En
busca del escribano real
Agustín
de Carranza Salcedo, ese desconocido
Por
J. Jesús García y García
(Resumen
del trabajo expuesto en Salvatierra, Gto., el sábado 9 de febrero de 2013)
Desde finales del siglo XVI hubo en
el valle de Guatzindeo más de un intento por fundar una población de españoles
con su propio territorio jurisdiccional. Los vecinos del valle lo consideraban
necesario para que fuera más expedito el arreglo de sus diversos asuntos con el
gobierno, sin depender de la villa de Celaya, a donde para toda gestión había
que trasladarse con ciertas dificultades.
Los propietarios de tierras en
Guatzindeo, los más influyentes de los cuales habían logrado licencias para
tomas de agua del río Grande y para el establecimiento de molinos de trigo, no
formaban un núcleo poblacional compacto y empezaron a verse afectados por las
inundaciones fluviales, y en 1638, juntos pudientes y pobres, cansados de tal
situación, con todo y su convento franciscano de San Buenaventura se fueron a
asentar en la orilla opuesta del río, la derecha, ocupando parcialmente el
decadente pueblo de San Andrés Chochones.
Entre
las habituales maneras de ser fundador de un centro poblacional durante la
Colonia, en el caso de Salvatierra se presentaron estas tres: a) donando las
tierras necesarias, b) haciendo las gestiones, y c) otorgando las
autorizaciones correspondientes. Los personajes respectivos fueron: don Gabriel
López de Peralta, don Agustín de Carranza Salcedo y don García Sarmiento de
Sotomayor, conde de Salvatierra y marqués de Sobroso, 19º. virrey de la Nueva España. Y también fueron
fundadores, con todo derecho, los vecinos de la congregación de
Guatzindeo-Chochones que, comprometidos formalmente o no, siguieron viviendo
dentro de ella y de ese modo propiciaron su transformación legal.
Es
de suponer que el escribano real don Agustín de Carranza Salcedo estaba de
acuerdo con el terrateniente y hábil negociante don Gabriel López de Peralta
para solicitar lo que entonces se llamaba una “ciudad de españoles”, y que el
segundo retribuyó al primero con unas tierras que el tesorero de la Real Hacienda don
Gerónimo López, padre del citado don Gabriel, había asignado al primero de tres
mayorazgos que formó junto con su esposa doña Ana Carrillo de Peralta, por lo
que la posesión de esas tierras fue materia de conflicto.
Corría el mes de octubre de 1643.
Desde el año inmediato anterior había nuevo gobernante en la Nueva España y don Gabriel
López de Peralta dio el paso inicial de aquel plan fundacional elevando un ocurso
al virrey en el que expresaba que tiene “cincuenta sitios de estancias para
ganado mayor y diversas caballerías de tierra que le pertenecen a cada sitio,
con el derecho de agua del Río Grande, zanjas, tomas y presas por merced, para
riego de dichas tierras de bienes de su Mayorazgo […], que por ser tan buen
valle, temple y comodidades y por el uso del agua de riego y en tan buen
distrito y cercanías de otras Provincias de las más opulentas de esta Nueva
España, valen dichos sitios y estancias y tierras con las aguas que le
pertenecen, con la saca y toma del Río Grande, que el suplicante hizo a su
costa, a justa común estimación $ 500,000.00 […]. Y el suplicante, deseoso,
como leal vasallo de su Majestad, del aumento de su real poder, continuando los
servicios de sus padres y abuelos, quiero servirle con dicho sitio y tierras y
dicha agua para que en aquel puesto, en el paraje que llaman San Andrés
Chochones, donde están congregados hasta cuarenta vecinos españoles con sus
mujeres, hijos, casas y familias, se funde una ciudad, que el suplicante y los
fundadores, para que esté debajo del amparo de Vuestra Excelencia, se llame la
ciudad de San Andrés de Salvatierra, pues se ha de fundar en el tiempo del
dichoso gobierno de Vuestra Excelencia […]”.
