yepes que busca devolver la Orden Carmelitana a una observancia austera.
Y no niega la intolerancia de los “Calzados” comodinos que urden para que los “Descalzos” no los fuercen a guardar austeridad. Como en todas partes, los idealistas son saboteados por los rutinarios.
Los opositores apresan con artimañas a Juan de Yepes: “Nuevamente Getsemaní, más allá del torrente Cedrón. Lo único que faltó fue el beso de la amistad”. Así se inicia este bello librito, de Alfonso Castro Pallares
Una segunda gestación
Alfonso Castro presenta a San Juan de la Cruz encerrado, como en una segunda gestación, “nueve meses encerrado en esa cruel matriz”, sofocado en un cuartucho como en un segundo vientre materno.
Creo que la mejor reseña del libro del Padre Alfonso consiste en seguir cosechando las citas más luminosas:”Su santidad, pues, madura en esa vorágine de pasiones, su alta contemplación y su acendrada inspiración nacen como un lirio en el estercolero. Este es San Juan”.
Y continúa Alfonso Castro: “Aquellos frailes de la observancia no supieron nunca que iba a nacer en ese rincón inmundo el hombre y el poeta y el santo. Del nuevo seno materno. Quizá el seno de la madrastra.”
El enjuto prisionero va aflojando los goznes de la aldaba que le aprisiona y corre hacia una estrecha ventana de la que se descuelga cinco metros hasta la calle.
“Juan corre a refugiarse a un convento de religiosas Carmelitas Descalzas. Y, cuando los mastines llegan a buscarlo, sólo ven a un sacerdote allá adentro, en la clausura papal, auxiliando sosegadamente a una religiosa que está grave.
“En ese convento va recitando a sus protectoras las coplillas y poemas que ha concebido en los interminables días y noches de su cautiverio. Se llama Sor Ana la que se embelesa más con esas “melodías celestiales” y de inmediato se pone a transcribirlas...”
Había nacido un nuevo santo y un hombre poeta. Y en adelante eso sería su quehacer:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Ecce poeta!
“Su poesía le brotó porque no podía quedársele dentro todo el amor y el dolor acumulados” (p.106), dice el inicio de la segunda parte del estudio de Alfonso Castro.
Señala quien fuera mi maestro hace cuarenta años en Tlalpan, que es curioso ver adjudicados a San Juan, ciertos versos tan celebrados como el: “Un no sé qué queda balbuciendo”. Lo mismo sucede con el célebre verso: “Qué muero porque no muero”, que Santa Teresa sólo recogió de la tradición oral.
Juan de Yepes es poeta cósmico: “Su corazón arriba, sus pies hundidos en sus raíces ancestrales: Almenas, cavernas, oteros, bosques y viñas”.
El poeta carmelitano avanza de la mano del Cantar de los cantares para descubrir las telúricas bellezas del Amado. Mas pronto se detiene ante el Sumo Misterio:
Entréme donde no supe
y quedéme no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo .
“Humildad del téologo, hermosura del poeta. Gracia mística del místico.”
La poesía de San Juan tiene la estructura de lo vago, de lo vaporoso. “Es mejor cantar sin tiempo, sin espacio. Sólo cantar...”
Canta Juan toda la belleza que lo rodea: “Es el paraíso sin pecado y sin caída”... “Y, sin embargo, él nace en la suma necesidad, y muere en la noche amarga de la soledad, para ir a cantar maitines al cielo” (Ibídem).
Cumbre lírica
Y este poeta místico de rimas paupérrimas (guardaba, daba; esparcía, hería) “es la cumbre de la poesía lírica, tiene un no sé qué que a todos ha enamorado”.
Su poesía es rápida, como su vida que no pasó de cincuenta años, “sus estrofas galopan sobre su corazón enamorado” (p.116):
Vuélvete, paloma,
Que el ciervo vulnerado
Por el otero asoma,
Al aire de tu vuelo.
Es su poesía la intensificación sonora: “Esta fuga de estrofas –una verdadera fuga musical- no es otra cosa que su apresuramiento místico existencial”.
La noche sosegada
En par de los levantes de la aurora,
La música callada
La soledad sonora,
La cena que recrea y que enamora.
“Juan de Yepes es un hombre transparente, tímido, enloquecido de amor, candoroso aunque penetrante”. Su vida está llena de humana felicidad. Aunque en el fondo está la “noche oscura”.
La poesía de Juan de la Cruz no es “intelectual” como la de Garcilaso o la de su propio maestro Fray Luis de León. “La suya es poesía ingrávida. No tiene peso, aunque encierra una enorme consistencia”.
Así es de luminoso el canto de Juan de la Cruz para el ojo perspicaz de Alfonso Castro Pallares, su hermano en ambas clerecías: La teológica y la poética.
Pocos humanistas cuenta nuestro país a lo largo de toda su historia, que hayan abarcado con tanta sabiduría y con tan genuina inspiración la mayoría de los temas de la teología y de la poesía mística y lírica como el M. I. señor Alfonso Castro Pallares
V I I I
LA APACIBLE HONDURA
DE DON SALVADOR CASTRO PALLARES
(1911 – 1983)
Este admirado humanista fue sobrino del ilustre teólogo Mons. Jesús Pallares Torres y hermano mayor del inspirado poeta Mons. Alfonso Castro Pallares, el cual nos ha proporcionado la mayoría de la información de este capítulo.