Don
Agustín de Carranza Salcedo, quien a la sazón dijo ser “Canciller y Registrador
de la Real Audiencia”, precisó y fundamentó en eficaz escrito los términos y
condiciones de la deseada fundación y, gracias a sus diligencias, se produjo la
expedición de la cédula creadora del virrey, signada el 9 de febrero de 1644.
De
tal éxito le vinieron a don Agustín algunas desventuras. El licenciado Melchor
Vera, en su libro Guatzindeo Salvatierra,
dice: “Carranza Salcedo parece no haber logrado consolidar una buena situación.
En el memorial de solicitud para la fundación de Salvatierra, estipula que
habrá de dársele el cargo de Alguacil Mayor de la nueva Ciudad, con determinado
e importante número de vecindades, tierras y aguas, autorización para poner
tiendas, molinos y posadas y demás derechos y sueldos que podrían haberle
permitido reunir un patrimonio abundante. Parece que no fue así. […] Antonio de
Arizmendi Gugorrón […] pretendiendo contradecir la orden definitiva de la
fundación […], dice que la nueva Ciudad no ha prosperado y que los pretendidos
fundadores, inclusive Carranza Salcedo, se encuentran en situación lamentable.-
Nicolás de la Rosa,
representante de Juan de Sámano Turcios y Peralta, se opuso igualmente a la
subsistencia de la fundación en febrero de mil seiscientos cincuenta y dos,
alegando que la expresada fundación perjudicaba gravemente el primero de los
Mayorazgos que fundaron Gerónimo López de Peralta y Doña Ana Carrillo de
Peralta, abuelo de Sámano Turcios, sucesor en dicho Mayorazgo [...] ‘Porque el
principal fiador de los veinticuatro mil y quinientos pesos que se ofrecieron
por dichos oficios fue Agustín de Carranza Salcedo, Alguacil Mayor, que está
tan pobre que come de limosna y todas las veces que ha ido Juez a la cobranza,
se ha ausentado y pasado al Reino de Galicia, con que no se ha podido cobrar, y
sólo hay cuatro Regidores, de los que les están sirviendo en algunas labores
por muy poco salario, por no tener otra cosa de qué sustentarse, que son
Hernando Luis, Cristóbal de Estrada, otro que es Miguel de Piña tiene
caballería y media de tierra que llevó en dote su mujer, en que está amparado,
y no tiene otra cosa de qué poder pagar, y el otro que es Felipe Jiménez
Larios, pobre de solemnidad, de que dio información en esta Real Audiencia para
que lo ayudase como a tal y así se manda, y ninguno asiste en dicha Ciudad, y
Antonio Guerra, Escribano Público, que está así mismo sumamente pobre y no
tiene con qué poder pagar su oficio, y no ha sido a causa de no darles las
dichas tierras, porque aunque se las den han estado y están en tal estado, que
no han de poder pagarlas ni aún sustentarse, y no se ajustará con verdad que se
hayan poblado setenta vecinos, porque los pocos que hay están poblados mucho
antes de dicha fundación y algunas personas, y después de ella sólo se han
poblado cinco, tan pobres que no tienen nada que comer, y los siete molinos que
se dice haberse fabricado de nuevo, no es cierto, porque los que hay son muy
antiguos, más que la fundación, y algunas personas los hicieron en sus haciendas
para moler sus trigos y no para aumento de dicha fundación, y el Convento que
se ha fundado es de utilidad propia de la religión… Y el puente es sólo de
comodidad de dicho Convento, porque no es camino ni pasaje para San Luis,
Zacatecas ni Guadalajara y es una puerta cerrada que sólo tiene comunicación con los pueblos
circunvecinos’.- Resulta, pues, que con tantas contradicciones como
experimentaron los fundadores, frustraron sus intentos y deseos de mejoría
económica y que llegaron tales fundadores a extremos que, aun suponiendo
exageradas las afirmaciones de los contradictores de la fundación, siempre es
evidente que la pobreza de Carranza Salcedo y sus compañeros era grande […] ”.