Nació en la población de Quiroga, Michoacán, el 26 de noviembre de 1911, y falleció en la ciudad de México el 16 de julio de 1983.
Fue doctor en Filosofía y en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, y Licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico.
El admirado catedrático
En el Seminario Conciliar de México fue profesor de humanidades clásicas, de retórica castellana, de teología y de filosofía. Allí escribió para sus alumnos una Retórica castellana, así como unos apuntes de Prosodia y métrica latinas.
Compañero de aficiones y de estudios de los hermanos Méndez Plancarte, como ellos fue un atildado escritor y un enorme divulgador del dogma cristiano. Fueron varias las revistas de orientación pastoral que tenían como parte medular sus artículos sobre temas teológicos. Éstos batieron record de abundancia. Hay quien afirma que llegaron a sumar más de cuatro mil.
Era un sólido latinista en la disertación de sus clases escolásticas; y en el lenguaje escrito fue un atildado estilista. Su obra humanística ha nutrido las páginas de revistas de alta cultura tales como Abside, Duc in altum y Christus.
El sólido epigrafista
Una faceta perdurable de don Salvador Castro fue la de epigrafista latino. En los muros del Seminario, así como en su clásica revista Duc in altum nos ha dejado este humanista vestigios del difícil arte de las líneas fluctuantes pero lapidarias.
A ejemplo de su compañero Alfonso Méndez Plancarte, quien coronó el túmulo de su hermano Gabriel con un boato de que pocos pueden disponer, como eran sus epígrafes, también dos Salvador escribió cinco epígrafes para dicha tumba.
He aquí dos de ellos:
Ab ore suo carmina insonuere
Et humanitatis amator
Nobili montes excoluit venustatis arte.
(Desde su boca resonaron cármenes
y, como amador de la humanidad,
cultivó las mentes en el arte noble de la belleza).
Sollerti indagine doctus,
Quae veteres olim,
Quae novi nunc bona protulerint
Omnes omnia sincero docuit animo).
(Docto en indagaciones laboriosas,
cuanto de bueno realizaron los antiguos
y cuanto ahora los jóvenes,
todo a todos él enseñó con ánimo sincero).
Añado a la información de Monseñor Alfonso Castro, un recuerdo personal.
Allá por los años de 1953, nos reunieron a todos los alumnos del Seminario Mayor en el patio grande, para hacer entrega de cierto nombramiento pontificio honorífico a una señora bienhechora del Seminario, la que los seminaristas que la conocían denominabas cariñosamente “mamá Wiechers”.
El Seminario decidió dar a la señora Wiechers sus mayores riquezas. ¿Y qué mayor riqueza iba a darle el Seminario, que un suntuoso epígrafe latino de Monseñor Salvador Castro, floridamente caligrafiado y noblemente enmarcado?
Cuando vimos al padre Salvador adelantarse a leer solemnemente el pergamino con su epígrafe, comenzamos a sospechar, allá en nuestras inconscientes mocedades, que realmente el latín es la lengua majestuosa en que se pueden expresar los mayores mensajes de la grandeza.
Entonces comprendimos también que ese padre Salvador , que nos estaba descubriendo los secretos de la lengua griega clásica a sus alumnos de quinto de humanidades de ese año, era uno de los mayores entre los muchos talentos que ha contado el Seminario a lo largo de su historia de amor a la espiritualidad y a la cultura.
El sacro orador latino
Cuando levantó el vuelo el arzobispo don Luis María Martínez, al doctor Castro Pallares se le encomendó la Oración Fúnebre latina de ley, la cual fue leída en la Catedral Metropolitana de México. Don Gustavo Couttolenc me ha comentado que fue una peroración de enorme relieve y extensión, que don Salvador construyó en un par de tardes.
Fue allí donde don Salvador Castro desgranó su más sonoro latín, el cual sacudió los muros de la mayor catedral del continente, con el elogio de aquel que ascendió al episcopado en 1936 para curar las heridas de una patria desgarrada.
Este es un fragmento de dicha memorable peroración:
Nihilo secius haec mea vel egentissima oratio graviter frangeretur, vestramque praeterea spem fallerem, si id quod, omnium fere consensu, maxime in nostri Pontificis laudem vertatur, ignavus praetermitterem: ipsum asiduum fuisse Patriae paciferum et provida sedulitate rebus intenta gerendis mexicanorum animos devinxisse.
(“No menos lamentablemente se desmoronaría esta mi pobre peroración, y además decepcionaría vuestras expectativas, si torpemente olvidara aquello que con el asentimiento de todos se pronuncia en elogio de nuestro Pontífice: que él fue un asiduo pacificador de nuestra Patria, y que con la próvida dedicación ejercitada en todas sus acciones, se ganó loa ánimos de los mexicanos”).
Así combinaba don Salvador Castro el más alado lenguaje clásico con la observación de las realidades más palpitantes de muestra Patria.
Él fue uno de nuestros más relevantes neolatinistas, tanto en la prosa de sabor ciceroniano, como en el epígrafe de acentos horacianos.
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