Y Rafael Zamarroni Arroyo, en Narraciones y leyendas de Celaya y del Bajío,
afirma acerca de Carranza: “en su calidad de fiador por los veinticuatro mil
quinientos pesos que ofreció al Rey por los Oficios Públicos [no pudo] siquiera
pagar la parte que les correspondía a los cuatro primeros Regidores […] por ser
pobres de solemnidad; trató (el reino) de hacer efectiva íntegra tan crecida
suma, en la persona de dicho fiador, quien siendo también muy pobre y
careciendo de bienes que se le pudieran embargar, tuvo que huir hacia el Reino
de Galicia (en la actualidad Jalisco y Nayarit), para evitarse mayores
complicaciones.- En estas condiciones, y no habiendo quien comprara los puestos
públicos, como era uso y costumbre, el Gobierno de la nueva ciudad de San
Andrés de Salvatierra quedó en manos de un Auxiliar o, como se decía entonces,
un ‘Theniente’ que dependía del Alcalde Mayor de Celaya, de donde proviene que
durante más de un siglo estos personajes se titularan ‘Alcalde Mayor por su
Magestad de la ciudad de Celaya, la de Salvatierra y sus Jurisdicciones’ ”.
Y remata Melchor Vera: “No vuelve a
encontrarse en la documentación que he podido tener a la vista noticia ninguna
del principal fundador Don Agustín de Carranza Salcedo. Más tarde no se
encuentran propiedades, bienes o derechos suyos o de sus sucesores, por lo que es de suponerse que aquel murió realmente
en pobreza […] Ni siquiera nos es dable saber en dónde le cogió la muerte y a
dónde fueron a parar sus huesos”.
Otro infortunio para Carranza: el canónigo don José Guadalupe Romero hizo
importantes contribuciones al conocimiento del pasado de los pueblos
pertenecientes al arzobispado de Morelia, al que hemos correspondido siempre en
lo religioso, pero también cayó en
algunos penosos errores de documentación –o de falta de ella—, uno de
los cuales hizo que de 1932 a 1973 nuestra calle Heroico Colegio Militar se
llamara calzada Andrés de Alderete, siguiendo la invención romeriana de que
Salvatierra había sido fundada en 1643 por “Andrés de Alderete, propietario de
magníficas tierras en el valle de Guatzindeo, [quien] deseoso de establecer una
ciudad de españoles en uno de los puntos más hermosos y productivos de su
finca, a inmediaciones del río Lerma, o Grande, como entonces se llamaba,
solicitó el permiso del virrey, don García Sarmiento de Sotomayor, conde de
Salvatierra, haciendo hincapié en la denominación ‘que debería constar el
nombre del propietario y del título del gobernante, y que cada año, por
recompensa de los terrenos que donaba, debía tomar con sus manos, de las Cajas
Reales, la suma de dos mil pesos’ ”. (Todavía hoy Romero sigue sorprendiendo la
buena fe de algunos escritores tan ameritados como José Luis Lara Valdés, quien
en Guanajuato: el paisaje antes de la
Guerra de Independencia, sigue difundiendo la patraña sobre Andrés de
Alderete).
Yo no podía resignarme con una
referencia biográfica de Carranza tan fragmentaria como la dejaba don Melchor o
tan pauperizada como la dejaban otros, pues no parecía admisible que un
protagonista por vocación –como me lo parece Carranza Salcedo-, cual pobre de
solemnidad, “comiera de limosna”.
En 1956 localicé en el archivo
notarial de la parroquia de la Luz la partida de defunción de don Agustín y la
dí a conocer en el número 2 de la revista Cauce.
En ese mismo año y en el mismo archivo consulté los libros de Cofradías que se
conservan. Es el caso que el 6 de diciembre de 1635 fray Francisco de Rivera,
del Consejo de Su Majestad y obispo de Michoacán, hizo la declaratoria de
fundación de las cofradías de Ánimas y del Santísimo Sacramento en la parroquia
en ciernes (todavía no lo era de derecho) de San Buenaventura de Guatzindeo.
Eran los tiempos en que don Agustín de Carranza Salcedo atendía a Guatzindeo
como Escribano Real Auxiliar del de Celaya. Él fue uno de los fundadores de la
del Santísimo Sacramento y encontramos actas suyas, como notario, en el libro correspondiente
en 16 de diciembre de 1635, 22 de mayo
de 1636 y 11 de junio de 1637. En 1638 ocurrió, como ya se dijo, el traslado de
los vecinos y su franciscano templo a San Andrés Chochones.
He podido recoger otras pistas de
Carranza Salcedo:
* Por ahí de 1639 se alejó de Celaya
y Guatzindeo-Chochones. Lo encuentro en la ciudad de México en 1641 tratando de
otorgar una fianza para poder desempeñar el puesto que se le había otorgado de
Alcalde Mayor del partido de Teutila, en la planicie costera de Oaxaca. Falta
mayor información al respecto.
* El 14 de junio de 1643, en la
Parroquia de la Asunción, Sagrario Metropolitano de la ciudad de México,
bautiza a la hija suya y de doña Catalina de Carriedo: María de Carranza
Carriedo.
* Durante parte de los años de 1643
y 1644 ocurre la actuación suya definitiva para la fundación de nuestra ciudad.
En 1644 establece su domicilio en San Andrés de Salvatierra, donde desempeña
durante varios años el oficio que se le concedió a título perpetuo de Alguacil
Mayor. Ese mismo año le tocó dar alojamiento en su casa al padre provincial
carmelita y a los comisionados que fueron a instalar el convento de esa Orden
en nuestra ciudad.
*
Por lo menos hasta 1653 permanece en Salvatierra. Se ha dicho que fue
desterrado de esta localidad por gente adicta a los López de Peralta, pero ello
no fue en 1660, como se afirma, sino antes. El 13 de mayo de 1655, en su
condición de Escribano Real, abrió el protocolo de una notaría itinerante cuyos
instrumentos fueron levantados, en su mayoría, en el partido de Chamacuero,
donde lo asiló don Juan de Melgar, quien ostentaba, sin ejercerlo, el título de
Alférez de San Andrés de Salvatierra.
En
1657 lo encontramos radicando en Valladolid y, en su carácter de Escribano de
Su Majestad, firma los instrumentos asentados en un libro protocolo notarial
correspondiente a 1657, el cual se exhibe en las vitrinas del Museo Michoacano,
planta alta. Por otra parte, en el Archivo
general de notarías del estado de Michoacán existía en ese 1998 un atado
marcado “1650-1659”, correspondiente al Fondo Colonial. Contenía, a golpe de
vista, poco más de mil documentos sin ordenar, entre los que hay instrumentos
levantados por los escribanos Sebastián Gutiérrez de Aragón y Agustín de
Carranza Salcedo, compartiendo entre ellos el protocolo. La firma de don
Agustín predomina en los instrumentos fechados en 1657, 1658 y 1659, pero su
labor notarial en Valladolid fue más prolongada.
El
8 de septiembre de 1671, en San Andrés de Salvatierra, otorga su testamento don
Andrés de Carranza Salcedo, seguramente hermano de don Agustín, quien declara: ser
“natural de Placiencia [sic] en los
reinos de Castilla, hijo legítimo de Sebastián de Carranza y de María de
Salcedo, mis padres difuntos, vecinos que fueron de dicha ciudad”; ser “casado
y velado según el orden de Nuestra Santa Madre Iglesia con Antonia de la
Fuente, y constante el matrimonio, no hemos tenido hijos legítimos”; tener “por
mis bienes una labor de temporal que tengo y poseo en esta jurisdicción, que
está en el puesto que llaman de los Panales, que se compone de cuatro
caballerías de tierra y un solar de sesenta varas en cuadro en esta ciudad,
linde con los de Chávez y Juan Altamirano, que de todo ello me hizo merced el
cabildo de esta ciudad”.
Agustín
sigue en Valladolid y el 25 de enero de 1678, en su calidad de “escribano de Su
Majestad, y teniente del capitán Diego de Ayala Haro Altamirano, alcalde mayor
de esta provincia de Michoacán por Su Majestad”, dice que, por petición del
licenciado don Bernabé Herrera, canónigo de esta Santa Iglesia Catedral, buscó
a Vicente Barroso de la Escayola, maestro mayor de la construcción de la
catedral, y lo encontró listo para ausentarse “con espuelas calzadas y para
ponerse a caballo y dejar la obra a mucho peligro”, por lo que el primero
solicitó a éste una declaración jurada sobre la administración de los recursos,
dejándolo advertido de que “no salga de ésta en sus pies, ni en ajenos, ni deje
la fábrica que es lo que debe hacer […]”. Se relatan otros intentos de huída
que hizo Barroso de la Escayola, los cuales tocóle frustrar a Carranza Salcedo.
Esa acción le dio prestigio y, menos de
un mes después, lo vemos practicando la vista de ojos de los materiales que se
emplean para la construcción de la catedral.
Cambia
de residencia y lo vemos aparecer en el padrón de la ciudad de Pátzcuaro del
año 1682. Le llaman Escribano de aquella ciudad y lo enlistan junto con doña Catalina de Carriedo, su
esposa. Otros pobladores de la misma casa son doña María de Carranza, don
Nicolás del Ribero Junco y la mujer de éste doña María de Carranza (otra del
mismo nombre), Joseph de Carranza Osorio, el esclavo Pedro Ranjel y la india
Juana de Carranza.
El
25 de octubre de 1682 murió su esposa Catalina de Carriedo en el mismo
Pátzcuaro.
En
1683 se levanta nuevo padrón de patzcuarenses y aparece don Agustín con el
cargo de “theniente general desta ciudad” . Los otros habitantes de la casa son:
doña María de Carranza y don Nicolás del Ribero, doña María de Carranza (otra
vez la duplicidad nominal), las criadas Pasquala, Juana y María, y Joseph de
Carranza.
Ya
de regreso en su muy amada Salvatierra, el7 de junio de 1684, mediante
escritura levantada por el escribano Francisco Gómez, dona un solar a Teresa de
la Barrera, a quien llama sobrina, “mujer legítima de don Miguel de Arenas, así
mismo mi sobrino”. Se trata de “treinta varas de solar de frente y treinta de
largo que tengo y poseo en esta dicha ciudad, en la calle principal de ella,
que lindan por la parte del norte con casa de don Diego Pérez Botello y por las
del oriente y sur con otros solares míos, los cuales se me repartieron por el
Cabildo de esta dicha ciudad, libres de tributo, memoria, hipoteca ni otro
señorío ni obligación especial ni general”. La firma de don Agustín en este
documento es por completo temblorosa y da lugar a pensar que para ese entonces
nuestro personaje pudo haber padecido la enfermedad de Parkinson o quizás un
temprano antecedente del terrible mal de Halzheimer.
10
de agosto de 1688: muere don Agustín en San Andrés de Salvatierra, como ya
dije.
9 de julio de 1691. En San Andrés de
Salvatierra muere su hija María de Carranza Carriedo a los 48 años de edad.
7 de octubre de 1709. Andrés de
Carranza Salcedo, el presunto hermano de don Agustín, muere en San Andrés de
Salvatierra. Se dice que el ahora difunto era natural de Extremadura (provincia
en la que hay una localidad llamada Placencia).
Otras pistas localizadas nos hablan
de sus parientes (algunos todavía no bien definidos) y de las propiedades
rústicas de don Agustín, localizadas hoy en dominios de Tarimoro pero que
entonces pertenecían a la jurisdicción de Salvatierra y acabaron donadas a los carmelitas.
A reserva de aumentar la
información, podemos concluir que está suficientemente acreditada la existencia
y muerte de Agustín de Carranza Salcedo, español de origen cuyos restos
descansan en su Salvatierra, e igualmente acreditados los nombres de sus
padres, su actuar en la fundación de Salvatierra, su matrimonio con doña Catalina
de Carriedo, el engendramiento de su hija María de Carranza Carriedo. Hay
indicios de otros parientes, pero se necesitan mayor precisión y
apuntalamiento. No hay un don Agustín indolente ni mendigo.
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1 comentario:
Excelente trabajo de crónica municipal de Salvatierra, Gto.
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